20.12.11

 

Me reconocerán ustedes que lo que ha ocurrido en Illinos es algo a lo que no estamos acostumbrados los católicos en el resto del mundo. Por ejemplo, y sin salir de España, ¿alguien se imagina a los obispos de las diócesis presentes en una comunidad autónoma española reuniéndose con el presidente de dicha comunidad para leerle la cartilla? ¿alguien se imagina al Primado de España llamando al orden a un presidente castellano-manchego -sea del partido que sea- y diciéndole que no puede ir por la vida presumiendo de católico y apoyando políticas contrarias a la fe católica? Yo tampoco. Es decir, yo tampoco me lo imagino.

Y sin embargo, es lo que ha acontencido en Estados Unidos. Pat Quinn es gobernador de Illinois por el deseo de los ciudadanos de ese estado. Miembro del partido demócrata, es más fiel a las posturas de su partido que a la enseñanza de la Iglesia sobre los temas que forman parte de los principios no negociables planteados por Benedicto XVI. Esos principios, cabe recordarlo, son predemocráticos. Es decir, no deben ser alterados por mayorías política logradas en las urnas. Si no hay derecho a la vida, no cabe derecho alguno. Si por una votación se puede legalizar una barbaridad -y el aborto lo es-, la democracia se convierte en un régimen totalitario. Y si eso no lo entiende un católico, es que no ha entendido nada.

Quinn no solo lleva a cabo políticas que son contrarias a la fe que dice profesar. Es que además presume públicamente de que su conciencia católica le lleva a realizar dichas políticas. Y ello ha provocado la intervención inmediata de los obispos de las diócesis de su estado. Lo que le han dicho no es solo algo propio del catolicismo, sino yo diría que es mero sentido común. No se puede pretender tener una conciencia católica si no está conformada a las enseñanzas de la Iglesia. O, en otras palabras, no se puede ser católico y pensar de forma radicalmente contraria a lo que la Iglesia predica. Aunque no todo el magisterio de la Iglesia requiere el mismo nivel de aceptación, en relación a la acción política los principios no negociables son, como lo dice su nombre, no negociables. Es decir, cualquier político católico que se dedique al servicio a la sociedad desde cargos de responsabilidad pública debe de atenerse a los mismos. Y si no lo hace, se situa fuera de la comunión eclesial.

Es más, dado que los políticos que dicen ser católicos tienen, por su posición pública, una visibilidad e influencia sobre la sociedad muy importante, la Iglesia debe de vigilar que no se conviertan en piedra de tropiezo para los fieles y el resto de la sociedad.

Lo que han hecho los obispos de Illinos, con el cardenal Francis Eugene George al frente, debería ser el pan nuestro de cada día de los obispos en el resto del mundo, sobre todo allá donde haya políticos que utilicen su condición de fieles católicos como razón de su proceder. Sobre todo si dicho proceder es contrario a la fe de la Iglesia.

No es Estados Unidos un país donde haya duda alguna sobre la separación entre la Iglesia, o las “iglesias", y el Estado. Allí se cumple aquello de dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Pero si el César dice ser cristiano, no tiene el menor sentido que actúe en contra de la voluntad de Dios. Y en relación a los católicos, la voluntad del Señor viene dada por la Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Quien quiera ser católico sabe que ese es el camino. El que no quiera seguirlo puede coger la puerta y largarse. Y si no se larga, habrá que echarle. Sobre todo si supone un acicate para que otros hagan lo mismo y sigan por la senda del error. A veces es mejor saberse fuera que autoengañarse creyendo que se está dentro. El camino a la conversión empieza por el reconocimiento del error y del pecado propio. Y eso vale también para el gobernador de Illinois o para cualquier otro político católico.

Luis Fernando Pérez Bustamante