2.02.13

Sor Lucía Caram, bufón de la sexta

A las 8:00 AM, por Jorge
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Yo tengo una madre muy anciana y con los defectos de una persona de mucha edad. Pero jamás consentiré que nadie me hable mal de ella, y mucho menos contaré sus miserias a sus enemigos para congraciarme con ellos, pensando que si me burlo de la mujer que me dio la vida eso me hará más humano y facilitará el encuentro con los que la critican.

Mi Iglesia es muy anciana. Atesora algunos defectillos, deslices de tiempos pasados, y quizá hoy alguna vez patina. Lo hago yo, ¿no lo hará ella? Pero atesora sabiduría, gracia, santidad y vida. Me ha regalado y me sigue regalando a Cristo, me da la vida en los sacramentos y en la doctrina de Cristo fielmente transmitida. Me enseña a caminar por sendas seguras en medio de un mundo que no puede comprenderlas. Es tanto lo que me ha dado y me regala que de ella yo me fío, y si algo no comprendo o me cuesta compartir, entiendo que el problema no es mi madre la Iglesia, sino mi orgullo de niño adolescente que se piensa que rebelándose afianza su personalidad.

Nos creemos que para estar en el mundo hay que despreciar a la Iglesia, sonreír de forma displicente ante su doctrina, hacernos los graciosos y contar dos chistes. Pero eso no acerca. Todo lo contrario. Eso hace que no nos tomen en serio.

Ayer pude ver un video con una entrevista más con sor Lucía Caram. Me ha causado enorme tristeza y consternación. Al terminar de verlo me he hecho algunas preguntas.

Por ejemplo, qué hubiera hecho madre Teresa de Calcuta. Estoy seguro de que hubiera ido a la Sexta y a la Decimocuarta a dejarse entrevistar, porque para ella siempre fue una oportunidad el poder hablar de Dios a los demás. Pero también estoy seguro de que sus respuestas hubieran sido muy diferentes a las de sor Lucía. Hubiera hablado del amor de Dios, de generosidad, de entrega, de vida, de dar la vida por los demás. Hubiera aprovechado para tocar la conciencia de las personas llamándoles a salir de sí mismos y de su egoísmo para dar su vida a Dios y a los pobres. Tampoco alguien tan grande como Juan Pablo II se hubiera expresado en esos términos.

Pero ya se sabe que cuando uno se cree santo, sabio y perfecto, no tiene que mirarse en nadie, obedecer, aceptar lo que dicen otros, ni aunque sea la Iglesia, ni ejercitar la santa virtud de la prudencia. Puede decir lo que sea, escándalo para creyentes y risas para el no creyente.

También me pregunto si un no creyente, o un creyente tibio, al escuchar las siempre manidas declaraciones de sor Lucía se sentiría llamado a tocar en las puertas de la Iglesia para vivir su fe en comunidad de hermanos o si más bien diría que vaya hatajo de impresentables, yo con esos ni loco. Más bien me temo lo segundo.

Algunos medios de comunicación, la sexta por ejemplo, lo único que quieren con la Iglesia es ridiculizarla y hacerla risible. Y tienen la suerte de que siempre encuentran una monja con hábito y todo, o un cura que quiere presentarse como moderno en la antigüedad de los sesenta que les ayude en sus propósitos.

Muy triste, sor Lucía. Otra cosa era Santo Domingo. Pero no va usted a hacerle caso. Usted es mucho más actual.