14.02.13

México, una herida en la cabeza y la renuncia del Papa

A las 9:55 AM, por Andrés Beltramo
Categorías : Benedicto XVI

¿Cuál es la verdadera razón de la sorpresiva renuncia de Benedicto XVI? Es la pregunta que todos se hacen, una y otra vez, tratando de encontrar explicaciones a una decisión incomprensible, al menos con los datos hasta ahora conocidos. A los más parece no bastarles las contundentes palabras del Papa, en las cuales refirió una creciente falta de vigor físico y espiritual. Pero una revelación de última hora puede dar nuevas pistas. Una historia que incluye a México, una herida en la cabeza y un Joseph Ratzinger cada vez más consciente de su fragilidad.

La mañana del 25 de marzo de 2012 el líder católico tenía una cita en el Parque Guanajuato-Bicentenario. Una inmensa explanada a los pies del Cerro del Cubilete, en cuya cumbre se alza la gran estatua del Cristo Rey. Esa mañana, al despertar, el Papa tenía sus cabellos blancos manchados de sangre. La madrugada anterior había sufrido un accidente en la habitación que ocupaba en la sede del Colegio Miraflores de León.

Como lo revela hoy el colega Andrea Tornielli en el diario La Stampa, sus colaboradores le preguntaron qué había ocurrido. Él dijo que no se había caído, sino que había chocado contra el lavatorio algunas horas antes. Se había levantado para ir al baño y, como ocurre cuando uno se despierta en la madrugada en un ambiente no habitual, no había encontrado inmediatamente el interruptor de la luz y entonces se movió en la oscuridad.

Entre otras cosas la almohada estaba manchada de sangre y algunas gotas habían caído sobre la alfombra. Todo se hizo desaparecer rápidamente, la alfombra se limpió. Pero no se trataba de una herida ni profunda ni preocupante. La zona interesada estaba bajo el solideo blanco y estaba bien oculta bajo los cabellos del pontífice. No habían parches visibles, y por eso se prefirió no difundir la noticia.

Más tarde ese día el obispo de Roma pasaría una jornada inolvidable, como él mismo confió en diversas ocasiones. Primero, a bordo de un helicóptero, sobrevoló el Cubilete y luego, en papamóvil, tuvo un verdadero “baño de multitud”. Todos recuerdan su imagen portando sonriente un sombrero de charro. Ahora sabemos que, ahí abajo, estaba la herida.

Pero Benedicto XVI no se lamentó en lo absoluto. Tampoco tuvo problemas en usar la mitra. Todo salió bien y sólo en la noche, al regreso a la residencia de las religiosas, se medicó de manera más cuidadosa.

“Aquel día, después de la cena, me refirieron el intercambio de frases entre el pontífice y su médico personal, mientras curaba la cabeza del Papa, el doctor Patricio Polisca había comentado: ¿Lo ve, Santo Padre, por qué soy muy crítico sobre estos viajes?. Benedicto XVI, con aquel hilo de ironía que quien convive con él conoce, respondió: Yo también soy crítico”. Este relato de aquel prelado parte de la delegación papal es una clave para comprender por qué “L’Osservatore Romano” sostuvo que la decisión de la renuncia estaba tomada desde hace casi un año atrás.

Claro, en eso los mexicanos no tuvieron nada que ver. Ni los cubanos. Se trataba de una cuestión ligada estrictamente a la ancianidad del pontífice. Por eso, la misma fuente aclaró que “el Papa tenía mucho interés en el abrazo con el pueblo mexicano, con las multitudes de fieles de aquel gran país que fue el primero en haber recibido a su predecesor en el inicio del pontificado. Pero sabía también que no tenía la fuerza física para soportar estos largos periplos, el cambio de huso horario, la carga de empeños públicos”.

Para quienes acompañaron al líder católico, aquel episodio no había pasado de ser un simple incidente. Hoy lo valoran de modo distinto. Entre otras cosas porque algo similar había ya ocurrido en Introd, en la norteña región italiana de Valle de Aosta, durante las vacaciones de 2009. En la madrugada entre el 16 y el 17 de julio el Papa cayó en su habitación y se fracturó la muñeca derecha. Salvo la intervención quirúrgica de emergencia, la cosa quedó ahí.

Estos dos episodios parecen ser el botón de muestra de una persona que, llegada la tercera edad, comienza a advertir seriamente que su cuerpo no trabaja al ritmo de su mente. Una situación para nada secundaria. Porque otros elementos eran señales de alarma: la artrosis en la pierna derecha que obligó al Papa primero a usar bastón y, después, a ser trasladado con la plataforma móvil. El evidente encorvamiento de su cuerpo, las dificultades en los ojos, la voz ronca y un antiguo marcapasos. Pruebas de un declino físico no indiferente.

Como buen alemán, al tomar nota de su estado general Joseph Ratzinger decidió dar el paso para evitar convertirse en un peso para su equipo cercano y para toda la Iglesia universal. Una situación inevitable. Un gesto de nobleza poco común.