17.04.12

Amicus Plato sed magis amica veritas

A las 11:56 AM, por Luis Fernando
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La frase que da título a mi post, y que significa “Platón es amigo, pero la verdad es más amiga", aparece en la obra La vida de Aristóteles de Ammonio. Parece ser que Aristóteles, discípulo de Platón, admiraba a su maestro, la profundidad de sus pensamientos y de sus razonamientos filosóficos, la corrección moral de su vida y de sus sentimientos, pero juzgaba más importante la búsqueda de la verdad en sus múltiples formas.

Por pura gracia de Dios, los que hemos recibido el don de la fe no necesitamos buscar la verdad. La misma se nos presenta en la persona de Cristo y de sus enseñanzas. Se nos concede el privilegio de ser libres para amar a Dios y obrar el bien, huyendo de la esclavitud del pecado. Ni Aristóteles ni Platón tuvieron la ocasión de alcanzar tal merced. Al menos no en el grado máximo que es ofrecido a los que aceptan el señorío del Salvador.

Ahora bien, Cristo no dejó tras de sí una mera serie de enseñanzas que sirvieran de guía para quienes se dejan abrazar por sus brazos salvadores. Cierto que lo más importante de sus palabras y de sus obras quedaron por escrito en los evangelios, pero el gran regalo del Señor al mundo, aparte de su sacrificio redentor, es la Iglesia, columna y baluarte de la verdad. Ella es su cuerpo, su plenitud.

Sabemos que la Iglesia está formado por hombres que no han alcanzado la perfeción de la santidad a la que nos llama Dios. Por eso, veinte siglos de historia eclesial han contemplado pecados, cismas, injusticias y todo tipo de hechos poco conformes al mensaje evangélico. No es menos cierto que la santidad de miles y miles de hijos de Dios y de la Iglesia brilla por encima de las tinieblas de esos pecados. Hay quienes, siguiendo la senda del Acusador de los hermanos (Ap 12,10), se regodean en los pecados de los cristianos, como si el resto de los hombres no cometieran los mismos y peores, mientras que apenas hay manera de encontrar entre ellos las obras de caridad y de bondad que fluyen por el río desbordado de los santos de la Iglesia de Cristo.

Siendo que la Iglesia es instrumento de salvación para los hombres, ¿cómo podrán salvarse aquellos que, cegados por la soberbia o errados por seguir una conciencia mal formada, ocupan su tiempo en atacarla y despreciar sus enseñanzas? No en vano los maestros cristianos de los primeros siglos enseñaban que no puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia como Madre. De ahí la necesidad de estar en plena comunión con ella. Seguir los pasos de quienes enseñan el error o caminan por la senda del cisma solo puede llevar al abismo de la perdición.

Por más años de vida que el Señor me dé, no tendré tiempo suficiente para darle gracias por haberme permitido regresar a su Iglesia. La abandoné al final de mi adolescencia y tras diversas vicisitudes que ya he relatado en otras ocasiones, emprendí el camino de vuelta que me devolvió a casa hace más de doce años. Atrás dejé muchos amigos que hoy siguen allá donde yo estaba antes de regresar. Sé que la misma gracia que se derramó sobre mí está lista para obrar en sus vidas. Pero como dijo San Agustín, el “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti“. Pido al Señor que no aparte sus ojos de ellos y que les conceda el mismo don que, sin mérito alguno por mi parte, me concedió a mí. Y si ruego por mis amigos, ¿qué no pediré por mis familiares que viven alejados del Señor y de su Iglesia?

Luis Fernando Pérez Bustamante