14.11.13

 

El apóstol San Pablo, poco antes de morir como mártir, escribió dos epístolas a San Timoteo, que fue uno de los primeros sucesores de los apóstoles. Entre muchas otras exhortaciones, el apóstol le dijo lo siguiente a su hijo espiritual:

Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, por su aparición y por su reino: Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad y doctrina; pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, antes, deseosos de novedades, se rodearán de maestros conforme a sus pasiones, y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas. Pero tú vela en todo, soporta los trabajos, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. (2 Tim 4,1-5)

El apóstol pasaba el testigo a su sucesor, consciente de que su tiempo en esta vida terrena se acababa (2 Tim 4,6-8). Y le advertía de la clara posibilidad de que muchos huyeran de la sana doctrina como alma que lleva el diablo -nunca mejor dicho-, apartando los oídos de la verdad para rodearse de falsos maestros.

Bien, eso es exactamente lo que el director de Religión Digital, José Manuel Vidal, pretende que haga la Iglesia entera, con el Papa al frente. Precisamente ayer dio una conferencia sobre el Santo Padre en el Ateneo Jovellanos de Gijón. La prensa asturiana se hace eco de su pensamiento. Entresaco algunas citas:

 

-¿Y los divorciados?
-Será lo primero. Va a admitir a los divorciados vueltos a casar, y todo lo demás irá cayendo.

-¿Algún límite? ¿Llegará a aceptar el matrimonio gay?

-Ha cambiado ya la tendencia, el enfoque, se ha pasado de condenarlo sin miramientos a aceptarlo. Yo creo que va a llegar. No será inminente que los curas casen a gays, pero sí se va a admitir como algo natural y se van a ir dando pasos en ese sentido. Espero que llegue un día en que se administre el sacramento a una pareja gay.

Y:

-Interroga la encuesta: “¿Cuáles son los aspectos más problemáticos (de la doctrina moral de la Iglesia) que dificultan la aceptación en la gran mayoría de los matrimonios?". Parece más un diagnóstico que una pregunta.

-La consulta en sí misma ya es un diagnóstico. Es decir, plantear esas preguntas constata el cisma silencioso que se opera en la Iglesia en esos temas de moral sexual y familiar desde hace muchas décadas. La Iglesia pide lo máximo y se contenta con lo mínimo, y la gente lo sabe. Gente normal, cristiana, creyente, católica, e incluso la gente que va a misa, no cumplen y no se sienten culpables por incumplir con la doctrina del preservativo o los anticonceptivos.

-A la vez que la autoridad del magisterio, de la tradición y de la Escritura, el Concilio Vaticano II contempló el “sensus fidei", o “sensus fidelium", el sentido de la fe que poseen los fieles, pero se habla poco de ello.

-Se congeló el Vaticano II, se lo puso entre paréntesis, y se volvió a la institución y al modelo eclesial piramidal. Pero no es extraño que Francisco recupere el “sensus fidelium” para pulsar qué es lo que piensa el Pueblo de Dios sobre esto. Creo que va a haber cambios incluso doctrinales cuando ello sea mayoritario en el Pueblo de Dios y no cause escándalo, mayoritariamente hablando.

Ciertamente caben dos posibilidades. Una, que José Manuel Vidal tenga razón. Dos, que no. Analicemos los dos escenarios

Si el señor Vidal tiene razón, caben otras dos posibilidades. Una, que Cristo se hubiera equivocado al decir que las puertas del Hades no prevalecerían contra la Iglesia. Obviamente es implanteable. Dos, que estuviéramos ante la gran apostasía profetizada por San Pablo, previa a la Segunda Venida de nuestro Salvador. Por cierto, fue Cristo quien se preguntó si hallaría fe en la tierra al volver (Luc 18,8), así que saquen ustedes sus propias consecuencias.

Si el señor Vidal no tiene razón, la Iglesia se mantendrá durante cierto tiempo más o menos como en el último medio siglo. A saber, anunciando toda la verdad en sus textos magisteriales, y buena parte de la sana doctrina -casi nunca toda- en la predicación de algunos obispos y algunos sacerdotes, pero haciendo más bien poco -no digo nada- para evitar que desde dentro de ella se predique exactamente lo contrario. Ese método “pastoral” parece fruto de lo indicado por el Beato Juan XXIII en el discurso de inauguración del Concilio Vaticano II. Concretamente de esta parte del mismo:

Al iniciarse el Concilio Ecuménico Vaticano II, es evidente como nunca que la verdad del Señor permanece para siempre. Vemos, en efecto, al pasar de un tiempo a otro, cómo las opiniones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y cómo los errores, luego de nacer, se desvanecen como la niebla ante el sol.

Cómo reprimir los errores

Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas. No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los progresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. Cada día se convencen más de que la dignidad de la persona humana, así como su perfección y las consiguientes obligaciones, es asunto de suma importancia. Lo que mayor importancia tiene es la experiencia, que les ha enseñado cómo la violencia causada a otros, el poder de las armas y el predominio político de nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que les afligen.

Cada cual estime si cincuenta años después se ha demostrado que el papa Juan XXIII tenía razón en su pronóstico. En todo caso, ahí tienen ustedes el programa pastoral que se aplicó después del concilio. Por ejemplo, cuando un obispo norteamericano osó censurar canónicamente a uno de los que se oponía públicamente a la encíclica Humanae Vitae, el Papa autor de esa encíclica, Pablo VI, le desautorizó. Misericordia para el heterodoxo, palo para el obispo defensor de la sana doctrina.

Sin llegar a tanto, la realidad es que ni siquiera durante los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI se puso coto definitivo a la avalancha de heterodoxia que arrasó universidades, colegios, parroquias y diócesis enteras. Sin salir de España, a día de hoy podemos ver a una monja defendiendo el derecho de la mujer a abortar sin que nadie haga nada por evitarlo.

Salvo en la crisis arriana, nunca antes en la historia de la Iglesia había sido tan evidente la realidad expuesta por San Pablo a San Timoteo. Y nunca antes se había hecho tan poco para plantar cara al error y llevar a los fieles por la senda de la verdad que lleva a Cristo y la salvación. Es por ello que en algo hay que darle la razón a José Manuel Vidal cuando habla del “cisma silencioso que se opera en la Iglesia en esos temas de moral sexual y familiar desde hace muchas décadas“. Efectivamente “gente normal, cristiana, creyente, católica, e incluso la gente que va a misa, no cumplen y no se sienten culpables por incumplir con la doctrina del preservativo o los anticonceptivos“. Y ojalá fuera solo en esa materia. Realmente son muchos los fieles que no creen en dogmas de fe y viven como si tal cosa. Y los que sí lo hacen son en ocasiones despreciados como anticuallas del pasado. La misericordia se ha convertido en la excusa para permitir que el error se propague por todas partes. La gracia se pisotea y se usa como ocasión para pecar, a pesar de que la Escritura plantea que eso es algo realmente espantoso. Estamos en un tris de pasar -si es que no hemos pasado ya- de “el mundo despertó con un gemido sabiéndose Arriano“, que decía San Jerónimo, a “la cristiandad despertó con un gemido sabiéndose apóstata”

Plantear que lo que la Iglesia tiene que hacer es sumarse “oficialmente” a ese cisma contra sí misma, contra la fe que ha sido entregada una vez a los santos, es como pedir a un enfermo que se pegue un tiro en la cabeza para acabar con su enfermedad. Muchos quieren adornar esa petición bajo palabras a las que roban su auténtico significado. Ya advirtió Mons. Muller en su artículo sobre el sacramento del matrimonio que “se corre el riesgo de la banalización de la imagen misma de Dios, según la cual Dios no podría hacer más que perdonar“. Hay quienes quieren prostituir el perdón, la gracia y toda la fe de la Iglesia bajo la excusa de una “pastoral misericordiosa”. Y, dado que el mundo aplaude con gusto a quien quiere rebajar las exigencias del evangelio, la tentación es grande, muy grande.

La Iglesia necesita hoy verdaderos reformadores -no cismáticos (*)-, tipo san Atanasio, san Gregorio Magno o san Pío X, impregnados de un espíritu martirial por la verdad. Ciertamente les crujirán en cuanto asomen. Se sentirán como Elías ante los profetas de Baal (1 Rey 18,20 y ss), con todo el pueblo de Dios contemplando cuasi indiferente el espectáculo y con apenas siete mil rodillas dispuestas a no ceder. Pero Dios estará con ellos.

No es tiempo de cobardes. No es tiempo de tibios. Es tiempo de afinar el alma para estar en sintonía con aquel que nos lleva a la verdad plena, no para dejarla de adorno en tablas de piedra -ahora catecismos y páginas webs-, sino para infundirla en los corazones que estén abiertos a la gracia de Dios. Hoy toca un Josué que diga sí y amén a la petición de Dios:

Esfuérzate, pues, y ten gran valor para cumplir cuidadosamente cuanto Moisés, mi siervo, te ha prescrito. No te apartes ni a la derecha ni a la izquierda, para que triunfes en todas tus empresas. Que ese libro de la Ley no se aparte nunca de tu boca; tenlo presente día y noche, para procurar hacer cuanto en él está escrito, y así prosperarás en todos tus caminos y tendrás buen éxito.

Cambien Moisés por Cristo y Ley por Evangelio, Tradición y Magisterio y sirve igual para hoy.

Quiera el Señor enviar pastores según su corazón a los que encomiende esa tarea titánica de lucha activa, no pasiva, contra el error. Bien sabemos por fe que antes o después, los enviará. Y si no, volverá Él mismo a rescatar a su pueblo:

Yo mismo reuniré los restos de mi rebaño de todas las tierras en que los he dispersado, y los volveré a sus prados, y fructificarán y se multiplicarán. Y suscitaré sobre ellos pastores que los apacienten, y ya no habrán de temer más ni angustiarse ni afligirse -oráculo de Yahvé- (Jer 23,3-4)

Conclusión. Reforma o apostasía plena y Parousía. No en vano en este portal hay un blog que lleva ese título.

Luis Fernando Pérez Bustamante

(*) Espíritu cismático. He ahí la gran tentación de los que se piensan reformadores y solo son instrumentos de división y rebeldía.