15.04.13

 

Dicen tener el apoyo de unos 1.000 sacerdotes en Irlanda y EEUU, unos 700 en Alemania, más de 540 en Suiza, contactos con Iberoamérica, en especial con Brasil, y con África. Y están todos capitaneados por el austriaco Helmut Schüller.

¿Qué quieren? Pues básicamente que la Iglesia Católica deje de ser católica y ortodoxa. Ya he analizado en post anteriores sus propuestas (p.e 1 y 2), así que no tiene sentido que lo vuelva a hacer. Pero, y sin que esto sirva de precedente, le voy a dar la razón en algo. Si la Iglesia no se reforma, perderá fieles. Ahora bien, hay dos tipos de reformas posibles:

1- La que propone Schüller y su gente. O sea, profundizar en la “modernización” de la Iglesia adaptándola al espíritu del mundo, de tal manera que se produzca una ruptura radical con veinte siglos de tradición.

Dice este señor que hay que comparar el alejamiento de la Iglesia con sus feligreses con la cercanía y la accesibilidad que hace que los cultos evangélicos ganen terreno en Iberoamérica. Estoy de acuerdo en que hay que hacer esa comparación. Pero el resultado de la misma es el opuesto. Por ejemplo, allá donde tesis similares a las de Schüller se han impuesto, el catolicismo se ha desplomado y el protestantismo evangélico ha ocupado su lugar. Es decir, la heterodoxia daña mortalmente al catolicismo dondequiera que se permita que se extienda.

Además, no parece que las parroquias “modelo Schüller” estén abarrotadas de fieles. Es decir, a pesar de que los pastores han permitido que estos señores sigan siendo sacerdotes - ¿temor a que el cisma de facto se convierta en de iure? -, no se ha conseguido parar la sangría de católicos en sus países. Y es que, se quiera o no, la gente no busca en la Iglesia un sucedáneo de lo que le da el mundo. Para eso, se queda en el mundo y no acude a los templos. Ni siquiera para casarse.

2- La que se propone desde un blog de este portal: Reforma o apostasía. Como quiera que ya van más de 200 posts sobre la cuestión, no puedo resumir adecuadamente en qué consistiría dicha reforma. Pero básicamente se trataría de que la Iglesia fuera más fiel al Señor y, por tanto, a sí misma. En otras palabras, lo que muchos queremos es que a la Iglesia que peregrina por los inicios del tercer mileno no se le pueda aplicar las palabras de Cristo en el Apocalipsis:

Pero tengo algo contra ti: que toleras ahí a quienes siguen la doctrina de Balam… Así también toleras tú a quienes siguen de igual modo la doctrina de los nicolaítas.
(Ap 2,14-15)

y

Pero tengo contra ti que permites a Jezabel, esa que a sí misma se dice profetisa, enseñar y extraviar a mis siervos
(Ap 2,20)

Cambien ustedes Balam por Schüller, Masiá, Queiruga y a Jezabel por Forcades, Caram, etc, y tienen lo mismo. Hoy, como en el primer siglo, en muchas iglesias locales, o nacionales, se permite que la herejía campe a sus anchas en contra de la voluntad de Cristo. Y cuando se deja que la herejía haga estragos, la apostasía está a la vuelta de la esquina. Cosa que ya ha ocurrido en Europa y puede ocurrir en el resto del orbe católico.

Por tanto, toca elegir qué camino recorrer. El de la reforma hacia el abismo o el de la reforma hacia las fuentes del catolicismo. Ciertamente se puede optar por dejar todo como está. Pero es cuestión de tiempo que choquen los dos trenes. El de los heterodoxos modernos y el de los que somos católicos. Como en su día chocamos con los arrianos. Como en su día chocamos con los protestantes. La diferencia es que en ambos casos, ni los arrianos ni los protestantes pretendieron seguir siendo parte de la Iglesia. Hoy sí lo pretenden. La lucha hoy no es tanto contra la herejía como contra el peligro de que la misma secuestre el alma de la Iglesia, la esencia del catolicismo. A menos que estemos en los tiempos de la gran apostasía final previa a la Parousía -cosa no descartable-, tal hecho no será posible. La verdad católica volverá a triunfar sobre las tinieblas del error. Pero en el camino, en medio de esa batalla, son muchas las bajas. Es muy alto el precio en almas perdidas que se está pagando por no acometer la verdadera reforma que la Iglesia necesita. Que no es solo la de la Curia, aunque también.

Luis Fernando Pérez Bustamante