20.11.12

 

Una nación en la que se han matado antes de nacer a más de un millón y medio de seres humanos en el último cuarto de siglo, difícilmente puede tener un futuro que no sea el más profundo de los abismos. Una nación en la que la tasa de natalidad está muy lejos del nivel de reemplazo generacional, no puede tener otro futuro que no sea su envejecimiento y empobrecimiento a todos los niveles. Una clase política que alienta, promueve y legisla de cara a que se den ambas circunstancias no puede recibir otro calificativo que el de necia e irresponsable. Pero su necedad e irresponsabilidad está refrendada en las urnas por la gran mayoría de la población.

Hablamos, cómo no, de España, país que en su día fue verdaderamente católico y que hoy es uno de los que más alto aparece en la lista de los países apóstatas del cristianismo en Occidente. Que haya otros que estén peor o igual no es consuelo alguno.

Dice San Pablo que la paga del pecado es muerte. Pues bien, ese es el destino inexorable de España según acaba de advertir el Instituto Nacional de Estadística, que ha publicado un informe que pone los pelos de punta. Si la cosas no cambian, dentro de 40 años, por cada persona en edad de trabajar prácticamente habrá otra que no estaría en edad de hacerlo.

Mucho me temo que la forma de “solucionar” esa circunstancia será la promoción de la eutanasia. Y no siempre voluntaria. Dado que será absolutamente imposible poder pagar pensiones decentes, los adalides de la cultura de la muerte -que en este país son TODOS los partidos de gobierno- buscarán la salida fácil de reducir el número de ancianos adelantando su muerte. Primero convencerán a la sociedad de que eso es lo mejor para todos. Y si no la convencen del todo, da igual. Aprobarán leyes que se encargarán de hacer creer a muchos que lo normal es ayudar al país a librarse de los enfermos crónicos en cuanto empiecen a sufrir un poco más de lo habitual.

La escalera de la muerte va alcanzando sus últimos peldaños. Primero se subió el de la anticoncepción, la cual se vio como una liberación de la mujer, que ya no tenía por qué ser madre de muchos hijos. Luego se subió el del divorcio, que en su versión express convierte el matrimonio civil en una broma de mal gusto. Se subió igualmente el peldaño más infame, que es el del aborto. Y ahora toca el de la eutanasia, que llegará a España la próxima vez que los socialistas gobiernen.

Aun así, creo que es inevitable que lleguemos a un colapso económico que haga inviable no solo el estado de bienestar sino la mera existencia del estado. Un país de ancianos, que en buena medida habrán sido los protagonistas de que todo haya acabado así, no puede sobrevivir. La elevación de la edad de jubilación, que es obvio que es ya una obligación, podrá parar un poco el golpe. Pero nada puede evitar que la presencia de millones de personas de la tercera edad con pocos o ningún hijo -y por tanto, sin casi nadie que les atienda- sean una “carga” inasumible para las cuentas públicas.

En España tenemos además el añadido de que el nivel del sistema educativo es ínfimo. Así que imagínense ustedes el panorama. Una nación de viejos con jóvenes y adultos poco preparados para ser competitivos en un mundo donde sin competitividad estás perdido.

Si alguien cree que esto se soluciona con cambios menores, que pierda toda esperanza. Hace falta una renovación completa. Y la misma solo puede ser llevada a cabo por personas que tengan claros los valores que deben defenderse y promocionarse desde todos los ámbitos, incluido el de la acción política. Esas personas, al menos en España, deberán tener, como decía San Paciano de Barcelona, un nombre y un apellido: cristianos y católicos. Fuera de Cristo y de la Iglesia no es que no haya salvación. Es que solo hay degeneración, muerte y destrucción.

Luis Fernando Pérez Bustamante

PD: Aprovecho la ocasión para recomendar la lectura del imprescindible libro “El suicidio demográfico de España”