30.09.12

“Vatileaks”. Un juicio verdadero (y valiente)

A las 6:59 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : El Vaticano

Muchos apostaban que el ex mayordomo papal, Paolo Gabriele, nunca pisaría el aula de los tribunales vaticanos para responder por la descarada traición a su jefe, Benedicto XVI. Múltiples fueron las presiones recibidas por el pontífice en este sentido, como era previsible. El Papa tiene la autoridad de intervenir en cualquier momento para frenar el llamado “juicio del siglo”. Pero no lo hizo y no es previsible que lo haga, al menos hasta el final del proceso iniciado este sábado 29 de septiembre. Una decisión que contiene, en su misma, un mensaje claro para quienes –también dentro de la Curia Romana- no son precisamente los mejores amigos de la transparencia.

La crítica más cotidiana, corrosiva y embarazosa que han afrontado los fieles católicos en los últimos años está relacionada con la supuesta corrupción en la estructura jerárquica de la Iglesia. Según los detractores del catolicismo los sacerdotes se comportan como una “corporación” al margen de la ley mientras los obispos se configuran en una especie de mafia que busca intervenir en todos los campos de la vida social para imponer sus dictados.

Esta resulta una tesis muy funcional para el pensamiento dominante en la opinión pública. Y claro, si la imagen de la jerarquía eclesiástica es esa la Santa Sede, que es el gobierno central de la Iglesia, resulta entonces el centro neurálgico de tal pretendida corrupción. Como diría una canción del grupo Calle 13: “la mafia más grande vive en El Vaticano”.

No es casual que se trate de una idea tan extendida en el pensamiento colectivo. Y, por desgracia, no es culpa sólo de un “complot mediático” mundial. Figuras y situaciones nada honrosas para los católicos han reforzado el mito. Porque los Paul Marcinkus y los Marcial Maciel sí existieron, sus acciones son públicamente conocidas. Desde Judas, los traidores a Cristo han existido, existen y existirán. Sería demasiado pretencioso (y miope) negarlo.

Pero existe una enorme diferencia entre identificar, denunciar y combatir el mal y convivir con él, protegerlo o permitirle actuar argumentando excusas más ligadas a la tibieza espiritual, a la falta de fe, que a la verdad.

En este contexto se entiende la decisión de Benedicto XVI de ir adelante con un juicio riesgoso, desde el punto de vista de la imagen pública y el “buen nombre” del papado. Mucho más sencillo y “popular” habría sido para él conceder el indulto a quien, durante seis años, robó sistemáticamente y con cinismo documentos confidenciales que sólo debían permanecer en los escritorios de aquel a quien decidió servir como mayordomo.

Se sabe, muchas veces lo más sencillo no es lo correcto. Especialmente cuando la Iglesia está pagando un precio demasiado alto por las infidelidades, los encubrimientos, los falsos respetos humanos y la hipocresía. Por lo visto en la primera audiencia, el juicio a Paolo Gabriele (aquí un relato detallado), será todo menos suave y acomodaticio. Será un proceso verdadero con la debida sentencia. Así quedará claro que, para “limpiar” la Iglesia, no sirven los discursos vacíos y las buenas intenciones. Sólo los hechos, nada más.