8.02.13

La escuela del dolor

A las 9:22 PM, por Juanjo Romero
Categorías : General

 

Qué ilusión me hizo leer ayer en la revista «Alfa y Omega» la breve semblanza-testimonio de uno de mis blogueros favoritos: Álvaro Menéndez Bartolomé.

Un blog que caracterizaría por su honestidad intelectual. A mi me enriquece su lectura Pero como suele ocurrir en estos casos, descubres que él es mucho más interesante que su blog. Conocía parte de su historia, la que ha decidido compartir: el sentido cristiano del dolor.

 

Álvaro es un joven de 37 años, casado y con tres hijos, que sufre una enfermedad llamada espondilolistesis de alto grado (deslizamiento de las vértebras), lo que le ha provocado una patología en el sistema nervioso y un dolor crónico que limita su vida cotidiana. Tiene «dolor neuropático cada minuto del día, explica Álvaro. Existen picos de dolor durante el día, que son los más molestos, aunque el resto es llevadero. Soy consciente de que mi patología no es comparable a otros casos, pero sí quiero constatar que mi experiencia personal me ha conducido a entender el dolor como una buena lección: la escuela del dolor. Cada crisis y cada fracaso, cada lucha, es siempre la semilla de algo positivo, igual o aún más grande».

Los dolores empezaron con 16 años, pero hasta los 32 no le diagnosticaron esta enfermedad que, desde 2008, le ha impedido continuar como profesor de Filosofía, y cuando la salud le permitía ajustarse al horario docente, les hablaba a sus alumnos de «la importancia de estar atento a las enseñanzas cotidianas de la vida, aquellas a las cuales a menudo no hacemos caso».

Ahora Álvaro trabaja, como puede, como consultor financiero; y tras varias intervenciones, ser tratado en la Unidad del Dolor, y tras haber experimentado una y mil medicaciones, «he encontrado que la verdadera sabiduría, que el verdadero conocimiento, brota con mucha más riqueza de la adversidad y del desafío. Se trata de la capacidad, que todos tenemos, de poner a un lado aquello que simplemente nos es cómodo y familiar», recalca. De este modo, Álvaro, unido a los padecimientos de Cristo, continúa aprendiendo en esta escuela del dolor y vive sus dolencias como su misión. «Decía Juan Pablo II que cada hombre se convierte en camino de la Iglesia, cada cual a su modo: a mí me ha correspondido la enorme gracia de enseñar el camino hacia la Iglesia a través de la paciencia enriquecedora del dolor», sentencia este joven madrileño.

Un abrazo, Álvaro. Y, muchas gracias.