ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 11 de mayo de 2013

La frase del día

El verdadero amor supone siempre la renuncia a la propia comodidad personal.

Leon Tolstoi, escritor ruso (Yasnaia Poliana, 1828 - Astapovo, 1910).

 


Francisco papa

De Benedicto a Francisco, los treinta días que cambiaron la Iglesia
Algunos entretelones del cónclave contados por dos vaticanistas, Andrés Beltramo y César Mauricio Velásquez

El papa Francisco saludó a periodistas argentinos residentes en Roma
En la misa del sábado en Santa Marta pidió salir de sí mismos y para ello ver las llagas en Jesús, y en los hermanos necesitados

Testigos de la Fe

Los 800 mártires de Otranto, testigos fieles de Cristo
Entre los primeros santos canonizados por el papa Francisco

Comunicación

Skype y ''best practice'': dos ejemplos para uso pastoral
La creatividad al servicio de la evangelización

Libros

''La decisión de Pilato''
Una revisión novelada de la figura del prefecto romano que condenó a Jesús

SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA

San Ignacio de Láconi
«El padre santo»


Francisco papa


De Benedicto a Francisco, los treinta días que cambiaron la Iglesia
Algunos entretelones del cónclave contados por dos vaticanistas, Andrés Beltramo y César Mauricio Velásquez

Por H. Sergio Mora

ROMA, 11 de mayo de 2013 (Zenit.org) - Qué todo lo que sucede en el cónclave sea secreto, es sabido, entretanto que pasó en este período, cómo nació y se reforzó la candidatura del papa Francisco. Desde la renuncia de Benedicto XVI el 11 de febrero al 13 de marzo, elección del papa Bergoglio, la Iglesia cambió, pasando por un inusitado período de sede vacante, con papa un emérito, y la elección de un papa latinoamericano buscado en un país “en el final del mundo”.

El libro escrito por el vaticanista argentino Andrés Beltramo, de la agencia de noticias Notimex y de Vatican Insider; y del periodista colombiano, César Mauricio Velásquez, ex embajador colombiano ante la Santa Sede, analiza indicios, noticias y hechos e intenta dar respuestas.

El libro editado por Planeta indica que en el pre cónclave, o sea durante las Congregaciones Generales de los cardenales, las noticias que llegaron a los medios de prensa sobre presuntas o reales divisiones, reafirmaron la convicción entre los cardenales de la necesidad de no votar ni a un italiano ni a un europeo, por lo que algunos cardenales, africanos, asiáticos, latinoamericanos y estadounidenses desde el inicio votaron por Bergoglio.

Andrés Beltramo Álvarez era uno de los cuatro periodistas que seguían en la Sala de Prensa de la Santa Sede el Consistorio en que se pensaba se anunciarían solamente algunas canonizaciones.

Y relata, en una crónica completa y a flor de piel, los momentos históricos desde el mismo instante de la renuncia -que vivió en primera persona- hasta la elección de Jorge Mario Bergoglio en la Capilla Sixtina.

César Mauricio Velásquez, ex embajador ante la Santa Sede, narra algunos de sus encuentros y diálogos personales con el papa Benedicto XVI y desarrolla los temas fundamentales de su pontificado, así como las causas de su renuncia y el futuro de la Iglesia con el nuevo Papa Francisco.

Constituye una vivencia directa del pontificado de Benedicto XVI, el papa de las grandes decisiones, y de los asombrosos hechos que terminaron con la “fumata” blanca y la posterior aparición, ante el mundo, del primer pontífice latinoamericano.

Un relato organizado en cuatro capítulos, 225 páginas, 23 fotografías, publicado por Editorial Planeta en Colombia y que será distribuido en diferentes países de América Latina.

César Mauricio Velásquez.- Periodista de la Universidad de La Sabana. Redactor político de radio, prensa y televisión. Fue presidente del Círculo de Periodistas de Bogotá. Secretario de prensa de la Presidencia de la República de Colombia durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y embajador de su país ante la Santa Sede entre 2010 y 2012.

Andrés Beltramo Álvarez.- Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (México). Especializado en periodismo religioso por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma. Es corresponsal ante la Santa Sede de la agencia mexicana NOTIMEX y de La Red, estación de radio de Argentina. Escribe para el diario italiano La Stampa de Turín, en su sitio Vatican Insider y mantiene el blog Sacro&Profano.

Se puede adquirir en:

Colombia:

http://www.procodes.com.

http://www.linio.com.co/De-Benedicto-a-Francisco%3B-Los-30-dias-que-Cambiaron-la-Iglesia-83868.html.

Perú:

http://www.paulinas.com.pe.

Italia y resto de Europa:

http://www.libreriacoletti.it/libros-espanol/DE-BENEDICTO-A-FRANCISCO/9789584234780

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El papa Francisco saludó a periodistas argentinos residentes en Roma
En la misa del sábado en Santa Marta pidió salir de sí mismos y para ello ver las llagas en Jesús, y en los hermanos necesitados

Por H. Sergio Mora

CIUDAD DEL VATICANO, 11 de mayo de 2013 (Zenit.org) - El papa Francisco celebró esta mañana a las 7, en la capilla de la residencia Santa Marta su misa cotidiana. Terminada la celebración saludó a un grupo de 11 periodistas argentinos más sus familiares, todos ellos residentes en Roma, sea como corresponsales que pertenecientes a redacciones locales, entre ellos de ANSA, Clarín, CNN, La Nación, La7, Notimex y ZENIT.

Participaron también el embajador Juan Pablo Cafiero y su esposa. Otro hecho curioso fue que el sacerdote Antonio Pelayo, corresponsal de un medio argentino, y es director de la Associazione della Stampa Estera in Italia, acabó celebrando con el papa.

Los saludos fueron muy cordiales, y al papa la periodista Cristina Tacchini de Ansa, le entregó un poncho típico que le enviaron a Francisco desde la provincia argentina de Catamarca; y los hijitos de la corresponsal Elisabetta Piqué, le mostraron unos dibujos que habían hecho de la persona de Francisco, lo que acentuó la simpatía del papa. De hecho la presencia de los niños de los periodistas se hizo sentir también en la misa, cuando una pequeñita al inicio de la eucaristía balbuceaba “Francisco, Francisco”.

El papa tras saludar a los periodistas y familiares y decirles algunas palabras, siempre pedía: “Recen por mí”.

Recibió también un libro de fotos de la zona del norte de Italia de donde eran oriundos sus padres, una carta pidiendo por el sacerdote uruguayo desaparecido en 1977, Mauricio Silva; y una lista de gente enferma que le pedía oraciones. Y no faltó un enorme botín de fútbol, con las firmas de los jugadores brasileños.

En su homilía, siempre en tono tranquilo y muy dialogado, Francisco invitó a salir de sí mismos,

y para ello recordar las llagas de Jesús en el cielo, como sacerdote, y en la tierra reconocerlas en los hermanos necesitados, enfermos, ignorantes, pobres o explotados.

Citó por ello el evangelio del día, que invita a “rezarle al Padre en nombre de Jesús”. Precisó que la oración que nos aburre es la que “está siempre dentro de nosotros mismos, como un pensamiento que va y que viene”, y que “la verdadera oración es la de salir hacia el Padre en nombre de Jesús, un éxodo de nosotros mismos”, que se cumple “con la intercesión de Jesús que delante del Padre le hace ver sus llagas”.

El santo padre recordó que de todas las heridas que Jesús sufrió en la Pasión, solamente las llagas las llevó. “Cuál es la escuela en la que se aprende a conocer las llagas de Jesús, estas llagas sacerdotales de intercesión?, se preguntó. Y señaló: “Si nosotros no logramos salir de nosotros mismos hacia aquellas llagas, no aprenderemos nunca la libertad que nos lleva a la otra salida de nosotros mismos”.

Porque para salir hay dos salidas, “la primera hacia las llagas de Jesús y la otra hacia las llagas de nuestros hermanos y hermanas”. Palabras que encuentran confirmación en el evangelio de Juan: “En verdad, en verdad os digo que si piden algo al Padre en mi nombre Él se lo dará”.

“Las puertas están abiertas: Jesús yendo a lo del Padre dejó la puerta abierta”. No porque “se olvidó de cerrarla” sino porque “Él mismo es la puerta”.

E instó a rezar “con el coraje de quien nos hace saber que Jesús está delante del Padre”, y con la “humildad para reconocer y encontrar a las llagas de Jesús en los hermanos necesitados”.

“Que el Señor -concluyó el papa- nos de esta libertad de entrar en el santuario en donde Él es sacerdote e intercede por nosotros y lo que le pidamos al Padre en su nombre nos lo dará. Pero que nos de también el coraje de ir en ese otro santuario que son las llagas de nuestros hermanos y hermanas necesitadas, que sufren, que llevan la cruz y que aún no han vencido, como ha vencido Jesús”.

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Testigos de la Fe


Los 800 mártires de Otranto, testigos fieles de Cristo
Entre los primeros santos canonizados por el papa Francisco

Por Iván de Vargas

MADRID, 11 de mayo de 2013 (Zenit.org) - La Iglesia contará con 802 nuevos santos, tras la primera canonización que presidirá el papa Francisco este domingo en la Plaza de San Pedro. Se trata de los 800 mártires de Otranto, asesinados salvajemente por el ejército otomano en 1480, y de dos religiosas hispanoamericanas que trabajaron durante toda su vida al servicio de los más pobres y desvalidos: la madre Laura Montoya (1874-1949) y la Madre Lupita (1878-1963). Éste es uno de los grandes actos previstos en el Año de la fe.

Antonio Primaldo y compañeros

Antonio Pezzulla, llamado Primaldo, es el único nombre que ha trascendido de los ochocientos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de la pequeña ciudad italiana de Otranto, en la región de Apulia, cuya sangre fue derramada por su fidelidad a Cristo, durante una incursión del ejército otomano, el 29 de julio de 1480.

El martirio de Antonio Primaldo y compañeros se encuadra históricamente en el contexto bélico que dominó durante mucho tiempo las relaciones entre Europa y el Imperio Otomano. Tras la caída de Constantinopla en 1453, y el asedio de Belgrado en 1456, el emperador Mohamed II trató en vano la conquista de la isla de Rodas en 1479. Se dirigió entonces hacia el extremo de la costa de Italia, la más cercana a los puertos de Albania, ya bajo su dominio.

En manos del ejército otomano

Los turcos se acercaron a la ciudad de Otranto, con unas 150 naves y más de 15.000 hombres, conducidos por el Bajá Gedik Ahmed. La ciudad tenía 6.000 habitantes y había sido abandonada por las milicias aragonesas, empeñadas en Toscana. Apenas comenzado el asedio, que duró unos 15 días, se les intimó la rendición como renuncia a la fe en Cristo y conversión al Islam. Al ser rechazada, bombardearon la ciudad, que cayó en manos de los invasores el 12 de agosto. El ejército enardecido masacró sin piedad a quien se ponía a golpe de cimitarra.

Llegando a la catedral, donde se habían refugiado una buena parte de los habitantes, los otomanos derribaron la puerta y cercaron al arzobispo Stefano Pendinelli, que estaba celebrando la Santa Misa y distribuyendo la Eucaristía a los presentes. Monseñor Pendinelli fue horriblemente despedazado en el acto. Junto al prelado, mataron a los canónigos, religiosos y demás fieles que se encontraban en el templo.

Antes la muerte que la apostasía

Al día siguiente, el Bajá ordenó que llevaran a todos los supervivientes al campamento turco, unos 800 hombres, y se les obligara a apostatar. Antonio Primaldo, un humilde tundidor de paños, respondió firme e inmediatamente en nombre de todos: “ellos consideraban a Jesucristo como Hijo de Dios, su Señor y Dios verdadero; y preferían mil veces morir antes que renegarlo y hacerse musulmanes”. El comandante Ahmed ordenó entonces su ejecución.

Jóvenes, adultos y ancianos fueron conducidos con sogas al cuello y con las manos atadas a la espalda a la colina de la Minerva, a las afueras de la ciudad. Antes del martirio, se confortaban los unos a los otros.

Antonio Primaldo, primero en sufrir la decapitación, prodigiosamente se puso de pié y permaneció así, inmóvil, hasta el final de la matanza. El milagro impactó a uno de los verdugos, Berlabei, que tiró su cimitarra, se confesó cristiano y tuvo que soportar entonces ser empalado.

Los cuerpos inertes quedaron a la intemperie durante un año en el lugar del suplicio, donde fueron encontrados incorruptos por las tropas enviadas para liberar Otranto. En junio de 1481, los restos fueron llevados a la iglesia cercana “a la fuente de la Minerva” y trasladados el 13 de octubre siguiente a la Catedral. A comienzos de 1500 se erigió una capilla dentro de la Catedral para acoger definitivamente las reliquias, meta constante de peregrinaciones.

Reconocimiento popular

Antonio Primaldo y sus compañeros fueron de inmediato reconocidos mártires por la población y cada año la Iglesia local, el 14 de agosto, celebra devotamente su memoria. El 14 de diciembre de 1771 fue emanado el decreto de confirmación del culto ab immemorabili tributado a los mártires.

En 1988 fue nombrada por el entonces arzobispo de Otranto, monseñor Vincenzo Franco, la comisión histórica. En los años 1991-1993 se realizó la investigación diocesana, reconocida válida por la Congregación para las Causas de los Santos el 27 de mayo de 1994. Y el 6 de julio de 2007, Benedicto XVI aprobó el decreto con el que se reconocía que los Beatos Antonio Primaldo y compañeros habían sido asesinados por su fidelidad a Cristo.

Canonización

“Nuestra diócesis esperaba este momento desde hace tiempo --escribe el arzobispo de Otranto, monseñor Donato Negro--. En una época de crisis profunda, la inminente canonización de nuestros mártires es una fuerte invitación a vivir hasta el fondo el martirio cotidiano, hecho de fidelidad a Cristo y a su Iglesia”. El milagro reconocido, necesario para el citado decreto, se refiere a la curación de un cáncer de Sor Francesca Levote, religiosa profesa de las Hermanas Pobres de Santa Clara.

Benedicto XVI fijó la fecha de canonización en el Consistorio Ordinario Público del pasado 11 de febrero. Será este domingo, día 12 de mayo, y la presidirá el papa Francisco. 

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Comunicación


Skype y ''best practice'': dos ejemplos para uso pastoral
La creatividad al servicio de la evangelización

Por Jorge Enrique Mújica

ROMA, 11 de mayo de 2013 (Zenit.org) - Se llama Eric Whitacre y en 2010 logró un hecho hasta entonces nunca antes realizado: reunir un coro de 185 cantantes de 12 diferentes países. Dicho así no habría mucha novedad. La hazaña fue que el coro era virtual y que el medio utilizado fue Skype. Los más de 3.000 videos que pueblan hoy YouTube recuerdan un poco la proeza que, para 2012, logró congregar (desde sus propios ordenadores) a 3.746 cantantes de más de 70 países. Uno de los retos más recientes fue un concierto en vivo vía la web (puede conocerse la historia del coro virtual en este enlace).

La posibilidades de las diferentes plataformas de redes sociales están abiertas al ingenio de quienes desean aprovecharlas con las propias ideas de uso. El caso de Eric es emblemático pero en un ámbito propiamente confesional católico también han existido algunas iniciativas que han sabido exprimir Skype desde una óptica pastoral.

«Here2Pray International» (http://here2pray.com) nació en mayo de 2011 en México. Se trata de una comunidad de jóvenes que diariamente rezan el Rosario usando el sistema Free conference de Skype. Todos los días, a las 22:00 horas (horario de México) decenas de jóvenes de diferentes países se conectan para rezar aprovechando este medio. Al rezo del Rosario sigue una reflexión evangélica, una breve predicación en torno a la reflexión y se cierra el encuentro con dos canciones de adoración al Señor.

Si los fieles no pueden ir al predicador, por qué no traerlo por medio de Skype

Fue también en 2011 que un laico australiano, al constatar el vacío de formación en torno a la pastoral dirigida a adultos jóvenes, se dio a la tarea de querer llevar a Australia a sacerdotes que pudieran ayudar para cubrir esa necesidad. Pero invitar a un orador para viajar desde otro país, incluso desde otro lugar de Australia, suponía un enorme trabajo e inversión de dinero. Fue entonces que pensó: ¿por qué no traer la audiencia para que escuchen al predicador? Y así nacieron las sesiones de formación por Skype, una mezcla de talentos on line, como lo definió el mismo Andrew Devereux.

«El evento se inicia con una oración y cuando los invitados están sentados sólo se percibe una vela parpadeante puesta en una pequeña imagen de la Virgen de Guadalupe, y es cuando el orador en turno llama por Skype y hace su aparición en la pantalla de la televisión», explica Andrew. Después, los huéspedes pueden disfrutar de una pizza hecha en casa por Angela –la esposa de Andrew–, y una botella de vino tinto, para facilitar la "discusión del tema", comenta Andrew.

En marzo de 2012 comenzaron a tener de modo periódico las sesiones de formación ofrecidas por parte de sacerdotes que trabajan en Polonia, Irlanda y Estados Unidos. Y aunque no es una bilocación, los esfuerzos por medio de Skype están dando formación a jóvenes matrimonios australianos. Ciertamente la fe y la espiritualidad son temas importantes en esas sesiones, pero no son los únicos. Han sido invitados oradores de diversas realidades culturales para que el público pueda sentirse motivado a usar su talento para el arte y la cultura, así como para el crecimiento espiritual y para fomentar la evangelización.

«Podríamos decir que es una reminiscencia de las primeras comunidades cristianas», dice Andrew. «Y aunque san Pedro y san Pablo no tenían la tecnología que tenemos hoy en día, puede recrearse la misma intimidad para maximizar los efectos que el Espíritu Santo quiera realizar a través de nosotros, sus instrumentos».

En el Mensaje para la Jornada Mundial para las Comunicaciones Sociales 2013 Benedicto XVI recordaba que «muchas personas están descubriendo, precisamente gracias a un contacto que comenzó en la red, la importancia del encuentro directo, de la experiencia de comunidad o también de peregrinación, elementos importantes en el camino de fe». Como se puede notar, con un poco de ingenio, Skype también brinda estas posibilidades.

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Libros


''La decisión de Pilato''
Una revisión novelada de la figura del prefecto romano que condenó a Jesús

Por Redacción

MADRID, 11 de mayo de 2013 (Zenit.org) - El juicio probablemente más célebre de la historia puede ser visto por un experto en aplicar la ley desde un ángulo muy diferente al que ha sido habitual a lo largo de los siglos. Es lo que le ha sucedido al autor de La decisión de Pilato, un magistrado que ha tratado de dar respuesta, con una investigación, convertida en relato novelado, a una serie de interrogantes sobre el prefecto romano que condenó a Jesús.

¿Cuál era el cargo de Pilato y cuáles sus funciones? ¿Cómo es que San Juan Bautista fue ejecutado sin la autorización de los romanos, y sin embargo para matar a Jesús sí era necesaria? ¿Sabías que Pilato no actuó en solitario, sino como presidente de un tribunal? ¿Qué le impulsaba a salvar a Jesús, y por qué al final no lo hizo?

¿Por qué quebrantó la ley romana que obligaba a quemar el cadáver, y permitió que le fuese entregado a María, posibilitando así la prueba posterior de la Resurrección? ¿Por qué se mantuvo incólume la túnica sagrada, que los soldados respetaron? ¿Sabías que la guardia que custodió el sepulcro no era romana, como suele creerse, sino una guardia judía del Templo?

A todas estas preguntas trata de dar respuesta la novela La decisión de Pilato, de Juan Ignacio Moreno-Luque. Un relato basado en una minuciosa investigación y revisión de algunos lugares comunes que el tiempo ha ido depositando en torno a la figura de uno de los personajes más denostados de la historia.

El autor, que es magistrado, desde su posición de jurista, basa su novela en un minucioso análisis desde el punto de vista científico, del juicio más célebre y trascendental para los seguidores de Jesús, situándose en el contexto histórico en que se produjo el proceso.

La decisión de Pilato tiene cuatro componentes básicos. Una parte de trabajo histórico, que enmarca la figura de Pilato y sus circunstancias en el tiempo que le tocó vivir, imprescindible para entender la tesis del autor. Una parte jurídico-procesal, otra religiosa, extrayendo y resaltando el sentido religioso de hechos que por sí solos no tendrían ninguna transcendencia y, finalmente, todo ello conducido a través de la trama novelada.

Juan Ignacio Moreno-Luque Casariego (Oviedo, 1958) ha ejercido su profesión de magistrado en varias ciudades españolas, estudió teología y es miembro del Centro Español de Sindonología. Ha sido colaborador en España de la cadena católica de radio y televisión estadounidense EWTN.

Para saber más: www.edicionesdebuenatinta.com.

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SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA


San Ignacio de Láconi
«El padre santo»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 11 de mayo de 2013 (Zenit.org) - Este humilde lego, que fue un dechado de virtudes, nació en Láconi, Cerdeña, el 18 de diciembre de 1701. Era el segundo de nueve hermanos. Crecieron en un hogar falto de recursos materiales, pero de gran riqueza espiritual. En el bautismo le impusieron tres nombres: Francisco, Ignacio y Vicente, prevaleciendo en su familia éste último. Del cielo llovieron a través de él tal cúmulo de gracias que, como han dicho algunos de sus biógrafos, se convirtieron también en su martirio en vida, y «estorbo» tras su muerte para el reconocimiento de su santidad. Su madre, devotísima de san Francisco, le narraba su biografía y milagros, y Vicente se entusiasmó con él, haciendo sus pinitos para imitarle. Una vez más, las enseñanzas maternas eran vía segura para alentar el camino de una gran vocación. Este hijo que la escuchaba embelesado poniendo de manifiesto la sensibilidad y ternura por lo divino no dejaba a nadie indiferente. Llamaba la atención no solo de su familia sino también del vecindario. Le conocían entrañablemente como «il santarello» (el santito). Esta aureola de virtud le acompañaría el resto de su vida. Su padre era labrador y pastor, y él siguió sus pasos. La oración y el ayuno que realizaba eran tan intensos que su organismo decayó y saltaron las alarmas en su entorno porque era de constitución débil y enfermiza.

Al inicio de su juventud barajó la opción de la vida religiosa, pero estaba indeciso y dejó aparcada la idea. Sin embargo, a los 17 años se le presentó una grave enfermedad, que casi le cuesta la vida, y prometió a Dios que si sanaba ingresaría en la Orden capuchina. Recobró la salud, y durante dos años relegó al olvido su promesa. Hasta que un día se encabritó su caballo, y alzó la voz desencajado pidiendo a Dios socorro, al tiempo que renovaba el compromiso que le hizo, que esta vez fue definitivo. Tenía 20 años y un aspecto tan deteriorado que el provincial no quiso admitirle pensando que no soportaría la dureza de la vida conventual. Vicente no se desanimó. Por mediación de sus padres obtuvo la recomendación del marqués de Láconi, y en 1721 se integró en la comunidad de San Benito, de Cagliari, cumpliéndose su anhelo. El noviciado requería temple, ciertamente. Pero él ya sabía lo que era el ayuno y la penitencia. Ahora bien, tomó con tanto brío las mortificaciones que estuvo a punto de caer desfallecido. No había medido adecuadamente sus fuerzas y acudió a María: «Madre mía, ayúdame, que ya no puedo más». Ella le acogió y le instó a seguir adelante con renovado ímpetu: «Animo, fray Ignacio; acuérdate de la pasión dolorosa de mi Hijo divino; y lleva tú también tu cruz con paciencia». El hecho fue que en sesenta años de consagración no volvió a experimentar tal fatiga. Emitió los votos en 1722 y siguió progresando en el amor a base de oración continua, silencio y vivencia de las virtudes evangélicas. En su día a día no hubo hechos extraordinarios, pero se distinguió por su heroicidad en la perfección buscando la unión con Dios. Vivía maravillosamente la pobreza. Tan desasido estaba de todo que hasta le delataba el penoso estado del hábito y de sus maltrechas sandalias que le provocaban sangrantes heridas en los talones.

Pasó por varios conventos y al final fue trasladado al de Buoncammino, en Cagliari. Había sido antes cocinero, y en este último destino comenzó trabajando en el telar, hasta que los superiores le encomendaron la labor de limosnero, recolector de alimentos y proveedor de las necesidades materiales de la comunidad. La gente le estimaba porque veían en él al verdadero discípulo de Cristo. Se mezclaba con los que estaban en las tabernas y plazas del puerto movido por el afán de socorrer a los pobres, y ayudar a tantos pecadores que se convirtieron con su ejemplo. Era paciente, agradecido, amable; poseía las cualidades del buen limosnero. Con su prudencia conquistó el alma de un rico usurero y prestamista que se sorprendió de que nunca le pidiese nada, pasando reiteradamente por alto ante su puerta. Un día, cuando el santo acudió a casa del comerciante, como le indicaron sus superiores, recogió un cargamento de bienes que por el camino se convirtieron en una masa sanguinolenta. Al llegar al convento, dijo: «Vea, reverendo padre, vea la sangre de los pobres amasada con los robos y con la usura de aquel hombre: esas son sus riquezas...». Extendiéndose el prodigio por la ciudad, el especulador se arrepintió de su avaricia, se desprendió de sus bienes y no comerció más con los ajenos.

Ignacio intentaba ocultar las gracias que Dios le otorgaba con estratagemas que, seguramente, dieron lugar a que muchos le consideraran una especie de mago. A veces, recurriendo incluso a remedios naturales hacía creer que las curaciones milagrosas eran en realidad fruto de las últimas fórmulas de la medicina. En medio de los hechos sobrenaturales que se le atribuyen, su vida, como la de todos los santos, estuvo amasada de íntimas renuncias; por su conducta cotidiana fue reconocido como hombre de Dios. Los ciudadanos de Cagliari lo denominaron «el padre santo», un calificativo atestiguado por contemporáneos suyos. José Fues, pastor protestante que residía en la isla, en una misiva enviada a un amigo germano le decía: «Vemos todos los días dar vueltas por la ciudad pidiendo limosna un santo viviente, el cual es un hermano laico capuchino que se ha ganado con sus milagros la veneración de sus compatriotas». En 1779 perdió la vista y llenó su quehacer con la oración. Supo de antemano la hora de su deceso, lo cual le permitió dispensar a los religiosos de su presencia ante su lecho, rogándoles que fuesen a Vísperas. Falleció a los 80 años el 11 de mayo de 1781 con fama de santidad entre las gentes que le habían aclamado por sus numerosas virtudes. Los prodigios, que tan bien conocían, se multiplicaron tras su muerte. Pío XII lo beatificó el 16 de junio de 1940, y lo canonizó el 21 de octubre de 1951.

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