3.12.12

Serie “Humanae vitae” - 1.- ¿Por qué fue necesaria la Humanae vitae?

A las 12:29 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie "Humanae vitae"

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Propósito: saber que la fe no consiste en creer porque se ve sino que, como dijo Jesús, es, muy al contrario, creer sin haber visto. Verás como, así, tu asidero será la mano invisible de Dios y tu yugo será compartido por Cristo al que no ves pero en el que crees.
 

Y, ahora, el artículo de hoy.

Humanae vitae

Presentación de la serie

Hace tiempo cayó en mis manos un ejemplar de la publicación original (año 1969) de la Carta Encíclica de Pablo VI Humanae vitae (Hv) Iba, y va, referida a la regulación de la natalidad. Y era de esperar que produjera polémica y que hiciera sufrir mucho a su autor.

Lo que no era de esperar, o sí, era que la contestación a la Hv se produjera, además de con la puesta en práctica de políticas contrarias a lo que indica la misma, dentro de la misma Iglesia por aquellos que parecen que ven un ejemplo de virtud oponerse a cualquier cosa que pueda emanar de la Santa Sede.

Pero es de pensar que los sectores sociales, políticos e, incluso, eclesiales, que se mantienen en contra (con hechos y palabras) no están muy de acuerdo con tal Encíclica, ni por lo que dice ni por la verdad que muestra.

Había razones para que se diera a la luz una Encíclica como la Hv: “La Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe quedar abierto a la transmisión de la vida“ (Hv 11).

Por lo tanto, no se trata de la plasmación de ideas retrógradas ni pasadas de moda sino, al contrario, la fijación, una vez más, de lo que la Iglesia entiende que se tiene que hacer y llevar a cabo en un tema tan importante como el de la vida humana y el de la natalidad que, evidentemente, lleva aparejado.

Ante eso, ¿Qué es lo que se ha hecho desde los sectores sociales y políticos que se podían haber limitado a aplicar tal norma eclesial por sus benéficos postulados para la humanidad?

Pues, exactamente, todo lo contrario:

1.-Anticonceptivos

En materia de anticonceptivos está claro que los poderes públicos se han encargado de difundir el uso de los mismos. Sobre esto, el punto 17 de la Hv dice que “Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como a compañera, respetada y amada”. ¿No es eso cierto?

2.-Píldora del día después

El uso de la píldora del día después, como método anticonceptivo digamos, distinto al ordinario que es el preservativo, supone una aplicación perversa de la anticoncepción y una clara manipulación de determinados sectores sociales.

Sobre esto, la Conferencia Episcopal Española, en nota de fecha 27 de abril de 2001 titulada “La píldora del día siguiente. Nueva amenaza contra la vida” dice (apartado 1) que “Se trata de un fármaco que no sirve para curar ninguna enfermedad, sino para acabar con la vida incipiente de un ser humano”.

3.-Aborto

El aborto ha sido política habitual de las sociedades que se dicen “avanzadas” cuando nada hay más retrógrado que acabar con la vida de un ser vivo humano y nada peor que llevar a cabo la implantación legal de tan aberrante práctica. Y en España tenemos ejemplos más que suficientes y recientes (véase legislación sobre el aborto) como para avergonzar a cualquiera.

Sobre esto dice la Hv (14) que “En conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y cristiana del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas”.

Y es que parece que, aunque hayan pasado más de 40 años desde que publicara, Pablo VI, la Encíclica Humanae vitae, las cosas siguen en su sitio o mejor dicho, en peor sitio porque suponía, tal documento, un “aviso” ante la situación que la natalidad estaba sufriendo en el mundo o, al menos, una indicación sobre lo que no se debía hacer.

En realidad, lo único que ha cambiado ha sido, por un lado, el lenguaje políticamente correcto de llamar a las cosas por nombres que no son y, por otro lado, la técnica que procura, de forma, digamos, más disimulada, el atentado contra la vida humana.

Y así, mucho más podemos decir al respecto porque los temas que el documento salido del corazón de Pablo VI refiere no son, precisamente, de poca importancia para la consideración cabal y con criterio católico de los mismos.

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Hv

1.- ¿Por qué fue necesaria la Humanae vitae?

“En todo caso, hago notar, en primer lugar, que hasta la encíclica Humanæ vitæ (1968), la gran mayoría de los moralistas católicos enseñaban una moral conyugal conforme con la doctrina de la Iglesia”.

Esto, que lo dice, el P. Iraburu en su libro “El matrimonio en Cristo” nos pone sobre la pista de que, a lo mejor, la encíclica que traemos como causa de esta serie, era, seguramente, necesaria. Algo había cambiado de tal manera en el mundo y en el tratamiento de este tipo de temas que hizo que Pablo VI se viera en la obligación de escribir sobre los mismos para que se tuviera en cuenta lo que ha Iglesia católica entendía al respecto.

Algo así debió ser lo que sucedió porque Benedicto XVI, en el Discurso a los participantes en el Congreso Internacional sobre Humanae vitae (10 de mayo de 2008) dijo que

“Ese documento se convirtió muy pronto en signo de contradicción. Elaborado a la luz de una decisión sufrida, constituye un significativo gesto de valentía al reafirmar la continuidad de la doctrina y de la tradición de la Iglesia”.

¿Por qué había contradicción entre lo que la Iglesia católica había sostenido hasta tal momento y lo que decía Pablo VI que era lo mismo? Seguramente sería porque católicos determinados entendían que no iba “con los tiempos” escribir sobre determinados temas de una forma meridianamente clara y, entonces, para que el todo el mundo lo entendiese.

Entonces, en aquel tiempo, lo que iba con los tiempos era, más bien, la banalización de la sexualidad porque la llamada “revolución sexual” estaba haciendo mella en los pensamientos de la humanidad y llevándolos por caminos bastante equivocados. Tal forma de comportamiento consiguió establecer un ambiente muy permisivista que culminaría con la puesta en práctica con una mentalidad antinatalista sustentada, la misma, en el uso de métodos anticonceptivos que la Iglesia católica no podía, ni puede ahora, tener como buenos y benéficos.

Por eso, en el número 2 de la Hv se dice que

“Los cambios que se han producido son, en efecto, notables y de diversa índole. Se trata, ante todo, del rápido desarrollo demográfico. Muchos manifiestan el temor de que la población mundial aumente más rápidamente que las reservas de que dispone, con creciente angustia para tantas familias y pueblos en vía de desarrollo, siendo grande la tentación de las autoridades de oponer a este peligro medidas radicales. Además, las condiciones de trabajo y de vivienda y las múltiples exigencias que van aumentando en el campo económico y en el de la educación, con frecuencia hacen hoy difícil el mantenimiento adecuado de un número elevado de hijos”.

Esto, pues, podía parecer apoyara la decisión, seguramente tomada por las más altas instancias políticas del mundo de entonces, de procurar que, en fin, la población no aumentase tanto como parecía iba a aumentar. Y, para ello, nada mejor, que procurar que naciesen menos personas.

Pero había algo más. La revolución sexual citada arriba debía suponer una especie de liberación de la mujer porque, al parecer, estaba sometida a rígidos conceptos retrógrados y ya pasados de moda. El mayo del 68 (y los años anteriores) quería establecer un “antes y un después” en la situación, en este particular aspecto, de la mujer.

Pues bien, en el mismo número citado arriba de al Hv se dice esto:

“Se asiste también a un cambio, tanto en el modo de considerar la personalidad de la mujer y su puesto en la sociedad, como en el valor que hay que atribuir al amor conyugal dentro del matrimonio y en el aprecio que se debe dar al significado de los actos conyugales en relación con este amor”

Es decir, los actos llamados conyugales o, mejor, las relaciones sexuales, no parece tuvieran que, necesariamente, tener como fin la procreación. Y eso procuraba la teoría que se necesitaba para fomentar la no natalidad propia de tales actos. Por eso, una encíclica que se dedicaba, precisamente, a la regulación de la natalidad, podía causar un impacto no pequeño. Y, en efecto, lo causó.

¿Era, pues, necesario un documento papal que tuviera en cuenta la situación por la que pasaba, en tal aspecto, el ser humano?

En principio, podemos decir que, en efecto, lo era pues la Esposa de Cristo no podía permanecer indiferente ante un aspecto tan importante como es el del hecho mismo de que la especie humana continúe siendo lo que es, simplemente, siéndolo.

Por eso, un poco más abajo (n. 3) se dice que

“El nuevo estado de cosas hace plantear nuevas preguntas. Consideradas las condiciones de la vida actual y dado el significado que las relaciones conyugales tienen en orden a la armonía entre los esposos y a su mutua fidelidad, ¿no sería indicado revisionar las normas éticas hasta ahora vigentes, sobre todo si se considera que las mismas no pueden observarse sin sacrificios, algunas veces heroicos?”

Y más aún:

Más aún, extendiendo a este campo la aplicación del llamado “principio de totalidad", ¿no se podría admitir que la intención de una fecundidad menos exuberante, pero más racional, transformase la intervención materialmente esterilizadora en un control lícito y prudente de los nacimientos? Es decir, ¿no se podría admitir que la finalidad procreadora pertenezca al conjunto de la vida conyugal más bien que a cada uno de los actos? Se pregunta también si, dado el creciente sentido de responsabilidad del hombre moderno, no haya llegado el momento de someter a su razón y a su voluntad, más que a los ritmos ideológicos de su organismo, la tarea de regular la natalidad.

 

Había, pues, más razones de las que hubiera sido convenientes que existieran, para que Pablo VI abordar un problema tan grave como al que trató de dar explicación y solución en su Humanae vitae.

Por otra parte, arriba hemos dicho que el entonces Santo Padre había sufrido mucho a costa de este documento. Tal fue así que, incluso antes de que saliera a la luz pública, en la Comisión en la que se estudió y conoció el tema del mismo y que había sido instituida por el Beato Juan XXIII en marzo de 1963 (confirmada y ampliada por su sucesor), se produjeron discrepancias tan grandes que obligaron a Pablo VI a, como se dice, coger el toro por los cuernos, y decir lo que debía decir.

Así lo dice en el número 6:

No podíamos, sin embargo, considerar como definitivas las conclusiones a que había llegado la Comisión, ni dispensarnos de examinar personalmente la grave cuestión; entre otros motivos, porque en seno a la Comisión no se había alcanzado una plena concordancia de juicios acerca de las normas morales a proponer y, sobre todo, porque habían aflorado algunos criterios de soluciones que se separaban de la doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Iglesia con constante firmeza. Por ello, habiendo examinado atentamente la documentación que se nos presentó y después de madura reflexión y de asiduas plegarias, queremos ahora, en virtud del mandato que Cristo nos confió, dar nuestra respuesta a estas graves cuestiones.

Pero, en realidad, es el número 4 de la Hv donde, expresamente, se dice que era necesaria la misma:

“Estas cuestiones exigían del Magisterio de la Iglesia una nueva y profunda reflexión acerca de los principios de la doctrina moral del matrimonio, doctrina fundada sobre la ley natural, iluminada y enriquecida por la Revelación divina.”

Eran, pues, ley natural y Revelación divina los pilares sobre los que se iba a construir el cuerpo doctrinal que, a continuación, venía.

Eleuterio Fernández Guzmán