2.09.13

El mártir que sonríe minutos antes de ser fusilado

A las 2:31 PM, por Santiago Mata
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En la anterior entrada del blog comenta Isabel que le emociona la foto del mártir que se ve en la portada del blog. Cuento la historia de este sacerdote de 25 años, Martín Martínez Pascual, y pongo las dos fotos que documentan la alegría con que acudió al martirio.

Corrió “con alegría” para ser fusilado

Las dos fotos son de EFE y por eso las dejo con la marca de agua y el link al lugar donde pueden adquirirse. Pongo las dos porque la que es más conocida muestra una mirada interpelativa pero algo enigmática. La segunda, donde esta con un miliciano, no deja en cambio duda de que el sentimiento que mostraba el mártir era de alegría. Enigmática si se quiere, pero patente. Y aquí va su historia.

Martín Martínez Pascual había nacido el 11 de noviembre de 1910 en Valdealgorfa (Teruel). Tenía 25 años al estallar la guerra. Animado por el sacerdote Mariano Portolés, que suscitó muchas vocaciones en ese pueblo, entró en el Seminario de Belchite y luego continuó en el Seminario mayor de Zaragoza donde hizo todos los estudios, salvo el último curso 1934-35, por haber ingresado ya en la Hermandad de Sacerdotes Operarios. Recibió la ordenación sacerdotal el 15 de junio de 1935 y fue destinado como formador al Colegio de San José de Murcia y como profesor del Seminario diocesano de San Fulgencio. Terminado el curso, hizo los ejercicios espirituales en Tortosa del 26 de junio al 5 de julio de 1936. Luego marchó de vacaciones a su pueblo y allí le sorprendió la guerra. El 26 de julio, avisado de que lo buscaban para matarlo, se escondió en casas de familias amigas. Más tarde huyó a una finca a tres kilómetros del pueblo.

El 17 de agosto por la noche -según el relato de Juan de Andrés Hernansanz-, llegaron muchos milicianos forasteros, y empezó a correrse la voz de que iban a matar a todos los sacerdotes. El sacerdote Fuster Antolín vio pasar el “camión de milicianos forasteros. En la plaza oí que preguntaron a los del pueblo, lo primero, si habían matado al cura, y después les dijeron que habían de derribar una cruz que había a la entrada del pueblo, y que si no la derribaban, los matarían a ellos”. El 18, por la mañana, muy temprano, dieron un bando -era ya el tercero, y el ultimátum- para que todos los que tuvieran sacerdotes en su casa, los entregaran. Si no lo hacían, serían pasados por las armas. Martín Martínez huyó al campo, a la cueva que había en la finca del señor Venancio, según habían acordado éste y el padre de mosén Martín. Poco tiempo estuvo allí. Lo suficiente para respirar aire puro después de tantos días de encierro, para despejar un poco la cabeza y para orar mucho. A raíz del bando conminatorio se presentaron los sacerdotes, a quienes encarcelaron en el calabozo del Ayuntamiento. Un grupo de seglares, por el hecho de ser católicos destacados, estaban ya encarcelados en una ermita del pueblo.

Al no presentarse Martín Martínez, los milicianos “fueron a su casa y detuvieron a su padre, obligándole a que les descubriese el escondite de su hijo”. El padre de mosén Martín estaba dispuesto a morir con tal que se salvara su hijo. Pero envió recado a su hijo para que se enterara de cómo iban sucediéndose los acontecimientos, y rogándole que se escapara para no ser detenido y fusilado. Dice el señor Venancio: “El padre del sacerdote vino a mi casa para encargarme que fuera a donde estaba su hijo y le comunicara esto; pero que le dijera que no volviera al pueblo”. Otro testigo asegura que “le hubiera sido fácil huir”, pero “dijo que su obligación era salvar a su padre y correr la suerte de los demás sacerdotes. Y se fue de prisa al pueblo”, corriendo para presentarse al Comité: “Vino con alegría. Esto lo sé por una vecina, llamada Teresa Expósito, que le encontró cuando iba a entrar en el pueblo y, al querer disuadirle, el siervo de Dios le dijo que iba precisamente a presentarse, sabiendo que iban a matarle”. Benigno Peris Seguer, uno del Comité “le salió al paso, era muy amigo de su familia. Le dijo que le podía salvar, y que a sus familiares no les pasaría nada, que era sólo para amenazarles. Martínez rechazó este ofrecimiento y le dijo que de antemano perdonaba a todos; le dio unos abrazos para sus familiares y el encargo de que perdonasen a sus asesinos”.

Los del Comité del pueblo querían, en general, salvar a Martín a toda costa. Quisieron valerse de una estratagema: convencer a los “forasteros”, a los del Comité de Alcañiz, que Martín era un estudiante y todavía no era sacerdote. Cuando llegó al Comité, “le preguntaron: -¿Eres tú Martín Martínez, el estudiante? Y él dijo que era Martín Martínez; pero que era sacerdote como los demás que tenían allí”. A mosén Martín le urgían dos cosas: salvar a su padre y poder dar la comunión por viático a sus hermanos sacerdotes antes del martirio: “estuvo minutos nada más en la cárcel”, en la ermita de Nuestra Señora del Buen Suceso, donde tenían encarcelado los milicianos a un grupo de seglares, que también fueron fusilados. Lo suficiente para dar a Cristo y comulgar él mismo. Lo había guardado para el día de su sepultura. Tan poco tiempo estuvo que, al llegar al pueblo el señor que le llevó recado con lo de su padre, ya oyó los disparos que mataban a las víctimas.

Sacaron a los sacerdotes del calabozo del Ayuntamiento y los llevaron caminando hasta la Plaza del Convento, muy cerca de la casa de mosén Martín. Allí había un camión, esperándolos. Benigno Peris, el miliciano, estaba allí también esperando, y se acercó a mosén Martín para decirle que había cumplido su encargo de dar un abrazo a sus padres y darles el consejo de que perdonaran a sus asesinos. “Él me dio un millón de gracias y me dijo que rogaría por mí desde el cielo. Ese mismo camión recogió después a los seglares que mataron ese día”. Muchos vieron el espectáculo de aquellos sacerdotes y seglares camino de la muerte. Los llevaron hacia el cementerio y allí, junto al camino, los mataron. Un miliciano que presenció la ejecución cuenta que a Martín Martínez, “cuando le dijeron, al ir a matarle, que se pusiera de espalda, contestó que quería morir de frente, y gritó en aquel momento: ¡Viva Cristo Rey!”. Eran las seis de la tarde. Minutos antes, el fotógrafo alemán Hans Gutmann Guster, que más tarde adoptaría el nombre de Juan Guzmán al vivir en México, le hizo las fotos aquí presentadas. Martín Martínez Pascual fue beatificado el 1 de octubre de 1995. EFE tiene las fotos erróneamente fechadas en Siétamo, localidad que apenas ha cambiado nada de entonces a hoy.

Google Maps viene en ayuda de la geografía martirial, y los dos montículos que se ven tras la cabeza del beato Martín son fáciles de identificar como los dos que atraviesa la actual carretera N-420/N-232 al oeste de Valdealgorfa, y el lugar desde donde se hizo la foto es la bifurcación donde en el mapa está el cartel TE-710 a la izquierda de la cual (derecha en la foto) sale el camino que sube al cementerio.