6.02.13

 

La noticia parece ciertamente impactante. El presidente del Consejo Pontificio para la Familia, Mons. Vincenzo Paglia ha propuesto afrontar “las cuestiones de las uniones entre personas del mismo sexo en el ámbito del derecho privado, para garantizar las cuestiones patrimoniales".

Antes de analizar lo que ha dicho el prelado y, sobre todo, lo que no ha dicho, conviene tener en cuenta una realidad patente. La inmensa mayoría de los medios de comunicación no religiosos ha entendido sus palabras como un apoyo directo al reconocimiento de las uniones civiles homosexuales, a las que simplemente no habría que llamar matrimonio ni permitirles la adopción. Pues bien, esa interpretación no cabe dentro de la doctrina católica sobre esta materia. La misma está explicada con claridad meridiana en el documento “Consideraciones acerca de los proyectos de reconomiento legal de las uniones entre personas homosexuales", de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Dicho texto magisterial, firmado por el cardenal Ratzinger (hoy Papa Benedicto XVI) concluye con el siguiente párrafo:

La Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria de la sociedad. Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La Iglesia no puede dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad.»

Nótese claramente que no se condena meramente la equiparación de las uniones homosexuales con el matrimonio. Se dice que no deben reconocerse legalmente esas uniones. Y punto.

Llegados a este punto, cabe recordar que, a la hora de saber cuál es la doctrina católica sobre una cuestión, de ninguna de las maneras se puede equiparar las declaraciones de un arzobispo a unos periodistas con un texto del magisterio. Un arzobispo puede no estar acertado a la hora de explicar su parecer sobre cualquier tema. Pero eso no cambia la doctrina de la Iglesia. Ni siquiera aunque ese arzobispo sea el presidente del Consejo Pontificio responsable de la materia sobre la que ha opinado. Ahí está el caso de Mons. Rino Fisichella versus arzobispo de Recife. La metedura de pata del prelado italiano no cambió ni una tilde de la postura de la Iglesia sobre la cuestión del aborto en casos extremos como el que se planteó entonces.

Dicho eso, ¿podemos decir que Mons. Paglia ha dicho algo contra el magisterio de la Iglesia al hacer esas declaraciones? Yo creo que no. Me explico. Equiparar los derechos de las uniones de convivencia a las uniones matrimoniales supone, obviamente, dar los mismos derechos del matrimonio a algo que no es matrimonio. Y eso es inasumible para quienes creemos que la institución familiar debe tener un tratamiento específico claramente diferenciado. Ahora bien, eso no significa que cualquier tipo de convivencia no matrimonial deba carecer de todo tipo derechos. El P. Jorge González puso ayer en su blog una serie de ejemplos válidos. Partiendo de ese principio, de la misma manera que no podemos estar de acuerdo con una discriminación positiva de las uniones homosexuales en relación con otro tipo de convivencias no matrimoniales, tampoco es plan de que pidamos una discriminación negativa. Y es ahí donde creo que encajan las palabras del arzobispo. En el ámbito del derecho privado, se pueden producir acuerdos entre personas -por ejemplo, cuestiones de herencia, titularidad de un piso, etc- que conviven juntas durante mucho tiempo, sea por la razon que sea. Los estados se limitarían a constatar que la convivencia es duradera, sin entrar en el tipo de relación afectiva u de otro tipo que tuvieran dichas personas. Y, desde luego, en esos acuerdos no pueden estar incluidos, ni de lejos, los mismos supuestos legales que son protegidos en el matrimonio por razón de que este constituye la célula básica de la sociedad.

Antes de concluir, quiero dejar bien claro que si, a juicio de la Iglesia, mi párrafo anterior choca contra el magisterio de la Iglesia que he citado anterioremente, téngase por no escrito.

Una vez explicado por qué creo que las declaraciones de Mons. Paglia no chocan con el Magisterio de la Iglesia -y de no ser así, más vale que la Iglesia le haga rectificar-, sí me parece que se puede afirmar que, con la que está cayendo en Europa, Estados Unidos e incluso Iberoamérica, en relación a las uniones civiles y matrimonios entre homosexuales, no parece muy prudente que el presidente del Consejo Pontificio para la Familia hable de tal manera que haya que hacer ciertos esfuerzos para conciliar sus palabras con las enseñanzas de la Iglesia. Si el magisterio ha dicho que no se deben legalizar las uniones civiles entre homosexuales, es mejor no abrir la puerta a una aceptación implícita de dicha legalización. En esta batalla, como en la del aborto, los que sirven al error y a la mentira aprovechan cualquier rendija por la que colarse para, una vez dentro, hacer todos los destrozos posibles. Basta leer los titulares de prensa para darse cuenta que Mons. Paglia no ha estado especialmente feliz con sus declaraciones. Si no en el fondo, sí en el tiempo de decir lo que ha dicho. Si los que odian, desde dentro y desde fuera, la enseñanza de la Iglesia sobre estas cuestiones cantan victoria, es que algo no se ha hecho bien.

Luis Fernando Pérez Bustamante

PD: Aviso al lector habitual y al que no lo es. En este post no pienso admitir ni un solo comentario que considere despectivo, siquiera lejanamente, hacia el arzobispo. Es decir, elevo considerablemente el nivel de censura habitual en mi blog. Y si veo que la cosa se desmanda, cierro comentarios.