23.01.12

Diez Mandamientos

RAZÓN DE LA SERIE:

Los Mandamientos de la Ley de Dios vienen siendo, desde que le fueron entregados a Moisés (Éxodo 20, 1-17) en aquella tierra inhóspita por la que deambulaban hacia otra mejor que los esperaba, una guía, no sólo espiritual, que el ser humano ha seguido y debe seguir. Quien quiera ser llamado hijo del Creador ha de responder afirmativa a Cristo cuando le diga, como al joven rico (Mc 10, 19) “ya sabes los mandamientos…” y ha de saber que todo se resumen en aquel “Quien ama, ha cumplido toda la ley” que dejara escrito San Pablo en su Epístola a los Romanos (13,8).

Por otra parte, los Mandamientos, doctrinalmente así se entiende, están divididos, o podemos así entenderlo, en dos grandes grupos: el primero de ellos abarca los tres primeros que son referidos, directamente a Dios y que se resumen en el “amarás a Dios sobre todas las cosas”; el segundo abarca el resto, 7, referidos, exactamente, a nuestra relación con el prójimo y que se resumen en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Tenemos, pues, que traer a nuestra vida ordinaria, el espíritu y el sentido exacto de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no caer en lo que San Josemaría refiere en “Amar a la Iglesia” (El fin sobrenatural de la Iglesia, 11) cuando escribe que “Se rechaza la doctrina de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, se tergiversa el contenido de las bienaventuranzas poniéndolo en clave político-social: y el que se esfuerza por ser humilde, manso, limpio de corazón, es tratado como un ignorante o un atávico sostenedor de cosas pasadas. No se soporta el yugo de la castidad, y se inventan mil maneras de burlar los preceptos divinos de Cristo.

Seamos, pues, de los que son llamados humildes, mansos y limpios de corazón y traigamos, aquí, el sentido que la norma divina tiene para nosotros, hijos del Creador. Sabemos lo que nos espera, en la vida eterna, en tal caso.

Enlace a Libros y otros textos.

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6º- No cometerás actos impuros

No cometerás actos impuros

En más de una ocasión suelen aparecer, a modo de explicación de los Mandamientos de la Ley de Dios, el que es sexto (“No cometerás actos impuros”) y el que ex noveno (“No consentirás pensamientos ni deseos impuros”) como uno sólo. Sin embargo, si quizá por comprender lo que significa uno y otro pueda tener algo de sentido que así sea, lo bien cierto es que tanto uno como el otro, aunque tengan mucho que ver, son, esencialmente, distintos.

Digamos, aunque sea brevemente, que mientras que el primero de ellos, el sexto, se refiere a lo que es la comisión de actos impuros que se prohíbe, el segundo (el noveno) viene referido a lo que es el estadio previo a la comisión de tal pecado en caso de caer en los pensamientos ni deseos. Es decir, que una cosa es cometer el acto impuro, que está en acto, y otra, distinta, es la potencia que hay en consentir que es, como es lógico, acto previo al hacer.

Veamos, pues, el sentido del sexto Mandamiento de la Ley de Dios por el cual se prescribe no llevar a cabo actos impuros.

Dice el P. Jorge Loring, SI, en su “Para Salvarte” que “En el sexto mandamiento se nos pide que seamos puros y castos en palabras y obras; y tratemos con respeto todo lo relacionado con la sexualidad”.

Para eso, y como viene siendo habitual en esta serie, nos planteamos una serie de preguntas que nos pueden servir como reflexión personal acerca de este Mandamiento.

¿Has sostenido conversaciones indecentes? (Cuentos, chistes o cantares obscenos…) ¿Cuantas veces?

¿Has mirado con mirada lujuriosa? (Objetos obscenos, imágenes, revistas, dibujos, películas…) ¿Cuantas veces?

¿Has leído algo deshonesto, pornográfico, o peligroso?

¿Has hecho algún acto impuro: ¿solo?, ¿acompañado?, ¿de distinto sexo?, ¿de que estado?, ¿pariente? ¿Cuantas veces?

¿Te pones voluntariamente en peligro u ocasión próxima de pecar? (Ciertos bailes, espectáculos, personas, sitios, cines, televisión, novelas…)

Si vas hacia el matrimonio, ¿como son tus relaciones: santas, puras, dignas, frívolas, peligrosas, por pasatiempo, con libertades, criminales?

Si vives en el matrimonio: ¿abusas de el? ¿Impides su fruto? ¿Cuantas veces?

 

Y, ante lo que puede ser la comisión de actos impuros, la siguiente pregunta que nos puede servir de asidero de salvación personal:

¿Luchas contra la fuerza de la pasión? ¿Procuras resistir a la tentación? ¿Acudes en ellas a Dios y a la Santísima Virgen?

En realidad, el sexto Mandamiento de la Ley de Dios supone la puesta en práctica de una serie de conductas que, de ser tenidas como propias, hacen caer en graves trasgresiones de la norma divina. Entre algunas cabe hacer mención de

Actos puros

-La interrupción del acto generador.
-La incontinencia.
-Las relaciones sexuales prematrimoniales.
-Las acciones “iuxta naturam” y “contra naturam”.

Son “iuxta naturam” la fornicación, el adulterio y el incesto; son “contra naturam” la sodomía y la bestialidad

-Toda acción sexual fuera de los cauces de la generación responsable.
-La lujuria.
-El adulterio.
-La prostitución.
-El homosexualismo.
-La masturbación.
-La violación.

Podemos apreciar, con cierta facilidad, que es mucho lo que tenemos que tener en cuenta y que no es nada fácil cumplir, en su totalidad, el sexto Mandamiento. No es la Ley de Dios, por mucho que así pueda pensarse, una que lo sea sencilla de respetar porque la tendencia del ser humano es a proceder, más o menos, como le viene en gana sin tener en cuenta el total contenido de unos mandatos del Creador que no están puestos por capricho sino para bien de sus creaturas.

Como siempre pasa con Jesucristo, sorprende cuando dice algo que hay que tener en cuenta y que nos lleva a conocer lo que, en su totalidad, comprende este mandamiento. Dice que

“Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28).

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Va, pues, mucho allá de lo que la letra del precepto divino dice porque Cristo conoce la verdadera voluntad de Dios y a ella se acoge y de ella habla y predica.

Pues bien, además de lo citado arriba como instrumento espiritual del que socorrerse para no atentar contra el sexto Mandamiento, existe uno que es, digamos, esencial, básico y general para conseguir tal fin: la castidad.

Al respecto de la misma, y para que nos entendamos, el número 2337 del Catecismo de la Iglesia católica dice que

La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.

La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don.

Es por tanto, la consideración del sentido que la castidad da a nuestra vida de cristianos, aquí católicos, la que puede venir en auxilio de un corazón que tenga la tendencia humana a trasgredir el mandamiento del que hablamos. Es, además, la castidad, estancia misma donde el corazón ha de vivir y de donde ha de salir (“de la abundancia del corazón habla la boca”, Mt 12, 34) hacia la convivencia con el prójimo purificada la intención.

Abunda, a este respecto, al Compendio del Catecismo de la Iglesia católica. En concreto, en su número 498 y a la pregunta de qué supone la virtud, porque es una virtud, de la castidad, responde que

“La virtud de la castidad supone la adquisición del dominio de sí mismo, como expresión de libertad humana destinada al don de uno mismo. Para este fin, es necesaria una íntegra y permanente educación, que se realiza en etapas graduales de crecimiento.”

Se vive, pues, la castidad, de tres formas o, mejor, según el estado de las personas, se puede entender así:

1.-Los sacerdotes y religiosos han renunciado, como ofrenda a Dios, a casarse y a tener vida sexual para entregarse totalmente al Creador.

2.-Los novios y solteros viven la castidad con la continencia. Los novios a través del dominio de su cuerpo demuestran que respetan el del otro y que lo aman por ser quien es y no por ser, como cosa susceptible de uso, lo que es. Los solteros en la consideración de respeto hacia su propio cuerpo.

3.-Las personas casadas han de vivir en castidad que viene a significar manifestar el respeto hacia el otro y estando abiertos ala vida.

A este respecto, Benedicto XVI, en su Encíclica Deus caritas est (5), centra la cuestión acerca del cuerpo humano, en su justa medida. Para que nadie se lleve a engaño y entienda que la Iglesia católica prescribe deformaciones de la consideración del cuerpo de la persona que la alejaría de la voluntad de Dios dice que

“Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza”.

Y más adelante (mismo número) dice una verdad no poco importante y es que

el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro «sexo», se convierte en mercancía, en simple « objeto » que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. En realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador. Una parte, además, que no aprecia como ámbito de su libertad, sino como algo que, a su manera, intenta convertir en agradable e inocuo a la vez. En realidad, nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico. La aparente exaltación del cuerpo puede convertirse muy pronto en odio a la corporeidad. La fe cristiana, por el contrario, ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual espíritu y materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza. Ciertamente, el eros quiere remontarnos « en éxtasis » hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación.

Pues, como dice la canción, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio” y hay que aceptarla como es. Y la comisión de actos impuros es una forma de ver la verdad como algo no conveniente y como algo que, en realidad, no nos viene bien siendo como es, justamente, lo contrario: es bueno respetarse a uno mismo y, también, al prójimo en esta particular material pues, de otra forma, no sólo vamos a embrutecer el cuerpo sino que nuestra alma se ennegrecerá con tan execrables actos impuros.

Leer Primer Mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Leer Segundo Mandamiento: No tomarás el nombre de Dios en vano.

Leer Tercer Mandamiento: Santificarás las fiestas.

Leer Cuarto Mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre.

Leer Quinto Mandamiento: No matarás.

Eleuterio Fernández Guzmán