6.02.13

El clero perseguido por los nazis y los comunistas

A las 12:52 AM, por Alberto Royo
Categorías : Holocausto, Persecución religiosa

LADISLAO FINDYSZ Y LA PERSECUCIÓN DEL CLERO POLACO

 

El calvario del clero polaco en el siglo XX, perseguido primero por el régimen nazi y después por el comunista, se manifiesta en el alto número de sacerdotes martirizados en uno o en otro momento de dicho siglo. No en vano, como nos recuerda Vicente Cárcel Ortí en su interesante libro sobre las persecuciones religiosas del siglo XX, la Iglesia defendió con gran valentía la identidad polaca frente a la germanización hitleriana y a la rusificación pretendida por los comunistas, por lo que se granjeó el odio de ambos regímenes totalitarios, que personalizaron su inquina en los sacerdotes, pues éstos estuvieron siempre junto al pueblo cuando unos y otros quisieron conculcar los derechos humanos y las libertades.

En el caso del sacerdote Ladislao Findysz, vemos cómo los extremos del totalitarismo se tocan, pues primero padeció la persecución nazi, y a ella sobrevivió, para después ser perseguido por los comunistas -sin sobrevivir en este caso a la persecución- en su afán de privar al pueblo de los valores morales y trascendentes y ante la negativa de la Iglesia católica polaca de convertirse en una “iglesia nacional” o colaborar con el régimen. Éste, en un primer momento, quiso ganarse las simpatías de la gente mostrando respeto hacia la idiosincrasia polaca, incluso ayudando a reconstruir iglesias y conventos al acabar la guerra mundial, pero pronto dejaron ver su verdadero rostro laicista y persecutorio, especialmente a partir de 1947.

Había nacido don Ladislao al sur del país, concretamente en Krościenko Niżne cerca de Krosno (Polonia), a poca distancia ya de Eslovaquia y Ucrania, el 13 de diciembre de 1907, en una familia de campesinos de antigua tradición católica. Como era costumbre entonces, al día siguiente fue bautizado en la Iglesia parroquial de la Santísima Trinidad en Krosno. Tras acabar en 1919 sus estudios de Primaria en la escuela de las Hermanas Felicianas en su pueblo natal, continuó en el liceo estatal local, para después ingresar en otoño de 1927 en el seminario mayor, tras una juventud comprometida con la fe por su participación en las congregaciones marianas. Su formación sacerdotal tuvo lugar bajo la guía de otro santo sacerdote, el rector Juan Adalberto Balicki, elevado a los altares por Juan Pablo II en 2002 como modelo de sacerdote diocesano.

Como culminación de la formación recibida en el seminario, Ladislao recibió la ordenación sacerdotal el 19 el junio de 1932 en la Catedral de Przemyśl de manos del obispo de la diócesis Mons. Anatol Nowak. Tras un mes de vacaciones, el 1 de agosto de 1932, asumió el encargo de segundo vicario parroquial en la Parroquia de Borysław (en la actual Ucrania) y tres años después, en septiembre de 1935 fue nombrado vicario parroquial de Drohobycz, población perteneciente hoy a Ucrania. Otros tres destinos pastorales ejerció en distintas parroquias de la diócesis hasta que en el último de ellos, en Żmigród Nowy, el 3 de octubre de 1944 fue expulsado por los alemanes, como todos los demás habitantes de aquella población. La expulsión formaba parte del proyecto de germanización de Polonia ideado por Hitler: los gobernadores nazis (como Arthur Greiser en el Warthegau y Albert Forster en Danzig-Prussia oeste) expulsaron cientos de miles de polacos de sus casas en el Gobierno General y más de 500.000 alemanes fueron luego asentados en estas áreas. Se calcula que entre 1939 y 1945, por lo menos 1,5 millones de ciudadanos polacos fueron deportados al territorio alemán para hacer trabajos forzados. Cientos de miles también fueron encarcelados en campos de concentración.

Aquí debemos detenernos brevemente en el modo en que los sacerdotes polacos fueron perseguidos por Hitler con toda saña. Como premisa, por si a alguien le cabe alguna duda de la inquina que el dictador tenía contra el clero católico, hay que recordar que solo en el campo de concentración de Dachau fueron internados casi tres mil sacerdotes de diferentes nacionalidades, y más de la mitad encontraron allí la muerte por sus creencias. Sólo en Alemania se calcula que cerca de doce mil religiosos fueron torturados por el régimen nazi, y gran parte de ellos murieron, y en el caso de Polonia, a manos de los nazis fueron eliminados nada menos que el 20% de los 10.017 sacerdotes que había al inicio de la Segunda Guerra Mundial (incluidos cinco obispos) en aquel país.

No era un odio circunscrito a los sacerdotes, sino en general al catolicismo polaco, pues se daban cuenta que la Iglesia era la depositaria de la cultura y de la identidad nacionales, por lo que era uno de los obstáculos principales para conseguir la “germanización” de Polonia planeada por Hitler: sus templos fueron demolidos, sus liturgias prohibidas, más de una tercera parte de sus ministros deportada a los campos de exterminio. “Dachau -nos relata el historiador George Weigel- se convirtió en el monasterio más poblado del mundo”. Como ya se ha dicho, casi tres mil sacerdotes polacos fueron inmolados, por negarse a abjurar de su fe, y muchos de ellos probaron en sus carnes dilaceradas, antes de expirar, los experimentos médicos del sádico doctor Josef Mengele; a muchos se les inyectó tifus. Con ocasión de la beatificación de Juan Pablo II, se ha recordado también el caso del salesiano Józef Kowalski, que regentaba la parroquia de Karol Wojtyla en Debniki, fue ahogado por sus carceleros en una letrina rebosante de heces, tras negarse a pisotear las cuentas de un rosario.

De hecho, durante la mayor parte de la guerra, la principal preocupación de la Santa Sede fue Polonia. Conquistada el primer mes de la guerra, seguiría en manos alemanas hasta el otoño de 1944, casi al final. Tenía todos los ingredientes para convertirse en un infierno: ocupada durante cinco años, país católico, de la raza eslava, despreciada por los nazis y con más de tres millones de judíos, casi diez veces más que Alemania antes del nazismo, y la mayor proporción de Europa. Y en eso se convirtió. Los alemanes intentaron aislar Polonia y que no llegaran al exterior noticias de lo que pasaba, pero llegaban, y comenzaron a llover protestas de la Santa Sede, que consiguieron bien poco.

En enero de 1945 don Ladislao pudo volver a su parroquia y dedicarse a reorganizar la parroquia. Acabada la guerra, no vinieron tiempos fáciles para la Iglesia y para el pueblo polaco: como consecuencia de las decisiones tomadas en las conferencias de Yalta y Potsdam, Polonia, como los demás países de la Europa Central, quedó bajo la dominación soviética y empezaron una serie de cambios económicos, sociales y culturales impulsados desde la Unión Soviética, en circunstancias cambiantes, desde la extrema represión del estalinismo, hasta la moderación del régimen en los últimos años antes de la caída del comunismo. Durante más de 40 años, la Iglesia católica polaca desempeñó un papel clave en la lucha contra el régimen comunista impuesto en Polonia, y tuvo una gran influencia social en la clase obrera, el campesinado y los intelectuales. Contó incluso con el apoyo de la oposición de la izquierda laica al comunismo encabezada por personalidades como Jacek Kuron y Adam Michnik.

Los primeros años fueron los peores, de 1945 a 1956, en los que el régimen intentó copiar el modelo ruso con la imposición de la dictadura del proletariado, la colectivización agraria forzada y el aislamiento de Polonia de posibles influencias culturales occidentales. En 1948 el presidente Bierut afianzó la línea dura del comunismo y encarceló a Gomulka, jefe de los comunistas moderados. Ese mismo año Wyszynski sucedió al cardenal Hlond; por Bula del 16 de octubre de 1948 fue nombrado arzobispo de Varsovia, y Primado de Polonia. Wyszynski afrontó con realismo la situación: no se opuso a las reformas económicas, ni a la colectivización de la agricultura, ni reaccionó fuertemente contra las limitaciones de la libertad, pero defendió a los obispos y sacerdotes, animó a los fieles a perseverar en la fe y a preparar tiempos mejores para la patria y para la Iglesia.

En 1950 el gobierno comunista desmanteló la organización de beneficencia Caritas acusándola de socorrer a los pobres con ayudas provenientes de los católicos americanos. A lo largo del año fueron nacionalizadas las propiedades de la Iglesia; el filósofo y Obispo de Chelmno fue condenado a seis semanas de cárcel especial que le produjeron un grave agotamiento físico y psíquico
En estos años el buen don Ladislao continuó con la tarea de renovación moral y religiosa de la parroquia que ya había comenzado durante la guerra, esforzándose ahora por proteger a los fieles, sobre todo a los jóvenes, del programado e intensivo proceso de adoctrinamiento ateo impulsado por el comunismo. Ayudaba a todos los habitantes de la parroquia, sobre todo en las cosas del espíritu, pero también de forma material a los necesitados independientemente de su nacionalidad o confesión religiosa. Además, salvó a numerosas familias de Łemki (greco-católicos) severamente perseguidos por la autoridad comunista que los amenazaba con expulsarlos sin piedad de sus casas.
Su trabajo pastoral se fue haciendo cada vez más incómodo para las autoridades comunistas, llegando a ser vigilado por los servicios secretos. En 1952 las autoridades académicas lo suspendieron del ejercicio de la enseñanza de la catequesis en la escuela y se le impidió el ejercicio del ministerio en una buena parte del territorio parroquial, pues las autoridades del distrito rechazaron por dos veces -en 1952 y en 1954- su petición del permiso de residencia en la zona fronteriza, donde se encontraba una parte de la parroquia.

Por parte de la autoridad eclesiástica era considerado un párroco de gran celo apostólico; recibió los honores del Expositorio Canonicali (1946), y posteriormente otro llamado el Roquete y el Manteo (1957), año en el cual fue nombrado vice- arcipreste del arciprestazgo de Nowy Żmigród, del que será arcipreste en 1962.

El Concilio Vaticano II encontró a Polonia en plena represión religiosa. En 1961, el gobierno había detenido en la frontera los 50.000 ejemplares de la Biblia que Juan XXIII había regalado al pueblo polaco. Pero esto no impidió que los grandes eclesiásticos polacos de la época, los Arzobispos Wyszynski y Wojtyla dejasen una impronta importante en el aula conciliar. Sin ir más lejos, a petición del Primado y del episcopado polaco, Pablo VI proclamó a María Madre de la Iglesia el 21 de febrero de 1964.

Ese mismo año, se publicó en Francia un informe secreto del subsecretario de los asuntos religiosos de Polonia donde se recogían los puntos de la táctica anti-católica basados en las polémicas conciliares según las presentaban los medios de comunicación: aprovechar las divergencias internas para debilitar a la Iglesia y corroer su cohesión; valerse de colaboradores secretos para dificultar las directrices de los obispos; orientar los mayores esfuerzos para debilitar las parroquias; introducir informadores en cada actividad parroquial para obtener los datos que permitan obstaculizar las principales iniciativas.

Pero ya antes, en 1963, don Ladislao había comenzado en su parroquia una actividad pastoral llamada de las “obras conciliares de bondad”, para promover en la parroquia el apoyo espiritual al Concilio, la oración por sus frutos, y el conocimiento de su doctrina. Con este fin envió cartas a los feligreses en situación religiosa y moral irregular animándoles vivamente a poner sus vidas nuevamente en orden, lo cual provocó en las autoridades comunistas una severa reacción, con la acusación de obligar a los fieles a prácticas y ritos religiosos en contra de su voluntad. El 25 de noviembre de 1963, interrogado por el fiscal en Rzeszów, fue arrestado y conducido a la cárcel en el Castillo de Rzeszów, en el que durante los días del 16 y 17 de diciembre de 1963 se desarrolló el proceso donde fue condenado a dos años y seis meses de reclusión.

El motivo de la acusación y condena se fundaba en el llamado Decreto de tutela de la libertad de conciencia y de confesión del 5 de agosto de 1949 que, en manos de las autoridades comunistas, era un mero instrumento para la limitación y eliminación de la fe y de la Iglesia católica de la vida pública y privada de Polonia. Don Ladislao fue, además, públicamente desacreditado, calumniado y condenado a través de publicaciones falsas en la prensa, con las que el régimen intentaba justificar sus acciones y crear una opinión pública en contra de su buen nombre, si bien con escasos resultados. Encarcelado en el Castillo de Rzeszów, don Ladislao fue sometido a malos tratos y humillaciones físicas, psíquicas y espirituales. El 25 de enero de 1964 fue trasladado a la Cárcel Central de Cracovia.

Todas estas vejaciones y torturas contribuyeron a empeorar su estado de salud, que ya era precario, pues poco antes de ser arrestado (en septiembre de 1963), le habían extirpado en una delicada operación el tiroides en el Hospital de Gorlice, y le habían advertido del riesgo de complicaciones si no se cuidaba. Convaleciente, quedó bajo observación médica a la espera de una segunda intervención, prevista para diciembre del mismo año, para extraerle un carcinoma en el esófago. Se puede uno imaginar los cuidados que obtuvo en todo ese calvario: La investigación, el proceso y las pruebas en la cárcel colaboraron, sin lugar a dudas, al desarrollo de la enfermedad, teniendo que ser ingresado en el hospital de la cárcel. Debido a la falta de cuidados y médicos especialistas y, sobre todo, al haberle impedido ser intervenido quirúrgicamente del carcinoma, su salud empeoró notablemente y, en pocas palabras, fue condenado a una muerte lenta. La enfermedad, como certifican los exámenes médicos hechos en los hospitales de las cárceles de Rzeszów y de Cracovia, avanzaba continuamente. Ya en los resultados de los primeros exámenes clínicos (9 de diciembre 1964), el médico de la cárcel constataba un acceso en la garganta como probable consecuencia del carcinoma que tenía en el esófago.

Desde el inicio de su condena a prisión, el abogado y la Curia Episcopal de Przemyśl recurrieron a la fiscalía y al tribunal de Rzeszów solicitando la suspensión del arresto por el estado precario de salud que amenazaba de muerte al Siervo de Dios. Las peticiones, tantas veces denegadas, fueron por fin aceptadas a finales de febrero de 1964 por parte del Tribunal Supremo de Varsovia, debido a las graves condiciones de salud en que se encontraba. El 29 de febrero de regresó desde la cárcel a Nowy Żmigród, donde permaneció en la casa parroquial con gran paciencia y sumisión a la voluntad de Dios, soportando los sufrimientos de la enfermedad y el agotamiento, según cuentan los que lo frecuentaron en esos últimos meses de su vida. No había ya nada que hacer, la enfermedad era imparable. En abril fue ingresado en el hospital especializado de Wrocław, donde los exámenes clínicos confirmaron el diagnóstico del carcinoma entre el esófago y el estómago, y que éste se encontraba en un estado que impedía la intervención quirúrgica.

Durante los meses de verano, en el Seminario Mayor de Przemyśl, participó en el retiro espiritual para sacerdotes. Fue su último retiro en preparación a su muerte, pues la mañana del 21 de agosto de 1964, después de haber recibido los Sacramentos, murió en la casa parroquial de Nowy Żmigród, y fueenterrado en el cementerio parroquial de la misma el 24 de agosto. El 27 de junio de 2000, el Obispo di Rzeszów, Mons. Kazimierz Górny, tras numerosas peticiones por parte de los fieles, abrió el proceso diocesano para la Beatificación del Rvdo. Ladislao Findysz. Se trataba de la primera causa de beatificación, presentada por el martirio de un sacerdote víctima del régimen comunista en Polonia y la primera en llegar a su culminación con la beatificación de don Ladislao, el 19 de junio de 2005, en la misma Varsovia.

Alguno se puede preguntar qué tipo de martirio es éste en el que el interfecto no muere a manos de los perseguidores, sino a causa de una enfermedad contraída antes de la persecución y que luego se complicó. No es un caso nuevo ni mucho menos; ya Benedicto XIV, el gran maestro de las Causas de canonización, habló en su extensa obra de este tipo de siervos de Dios, conocidos desde la antigüedad cristiana y desde siempre considerados como auténticos mártires: son los que fallecieron no asesinados directamente, sino “ex aerumina carceris”, esto es, como consecuencias de las penalidades sufridas en la persecución religiosa. Muchos de estos ha habido en la historia de la Iglesia y, como no podía ser menos, también han abundado en el siglo XX. De alguno más de ellos tendremos que hablar en este libro.

En el caso de Ladislao Findysz, en su proceso de Beatificación se ilustró por medio de testigos y documentos médicos que la enfermedad que lo llevó a la muerte se agravó durante el arresto y la cárcel, convirtiéndose en mortal, cuando en otras circunstancias más normales podía haber sido tratada y controlada y el sacerdote podía haber vivido más años. Fue mártir, no ante un pelotón de ejecución o en una cámara de gas, pero auténtico mártir. Algo parecido ocurrió con otro mártir, el cardenal croata Aloysius Stepinac, encarcelado por los comunistas con una condena de 16 años y fallecido antes que transcurriesen cuatro años de condena a causa de una sospechosa enfermedad de la sangre, que hizo incluso conjeturar un posible envenenamiento a través de la comida que le suministraban los carceleros.