3.12.12

Herejía de la actividad

A las 4:53 AM, por Germán
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El Papa acaba de promulgar el Motu Proprio De caritate ministranda sobre el servicio de la caridad, en él recuerda una vez más que

La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra (Carta enc. Deus caritas est, 25).

Se ha dicho que el gran pecado capital del tiempo presente es, que no disponemos de tiempo para Dios. Tenemos tiempo ciertamente para todo lo demás pero no para orar, y cuando decimos que no tenemos tiempo para la oración en realidad es que estamos diciendo que no tenemos tiempo para Dios. Nuestro tiempo queda absorbido por una serie de actividades, reuniones, compromisos, preocupaciones y problemas, frecuentemente excesivos, que impiden darle el tiempo necesario a la oración.

La unión entre contemplación y acción constituye el verdadero apostolado, que consiste en anunciar a Jesucristo, así como acción y oración continua se alternaban y unían armoniosamente en la vida de Jesús, durante el día enseñaba en el Templo y salía a pasar la noche en el monte llamado de los Olivos (Lc 21, 37), después de despedirse de ellos se fue al monte a orar (Mc 6, 46).

Benedicto XVI es muy realista respecto al hecho de que la pobreza, las injusticias y desigualdades existentes en el mundo, son para unos, muchas veces el camino hacia las ideologías, creyendo que ellas pueden ser una solución universal de los problemas de la humanidad, y que para otros, se puede convertir en un pesimismo que nada puede hacer frente a la cruda realidad. Para evitar estas dos extremas posturas, el Papa subraya que la oración se convierte en estos momentos en una exigencia muy concreta, como medio para recibir constantemente fuerzas de Cristo (Carta enc. Deus caritas est, 36), reafirmando la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos con el servicio caritativo (37).

La vida de oración es la fuente: es mucho mejor transmitir a otros lo que se ha contemplado, que contemplar solamente (Suma Teológica, Tomás de Aquino).

Me llamó la atención hace algunos años un artículo titulado Los demonios del evangelizador que abordaba el hecho de que muchas veces la acción apostólica queda paralizada por demonios como la confusión, la impaciencia, la ineficacia, el individualismo o la excesiva planificación, pero no decía nada sobre el primado de la oración por sobre la actividad. Es decir no mencionaba al demonio del activismo, ese que por el que el mundo contemporáneo está tan fascinado que ha perdido el sentido de la contemplación.

Muchas veces quienes estamos comprometidos en el apostolado al buscar resultados eficaces podemos quedar atrapados en un simple activismo y perder el sentido de la contemplación. Si hay quienes tienen cierta repugnancia por ejemplo a los grupos de oración, ¿no será porque han caído en lo que los Papas modernos llaman herejía de la actividad? El evangelizador debe llenarse de Jesús para luego darlo a los demás. El demonio del activismo desvía la evangelización hacia la multiplicación de actividades, haciéndonos perder el horizonte de que es el Espíritu Santo el primer protagonista de todo apostolado y que por tanto la evangelización descansa sobre la oración y en la iniciativa primera de Dios.

En la proposición 36 del reciente Sínodo sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, los padres sinodales se refieren a la dimensión contemplativa del apostolado evangelizador, que se alimenta continuamente a través de la oración y enfatizan que el agente principal de la evangelización es el Espíritu Santo.

Lo planteaba ya Dom Chautard en su clásico El alma de todo apostolado:

El cardenal Marmillod ha calificado de herejía de la caridad esa actividad febril que utiliza los grandes medios humanos como si bastaran para el avance del Reino de Dios. Admitiendo teóricamente que Cristo es el iniciador de toda actividad apostólica, se obra como si su presencia y su acción fueran superfluas. Relegar lo esencial a segundo plano, es en los que trabajan- inconscientemente sin duda- los partidarios de una espiritualidad acomodada al gusto de hoy, cuando afirman que la vida de oración y la vida eucarística no responden ya a las exigencias de la vida moderna. Se obra como si el éxito dependiera de la habilidad y destreza del operario, como si se pudiera prescindir de Dios para comunicar a los hombres la vida divina.

El Papa Pablo VI afirmó (31-I-1968) que no puede ser verdadero evangelizador aquel que no tiene una personal, profunda, ardiente vida interior. El cristiano sin oración es un enfermo grave: no sabe hablar con Dios, su Padre. Le falta para ello luz de fe o amor de caridad. Aunque está bautizado, y Jesús le abrió el oído y le soltó la lengua, sigue ante Dios como un sordo mudo: ni oye, ni habla” (Mc 7,34-35).