6.01.14

Sí, sí, se manifestó… y al mundo

A las 12:43 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Presentación de Jesús

Existen tres llamadas “manifestaciones” (presentaciones) de Jesús al mundo. No será porque no quisiera que lo supiéramos. Así, por ejemplo, pasó eso cuando fue bautizado en el Jordán, también cuando dio comienzo su vida pública en las bodas de Caná y además, que es el tema de ahora mismo, cuando mediante los Magos de Oriente, aquel recién nacido dijo “aquí estoy” aún sin poder hablar.

Para aquellos tres extranjeros en cuanto a sus naciones de origen como en cuanto a sus religiones (de las que nada sabemos, por cierto) estar allí mismo, en aquel lugar pobre pero, a la vez, divino, suponía mucho. Había seguido a una estrella según sabemos por las Sagradas Escrituras. Y por aquella señal encontraron al Bien no sin antes hablar con el matarife Herodes, el Mal hecho carne y hueso mortal.

Pero el caso es que Jesús, allí, pequeño e indefenso como cualquiera otro niño, lucía, daba luz, iluminaba, la estancia en la que estaba con una especie de divino no se qué al que se ceñían los que se contemplaban.

Aquellos tres hombres, expertos en conocer los signos de los cielos y conocedores del mundo de su época no faltaron a la cita que les había preparado el Dios Único y Todopoderoso, Aquel que también los había creado. Confluyó, allí mismo, lo que había hecho el Creador con lo que, a partir de aquel preciso instante, aquel Niño, debía hacer y llevar a cabo. Nacido para morir de forma salvaje en manos de ignorantes seres humanos (“no saben lo que hacen” diría años después aquel retoño ante el que se postraban unos hombres hechos y derechos) se presentaba ante ellos y, a través de ellos, al mundo mismo que no sabía, ajeno a tanta fiesta en el Cielo, que había nacido el Salvador, el Ungido de Dios, el Mesías.

Pero Él, aquel Él pequeño y llorón (no podemos decir que no lo hiciera, como cualquier otro niño pues llorar no es pecar) debió causar una extraña sensación a los Magos. Sabían el qué pero no sabían el por qué. Sin embargo tuvieron la suficiente fe (ellos, también, sin saberlo, creyeron) como para ir allí y dejar claro que, incluso sin conocer a Dios se puede uno acercar a Quien todo lo hace y mantiene. Y por eso fueron llevados los tres allí y por eso le mostraron los regalos que llevaban. No todos, por cierto, de significado gozoso pero, al fin y al cabo, regalos que fueron aceptados, con todas sus consecuencias, por infante tan especial.

Vino al mundo, sí. Vino al mundo porque el mundo necesitaba de Él. No era voluntad caprichosa de Dios enviar a su Hijo para que muriera como murió. Sin embargo, tampoco había otra solución más que el hecho mismo de manifestarse la gloria y la gracia en aquel cuerpecito dulce salido del seno de una Virgen que, además, era Inmaculada. ¡Ahí queda el poder de Dios!… para que luego digan los que no creen…

Y… bueno ¿supuso eso que todos lo aceptasen?

Sabemos más que bien que eso no fue así. Lo dice el evangelista Juan al decir que, en efecto, algunos no recibieron a la luz que había venido y ellos, por tanto, permanecieron en las tinieblas que son, al fin y al cabo y al respecto de la vida eterna (sin culpa por no haber conocido a Cristo no concurre tal final) de muerte… también para siempre, siempre, siempre.

Por eso, aquellos Reyes, denominados como tales porque lo parecían según los atavíos o ropajes que llevaban y los presentes que traían, volvieron a su casa por otro camino. Ellos habían recibido a la luz y eso les cambio la existencia. Y ahí está el otro camino que es el caminar hacia el definitivo Reino de Dios sabiendo, a sabiendas, de que es Reino y que es de Dios y que en lo que se creía se muestra imposible de ser creído una vez se ha conocido el Bien y la Bondad en persona.

Y eso lo provocó, mediando voluntad de Dios, aquel Niño que era pequeño, como todos somos al nacer y que, en forma muy distinta a lo que muchos creen de los santos (como para darles una aureola de muy especial comportamiento por serlo desde etapas tan tempranas de su vida), seguros estamos que se amamantó de su Madre y no dejó de hacerlo por extraña virtud que se ve concurre en aquellos destinados a grandes cosas. En eso también era como los demás han sido y somos en tal edad pues tampoco es pecado alimentarse de forma natural aunque hoy día pudiera parecerlo por mundanidades y cosas por el estilo.

Entonces… en efecto, se presentó Jesús al mundo. Y lo hizo de aquella manera tan rara en hombres que son muy poderosos: con pobreza. Y es que, a lo mejor, su Reino no era de este mundo. Y gracias a Dios que no era de este mundo pues el Príncipe que aquí gobierna no es, precisamente, adalid del Bien sino apóstol mundano del Mal aunque, para eso, ya estaba su Madre que pisó la cabeza de la serpiente como estaba escrito que pasaría.

Y es que Dios, lo podemos decir con total seguridad, no da puntada sin hilo.

Eleuterio Fernández Guzmán