CARTA DEL OBISPO

ANTE EL DÍA DEL SEMINARIO

"Necesidad de las vocaciones sacerdotales"

 

 

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SANTANDER | 03.02.2013


            Queridos sacerdotes, diáconos, seminaristas, miembros de vida consagrada y  fieles laicos:

            Todos los años en torno a la fiesta de San José, el esposo fiel de la Virgen María y custodio del Redentor, celebramos el Día del Seminario. En nuestra Diócesis de Santander lo celebraremos el domingo, 17 de marzo. En esa fecha tres seminaristas, Alejandro, Ricardo y Adrián, recibirán de mis manos de Obispo el sagrado orden del Diaconado, paso previo a la ordenación de sacerdotes. ¡Damos gracias a Dios por este gran regalo a nuestra Diócesis y felicitamos a los ordenandos, a sus familias y al Seminario de Monte Corbán!

            El lema del Día del Seminario de este año es: Sé de quién me he fiado (2 Tim 1, 12). En el contexto de esta frase, San Pablo invita a su discípulo Timoteo a revivir el don de la ordenación y a dar testimonio valiente del Evangelio. Es la gran certeza de que el sacerdote se fía totalmente del Señor, que le llama, consagra y envía. El sacerdote cree en el amor que Dios le tiene (cfr. 1 Jn 4, 16); se apoya en el cayado del Buen Pastor (cfr. Ps 22).

Necesidad. Las vocaciones sacerdotales son necesarias en la Iglesia, porque “sin sacerdotes la Iglesia no podría vivir aquella obediencia fundamental que se sitúa en el centro mismo de su existencia y de su misión en la historia, esto es, la obediencia al mandato de Jesús: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19) y “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19; cff. 1 Cor 11, 24), o sea, el mandato de anunciar el Evangelio y de renovar cada día el sacrificio de su cuerpo entregado y de su sangre derramada por la vida del mundo”[1].

“El problema del número suficiente de sacerdotes afecta de cerca a todos los fieles, no sólo porque de él depende el futuro religioso de la sociedad cristiana, sino también, porque este problema es el índice justo e inexorable de la vitalidad de la fe y amor de cada comunidad parroquial y diocesana, y es testimonio de la salud moral de las familias cristianas. Donde son numerosas las vocaciones al estado eclesiástico y religioso, se vive generosamente de acuerdo con el Evangelio”[2].

Urgencia. El tema reviste, además, una urgencia especial, porque estamos atravesando una crisis persistente de vocaciones al sacerdocio en el Seminario, una especie de travesía del desierto, que constituye una verdadera prueba en la fe tanto de los pastores como de los fieles. Hemos de ser realistas y tener el valor de reconocer que la sequía vocacional, además de ser fruto de múltiples causas reales de tipo demográfico, económico, social, cultural, religioso, institucional, etc., responde también a deficiencias de nuestra vida personal, a la debilidad en la fe de nuestras comunidades parroquiales y religiosas, a omisiones y falta de interés en nuestra acción pastoral.

Ante esta situación que nos preocupa, aunque no nos angustia, porque la falta de vocaciones es ciertamente la tristeza de cada Iglesia, la pastoral vocacional exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo vigor y decidido empeño por todos, especialmente por los sacerdotes[3].

Cultura vocacional. Para hacer frente al problema de las vocaciones hace falta acrecentar nuestra esperanza en la fidelidad de Dios, que nos dará pastores según su corazón (cfr. Jer 3, 15) y confiar en la gracia Dios, suplicando al dueño de la mies que envíe obreros a su mies (cfr. Lc 10, 2). Pero, por nuestra parte se requiere crear una  cultura vocacional, es decir, cultivar el campo favorable para que la semilla de la vocación arraigue, crezca y florezca. Este campo viene caracterizado por la gratitud, la apertura a lo trascendente, la disponibilidad para el servicio, el afecto, la comprensión, el perdón, la responsabilidad, la capacidad de tener ideales, el asombro y la generosidad en la entrega.

La cultura vocacional nos urge a todos, obispo, sacerdotes, religiosos y fieles laicos a  un compromiso coral. Nadie puede inhibirse.

Compromiso alegre. La cultura vocacional requiere el ejemplo y el testimonio alegre de los sacerdotes, que sepan y quieran guiar a los niños, adolescentes y jóvenes como compañeros de viaje. Sacerdotes que propongan a los futuros pastores con alegría y valentía la belleza de la vocación sacerdotal. Sacerdotes que muestren la fecundidad de una vida entusiasmarte, que da plenitud a la propia existencia, por estar fundada en Dios que nos amó primero (Cf. 1 Jn 4, 19). San Juan de Ávila, patrono del clero secular español y nuevo doctor de la Iglesia universal, escribía a los sacerdotes: “Lo que se os puede decir, hermanos, es que si sois clérigos, habéis de vivir, hablar y tratar y conversar, de tal manera que provoquéis a otros a servir a Dios”[4]. Así el testimonio alegre será fuente de nuevas vocaciones al sacerdocio y la pastoral vocacional se convertirá en preocupación por dejar sucesores.


 

+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander

 

 


[1]  PDV, 1.

[2] Pablo VI, Radiomensaje, 11 de abril 1964.

[3] Cfr. PDV, 34.

[4]  San Juan de Ávila, Plática 6.