25.01.12

Ectogénesis o gestación artificial

Las mujeres se le quedaron mirando.

–¿Cómo están sus hijos, Mrs. Phelps? –preguntó él.

–¡Sabe que no tengo ninguno! ¡Nadie en su juicio los tendría, bien lo sabe Dios! –exclamó Mrs. Phelps, no muy segura de por qué estaba furiosa contra aquel hombre.

–Yo no afirmaría tal cosa –dijo Mrs. Bowles–. He tenido dos hijos mediante una cesárea. No tiene objeto pasar tantas molestias por un bebé. El mundo ha de reproducirse, la raza ha de seguir adelante. Además, hay veces en que salen igualitos a ti, y eso resulta agradable. Con dos cesáreas, estuve lista. Sí, señor. ¡Oh! El doctor dijo que las cesáreas no son imprescindibles, tenía buenas caderas, que todo iría normalmente, yo insistí.

–Con cesárea o sin ella, los niños resultan ruinosos. Estás completamente loca –dijo Mrs. Phelps.

–Tengo a los niños en la escuela nueve días de cada diez. Me entiendo con ellos cuando vienen a casa, tres días al mes. No es completamente insoportable. Los pongo en el «salón» y conecto el televisor. Es como lavar ropa; meto la colada en la máquina y cierro la tapadera. –Mrs. Bowles rió entre dientes–. Son tan capaces de besarme como de pegarme una patada. ¡Gracias a Dios, yo también sé pegarles!

Ray Bradbury, Fahrenheit 451

La distopia de Ray Bradbury fue profética en numerosos aspectos, en el del feminismo también.

El odio de las feministas se dirige fundamentalmente contra la mujer y es especialmente virulento con su cualidad más definitoria: la maternidad. Esta aversión tiene muchos motivos, entre los que podemos destacar el que es al que está orientado, biológica y psíquicamente, su esencia. Es el «hecho» que da al traste con el «constructivismo» de la teoría de género.

La bioética y feminista radical Anna Smajdor, de la Universidad de East Anglia ha propuesto que los fondos públicos deben sufragar con urgencia el desarrollo de úteros artificiales, sólo así se podrá lograr una verdadera igualdad entre hombre y mujeres. Construyendo de este modo una sociedad en la que no se verían limitadas por tener hijos, ni tendrían que sobrellevar las cargas de la maternidad. El embarazo y el parto son dolorosos, arriesgados y socialmente restrictivos. Como en Fahrenheit 451.

Para Smajdor, la gestación artificial –ectogénesis– es el elemento que creará una sociedad liberada, que no tolerará el embarazo ni el parto:

Los cambios en las estructuras económicas y sociales pueden mejorar las cosas, pero de manera marginal, necesitamos encontrar una mejor solución. O bien las mujeres como portadoras de bebés tendrán que someter a otros intereses el bienestar de sus hijos o reconocemos que nuestros valores sociales y el nivel de conocimientos médicos ya no son compatibles con la reproducción «natural».

Según Smajor, «el embarazo es una barbarie, una enfermedad tan grave que es comparable al sarampión, que también puede llegar a ser fatal, pero que no dura nueve meses».

Las derivadas éticas de estos delirios totalitarios darían para muchos artículos, alguno de ellos bien descritos en otra distopia: «Un mundo feliz» de A. Huxley. El desprecio que muestran las feministas por la dignidad del otro es clamoroso y en el fondo el feminismo, al igual que el machismo, no es más que una gigantesca evidencia de egoísmo puro y duro, no hay más que volver a repasar la argumentación: yo, yo, yo.