5.09.13

Incambiable depósito de la Fe

A las 1:35 PM, por Germán
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La tragedia más aplastante de la Iglesia Católica es tratar de ser amable con el mundo actual y al mismo tiempo pretender conservar íntegramente la doctrina de Jesús.

Las exigencias más importantes de este mundo actual son:

  • absoluta negación de la doctrina de Jesús que por razones higiénicas se permite el aborto que es un crimen abominable.
  • Que se consideren como normales las uniones de divorciados cuyo primer matrimonio es válido.
  • La concesión del divorcio como ruptura de un matrimonio que es indisoluble.
  • La admisión de preservativos para que pueda ejercitarse libremente la fornicación.
  • El readmitir a los sacerdotes que se secularizaron voluntariamente y contrajeron matrimonio.
  • La ordenación de mujeres sacerdotes.
  • La bendición del turismo dominical que excluye la participación en la Misa.

El 17 de mayo de 2010, Su Santidad Benedicto XVI, recibió en audiencia al Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales, mismo que entregó al Papa una carta personal, en la que entre otras cosas le pedía lo siguiente:

«Esas reflexiones me llevan a proponer, muy respetuosamente, la necesidad de superar la crisis de la Iglesia, que, como usted dijo, está herida por el pecado, para ello es imprescindible democratizar y humanizar su estructura clerical».

Democratizar la Iglesia «para que todas las hijas e hijos de Dios, que son iguales ante sus ojos, se les reconozca los mismos derechos religiosos, y que las mujeres puedan tener las mismas oportunidades que los hombres para ejercer plenamente el sacerdocio».

«Asimismo, como Jesús, que se hizo hombre, se humanizó para estar entre nosotros y entendernos mejor, la Iglesia no tiene que negar una parte fundamental de nuestra naturaleza como seres humanos, se debe abolir el celibato, así habrá menos hijas e hijos no reconocidos por sus padres, así podremos sincerarnos ante la realidad».

Evo Morales, junto a otros dirigentes políticos sudamericanos se hace eco de los imperativos de la actual sociedad hedonista que ante todo busca el placer y la diversión, sometiendo al puro deleite material todas las obligaciones más importantes del cristiano.

Insisten en publicaciones de todo género, como si la Iglesia pudiera conceder dispensas que no están a su alcance, puesto que son inalterables imposiciones de Dios. Jesús ha dejado clarísima su doctrina incambiable que ni santo alguno, ni romano pontífice pueden alterar. Muchos de los problemas fundamentales que hoy se muestran como deseos de cambio, o exigencias de la secularidad actual ya están claramente condenados por Cristo.

Los más graves problemas son consecuencia de la pérdida del sentido de la fe. Se acercan a las realidades humanas con un talante totalmente mundano, pagano y no comprenden que la fe exige esfuerzo, sumisión, renuncia y búsqueda del verdadero Cristo.

En su primera encíclica, Francisco, se refiere con claridad a la paradoja de la fe: el volverse constantemente al Señor, hace que el hombre sea estable, y lo aleja de los ídolos:

En lugar de tener fe en Dios, se prefiere adorar al ídolo, cuyo rostro se puede mirar, cuyo origen es conocido, porque lo hemos hecho nosotros. Ante el ídolo, no hay riesgo de una llamada que haga salir de las propias seguridades, porque los ídolos « tienen boca y no hablan » (Sal 115,5). Vemos entonces que el ídolo es un pretexto para ponerse a sí mismo en el centro de la realidad, adorando la obra de las propias manos. Perdida la orientación fundamental que da unidad a su existencia, el hombre se disgrega en la multiplicidad de sus deseos; negándose a esperar el tiempo de la promesa, se desintegra en los múltiples instantes de su historia. Por eso, la idolatría es siempre politeísta, ir sin meta alguna de un señor a otro. La idolatría no presenta un camino, sino una multitud de senderos, que no llevan a ninguna parte, y forman más bien un laberinto. Quien no quiere fiarse de Dios se ve obligado a escuchar las voces de tantos ídolos que le gritan: « Fíate de mí ». La fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la idolatría; es separación de los ídolos para volver al Dios vivo, mediante un encuentro personal. Creer significa confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido de nuestra historia. La fe consiste en la disponibilidad para dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios. He aquí la paradoja: en el continuo volverse al Señor, el hombre encuentra un camino seguro, que lo libera de la dispersión a que le someten los ídolos (Lumen fidei, 13).

La clave de los problemas, de las exigencias y de los descontentos está ahí: no se busca a Jesús sino a  sí mismo, no se acude al Evangelio a buscar caminos de luz para la salvación, no se vive en la esperanza del Reino de los Cielos, como herencia compartida con Dios, no se pretende la renuncia o el esfuerzo para alcanzar madurez y dominio, no se vive el clima confortador de los sacramentos, se ha perdido en sentido de la fe, del pecado y del amor a Dios y sólo se busca en la Iglesia ventajas materiales con la renuncia y el olvido de las exigencias salvadoras de Cristo: Quien quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.

La Iglesia no puede ni debe condescender en las enseñanzas de Cristo, sería algo peor que la misma traición de Judas.