1.01.14

Un crucifijo. ¿Qué más pruebas necesitamos para matarlos?

A las 12:21 AM, por Santiago Mata
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Los beatificados hasta ahora de cuantos murieron violentamente en 1937 son 45. Del primer día del año, hay cuatro mártires maristas más un salesiano en Cantabria, y un mercedario en Lleida. Para condenar a los primeros, bastó que les encontraran un crucifijo (de nada sirvió a uno que fuera francés).

Dos maristas de Cabezón y dos de Carrejo

Los maristas tenían dos pequeñas escuelas en Cabezón de la Sal -para 182 alumnos de primaria y comercial, atendida por cuatro hermanos- y en la localidad inmediatamente al sur, Carrejo (para 44 alumnos de primaria, atendida por tres hermanos).

De Cabezón morirán dos hermanos -Jaime Cortasa Monclús (hermano Pedro, de 53 años, hizo la profesión perpetua en 1905, llevaba 18 años en esa escuela, 12 como director), y Baldomero Arribas Arnáiz (hermano Narciso, de 59 años, llevaba 38 dando clase antes de llegar a Cabezón, y lo llamaban “el amigo de los pobres”)-, mientras que de la de Carrejo morirán otros dos: el francés Henri Oza Motinot (hermano Colombanus Paul, salió de su país en 1903 con las leyes anticlericales de Combes, tímido y demasiado bueno, le costaba mantener la disciplina de la clase y por eso lo cambiaban con frecuencia de colegio, desde 1926 era cocinero en Carrejo, además del francés y castellano, dominaba el inglés y era un buen organista), de 59 años, y Tesifonte Ortega Villamudrio (hermano Néstor Eugenio, de 24 años, emitió los votos en septiembre de 1935 y ese mismo mes llegó a Carrejo).

Hasta finales de octubre, no fueron molestados estos maristas, según las biografías de su proceso de beatificación. Entonces les confiscaron la escuela de Cabezón y se concentraron todos en la de Carrejo. Esta es registrada por milicianos a principios de noviembre, encontrando la bandera bicolor que se usó hasta 1931, por lo que les ponen una multa de 100 pesetas, que paga el pueblo. Con todo, al superior, hermano Erasmo José, lo llevan a la cárcel, en la que encuentra en lamentable estado al párroco, un seminarista y personas de derechas. El hermano Pedro consigue que liberen a su compañero marista, firmando un papel en que se acusa de “esconder una bandera que adora”. En una inspección les quitan los víveres, por lo que tendrán que dar clases particulares para vivir.

El mismo 27 de diciembre en que se produce la matanza del Alfonso Pérez, los milicianos meten en la cárcel a estos maristas, soltándoles el 29 y volviendo a encarcelarles el 30 a las 16 horas. A la una de la madrugada del 31, meten a los siete en tres coches y los llevan a la cárcel provincial de Santander. Hacia las 21.15, cuando ya estaban tumbados sobre el suelo para dormir, entran dos oficiales con las fichas de los maristas y llaman a los cuatro que resultan asesinados. El responsable habría sido “Manuel Forcelledo, un asturiano, regresado de América, que regentaba una tasca era un ateo que además se vanagloriaba de serlo. Fue él quien odiaba a la comunidad marista y el que dio la orden de fusilarlos”. Arrancando al hermano Pedro el crucifijo que llevaba en el pecho, habría dicho: “¿Qué más pruebas necesitamos?”. Los Hermanos que se salvaron se presentaron como maestros. Los que fueron fusilados se declaraban profesores. Los profesores eran considerados religiosos.

El salesiano que seguía diciendo misa

Andrés Gómez Sáez, de 42 años, profesó como salesiano en 1914, pero estuvo como clérigo de la diócesis de Orense desde su ordenación en 1925 hasta 1931, cuando volvió a la congregación en el colegio María Auxiladora de Santander, con un paréntesis de un año en La Coruña. Autorizada por el director la disolución de la comunidad, Gómez se hospedó en una fonda de la calle Atarazanas, por los alrededores de la catedral. Durante los primeros meses de la guerra subía frecuentemente por el colegio. Cambiaba impresiones con los salesianos que se habían quedado allí, atendiendo a la colonia infantil, y comentaba los sucesos acaecidos en la ciudad. Cuando evacuaron la colonia y los salesianos se dispersaron por la ciudad, todavía mantuvo contacto con algunos. Su residencia, cercana a la catedral, le daba oportunidad de ejercer su ministerio, al menos ocasionalmente. El 1 de enero de 1937, después de comer, salió a pasear por el muelle. Cuando se encontraba observando las lanchas que hacían la travesía de Pedreña, dos milicianos se le acercaron y le detuvieron. No se supo más de él.

El mercedario cazado como una alimaña

Francisco Mitjá Mitjá, de 62 años, nacido de padres desconocidos en un pueblo de Girona, estudió en el seminario pero pidió el ingreso en los mercedarios, cuyo hábito recibió en El Olivar en 1909. Por un defecto de la vista, se quedó en el cuarto año de Teología, sino poder ser sacerdote. Desde 1934 estaba en el monasterio de Sant Ramon (Lleida) y al estallar la guerra estuvo 15 días en casa del veterinario, hasta que el comité del pueblo le conminó a echarlo; anduvo por los montes de Torá, mendigando por las masías. Estuvo unos días en casa Gras, de Sellés; otros en casa Roure, de Su; y dos meses en casa Fornells, de Matamargó, como siempre atendiendo tareas domésticas y dando catecismo. Salió de allí ante el peligro de registros. Una patrulla del comité de Pinós, dirigida por su alcalde, lo encontró en las inmediaciones de casa Torrededía, cacheándolo le encontraron una navaja de afeitar y unas monedas de plata. Apercibidos de que era fraile o cura, alguno de la patrulla pretendió maltratarlo, pero el alcalde lo impidió, dejándole ir. Cenó en casa Torrededía, y el dueño lo acomodó en una choza de carboneros, distante como quinientos metros. A la mañana siguiente el señor de Torrededía oyó disparos. Lo habían matado. Eran los primeros días de 1937, sin que se haya precisado la fecha exacta.

Más sobre los 1.523 mártires beatificados, en “Holocausto católico”.