26.01.12

 

Tras conseguir unos cuantos días de gloria mediática al entrar en Gran Hermano, el religioso y sacerdote Juan Antonio Molina parece lanzado a demostrar a todo el mundo que la suspensión a divinis “temporal” que le fue impuesta por el superior general de su concregación puede ser insuficiente. Hasta donde yo sé -no sigo el programa-, dentro de la casa ha optado por exhibirse ante las cámaras en calzoncillos de color rojo, se ha metido dentro en la cama con alguna de las mujeres participantes -sin hacer todavía “edredoning"-, ha asegurado haber tenido sueños eróticos con no se cuál actriz y ha presumido de depilarse el cuerpo de perilla para abajo.

Yo no sé si este pobre hombre estaba ya perdido para la causa de Cristo y de su Iglesia antes de plantearse siquiera asomarse por un programa de esas características. Como no le conozco, me es imposible discernir si su entrada en Gran Hermano es la guinda del pastel o es la espita retirada de una granada de indignidad que ha explotado dentro.

Cuando hablo de indignidad, entiéndaseme bien. Humanamente es comprensible que un concursante de ese tipo de programas se dedique a semejantes tareas. Peor es cuando pierden todo sentido del pudor y mantienen relaciones sexuales bajo unas sábanas delante del público. E incluso en ese caso, no dejan de ser un ejemplo de cuál es el camino que ha emprendido buena parte de nuestra sociedad, que ha decidido que la fe y la moral sexual católica es cosa del medievo y que hay que seguir aquello de “comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (1ª Cor 15,32).

Pero en un sacerdote sí hay una clara y nítida indignidad en ese tipo de comportamientos. Aunque esté suspendido a divinis. Que te retiren del ministerio sacerdotal por haber desobedecido a un superior no significa que tengas barra libre para hacer lo que te venga en gana. Hacerlo demuestra muy poco respeto hacia Dios, hacia ti mismo y, también, hacia tus familiares, que no creo que estén felices precisamente de verte dando el espectáculo. Y si lo están, demuestran quererte bien poco.

Para opinar lo que opino sobre este asunto no creo que haga falta ser cristiano, católico, apostólico y romano practicante. Basta con tener sentido común. Aunque no sigo Gran Hermano, estos días he visto el programa Sálvame, donde nos citaron como fuente, para ver cuál era la opinión de quienes lideran la audiencia en ese tipo de espectáculos televisivos. Y me he encontrado con que la mayoría de los colaboradores han demostrado tener ese sentido común del que hablo. También es cierto que vi a Rosa Benito decir que ella es muy católica pero hace años que no se confiesa con un sacerdote porque ya lo hace solo con Dios (1). Los protestantes la habrán aplaudido, claro. Pero incluso entonces hubo otro colaborador que la replicó que no se puede ser católico a la carta. Eso es lo que llevo años diciendo. A nadie se le obliga a ser católico, pero quien lo sea, no puede tomar de la fe lo que le venga en gana y dejar lo que no le gusta a un lado. Ni a nivel doctrinal ni a nivel moral. Eso vale para los religiosos, para los sacerdotes, para los teólogos, para los catequistas, para los catecúmenos, para los seglares y para todos desde el Papa hasta el último fiel.

Sé que hay lectores a los que no les gusta que use algunos versículos de la Biblia para ilustrar mi opinión sobre comportamientos ajenos, sobre todo cuando se trata de sacerdotes. Pero como dice 1ª Tim 3,16-17 “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra“. En ese sentido, no puedo evitar citar lo que escribió San Pedro sobre aquellos que caen en el escándalo tras haber sido iluminados por Cristo: “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2ª Pedro 2,20-22). Yo espero, deseo, ruego a Dios para que el P. Juan Antonio Molina no nos demuestre por televisión la razón que tenía el príncipe de los apóstoles al escribir tal cosa. Espero, deseo y ruego a Dios que recapacite, que se deje guiar de nuevo por la gracia que le lleva al arrepentimiento. Ojalá salga de la casa de Gran Hermano antes de que cometa más sandeces, antes de que acabe de tirar por la borda cualquier posibilidad de volver a la vocación a la que un día fue llamado.

Luis Fernando Pérez Bustamante

(1) Sobre la necesidad de confesarse con un sacerdote, dice el Catecismo:
1457 Según el mandamiento de la Iglesia “todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar, al menos una vez la año, fielmente sus pecados graves” (CIC can. 989; cf. DS 1683; 1708). “Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental (cf DS 1647, 1661) a no ser que concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes” (CIC can. 916; CCEO can. 711). Los niños deben acceder al sacramento de la Penitencia antes de recibir por primera vez la Sagrada Comunión (CIC can. 914).

Y

1461 Puesto que Cristo confió a sus Apóstoles el ministerio de la reconciliación (cf Jn 20,23; 2 Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".