12.02.13

Un amigo de Lolo - Saber lo que hacer en todo momento

A las 1:21 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Un amigo de Lolo

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

¡Qué claras son las huellas del paso de Dios por nuestras vidas! Entonces ¿por qué tratas, en vano, de borrarlas con tu vivir?

Y, ahora, el artículo de hoy.

Presentación

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Saber lo que hacer en todo momento

“Conciencia: campana que repica a gloria en los actos de Bien o tañen a muerto en los remordimientos”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (789)

Como es lógico pensar y nadie se llevará a engaño si decimos que hacer siempre las cosas bien y llevar todos nuestros mundanos asuntos de forma que cumplamos siempre con la voluntad de Dios no es fácil, lo bien cierto es que en tales realidades también contamos con la asistencia del Creador.

No iba a dejarnos el Todopoderoso, a su descendencia al albur de nuestras decisiones sin un algo que impidiera que en muchas ocasiones lleváramos nuestros pasos por caminos más que equivocados que no nos conducen, precisamente, al definitivo Reino de Dios.

Tenemos, por eso, conciencia. Ha de ser un regalo de Dios el propiciar, en nosotros, no alejarnos mucho de Quien nos creó y nos mantiene en su creación. Y eso lo hace Yavhé de una forma casi inapreciable para nosotros. Es más, podemos decir sin temor a equivocarnos que en demasiadas ocasiones, en efecto, no apreciamos lo que, curiosamente, no conviene a nuestro gusto y egoísmo particular.

Solemos oír hablar de la “voz de la conciencia” como si fuera una especie de Pepito Grillo que estuviera martilleando en nuestro entendimiento para llevarnos por aquí o por allí; un, a modo, de no dejarnos nunca en paz con lo bien que estamos dando satisfacción a nuestro ego, por ejemplo.

En realidad, saber que tenemos conciencia es mantener, en nosotros, la huella de Dios y hacerla efectiva. Por eso, como dijo en una vez san Pablo, si incluso los gentiles tienen la ley de Dios escrita en sus corazones (aunque no conozcan, siquiera, la existencia del Creador) y la cumplen aún sin saber que hacen lo que es voluntad de Dios, no podemos decir nosotros, que nos gloriamos de ser hijos, ¡Hijos, pues lo somos!, dice San Juan, que no tenemos nada que nos impulse a cumplir la citada voluntad. Lo llamamos conciencia.

La conciencia, para un creyente católico, es una extraordinaria ayuda porque, sin saber exactamente cómo sucede, el caso es que sucede, nos pasa y nos acaece, que ante determinada situación hay, en nuestro interior, un aviso acerca de si es sí o si es no lo que tenemos que hacer, decir o mantener. Y a eso bien lo podemos llamar voz de Dios alojada en nuestra conciencia.

Es bien cierto, por otra parte, que al ser la conciencia ajena a toda manipulación humana (es la que es, digamos) no podemos decir eso de que es posible que tengamos la conciencia sucia sino, en todo caso, que ensuciamos nuestra vida por no seguir, precisamente, a nuestra conciencia.

Tenemos, pues, libertad de conciencia en el sentido de que, en efecto, podemos seguir los mandatos de Dios o no hacerlo pero, en realidad, nunca tal libertad será más nuestra que cuando mostramos asentimiento a lo que el Creador quiere de nosotros. Entonces, sólo entonces, las campanas de las que habla Lolo suenan con toda su fuerza en nuestro corazón. Seguro que, entonces, habremos hecho bien el Bien y ahuyentado bien al Mal.

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán