8.02.13

 

Juanjo Romero nos informó ayer de que el 60 por ciento de los diputados católicos británicos han votado a favor de la ley del matrimonio homosexual. Lo cual implica que esos señores consideran que su catolicismo ocupa un lugar secundario en sus vidas. O, lo que es lo mismo, son fieles antes a sus ideas personales que a Cristo y su Iglesia. Lo cual en realidad significa que tienen de católicos solo el nombre pero en el fondo están infectados del espíritu protestante del libre examen. El católico tiene la obligación de formar su conciencia a la luz de la Revelación y el magisterio de la Iglesia. Y si no hace tal cosa, peca gravemente y pone en peligro su salvación.

La cuestión de la institución familiar forma además parte de los principios no negociables marcados por Benedicto XVI. Es decir, un católico no puede negar el derecho a la vida -o equipararlo a otros como hace cierta monja- ni la institución familiar según la ley natural, como acaban de hacer esos diputados.

¿Qué consecuencias eclesiales sufrirán los que se han pasado por el forro la doctrina de la Iglesia? Pues me temo que ninguna. El diputado que ha votado a favor de ese engendro de ley irá a comulgar y no habrá sacerdote u obispo que ose negarle la comunión.

Llevamos décadas asistiendo a una situación altamente peculiar. La Iglesia sigue enseñando la verdad, pero los pastores apenas mueven un dedo para hacer algo contra los que desde dentro de la comunión eclesial se saltan a la torera esas enseñanzas. Es como si un padre se conformara con decir a sus hijos lo que está bien y está mal, pero faltara negligentemente a su obligación de corregir, llegando incluso al castigo, a quien obra el mal.

Términos como “disciplina” o “castigo” están prácticamente abrogados de la vida eclesial. Son políticamente incorrectos. Se consideran como cosa del pasado, como incompatibles con la caridad. La realidad, tanto según la Escritura como la Tradición y el propio Magisterio, es muy diferente. Dice el autor de Hebreos:

…y os habéis ya olvidado de la exhortación que a vosotros como a hijos se dirige: “Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor y no desmayes reprendido por El, porque el Señor, a quien ama le reprende, y azota a todo el que recibe por hijo".
Soportad la disciplina. Como con hijos se porta Dios con vosotros. ¿Pues qué hijo hay a quien su padre no corrija? Pero si no os alcanzase la disciplina de la cual todos han participado, argumento sería de que erais bastardos y no legítimos.
Heb 12,5-8

Sinceramente, no parece que sea buen pastor aquel que deja que sus ovejas hagan lo que les da la real gana. De Cristo aprendemos que el pastor da la vida por sus ovejas y que se va a buscar aquella que está perdida para devolverla al rebaño. Pero si los pastores de la Iglesia permiten que las ovejas de dispersen cada cual por su lado, ¿cómo se las van a arreglar para ir a buscarlas a todas?

Muchos están más pendientes del “qué dirán” o de no ofrecer una imagen de “ultraconservador” mientras el pueblo de Dios perece por falta de conocimiento y de dirección pastoral adecuada. Luego vemos a los pastores llevándose las manos a la cabeza porque la Iglesia se está secularizando. ¿Qué han hecho para impedir semejante sinsentido? ¿Qué han hecho para que deje de ser sal quien debe salar al mundo? ¿Por qué siguen buscando palabras para quedar bien ante los medios de comunicación? ¿Por qué son tan pocos los que tienen la valentía necesaria para hablar claro aunque eso les suponga una avalancha de críticas y ataques… ante los cuales apenas reciben el apoyo de sus colegas en la tarea pastoral?

El otro día se lo pregunté a un buen obispo español: ¿Me puede usted decir quién ocupa hoy, en España, el lugar de una luminaria como don Marcelo? No obtuve respuesta (*). Es mejor no responder que mentir. El problema es que esa misma pregunta se puede hacer en muchas iglesias de otros países, dándose la misma “no respuesta". A Dios gracias en Roma tenemos un Papa que ha ejercido bien, y ejerce, el liderazgo. Un buen maestro, un buen pastor. Pero nos hacen falta muchos más buenos pastores. Habría que mirar menos el currículum académico y más la capacidad de gobernar el pueblo de Dios a la hora de elegir nuevos obispos. Pero claro, cualquiera abre ese melón ahora, ¿verdad?

Luis Fernando Pérez Bustamante

(*) Conste que a mí se me ocurren al menos un par de nombres que podrían llegar a ocupar ese lugar. Pero no diré cuáles.