10.02.13

 

Seis de la tarde en la parroquia. Estoy abriendo las puertas porque en media hora comienzan los bautizos. En ese momento una señora mayor con dos niños que vienen a los bautizos me pregunta que si pueden pasar ya. Mi respuesta: si es para rezar, sí.

No sabemos estar en los templos y me temo que no sabemos estar en ningún sitio. A los cinco minutos de haber entrado en la capilla del Santísimo, los niños estaban corriendo y la señora había encontrado una amiga con la que charlar tranquilamente. Insistí. Silencio total en el templo y en esta capilla de manera especial: aquí está el sagrario. Cinco minutos más tarde los niños, además de correr, habían decido jugar al escondite en los confesionarios con la mayor indiferencia por parte de la abuela. Evidentemente, los eché a todos mientras aguantaba los reproches de la señora porque ya sabe, son niños.

Tenemos un serio problema de saber estar en un templo católico. Mucha gente confunde el templo con el teatro donde se desarrolla una función, de forma que hasta que comienza el espectáculo todo es posible: se habla, se cuchichea, se saluda a los parientes.

Creo que tenemos un problema de fondo en todo esto que es el haber perdido lo que toda la vida se llamó la buena educación, el saber estar. Una persona mínimamente educada sabe comportarse en un templo, el teatro, el cine, una conferencia o un concierto. Pero… Hemos pasado un tiempo en el que la buena educación, eso de las buenas costumbres, se consideró que era algo que coartaba la libertad del individuo y se acabaron las normas más elementales de educación. No es extraño que hable en un templo un niño que no tiene problema en interrumpir por las bravas una conversación entre adultos sabiendo que en ese momento, en lugar de una corrección lo que consigue es que todos callen para atender inmediatamente al mocoso. Tampoco lo es que grite un adulto de esos que dicen a mí me da igual, yo hago lo que me da la gana.

Hace unas semanas estuve en el auditorio nacional escuchando nada menos que el Mesías de Haëndel. Pues durante la interpretación me tocó soportar el sonido de varios móviles y hasta alguien que respondió a la llamada. Por eso afirmo que es un problema de mala educación generalizada.

Otra cosa es lo que se pueda hacer en un templo católico. En celebraciones muy especiales como primeras comuniones o bodas, desgraciadamente poco. Se pueden colocar carteles en la entrada y dar algún pequeño aviso. En celebraciones cotidianas como las misas dominicales, es más sencillito y de vez en cuando hay que recordarlo. Pero sí, hay que ver cómo se ha perdido eso tan simple de la buena educación y cómo nuestros templos parecen tantas veces el cine antes de comenzar la proyección. Algún día vendrán con palomitas.