11.11.13

Los cardenales Bea y Ottaviani en el Vaticano II

A las 2:31 AM, por Alberto Royo
Categorías : Cardenal Ottaviani, Vaticano II

¿FUERON REALMENTE TAN DIFERENTES AQUELLOS A QUIENES SE PRESENTÓ COMO OPUESTOS? LA RESPUESTA DE MARTÍN DESCALZO

Dos de los padres conciliares del Vaticano II que han dejado mayor huella en la historia contemporánea de la Iglesia han sido, en opinión de muchos, los cardenales Agostino Bea S.J. y el cardenal Alfredo Ottaviani. Sobre la diferencia de estilos y posturas entre ambos cardenales en algunos temas de los que trató el Concilio se ha escrito mucho y comentado, sobre todo el episodio referente al esquema llamado De las fuentes de la Revelación, que el secretario del Santo Oficio defendía con brío. El ala más avanzada de los padres conciliares logró que una mayoría de los prelados lo rechazaran, pero no se alcanzaron los dos tercios necesarios de votos para eliminar un esquema presentado con la autoridad del Papa. Según alguno, Bea habría dicho que semejante propuesta “cerraría la puerta a la Europa intelectual y las manos extendidas de amistad en el Viejo y en el Nuevo Mundo". El cardenal Bea acudió a Juan XXIII y éste decidió retirarlo, nombrando una comisión bicúspide presidida por Ottaviani y Bea, para que se pusieran de acuerdo las dos corrientes enfrentadas en el Concilio sobre un nuevo esquema, que fue la base de la constitución Dei Verbum.

Como recuerda Rodolfo Vargas Rubio en un artículo suyo sobre el cardenal Ottaviani, la libertad religiosa también fue un capítulo polémico. El cardenal del Santo Oficio, que era un excelente canonista, era partidario de la doctrina tradicional de la tolerancia, porque, de otro modo, admitido un derecho irrestricto a la libertad religiosa se lesionaba el Derecho público de la Iglesia. La Declaración conciliar que el cardenal Bea quería sacar adelante sobre el tema, cambiando el concepto tradicional de “tolerancia religiosa” por el nuevo de “libertad religiosa", que al final se impuso en las votaciones, le parecía a Ottaviani que anulaba los concordatos que la Santa Sede tenía con países como Italia y España, en los cuales la Iglesia gozaba de una posición privilegiada, y así lo manifestó dramáticamente en el aula conciliar, provocando una fuerte discusión, que atajó el cardenal Ruffini que aquel día presidía la sesión.

Bea y Ottaviani, distintos por formación, trayectoria y personalidad eran sin duda estos dos purpurados. El primero, tres años después de su ordenación sacerdotal en 1918, ya era superior provincial de los jesuitas de Alemania; enviado a Roma en 1924, fue catedrático en la Pontificia Universidad Gregoriana, especialista en exégesis bíblica y arqueología bíblica; sirvió al papa Pío XII como su confesor durante trece años y se le acreditó un influjo crucial en la redacción de la encíclica Divino Afflante Spiritu. El segundo, empleado en la Curia romana desde prácticamente su ordenación sacerdotal, en 1919 fue llamado a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide en calidad de minutante bajo la guía del cardenal holandés Willem van Rossum, que quería desgajar la acción evangelizadora de los misioneros del colonialismo europeo aí adquiriría ese sentido misional y de universalidad que plasmaría años más tarde Pío XII en su gran encíclica Fidei donum; dos años más tarde, fue señalado por monseñor Borgongini-Duca a la atención del papa Benedicto XV, que lo transfirió a la primera sección de la Secretaría de Estado, y en 1922 entraba a formar parte de la corte pontificia como chambelán privado de Su Santidad, para llegar en 1935 al Santo Oficio, en el que permaneció la mayor parte de su vida.

Dos prelados que aparecen en la historia del Concilio como contrapuestos por su mentalidad y visión de la renovación de la Iglesia, pero ¿Eran en realidad tan diferentes? Esta pregunta se hizo el sacerdote periodista españos José Luis Martín Descalzo, testigo excepcional del gran evento conciliar, y que precisamente en su libro “Un periodista en el Concilio” (editorial PPC), en el volumen 4, aborda el tema de los dos cardenales. Interesantísimas sus palabras que reproducimos aquí:

“La figura de Bea evoca en mi el recuerdo de un parroco de pueblo: su andar encorvado, pero nunca hundido, como si el alma fuera recta dentro de un cuerpo al que solo los años empujasen hacia la tierra. La de Ottaviani me hace pensar en un viejo dean de cuatquiera de nuestras catedrales españolas: un cuerpo recto, macizo, tosco, en el que Ia ancianidad no parece haber hecho mella alguna.

El rostro de Bea es el de un intelectual: una gran frente que corona una cara triangular y se cierra por una mejilla suave, aunque fuerte. El rostro de Ottaviani es el rostro de un jefe, cuadrado como el de Mussolini, poderoso, compacto, prolongado con la enorme papada que sumerge cast el cuello.

Y los ojos. Los de Bea, azules y casi infantiles, penetrantes e iluminados siempre por una especie de chispita ircinica. Y los de Ottaviani, desconcertantes como los de una esfinge. “Uno, cerrado a medias, como consecuencia de una enfermedad —le ha descrito Robert Kayser—, nos adormecía con su aparente impresion de miopia, y al mismo tiempo nos sobresaltaba con la subita impresión de un ojo cansado contemplándonos por una rendija. El otro, plenamente abierto, nos desafiaba impertérrito, en silencioso reproche".

Y sus voces. La cascada, viejísima, de Bea, monótona, gris, profesoral; pero con un fuego secreto que iluminase sus palabras como con súbitas llamaradas. Y la enérgica voz de Ottaviani, profesoral también, pero de un profesor que hablara a mazazos, dictando dogmas y rlámpagos, enérgica aún y poderosa.

Pero pienso que no es justo creer que estos hombres son absolutamente opuestos. En algunas cosas coinciden. En cuatro cuando menos:

1) De ninguno de los dos puede decirse que sea un curial, lo que típicamente entendemos por “curial". En Bea es la mesura lo que destaca, una calma suave en el tono y en la forma, una limpia ingenuidad que evoca mucho más al abuelito que al diplomático de oficio. Y bien poco huele también Ottaviani a diplomacia: hay en él una franqueza, una rudeza, que recuerda la panadería en que nació y se formó.

2) Los dos son igualmente tenaces. Ottaviani lo lleva hasta en su escudo que grita ’semper idem’ (siempre lo mismo), para recordar que nunca se dará por vencido en nada, que, incluso si pierde una batalla, jamás pensará que ha perdido una guerra. El lema de Bea es aparentemente menos comprometido con su tenacidad, pero no lo es si se mira despacio: ‘In nomine Domini Iesu’ proclama con un curioso y profundo parecido al lema de Pablo VI (’in nomine Donini’). Mas este mismo lema nos grita que la tenacidad de Bea no es una constancia de hombre que resiste y permanece en su sitio, sino la constancia del que camina, la tenacidad del profeta, no un profeta a lo Jeremías o Isaías, pero sí un profeta a lo Simeón, dispuesto a esperar el fin de los siglos para ver nacer sus esperanzas.

3) Una tercera coincidencia: Los dos aman apasionadamente a la Iglesia de Dios. Uno y otro han sido perseguidos, calumniados, insultados, enfangados por cumplir su tarea. Mas ninguno de los dos ha caido en la tentacion de abandonar, de plantar todo e irse. Y en ninguno es esto testarudez, sino sentido de que su obra es, en ambos casos, mas alta e importante que sus propias personas.

4) Y hay una cuarta semejanza, Ia mas caracteristica: Ninguno coincide en realidad con su fábula., porque los dos se han convertido en dos símbolos de muchas cosas que en realidad nada tienen que ver con sus personas. ¿Oue tiene que ver Bea con el peligrosísimo reformador, con el hombre de punta disparatadamente abierto a las novedades? ¡Si hace pocos años Bea era en el Instituto Bíblico el simbolo de la conservación, del ayer! ¡Si ya los jóvenes empezaban a imaginarsele un hombre ‘pasado’! Los alemanes le han definido con muy certera eficacia: el ‘conservador-reformador’. Por ahí, por ahí van las aguas.

¿Y que tiene que ver Ottaviani con el inquisidor terrible e intolerante? Todos cuantos han hablado con é1 de problemas difíciles coinciden en lo mismo: Ottaviani es un padre. Me lo decia hace muy pocos días un sacerdote que tiene aún una de sus tareas en el Santo Oficio, bajo graves sospechas: ‘Ottaviani me habló no como el secretario del Santo Oficio, sino como un hermano sacerdote’. Si, el cardenal Ottaviani tiene mucho más duras sus ideas que su corazón. Y habria que empezar a definirle ‘el inquisidor paternal’ si queremos entender su figura.

Dos figuras apasionantes, si ¡Qué no daría uno por poder estar ahora dentro de sus almas! En ellas se han jugado las más apasionantes tensiones de este Vaticano II. Y sus dos nombres figuraran ya para siempre unidos a la historia de este Vaticano II.”