8.12.12

Siempre, desde siempre, Inmaculada

A las 12:37 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Seguramente es difícil decir sí a Dios si eso supone decir no a la comodidad que supone no creer en Él.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Inmaculada Concepción

Madre castísima,
Madre inviolada,
Madre y virgen,
Madre inmaculada,
Madre amable,
Madre admirable…

En las Letanías dedicadas a la Virgen María decimos, entre otras verdades, que la Madre de Dios es Inmaculada. Lo decimos en la seguridad de que es cierto porque antes de que se estableciera como dogma por parte de la Iglesia católica (Bula Ineffabilis Deus del Papa Pío IX) el pueblo cristiano era consciente de que esto era y sólo podía haber sido así.

La Santísima Virgen sólo pudo haber sido concebida sin mancha alguna. Y no podemos defender otra cosa.

Es conocido que aquellos que se apartaron de la Iglesia católica y pretendieron reformarla, desde aquel no tan lejano siglo XVI, tienen de María un sentido distinto y no la consideran Inmaculada. No les parece que cuando el Ángel, en la Anunciación, la llama “llena de gracia” (Lc 1, 28) quiera decir que la gracia ha de alcanzar hasta su misma concepción.

Para aquellas personas que somos fieles de la Iglesia católica, heredera directa del mandato de Cristo a Pedro de llevar, por el mundo, su Iglesia, que María sea Inmaculada y así se la considere, es algo que, a lo largo del tiempo, ha venido sosteniendo la Esposa de Cristo. Y lo ha sostenido porque, ciertamente, hay una verdad grande en tal verdad.

Así, por ejemplo, en los mismos textos sagrados que tenemos por buenos y benéficos para nuestro espíritu se deduce, con cierta perspicacia, la especial concepción de María. Dice, por ejemplo, en Génesis (3, 15) donde se establece una enemistad perpetua entre el Mal y el Bien, siendo el primero la serpiente y el segundo, la mujer (aquí María, nueva Eva como se deduce de 1 Cor 15, 22 cuando escribe San PabloPues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo” al desatar el nudo causado por la primera Eva) que dará a luz un hijo que aplastará la cabeza de la instigadora de que el mal entrara en el mundo. Promesa, pues, de salvación desde muy pronto en las Sagradas Escrituras.

¿Qué decir, por ejemplo, del texto de Lc 1, 42Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” que es lo que el Espíritu le sopla en el corazón a Isabel, prima de María?

Podemos, por ejemplo, entender que es que se bendice, en el mismo momento al Hijo y a la Madre y que, por lo tanto, como no es posible sostener que sobre el Hijo, Dios mismo que se va a hacer hombre, recaiga ningún tipo de maldición hereditaria al respecto del pecado original, otro tanto ha de suceder con María. Aquella Virgen, la Virgen, debía ser, también, Inmaculada.

Y así, con el paso de los siglos, lo que luego sería dogma de la Inmaculada Concepción de María, fue tomando forma. Tanto en escritos de los Padres de la Iglesia como en la conciencia del pueblo fiel, que María fuese concebida sin la mancha del pecado original, fue calando en el corazón de aquellos que se han considerado sus hijos y que se sienten gozosos de ser llamados descendencia espiritual de aquella joven que dijo sí a Gabriel.

Por ejemplo, Teodoto de Ancira (381-446) escribe bien, refiriéndose a María que es “Virgen inocente, sin mancha, santa de alma y cuerpo, nacida como lirio entre espinas”, bien María “Aventaja en pureza a los serafines y querubines”.

También San Agustín (en De nat. et. gr. 36,42) escribe, con relación al pecado, “Excepción hecha de la santa Virgen María, de la que, por el honor debido al Señor, no tolero en absoluto que se haga mención cuando se habla de pecado…” con lo que nos viene a decir que si en cualquier otro ser humano (a excepción, claro, de Cristo que es Perfecto Dios y Perfecto Hombre según el símbolo Atanasiano) el pecado va con él mismo desde su concepción, no es así el caso de María.

Para más abundancia, Pascual Rambla, o.f.m., aporta lo siguiente:

“Proclo, secretario de San Juan Crisóstomo, en el mismo siglo V, dice de María que está formada «de barro limpio», es decir, de naturaleza humana, pero incontaminada.

En el siglo VI, leemos en un himno compuesto por San Jaime Nisibeno: «Si el Hijo de Dios hubiera encontrado en María una mancha, un defecto cualquiera, sin duda se escogiera una madre exenta de toda inmundicia». Y a la santidad de María la califica de «Justicia jamás rota».

San Teófanes alaba así a María: «Oh, incontaminada de toda mancha». Y en otra parte: «El purísimo Hijo de Dios, como te hallase a Ti sola purísima de toda mancha, o totalmente inmune de pecado, engendrado de tus entrañas, limpia de pecados a los creyentes».

San Andrés de Creta: «No temas, encontraste gracia ante Dios, la gracia que perdió Eva… Encontraste la gracia que ningún otro encontró como Tú jamás».

Y en la carta a Sergio, aprobada por el Concilio Ecuménico VI, Sofronio dice de María: «Santa, inmaculada de alma y cuerpo, libre totalmente de todo contagio».

En adelante, la palabra Inmaculada, Purísima, ya no se refiere directamente a la sola virginidad de María. A medida que van adelantando los siglos se va perfilando con mayor precisión la idea de la Concepción Inmaculada.

Y así en el siglo VIII podemos leer estas palabras tan claras de San Juan Damasceno: «En este paraíso (María) no tuvo entrada la serpiente, por cuyas ansias de falsa divinidad hemos sido asemejados a las bestias».

En los siglos IX y X se contornea aún con mayor claridad la Concepción sin mancha de María. San José el Himnógrafo: «Inmune de toda mancha y caída, la única Inmaculada, sin mancha, sola sin mancha», dice de la Virgen.

Y San Juan el Geómetra en un hermoso verso: «Alégrate, Tú, que diste a Cristo el cuerno mortal; alégrate, Tú, que fuiste libre de la caída del primer hombre».

No es necesario proseguir porque en adelante la palabra Inmaculada, entre los orientales, ya tiene un significado preciso y concreto: la exención de María del pecado original. Además, desde el siglo VII la Iglesia oriental celebraba la fiesta de la Inmaculada Concepción, aunque no fuera universalmente. Sobre el significado de la fiesta oigamos a San Juan de Eubea: «Si se celebra la dedicación de un nuevo templo, ¿cómo no se celebrará con mayor razón esta fiesta tratándose de la edificación del templo de Dios, no con fundamentos de piedra, ni por mano de hombre? Se celebra la concepción en el seno de Ana, pero el mismo Hijo de Dios la edificó con el beneplácito de Dios Padre, y con la cooperación del santísimo y vivificante Espíritu». Como se observará, en estas palabras se menciona la creación de María y, asimismo, su santificación, como insinúa la alusión al Espíritu Santo a quien se apropia.”

Inmaculada Concepción

Hay, pues, más que suficientes muestras de que a lo largo de la historia, la Iglesia católica ha conocido que María tuvo una concepción inmaculada y que otro modo de pensar no podía sostenerse.

Pero es cuando Duns Scoto (1266-1308) defiende la Inmaculada Concepción de María cuando se afirma, de forma indudable que, en efecto, la Madre de Dios tuvo una concepción sin mancha.

Se preguntaba Scoto si a Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del pecado original y que si el Creador podía hacer que su Madre naciera sin tal mancha y, por último, si hace Dios lo que le conviene hacer. Y, a todo responde que sí: sí le convenía a Dios que María naciese sin mancha, sí podía hacer que así fuera y sí hizo lo que quiso hacer.

¿Cabe, pues, decir que María no nació sin la mancha del pecado original?

No extrañe, por lo tanto que el Papa Pío IX el que, el 8 de diciembre de 1854, por medio de su Bula Ineffabilis Deus (citada arriba) dijera que

“declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles…”

Y que tampoco extrañe que, para confirmar lo dicho por aquel Santo Padre que en a mitad del siglo XIX fijó por escrito lo que tenido por bueno por los fieles católicos, un sucesor suyo, Pío XII, en este caso el día de la celebración de la Natividad de María (8 de septiembre) dio a luz pública la Encíclica “Fulgens corona” en la que dijo que

“Si en un momento determinado la Santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre”.

Por eso María es Inmaculada, siempre Inmaculada.

Eleuterio Fernández Guzmán