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ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 18 de diciembre de 2011

Donde Dios llora

Caritas Jerusalén: Solos no podemos encontrar la paz

Mundo

Cardenal Amato: Testigos valiosos de la bondad de la existencia humana

En la escuela de san Pablo...

La puerta de la fe nos introduce en el Misterio de Dios (4º domingo de Adviento, ciclo B)

Flash

La Esperanza Macarena, una devoción universal

Foro

Televisa: rezos y retos

Espiritualidad

Santa María, modelo de fe

María, estrella de la Nueva Evangelización

"Hasta los confines de la Tierra"

Documentación

Benedicto XVI a los presos: Os llevo a todos en el corazón ante Dios


Donde Dios llora


Caritas Jerusalén: Solos no podemos encontrar la paz
Entrevista a Claudette Habesch, secretaria general de la agencia caritativa
ROMA, domingo 18 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Claudette Habesch, secretaria general de Caritas Jerusalén explica en esta entrevista la situación que viven los católicos en Tierra Santa y da muy buen información sobre un conflicto que no es religioso sino geopolítico.

Tierra Santa, lugar por donde el príncipe de la paz anduvo. Pero la paz no ha llegado todavía y terribles enfrentamientos siguen dividiendo a las comunidades de palestinos y judíos.

--C. Habesch: Bien, lo primero que quiero decir es que no se trata de palestinos y de judíos. Es una cuestión de palestinos e israelíes, y esta es una gran diferencia para nosotros. Nuestro problema no es de tipo religioso. No son palestinos contra judíos. Es un problema político, un problema de territorio y no de religión.
 

Usted es palestina católica. Fue refugiada desde la infancia. ¿Puede hablarnos de usted?

--C. Habesch: Cuando era muy joven estuve refugiada. Perdí mi casa, mi cama, mis pensamientos. Mis padres nos llevaron a nuestra casa de invierno en Jericó por nuestra seguridad y nunca volvimos. Para mí, como niña, fue un verdadero problema, no podía entender por qué no podía volver a mi casa, por qué no podía tener mi ropa y mis juguetes...
 

¿Esta experiencia de su niñez le creó ira o amargura?

--C. Habesch: No, porque crecí en una familia que se preocupaba por hacernos felices. Admiro mucho a mis padres. No sentí amargura. Ya que mis padres se aseguraron de darnos la mejor educación, tuvimos el mejor hogar. Pero realmente quería volver de nuevo a mi casa. Espero que se haga justicia algún día. Desgraciadamente han pasado más de sesenta años y todavía no se ha hecho justicia.
 

Así que ¿usted perdona pero no olvida?

--C. Habesch: Exactamente, perdono pero no puedo olvidar. Digo esto porque no quiero olvidar. Creo que tengo derecho a que se me haga justicia. Gracias a Dios que soy madre. Mi hija vive a casi seis millas de mi casa. Es en Jerusalén, pero está cerca del famoso control que nosotros llamamos el Control de la Humillación, el de Kalandia. Volver a mi casa desde la suya a veces me cuesta tres horas y son solo seis millas. Pero cuando miro a la cara a estos jóvenes soldados que manejan los puestos de control, cuando te gritan, los miro y puedo perdonar porque soy madre. Aunque pienso: Señor si esto es la victoria, ¡por favor no se la des a mis hijos!. No quiero ver a mis hijos en el lugar de estos soldados.
 

¿Es siempre así?

--C. Habesch: Sí, por ejemplo cuando viajo a Ben-Gurion, el aeropuerto de Tel-Aviv --estoy de acuerdo con las medidas de seguridad para todos, las necesitamos para los israelíes pero también para los palestinos- nuestro equipaje pasa los controles de rayos x. Me parece aceptable, pero cuando se enteran de que soy palestina, me piden que vaya a otro control, donde pueden pasar más de una hora o dos controlando cada cosa que llevo en el equipaje. Después de realizar esta operación, te llevan a una habitación especial donde se te pide que te quites los zapatos y la chaqueta. Todo está bien. Pero a veces la forma en que te realizan el control no es correcta... parece que están intentado encontrar una bomba debajo de tu piel. Por ejemplo, cuando vistes pantalones, llevas cremalleras y la alarma suena. Así que 'quítate los pantalones'. A veces te hacen desnudarte completamente: ¿Sabes que humillante es cuando se trata de una chica de la edad de tus hijos o incluso más joven?
 

Me gustaría abordar la situación de los cristianos, porque tengo la impresión de que los cristianos están atrapados entre dos frentes: por un lado los partidos judíos nacionalistas y por otro el islam fundamentalista creciente. ¿Está de acuerdo con esta observación?

--C. Habesch: Esta es una pregunta muy interesante. ¿Por qué presupone que los cristianos son discriminados o perseguidos? No es el primero que me hace esta pregunta, muchos periodistas lo hacen. Soy una palestina árabe cristiana. Esto es lo que soy. Y todo lo que les pasa a los ciudadanos palestinos me afecta. No hay diferencia. Sin embargo, ¿le parezco una perseguida o le parezco asustada? Si tuviera miedo no estaría aquí sentada hablando con usted. El hecho es que no estamos perseguidos. Tenemos acceso a los mismos derechos que todo el mundo, como el resto de palestinos.

Entonces ¿por qué mucha gente abandona el país?

--C. Habesch: Es verdad que existe emigración y que lamentablemente se trata de gente joven de 20 a 25 años de clase media. Los cristianos emigran pero también los musulmanes, pero precisamente porque somos pocos es más obvio cuando nos vamos, ya que dejamos un vacío.
 

Me imagino que los jóvenes cristianos se van porque ven un futuro sombrío para sus hijos.

--C. Habesch: El futuro es sombrío para todos nosotros, los palestinos, y me pregunto si realmente la comunidad internacional está interesada en traer la paz a esta tierra. Esta es la razón por la que se van, no por otras cuestiones. Yo tengo tres hijos, los tres han estudiado en Estados Unidos, se graduaron con nota y podrían haber tenido éxito allí. Sin embargo eligieron volver a Jerusalén. Son ciudadanos de Jerusalén, y esto les importa. Les importa su identidad, y saben que si se hubieran quedado en Estados Unidos habrían tenido una vida más fácil. Pero creo que como cristianos de la madre Iglesia es un privilegio vivir en Jerusalén. Es la ciudad más bonita del mundo. Pero esto conlleva un peso, una responsabilidad. No queremos que Jerusalén se convierta en un museo. Por esto nos quedamos.
 

¿Qué papel juegan los cristianos entre las comunidades judías y palestinas?

--C. Habesch: Los cristianos tienen su papel. Por formar parte de este pueblo, de los cristianos palestinos, pero sobre todo por mi creencia en la tolerancia, en el perdón, en la reconciliación esperanzadora. Creo que tengo un mensaje que dar, nuestro papel es el de dar esperanza.
 

¿Últimamente siente esperanza por el futuro?

--C. Habesch: Mis creencias, mi fe no me permiten estar desesperanzada. Sí, es verdad que a veces ves a personas que la han perdido. Están desesperadas. Lo puedes ver en sus rostros. Pero, gracias a Dios, nunca perdí la esperanza, y por esto me quedo. Por esto hago el trabajo que hago, para acompañar a los que necesitan ser acompañados. Con mi fe, creo que es posible y no olvidemos que esta es la Tierra de la Paz. Aquí empezó el mensaje de la paz, Jesús comenzó este mensaje de paz, pero recuerdo que también Él lloró por Jerusalén.
 

Las primeras lágrimas...

--C. Habesch: Sí. Usted sabe lo que los Patriarcas dicen siempre: 'Esta es la Iglesia del Calvario'. Esto es cierto, pero también es la Iglesia de la Resurrección, somos la Iglesia del triunfo de la esperanza sobre la desesperación. Así que nos quedaremos, continuaremos nuestra misión de paz si es posible, pero necesitamos que nos ayudéis. Necesitamos que la comunidad internacional se de cuenta de que solos no llegaremos a la paz; necesitamos que las Naciones Unidas implementen las resoluciones. Necesitamos que se respete la Convención de Ginebra, que se respete la ley internacional. Necesitamos que se respeten los derechos humanos.
 

Incluso Jesús necesitó que Simón le ayudase con la Cruz

--C. Habesch: Y nosotros os necesitamos, a todos vosotros. Necesitamos que la comunidad internacional interceda para que estos dos pueblos se reconozcan el uno al otro y se respeten el uno al otro. Porque al final del día no hay victoria para unos y derrota para otros. O ganamos juntos, palestinos e israelíes, o perdemos todos.
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Esta entrevista ha sido realizada por Mark Riedemann para “Where God Weeps," un programa semanal de TV y de Radio producido por Catholic Radio & Television Network en colaboración con la organización caritativa Ayuda a la Iglesia Necesitada.
Para más información en la Red: www.WhereGodWeeps.org y www.acn-intl.org.

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Mundo


Cardenal Amato: Testigos valiosos de la bondad de la existencia humana
Beatificados en España veintitrés mártires oblatos de 1936
MADRID, domingo 18 diciembre 2011 (ZENIT.org).- El cardenal Angelo Amato SDB presidió la ceremonia de beatificación de 23 mártires de la persecución religiosa de 1936, pertenecientes a la congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada (OMI). A la catedral de la Almudena de Madrid acudieron numerosos obispos españoles, acompañados de miles de fieles.

En su homilía, el cardenal Angelo Amato recordó la historia del sacrificio de estos religiosos para “avivar la llama del testimonio”. Durante la II República, especialmente en los primeros meses de la guerra de 1936-1939, según el cardenal, “descendió sobre España un furor antirreligioso que contaminó gravemente a la sociedad, hasta secar en el corazón los sentimientos de bondad y fraternidad, y ellos fueron víctimas inocentes de este fanatismo anticatólico que hirió a sangre fría a obispos, sacerdotes, consagrados y laicos”.

Para el cardenal, “más de siete mil son verdaderos y auténticos mártires, muertos como los primeros mártires de la Iglesia por odio a la fe”. Destacó que los 23 mártires, que sufrieron su martirio en Pozuelo, “no eran delincuentes ni habían hecho nada malo, al contrario, su único deseo era hacer el bien y anunciar el Evangelio de Jesús”. “Queremos recordar los nombres de los religiosos oblatos porque la Iglesia les ama y les honra”, afirmó, y subrayó que fueron “testigos valiosos de la bondad de la existencia humana” pese a la “crueldad de sus perseguidores”. Y lo hicieron, prosiguió, “sin armas, con la fuerza irresistible de la fe en Dios. Ellos han vencido el mal, es su preciosa herencia de fe”.

El cardenal Amato puso de manifiesto que los verdugos fueron olvidados, sin embargo, “las víctimas inocentes son recordadas”. Y citó a los nuevos beatos: Francisco Esteban Lacal, Vicente Blanco Guadilla, José Vega Riaño, Juan Antonio Pérez Mayo, Gregorio Escobar García, Juan José Caballero Rodríguez, Justo Gil Pardo, Manuel Gutiérrez Martín, Cecilio Vega Domínguez, Publio Rodríguez Moslares, Francisco Polvorinos Gómez, Juan Pedro Cotillo Fernández, José Guerra Andrés, Justo González Llorente, Serviliano Riaño Herrero, Pascual Aláez Medina, Daniel Gómez Lucas, Clemente Rodríguez Tejerina, Justo Fernández González, Ángel Francisco Bocos Hernando, Eleuterio Prado Villarroel y Marcelino Sánchez Fernández. “A estos 22 oblatos se unió, en un mismo acto de generoso testimonio a Cristo, el fiel laico Cándido Castán San José, muy conocido en el pueblo de Pozuelo, por su claro testimonio católico”, añadió.

Dijo que “cuando el hombre arranca de su conciencia los mandamientos de Dios, rompe también de su corazón el bien. Perdiendo a Dios, el hombre pierde también su unidad”.
Explicó que “es posible” que nuestros mártires estuvieran preparados para el sacrificio supremo. Aseguró que “todos los religiosos fueron detenidos sin proceso, ni pruebas, ni posibilidad de defenderse”. Por tanto, “es bueno no olvidar esta tragedia y no olvidar tampoco la reacción de nuestros mártires a los gestos malvados de sus asesinos. Respondieron rezando, perdonándoles, y aceptando con fortaleza la muerte por amor a Jesús”. Y es que “los mártires nos enseñan que nuestro testimonio del Evangelio pasa no sólo por una vida virtuosa sino también, a veces, por el martirio”.

Leyó las palabras del papa sobre los mártires que, “fieles a su vocación anunciaron constantemente el Evangelio y derramando su propia sangre dieron testimonio de su amor a Jesús y su Iglesia”. “Este es el mensaje que nos ofrecen los beatos. La sociedad no tiene necesidad de odio, de violencia y de división sino de amor, de perdón y de fraternidad”, añadió.

Concluyó invitando a imitar “la fortaleza de los mártires, la solidez de su fe, la inmensidad de su amor y la grandeza de su esperanza. Que demos testimonio de fe y verdad ante el mundo y ellos sean maestros de vida para sus hermanos oblatos y puedan fortalecer su amor a Cristo, su Iglesia y los misioneros de la nueva evangelización en todo el mundo”. “Que la Inmaculada nos ayude a celebrar la Navidad con corazón puro y santo”.

La Eucaristía fue concelebrada por el cardenal arzobispo de Madrid Antonio María Rouco; el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino; el nuncio en España Renzo Fratini; los arzobispos de Toledo Braulio Rodríguez; Valladolid, Ricardo Blázquez, y Pamplona, Francisco Pérez; los obispos de León, Julián López; Cádiz, Rafael Zornoza; Osma-Soria, Gerardo Melgar; Astorga, Camilo Lorenzo; Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig; Málaga, Jesús E. Catalá; y los obispos auxiliares de Madrid Fidel Herráez, César Franco, y Juan Antonio Martínez SJ.

La ceremonia de beatificación coincide con el 150 aniversario de la muerte de san Eugenio de Mazenod, fundador de la congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada (OMI).

El superior de la congregación Louis Lougen, OMI, dirigió este sábado una carta a los miembros con el título “Proclama mi alma la grandeza del Señor”. En la misma afirma: “Estos son aquellos que salieron de la gran tribulación, y han lavado sus túnicas y las hicieron blancas en la sangre del cordero”. (Rev. 7:14)

“Nos regocijamos juntos –añade- para alabar y agradecer la beatificación de los mártires oblatos de España. Esta es una gran gracia para nosotros, una oportunidad para toda la congregación para renovar nuestra vida en santidad y compromiso misionero. La beatificación de los mártires oblatos de España se presenta en este año en el que recordamos el 150 aniversario de la muerte de san Eugenio de Mazenod y vivimos también inspirados por el llamado a la conversión del 350 Capítulo General”.

La beatificación de los mártires oblatos de España, afirma, es un llamamiento a la conversión: “Descubrimos en su martirio la riqueza y profundidad del Evangelio y del carisma oblato.

Cada vez que leo acerca de la alegría que san Eugenio experimentó cuando se proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, me conmuevo. Imagino aún ahora su inmensa alegría por la beatificación de los mártires oblatos de España”.

“Nosotros también estamos siendo llamados a renovar nuestro compromiso. La vida religiosa, el deseo de vivir la vocación bautismal de una manera radical, es una especie de sucesora del periodo de martirio en la Iglesia primitiva. Nuestra vida consagrada, inspirada en el testimonio de los primeros mártires, es la decisión de seguir el Señor Jesús de una manera radical a través de los votos y la comunidad”, subraya.

“A medida que leemos sobre el sacrificio generoso de sus vidas, volvemos a las raíces de nuestra vocación y no podemos tolerar vivir una vida 'rebajada'. Rezo para que el testimonio de la ofrenda martirial de los santísimos mártires oblatos de España nos traiga la pasión de vivir radicalmente el seguimiento de Jesús”, añade.

Una fe fuerte y profunda, explica, alimentó los sueños misioneros de los mártires oblatos de España y les atrajo a ofrecer sus vidas para predicar el Evangelio a los pobres en España, Argentina, Uruguay y el suroeste de Estados Unidos.

“Nos sentimos intimidados por su capacidad de entregarse al Padre en la obediencia hasta la muerte, un acto altruista en última instancia por el amor de la gente que aún no han podido conocer en las misiones que esperaban servir. Entre dichos mártires oblatos, hay también un hombre laico que fue un esposo y padre. Creo que es un signo del carisma oblato, 'siempre cerca de la gente que servimos', que en esta beatificación haya una persona laica entre los oblatos. Este es otro motivo por el cual nos alegramos”, señala.

Concluye su mensaje con un agradecimiento al postulador, padre Joaquín Martínez, por su dedicación a las causas y “por todo lo que ha hecho para hacer realidad este día”.

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En la escuela de san Pablo...


La puerta de la fe nos introduce en el Misterio de Dios (4º domingo de Adviento, ciclo B)
Comentarios a la segunda lectura dominical
ROMA, domingo 18 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Nuestra columna "En la escuela de san Pablo..." ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 4º domingo de adviento.

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Pedro Mendoza LC

"A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por la Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén". Rom 16,25-27

Comentario

Con el 4º domingo de adviento llegamos a la última etapa de nuestro camino de preparación a la Navidad. El pasaje propuesto como 2ª lectura para este día contiene la doxología final de la carta a los Romanos. Con estas palabras, provenientes de un ambiente litúrgico, san Pablo rinde gloria a Cristo e invita a los cristianos de Roma a hacer lo mismo. En esta expresión de alabanza quedan reflejadas las aspiraciones del apóstol: todo su anhelo es que sea llevada a cumplimiento la "revelación del Misterio", esto es del plan de salvación de Dios realizado en Cristo para suscitar "la obediencia de la fe".

Ante todo conviene tener presente que el "Evangelio" de san Pablo no es otro que el de la persona y el Misterio insondable de Cristo. En esta doxología podemos ver indicados brevemente los elementos de este Misterio que el apóstol proclama y que constituye un elemento distintivo de su "Evangelio", de su modo de anunciar la buena nueva: el origen, el contenido, el medio y los destinatarios. 

Al origen de la revelación de este Misterio está Dios, quien gobierna con amor y ternura a los hombres de todas las épocas. Ha sido Él quien en este "tiempo presente" ha hecho que su evangelio sea proclamado en todas las naciones. Por lo mismo es a Dios a quien san Pablo dirige su "doxología", es decir, su alabanza y adoración. Dios es la fuente de la revelación cristiana y el autor del plan salvífico llegado finalmente a su realización en la persona y en las obras de Cristo. El apóstol reconoce en Dios, además, la fuente de donde proviene la fuerza indomable y la perseverancia cristiana.

El contenido de la revelación es que Dios en su amor misericordioso ha querido hacernos partícipes de su plan de salvación que ha llevado a su realización completa en Cristo. Aquí está la esencia de la "buena nueva": el don de la salvación que Dios nos ofrece a todos los hombres, sin excepción, como expresión de su amor misericordioso e infinito a nosotros. El contenido es al mismo tiempo motivo que impulsa a la sincera y desinteresada "doxología": "¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén".

La manifestación del Misterio de Cristo nos ha sido comunicada desde antiguo a través de los "escritos proféticos". Ellos, junto con los escritos judeo-apocalípticos hablan insistentemente de este "Misterio", de las promesas y sus realizaciones paulatinas en la historia. Pero ahora, que ha llegado a su plenitud, ha sido desvelado y hecho conocer por medio del evangelio y de la predicación de Jesucristo. De este modo aparece la continuidad de la acción salvífica de Dios, desde el tiempo de la primera alianza y ahora en el tiempo presente en que ha estipulado con los hombres la nueva y definitiva alianza.

Finalmente, san Pablo señala, por una parte, que los destinatarios de esta revelación no son sólo los miembros de pueblo elegido sino que está destinada a todos los hombres. De ahí su invitación a que cada uno se sume a este "canto de gloria" a Dios que san Pablo entona, reconociendo su sabiduría y amor por medio de los cuales guía todos los acontecimientos a la realización de su designio salvífico. Por otra parte, el apóstol subraya al mismo tiempo el requisito fundamental para participar de la revelación de este Misterio: la "obediencia de la fe", esto es abrazar libre y por amor la fe en Jesucristo.

Aplicación

La puerta de la fe –como nos invitó el Papa Benedicto en su última carta–  nos introduce en el Misterio de Dios.

En la liturgia de la Palabra de este 4º domingo de adviento encontramos una clave fundamental para poder entrar en el Misterio de Dios que estamos a punto de vivir una vez más en la Navidad: la fe. Sin la fe, incluso el acontecimiento más grande de la historia: Dios que se hace uno como nosotros para salvarnos, queda vacío y sin eficacia en nuestra vida personal. La falta de fe empobrece y transforma la Navidad en una fiesta más de consumismo y de bienestar terreno, que una vez pasadas esas fechas no deja huella alguna duradera y espiritual. Por el contrario, quien se asoma a este Misterio desde la fe profunda y viva, descubre las maravillas del amor infinito de Dios que ha emprendido esta aventura de hacerse uno como nosotros para abrirnos las puertas del cielo, nuestro destino eterno y feliz.

La primera lectura (2Sam 7,1-5.8-11.16), que recoge la promesa mesiánica de tipo monárquico que Dios asegura a David y a su pueblo por medio del profeta Natán, busca suscitar, además de la fe, esa gran esperanza en los designios grandiosos de Dios. Pero, como aparece en el evangelio, la realización y el cumplimiento de sus promesas desborda toda imaginación, pues su generosidad no tiene límites. De este modo nos invita a alimentar en nuestro corazón una esperanza inquebrantable en Dios, que es fiel a sus promesas. Él quiere darnos con creces lo que más nos conviene, se nos da a sí mismo viniendo a nuestro encuentro en esta Navidad.

El evangelio de san Lucas (1,26-38) nos presenta el anuncio de la "buena nueva" de todos los tiempos: Dios que en su designio de amor quiere encarnarse y nacer para vivir entre nosotros. ¡Qué regalo más grande podríamos esperar de Dios, que su cercanía y solidaridad total con nosotros hasta hacerse uno como nosotros en todo, menos en el pecado! Un bebé, un infante. Sólo así lo podríamos abrazar. La descripción de este anuncio a la Santísima Virgen resplandece por las iniciativas desbordantes en generosidad por parte de Dios para con María y para con todos los hombres: quien nacerá de Ella será llamado "Hijo del Altísimo", pues es el mismo Hijo de Dios quien se encarna y toma nuestra forma humana. Como la Santísima Virgen cada uno de nosotros está llamado a responder a estas iniciativas de Dios con la actitud de profunda humildad y total docilidad: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra".

El apóstol san Pablo en la "doxología" de la carta a los Romanos (16,25-27), comentada anteriormente, ha insistido con razón en la necesidad de "la obediencia de la fe" para poder entrar y participar en el gran don de Dios revelado en Cristo. La fe está unida a esa esperanza en las promesas mesiánicas y a un amor divino que se deja tocar y abrazar en Cristo. Ayudados de la fe podemos apreciar todo lo que entraña de amor por parte Dios cada uno de sus pasos para llevar a cumplimiento su designio de salvación. La fe nos permite descubrir la realización puntual y concreta del Misterio salvífico de Dios, tanto en la historia de la humanidad como en la vida personal: un plan que está tejido de momentos gratos y felices como también de prueba y dificultades. Caminando en la fe podremos esta Navidad acoger a Dios con corazón humilde y agradecido y corresponderle con la entrega total de la propia vida en el cumplimiento de su designio sobre nosotros.

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Flash


La Esperanza Macarena, una devoción universal
Hermanos de la cofradía hasta en el Congo
SEVILLA, domingo 18 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Hoy es la fiesta de Nuestra Señora de la Esperanza. Una advocación muy popular en Andalucía. Y las “esperanzas” en esta región tienen un segundo nombre. Una de ellas es la Esperanza Macarena de Sevilla. Su cofradía cuenta con hermanos en todo el mundo, hasta en el Congo.

Que la devoción a la advocación de la Esperanza Macarena es universal, es de todos conocido. La imagen de la Dolorosa, tan popular en Sevilla, suscita un fervor difícil de cuantificar no sólo aquí sino en Andalucía, en el resto de España y, también, en otros países, muchos de ellos allende los mares.

Prueba de ello es la nómina de hermanos de la Hermandad de la Macarena. Son 12.490 hermanos, según anuario extraordinario «Esperanza Nuestra», que publicó recientemente la hermandad, con un estudio exhaustivo no sólo del número de personas de la cofradía, sino su distribución por edades, sexo y nacionalidad.

Hermanos de la Esperanza Macarena no sólo hay en Sevilla, aunque el mayor número se sitúa en la capital andaluza. Hay superioridad de hombres, 8.736, frente a 3.754 mujeres. Tienen de cero a 25 años, 4.757 hermanos. De 26 a 50 años, 5.312, y de 51 en adelante, 2.421.

En Sevilla, capital hay censados 8.854 hermanos. En la provincia hay 2.254 personas. En el resto de Andalucía, hay 579 hermanos. En el resto de España son 712 hermanos.

Pero resulta significativa la presencia de macarenos por el mundo. El informe del anuario cita 21 países en los que hay, al menos, una persona de la cofradía de la Esperanza Macarena.

En Europa, hay hermanos en Francia, Alemania, Bielorrusia, Bélgica, Grecia, Holanda, Italia, Malta, Portugal y Suecia. En América, cuenta con hermanos en Argentina, Canadá, Ecuador, Estados Unidos, Guatemala, México, Perú, Puerto Rico y Venezuela. En África, hay quienes pertenecen a la Macarena en Marruecos y en la R. D. Congo.

El país que más hermanos tiene --sin contar España- es Estados Unidos. En Miami hay una réplica de la imagen de la Virgen de la Esperanza Macarena, así como en otros países hispanoamericanos.

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Foro


Televisa: rezos y retos
Luces y sombras de la comunicación en México
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, domingo 18 diciembre 2011 (ZENIT.org).- En este artículo el obispo de San Cristóbal de las Casas, reflexiona sobre los medios de comunicación en México.

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+ Felipe Arizmendi Esquivel

VER

Directivos y trabajadores de TELEVISA hicieron su tradicional peregrinación a la basílica de Guadalupe. Durante la Misa, en la oración de los fieles, hicieron estas peticiones: El presidente: "Padre Nuestro, postrados ante la imagen celestial de Nuestra Señora de Guadalupe, te pedimos nos ilumines en nuestra diaria tarea de comunicar; permítenos ser el medio para llegar a más personas con mensajes que enriquezcan su vida familiar, con valores que dignifiquen a la persona, que enaltezcan a nuestro país y que nos conviertan en seres cada vez más libres".

El vicepresidente: "Permítenos descubrirte en cada uno de nuestros hermanos; inspira en nosotros la voluntad de transmitir tu paz y que sepamos llevar el sosiego de tu amor a quienes viven en la incertidumbre y la inseguridad".

El presidente del Comité Financiero: "Padre nuestro, te pedimos que, como hiciste con san Juan Diego, colmes de bendiciones a nuestros hermanos indígenas, los más desprotegidos, para que encuentren en tu amor el refugio bondadoso que les permita descansar en sus preocupaciones cotidianas".

El presidente de Contenido: "Padre nuestro, te pedimos que tu Espíritu Santo ilumine las propuestas de nuestros gobernantes, a fin de que se traduzcan en acciones encaminadas a unirnos a través de la paz, la justicia y la concordia".

¡Qué peticiones tan bien formuladas! Nos unimos a ellas e insistimos ante Dios para que les ayude a ponerlas en práctica.

JUZGAR

El Grupo Televisa ha procurado, en general, respetar y preservar las tradiciones y la identidad católica del país. En muchos de sus programas hay signos religiosos, cruces, imágenes de la Virgen, ceremonias católicas; dan información sobre el papa, sobre obispos y eventos de nuestra religión. Resaltan las visitas del papa y las devociones guadalupanas. Sin embargo, varios de sus contenidos reflejan mensajes y valores contrarios a la fe, como el erotismo provocativo de algunas escenas en sus comedias, que son un incentivo a imitar en la vida diaria; el lenguaje vulgar de ciertos comediantes, la publicidad inmoral de productos sexuales, la banalización de la familia, pues la infidelidad conyugal se presenta casi como algo normal. Unos comentaristas no se detienen en sus críticas y juicios, no siempre equilibrados y documentados. No pedimos que oculten nuestras deficiencias, pues son una excitativa a luchar por nuestra purificación y santificación; pero es justo que nos den oportunidad de expresar, en su sección de opiniones, nuestra perspectiva sobre diversos puntos. Son dignos de elogio los reportajes sobre la marginación en determinados lugares y ambientes del país, sobre los desastres naturales, sobre los sufrimientos de los migrantes y de los presos, para suscitar la solidaridad social.

Dijimos en Aparecida: “La mayoría de los medios masivos de comunicación nos presentan ahora nuevas imágenes, atractivas y llenas de fantasía. La información transmitida por los medios sólo nos distrae. La falta de información sólo se subsana con más información, retroalimentando la ansiedad de quien percibe que está en un mundo opaco y que no comprende. Nuestras tradiciones culturales ya no se transmiten de una generación a otra con la misma fluidez que en el pasado. Los medios de comunicación han invadido todos los espacios y todas las conversaciones, introduciéndose también en la intimidad del hogar. Al lado de la sabiduría de las tradiciones se ubica ahora, en competencia, la información de último minuto, la distracción, el entretenimiento, las imágenes de los exitosos que han sabido aprovechar en su favor las herramientas tecnológicas y las expectativas de prestigio y estima social” (DA 38-39).

ACTUAR

Debemos educarnos para escoger las diversas opciones que ofrecen la televisión y los medios de comunicación, sobre todo internet; interactuar con ellos, hacerles llegar nuestro reconocimiento por sus buenos servicios, así como nuestra inconformidad con algunos programas, cambiar de canal como un método de protesta, tocar sus puertas para difundir la mejor noticia, que es Jesús.

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Espiritualidad


Santa María, modelo de fe
En el día de Nuestra Señora de la Esperanza
TARRASA, domingo 18 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Este domingo, que coincide con la festividad de Nuestra Señora de la Esperanza, reproducimos la carta pastoral del obispo de Tarrasa, España, Ángel Sáiz Meneses, dedicada a Santa María, modelo de fe.

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+Ángel Sáiz Meneses

En este cuarto domingo de Adviento reflexionamos sobre el gran misterio realizado en Nazaret hace dos mil años. El evangelista Lucas, con su reconocida precisión, sitúa el acontecimiento en el tiempo y en el espacio. “A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, a una virgen desposada con un hombre llamado José; (…) la virgen se llamaba María” (Lc 1,26-27). El arcángel Gabriel le comunica su maternidad divina, recordando las palabras de Isaías que anunciaban la concepción y el nacimiento virginal del Mesías, que ahora se cumplen en ella. La respuesta de María al plan de Dios será: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

La Anunciación a María y la Encarnación del Verbo es el hecho más trascendental, el misterio más profundo e insondable de las relaciones de Dios con los hombres, el acontecimiento más importante, a la luz de la fe, de toda la historia de la humanidad. El gran teólogo von Balthasar decía, con toda razón, que los humanos difícilmente podemos captar lo que significa que el Hijo del Dios trascendente e infinito asuma la condición humana. Es algo que nos desborda, que sobrepasa absolutamente la mente y la imaginación humanas.

Y ese momento en que María conoce la llamada, la vocación a la que Dios la había destinado desde siempre, es también el momento de su respuesta con un sí incondicional, con una obediencia pronta. La fe de María, en el pórtico del Nuevo Testamento, nos recuerda la fe de Abraham en la Antigua Alianza.

Por eso, la aceptación de María, en el camino del Adviento, se convierte en modélica para todos los creyentes. El sí de María es una respuesta generosa que compromete toda su vida en la aceptación del plan de Dios. Dios nos llama también a cada uno de nosotros a algo grande, a algo hermoso, a una vida única e irrepetible.

En la inminencia de la Navidad, cuando ya terminamos el camino del Adviento, el ejemplo de María es una invitación a cada uno a entrar en nuestro interior, a captar lo que Dios nos pide y a responder con un sí generoso.

La fe de María y su respuesta confiada a la llamada de Dios cambió la historia de la humanidad. Su fe no es resignación o sumisión pasiva, como podría parecer a simple vista, sino una aceptación libre y gozosa de la Palabra de Dios en su vida. María nos es presentada, por ello, como un auténtico modelo de fe.

También nuestra fe, por modesta que sea, y nuestro esfuerzo por responder al plan de Dios sobre cada uno de nosotros, en manos de Dios y con la ayuda de su gracia, podrá ser también una fuente de bendiciones para nuestro mundo, para nuestro entorno y para nuestras mismas personas.

A todos os deseo una buena preparación para la Navidad, con la fe y la amorosa expectación de la que es llamada y celebrada como ”Nuestra Señora de la Esperanza”. De la esperanza que tiene su fundamento, como nos ha recordado el papa en su segunda encíclica, sobre todo en Dios, en el Dios que, gracias a su fe y a su respuesta generosa, se ha hecho el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Dios solidario con el mundo y con cada uno de nosotros.

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María, estrella de la Nueva Evangelización
Monición del cardenal Ouellet en la eucaristía de la Virgen de Guadalupe
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 18 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Hoy, festividad de Nuestra Señora de la Esperanza, ofrecemos a nuestros lectores la monición de entrada que hizo el cardenal Marc Ouellet, presidente de la Comisión Pontificia para América, en la basílica de San Pedro, ante el papa, durante la celebración eucarística en honor de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América.

*****

Beatísimo Padre,

Estoy seguro de ser portador, aquí y ahora, frente a su santidad, de los sentimientos de afecto y devoción, de gratitud y de gozo, de todos los pastores y fieles de la Iglesia Católica en América Latina. Le estamos profundamente agradecidos por haber acogido con benevolencia y personal solicitud apostólica la iniciativa de esta solemne celebración eucarística, presidida por su santidad,

en la basílica de San Pedro en el Vaticano, en la festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, con motivo del bicentenario de la Independencia de los países latinoamericanos.

Signo de estos sentimientos ha sido la ra.pida respuesta de numerosos señores cardenales y obispos que han querido hacerse presentes en esta solemnidad representando a los Episcopados de varias naciones. La numerosa participación, que incluye a significativas personalidades políticas, diplomáticas y académicas de los diversos países, demuestra que la iniciativa ha superado

ampliamente los confines eclesiásticos para convertirse en un verdadero y propio acontecimiento para toda América Latina. Tampoco falta en la basílica vaticana la fuerte presencia de las comunidades de latinoamericanos que residen en Roma por motivos eclesiásticos, familiares o de trabajo. Pero son además muchos millones los latinoamericanos que seguirán esta Santa Misa desde sus propios países en directo a través de la televisión, la radio y de internet.

De esta manera, la Santa Sede participa, con su propio modo y su propia contribución, en las celebraciones que se están realizando en todos los lugares de América Latina para conmemorar el bicentenario de sus independencias. Se trata también de un gesto de solidaridad frente a un continente en el que desde hace más de cinco siglos está presente y viva la tradición católica, donde viven mas del 40% de los católicos de todo el mundo. Hoy la Iglesia de Dios que está en América Latina se siente particularmente acogida y presente en el centro de la catolicidad, construida sobre la roca sólida de Pedro.

Esta celebración es una óptima ocasión para confiar a la intercesión de la Santísima Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América, la vida y el destino de los pueblos latinoamericanos, la construcción del bien común de sus naciones, el fortalecimiento de su unidad y la apertura a toda cooperación positiva en el concierto internacional de la familia humana. A la Pedagoga del Evangelio de Jesucristo en América Latina, Estrella de la Nueva Evangelización, confiamos también la misión continental emprendida por el Episcopado a partir del compromiso asumido en su V Conferencia General en Aparecida, para que esta produzca abundantes frutos de

conversión y de santidad, y de vida en abundancia para todos los latinoamericanos.

Rezaremos también por su santidad, pidiendo a Nuestra Señora de Guadalupe que abra cada vez más el corazón de sus fieles a la escucha y a la adhesión al mensaje del Evangelio del que Su Santidad es el primer custodio, testigo y heraldo.

Ciudad del Vaticano, 12 de diciembre de 2011.

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"Hasta los confines de la Tierra"
La primera evangelización del continente americano
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 18 de diciembre de 2011 (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos la tercera homilía de adviento de 2011, que realizó el padre Raniero Cantalamessa, OFM, predicador de la Casa Pontificia, este viernes 16 de diciembre.

1.-La fe cristiana va más allá del océano

Hace cuatro días, el 12 de diciembre, el continente americano celebró la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, que en México es fiesta de precepto. Es una hermosa coincidencia hablar en esta tercera meditación de la tercera gran etapa de evangelización en la historia de la Iglesia, que se realizó tras el descubrimiento del nuevo mundo. Traigo a la memoria, sucintamente la realización de esta empresa misionera.

Inicio con una observación importante. Europa cristiana, junto con la fe, exportó al nuevo continente también las propias divisiones. Al final de la gran onda misionera, el continente americano reproducirá exactamente la situación que existía en Europa: un sur mayoritariamente católico y un norte mayoritariamente protestante. Nosotros nos ocuparemos aquí solamente de la evangelización de América Latina, por el hecho que fue la primera que se realizó a continuación del descubrimiento del nuevo mundo.

Después que Cristóbal Colón en 1492 volvió de su viaje con la noticia de la existencia de nuevas tierras (que se creía fueran parte de las Indias), se encendieron en España católica, dos decisiones que se mezclaban: la de llevar a los nuevos pueblos la fe cristiana y la de extender a ellos la propia soberanía política. Para esta finalidad se obtuvo del papa Alejandro VI una bula con la que se reconocía a España el derecho de todas las tierras descubiertas más allá de las islas Azores y a Portugal aquellas hacia Europa a partir de dicha línea. Poco después la línea fue desplazada en favor de Portugal lo que le permitió legitimar la posesión de Brasil. Se delineaba así, incluso desde el punto de vista lingüístico el rostro del futuro continente latinoamericano.

Cada vez que las tropas entraban en un lugar, hacían una proclama (requerimiento) con el cual a los habitantes se le ordenaba abrazar el cristianismo y reconocer la soberanía del rey de Españai.

Solamente algunos grandes espíritus, ante todo los dominicanos Antonio Montesino y Bartolomé de Las Casas, tuvieron el coraje de levantar la voz contra los abusos de los conquistadores en defensa de los derechos de los nativos. En un poco más de cincuenta años, también por las debilidades y divisiones de los reinos autóctonos, el continente estaba bajo el dominio español y portugués y al menos, nominalmente, era cristiano.

Los historiadores tienden a atenuar los colores obscuros proyectados en el pasado sobre esta empresa misionera. Sobretodo hacen notar que a diferencia de cuanto sucedió con las tribus indígenas de América del norte, en Latinoamérica aunque diezmados, la mayoría de los pueblos nativos sobrevivió con su idioma y en su territorio y pudieron retomarse y reafirmar a continuación su identidad e independencia. Hay que tomar en cuenta el condicionamiento que tenían los misioneros por su formación teológica.

Tomando a la letra y de manera rígida el Extra Ecclesian nulla salus, ellos estaban convencidos de la necesidad de bautizar el mayor número de personas y en el menor tiempo posible para asegurarles la salvación eterna.

Vale la pena detenerse un momento sobre este axioma que tuvo tanto peso en la evangelización. Fue formulado en el III siglo por Orígenes y sobretodo por san Cipriano. Al inicio no se refería a la salvación de los no cristianos, sino al contrario a la de los cristianos. Se dirigía exclusivamente a los herejes y a los cismáticos del tiempo, para recordarles que rompiendo la comunión con la Iglesia ellos se volvían reos de una culpa grave, por la cual se autoexcluían de la salvación. Se dirigía por lo tanto a los que se iban de la Iglesia y no a los que no entraban.

Solamente en un segundo momento, cuando el cristianismo se volvió la religión de Estado, el axioma comenzó a ser aplicado a paganos y judíos, en base a la convicción entonces común (aunque objetivamente equivocada) que el mensaje a esa altura era conocido por todos los hombres y por lo tanto rechazarlo significaba volverse culpable y merecedor de una condena.

Fue justamente después del descubrimiento del nuevo mundo cuando aquellos límites geográficos se rompieron drásticamente. El descubrimiento de nuevos pueblos enteros que vivían fuera de cualquier contacto con la Iglesia obligó a rever una interpretación tan rígida del axioma. Los teólogos dominicanos de Salamanca y a continuación algunos jesuitas tomaron una posición crítica, reconociendo que era posible estar fuera de la Iglesia sin ser necesariamente culpables y por lo tanto excluidos de la salvación. No solamente, sino que frente al modo y métodos inaceptables con el que el Evangelio era anunciado a los indígenas, alguien por primera vez se puso el problema de si realmente era posible considerar culpables a todos aquellos que incluso habiendo conocido el anuncio cristiano no se hubieran adheridoii.

2. Protagonistas, los frailes

No es ciertamente este el lugar para dar un juicio histórico sobre la primera evangelización de América Latina. En ocasión del quinto centenario, en mayo de 1992 se realizó en Roma un simposio internacional de historiadores sobre tal tema. En su discurso a los participantes, Juan Pablo II afirmó: "Sin lugar a dudas en esta evangelización, como en toda obra del hombre, existieron equivocaciones, luces y sombras; si bien más luces que sombras, a juzgar por los frutos que encontramos después de quinientos años: una Iglesia viva y dinámica que representa hoy una parte relevante de la Iglesia universal"iii.

Desde la orilla opuesta, en aquella ocasión, algunos hablaron de la necesidad de una "descolonización" y "desevangelización", dando la impresión de que preferían que la evangelización del continente nunca se hubiera realizado, en vez de que se haya realizado como conocemos. Con todo el respeto debido al amor por los pueblos indígenas que movía a estos autores, yo creo que una tal opinión merece ser rechazada enérgicamente.

A un mundo sin pecado y sin Jesucristo, la teología ha demostrado que es preferible un mundo con el pecado pero con Jesucristo. "Oh feliz culpa –exclama la liturgia pascual en el Exultet– que nos permitió tener un tal y tan grande redentor".

¿No deberíamos decir lo mismo de la evangelización de ambas las partes de América, sea la del norte que la del sur? A un continente sin las "equivocaciones y sombras" que acompañaron su evangelización, pero también sin Cristo, ¿quien no preferiría un continente con tales sombras pero con Cristo? Qué cristiano, de derecha o de izquierda (particularmente si es religioso) podría decir lo contrario sin menguar, por ello mismo, en su propia fe?

He leído en algún lado la siguiente afirmación que comparto plenamente: "Lo más grande que sucedió en 1492 no fue que Cristóbal Colón descubrió América, sino que América descubrió a Jesucristo". No era --es verdad- el Cristo integral del Evangelio por el cual la libertad es presupuesto mismo de la fe, pero ¿quién puede pretende ser un portador de Cristo libre de cualquier tipo de condicionamiento histórico?

Quienes proponen un Cristo revolucionario, contestador de las estructuras, directamente empeñado en la lucha incluso política, ¿no se olvidan quizás también ellos de alguna cosa de Cristo, por ejemplo de la afirmación: "Mi reino no es de este mundo"?

Si en la primera oleada de la evangelización los protagonistas fueron los obispos, en la segunda eran los monjes y en esta tercera lo fueron indiscutiblemente los frailes, o sea los religiosos de las órdenes mendicantes, en primer lugar los franciscanos, dominicos, agustinos y en un segundo momento los jesuitas. Los historiadores de la Iglesia reconocen que en América Latina "fueron los miembros de las órdenes religiosas a determinar la historia de las misiones y de las Iglesias"iv.

Sobre esto vale el juicio de Juan Pablo II que he recordado: que "las luces son mayores que las sombras". No sería honesto desconocer el sacrificio personal y el heroísmo de tantos de estos misioneros. Los conquistadores estaban movidos por el espíritu de aventura y sed de ganancias, pero los frailes ¿qué podían esperarse después de haber dejado su patria y conventos? No iban a tomar sino a dar. Querían conquistar almas para Cristo, no súbditos para el rey de España, mismo si compartían el entusiasmo nacional de sus compatriotas. Cuando se leen historias relacionadas con la evangelización de un territorio particular, se ve cómo los prejuicios genéricos son injustos y lejanos de la realidad. A mi me sucedió estando en el lugar, leer la crónica del inicio de la misión en Guatemala y en las regiones vecinas. Son historias de sacrificios y peripecias increíbles. De un grupo de veinte dominicanos que partieron para el nuevo mundo hacia las Filipinas, 18 murieron durante el viaje.

En 1974, se realizó el sínodo sobre "La evangelización en el mundo contemporáneo". En un apunte manuscrito, puesto al final de un documento (que la Prefectura de la Casa Pontifica tuvo la idea de publicar junto al programa de esta predicación), Pablo VI escribía:

"¿Será suficiente lo que he dicho (en el documento) a los religiosos? ¿No sería necesario añadir alguna palabra sobre el carácter voluntario, emprendedor, generoso de la evangelización de los religiosos y de las religiosas? Su evangelización debe depender de la jerarquía y coordinarse con ella, pero hay que alabar la originalidad, la genialidad, la dedicación, muchas veces de vanguardia y a riesgo propio".

Este reconocimiento se aplica plenamente a los religiosos protagonistas de la evangelización de América Latina, especialmente si pensamos en algunas de sus realizaciones, como las conocidas "reducciones" de los jesuitas en Paraguay, o sea en los pueblos en los cuales los indios cristianos, protegidos de los abusos de cualquier autoridad civil, podían instruirse en la fe y desarrollar su talento humano.

3. Los problemas actuales

Ahora, como es costumbre, tratemos de pasar al hoy, para ver que nos dice la historia de la experiencia misionera de la Iglesia, que hemos sumariamente reconstruido.

Las condiciones sociales y religiosas del continente han cambiado tan profundamente que, más que insistir en lo que podemos aprender o menos de dicha época, es útil reflexionar sobre la tarea de la actual evangelización en el continente latinoamericano.

Sobre este tema existió y se producen una tal cantidad de reflexiones y de documentos por parte del magisterio pontificio, por el CELAM y las Iglesias locales, que sería presuntuoso poder pensar en añadir algo nuevo. Puedo entretanto compartir alguna reflexión sugerida por mi experiencia en el terreno, habiendo tenido ocasión de predicar en retiros a conferencias episcopales, al clero y al pueblo de casi todos los países de América Latina, y varias veces en algunos de ellos. Además, porque los problemas que se plantean sobe este tema en América Latina no son muy diversos que los del resto de la Iglesia.

Una reflexión es sobre la necesidad de superar una excesiva polarización presente por todas partes en la Iglesia, pero particularmente en América Latina, especialmente hace algunos años: la polarización entre el alma activa y el alma contemplativa, entre la Iglesia del empeño social por los pobres y la Iglesia del anuncio de la fe. Ante cada diferencia, nos sentimos instintivamente tentados a elegir una parte, exaltando una y despreciando la otra. La doctrina de los carismas nos ahorra el trabajo. El don de la Iglesia católica es el de ser, justamente católica, es decir abierta para recoger los dones más diversos que provienen del Espíritu.

Lo demuestra la historia de las órdenes religiosas que encarnaron instancias diversas y a veces opuestas: insertarse en el mundo y la fuga del mundo, el apostolado entre los doctos, como los jesuitas, y el apostolado entre el pueblo, como los capuchinos. Hay lugar para unos y otros. Además necesitamos de unos y otros, ya que nadie puede realizar el evangelio integral y representar a Cristo en todos los aspectos de su vida. Cada uno debería por lo tanto alegrarse de que los otros hagan lo que uno no puede hacer: quien cultiva la vida espiritual y el anuncio de la Palabra y el que se dedica a la justicia y a la promoción social y viceversa.

Es siempre válida la advertencia del apóstol: "Dejemos de una vez por todas de juzgarnos los unos a los otros" (cfr. Rom 14, 13).

Una segunda observación se refiere al problema del éxodo de los católicos hacia otras denominaciones cristianas. Sobretodo es necesario recordar que no se pueden calificar indistintamente estas denominaciones como ‘sectas’. Con algunas de ellas, incluidos los pentecostales, la Iglesia católica mantiene un diálogo ecuménico oficial, lo que no haría si los considerara una secta.

La promoción también a nivel local, de este diálogo es el mejor medio para desintoxicar el clima, aislar a las sectas más agresivas y desanimar la práctica del proselitismo. Algunos años atrás se realizó en Buenos Aires un encuentro ecuménico, de oración y para compartir la palabra, con la participación del arzobispo católico y los líderes de otras iglesias, y la presencia de siete mil personas hizo ver con claridad la posibilidad de una relación nueva entre los cristianos, tanto más constructivo para la fe y la evangelización.

En el documento, Juan Pablo II afirmaba que la propagación de las sectas obliga a interrogarse sobre el por qué, sobre qué falta en nuestra pastoral. Mi convicción, según mi experiencia --y no sólo en los países de América Latina- es la siguiente. Lo que atrae fuera de la Iglesia no son ciertamente formas de piedad popular alternativas que más bien la mayoría de las otras iglesias y las sectas rechazan y combaten. Es un anuncio quizá parcial pero incisivo, de la gracia de Dios, la posibilidad de experimentar a Jesús como Señor y Salvador personal, el pertenecer a un grupo que se hace cargo personalmente de tus necesidades, que ora ante ti en la enfermedad, cuando la medicina no tiene ya nada que decir.

Si, por una parte hay que alegrarse de que estas personas hayan encontrado a Cristo y se hayan convertido, por otra es triste que para hacerlo hayan sentido la necesidad de dejar su Iglesia. En la mayoría de las iglesias a las que se aproximan estos hermanos, todo gira en torno a la primera conversión y a la aceptación de Jesús como Señor. En la Iglesia católica, gracias a los sacramentos, al magisterio, a la riquísima espiritualidad, existe la ventaja de no detenerse en este estadio inicial, sino de llegar a la plenitud y a la perfección de la vida cristiana. Los santos son la prueba de ello. Pero es necesario aquél inicio consciente y personal y en esto el reto de las comunidades evangélicas y pentecostales nos sirve de estímulo.

En esto, la Renovación Carismática se revela más que nunca, según la palabra de Pablo VI, “una oportunidad para la Iglesia”. En América Latina, los pastores de la Iglesia se están dando cuenta de que la Renovación Carismática no es (como alguno creyó al principio) “parte del problema” del éxodo de los católicos de la Iglesia, sino que es más bien parte de la solución del problema. Las estadísticas no revelarán nunca cuántas personas han permanecido fieles a la Iglesia gracias a este, habiendo encontrado en su ámbito lo que otros buscaban en otro lado. Las numerosas comunidades nacidas en el seno de la Renovación Carismática, aún con límites, y a veces con derivas, presentes en toda iniciativa humana, están a la vanguardia en el servicio a la Iglesia y la evangelización.

4. El papel de los religiosos en la nueva evangelización

He dicho que no quería detenerme en la primera evangelización. Una cosa sin embargo debemos conservar de ella: la importancia de las órdenes religiosas tradicionales para la evangelización. A ellas dedicó el beato Juan Pablo II su carta apostólica, con motivo del V centenario de la primera evangelización del continente titulada “Los caminos del Evangelio”. La última parte de la carta trata justo de los “religiosos en la nueva evangelización”: “Los religiosos –escribe--, que fueron los primeros evangelizadores –y han contribuido de manera tan relevante a mantener viva la fe en el continente--, no pueden faltar a esta convocatoria eclesial de la nueva evangelización. Los diversos carismas de la vida consagrada hacen vivo el mensaje de Jesús, presente y actual en todo tiempo y lugar”v.

La vida de comunidad, el hecho de tener un gobierno centralizado y de los lugares de formación de nivel superior que permitió a las órdenes religiosas de entonces una tan vasta empresa misionera. Pero hoy, ¿que ha sido de su fuerza? Hablando desde na de estas órdenes antiguas, puedo atreverme a expresarme con una cierta libertad. La rápida caída de las vocaciones en los países occidentales está determinando una situación peligrosa: la de gastar casi todas las propias fuerzas en satisfacer las esigencias internas de la propia familia religiosa (formación de jóvenes, mantenimiento de las estructuras y de las obras), sin muchas fuerzas vivas para introducir en el círculo más amplio de la Iglesia. De ahí el repliegue sobre sí mismos. En Europa, las órdenes religiosas tradicionales se ven obligadas a reunir varias provincias en una y a cerrar dolorosamente una casa tras otra.

La secularización es, cierto, una de las causas de la caída de las vocaciones, pero no es la única. Hay comunidades religiosas de reciente fundación que atraen a oleadas de jóvenes. En la carta citada, Juan Pablo II exhortaba a religiosos y religiosas de América Latina a “evangelizar a partir de una profunda experiencia de Dios”. Aquí está, creo, el punto: “una profunda experiencia de Dios”. Es esto lo que atrae a las vocaciones y lo que crea las premisas para una nueva eficaz oleada de evangelización. El proverbio “nemo dat quod non habet”, nadie puede dar lo que no tienen, vale más que nunca en este campo.

El superior provincial de los capuchinos de las Marcas, Italia, que es también mi superior, ha escrito para este adviento una carta a todos los frailes. En ella lanza una provocación que creo haga bien a todas las comunidades religiosas tradicionales escuchar: “Tú que lees estas líneas debes imaginar que 'eres el Espíritu Santo'. Sí, has entendido bien: no sólo estar 'lleno de Espíritu Santo' por los sacramentos que has recibido, pero justo que “eres” el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Y así revestido, piensa que tienes el poder de llamar y enviar a un joven por un camino, que lo ayudas a caminar hacia la perfección de la caridad, la vida religiosa para entendernos. ¿Tendrías el valor de enviarlo a tu fraternidad, con certeza y garantía de que tu fraternidad pueda ser el lugar que le ayude seriamente a lograr la perfección de la caridad en la concreción de la vida cotidiana? En pocas palabras: si un joven viniera a vivir por unos días o meses a tu fraternidad, compartiendo la oración, la vida fraterna, el apostolado… ¿se enamoraría de nuestra vida?”.

Cuando nacieron las órdenes mendicantes, los dominicos y franciscanos, a principios del siglo XIII, también las órdenes monásticas anteriores extrajeron beneficio de ellas e hicieron justamente la llamada a una mayor pobreza y a una vida más evangélica, viviéndolo según el propio carisma. ¿No deberíamos hacer lo mismo nosotros hoy, órdenes tradicionales, respecto a las nuevas formas de vida consagrada suscitadas en la Iglesia?

La gracia de estas nuevas realidades es multiforme, pero tiene un denominador común que se llama Espíritu Santo, el “nuevo Pentecostés”. Tras el concilio, casi todas las órdenes religiosas preexistentes releyeron y renovaron sus propias constituciones, pero ya en 1981, el beato Juan Pablo II advertía: “Toda la obra de renovación de la Iglesia, que el concilio Vaticano II ha propuesto providencialmente e iniciado... no puede realizarse si no es en el Espíritu Santo, es decir con la ayuda de su luz y de su fuerza”vi .

“El Espíritu Santo –decía san Buenaventura– va allí “donde es amado, donde es invitado, donde es esperado”vii7. Tenemos que abrir nuestras comunidades al soplo del Espíritu que renueva la oración, la vida fraterna, el amor por Cristo y con el el celo misionero. Mirar atrás, a los propios orígenes y al propio fundador, ciertamente, pero mirar también hacia adelante.

Observando la situación de las órdenes antiguas en el mundo occidental, surge espontánea la pregunta que Ezequiel oyó ante el panorama de huesos secos: “¿Podrán estos huesos revivir?” Los huesos áridos de los que se habla en el texto no son de los muertos sino de los vivos; son el pueblo de Israel en el exilio que va diciendo: "¡Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza se ha desvanecido, estamos perdidos!". Son los sentimientos que afloran, a veces también en nosotros quienes pertenecemos a órdenes religiosas antiguas.

Sabemos la respuesta, llena de esperanza, que dios da a aquella pregunta: “'Infundiré en vosotros mi Espíritu, y viviréis, os estableceré en vuestra tierra, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago', dice el Señor”. Debemos creer y esperar que se realizará también en nosotros y en toda la Iglesia, lo que se dice al final de la profecía: “El Espíritu entró en ellos: volvieron a la vida y se alzaron en pie; eran un ejército grande, grandísimo” (cf. Ez 37, 1-14).

Hace cuatro días, recordaba al inicio, América Latina celebró la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Se discute mucho sobre la historicidad de los hechos en el origen de esta devoción. Debemos clarificar lo que se entiende por hecho histórico. Hay muchos hechos que realmente han sucedido, pero que no son históricos porque “histórico”, en el sentido más auténtico, no es todo lo acaecido, sino sólo aquello que, además de haber sucedido, ha incidido en la vida de un pueblo, ha creado algo nuevo, ha dejado traza en la historia. ¡Y qué traza ha dejado la devoción a la Virgen de Guadalupe en la historia religiosa del pueblo mexicano y latinoamericano!

Es de gran significado simbólico el hecho de que, en los inicios de la evangelización del continente americano, en 1531, sobre la colina del Tepeyac, al norte de la Ciudad de México, la imagen de la Virgen se haya estampado en la tilma de san Juan Diego como “la Morenita”, es decir con los rasgos de una humilde muchacha mestiza. No se podía decir de manera más sugestiva que la Iglesia, en América Latina, está llamada a hacerse –y quiere hacerse- indígena con los indígenas, criolla con los criollos, toda a todos.

Notas

i Cfr. J. Glazik, en Storia della Chiesa, dirigida por H. Jedin, vol. VI, Milán Jaca Book, 1075, p. 702.

ii F. Sullivan, Salvation outside the Church? Tracing the History of the Catholic Response, Paulist Press, Nueva York 1992.

iii Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Simposio internacional sobre la evangelización en América Latina, 14 mayo 1992.

iv Cfr. Glazik, op. cit., p. 708.

v Juan Pablo II, “Los caminos del Evangelio”, nr. 24 (AAS 83, 1991, pp. 22 ss.)

vi Juan Pablo II, carta apostólica A Concilio Constantinopolitano I(25 marzo 1981).

vii San Buenaventura, Sermón para el IV Domingo después de Pascua, 2 (ed. Quaracchi, IX, p.311).

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Documentación


Benedicto XVI a los presos: Os llevo a todos en el corazón ante Dios
Visita pastoral a la cárcel de Rebibbia, en Roma
ROMA, domingo 18 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI hizo este domingo una visita pastoral a la cárcel romana de Rebibbia. Allí dirigió un discurso a los encarcelados y respondió a algunas de sus inquietudes.

A las 9,30 de este domingo, Benedicto XVI partió del Vaticano hacia la cárcel de Rebibbia. A su llegada, fue recibido por la ministra de Justicia italiana Paola Severino, Franco Ionta, jefe de departamento de la Administración Penitenciaria; Carmelo Cantone, director de la prisión y los capellanes Pier Sandro Spriano y Roberto Guarnieri.

El encuentro con los detenidos y los agentes de la policía penitenciaria tuvo lugar en la iglesia de la cárcel, dedicada al "Padre Nuestro". Tras los saludos de la ministra y del capellán Spriano, el papa pronunció un discurso, respondiendo luego a algunas preguntas de los internos. El encuentro acabó con la "Oración tras las rejas", compuesta por uno de los presos, la recitación del Padre Nuestro y la bendición apostólica.

Saliendo de la iglesia, en la plaza de la misma, el papa bendijo un ciprés plantado como recuerdo de la visita. Se despidió de las autoridades y, a las 11,30 dejó la prisión para regresar al Vaticano, donde lo esperaban los fieles y peregrinos para el rezo del Ángelus.

Ofrecemos el texto del discurso del santo padre a los detenidos, en su visita pastoral:

*****

Queridos hermanos y hermanas,

con gran alegría y emoción estoy esta mañana en medio de vosotros, para una visita que se sitúa a pocos días de la celebración de la Natividad del Señor. Dirijo un caluroso saludo a todos, en especial a la ministra de Justicia, honorable Paola Severino, y a los capellanes, a los que agradezco las palabras de bienvenida que me han dirigido también en vuestro nombre. Saludo al doctor Carmelo Cantone, director del Centro Penitenciario y a los colaboradores, la policía penitenciaria y a los voluntarios que se prodigan en las actividades de esta institución. Y saludo de modo especial a todos vosotros, detenidos, manifestándoos mi cercanía.

“Estaba en la cárcel y me visitásteis” (Mt 25,36). Estas son las palabras del juicio final, contado por el evangelista Mateo, y estas palabras del Señor, en las cuales se identifica con los detenidos, expresan en plenitud el sentido de mi visita actual entre vosotros. Dondequiera que haya un hambriento, un extranjero, un enfermo, un encarcelado, allí está Cristo mismo que espera nuestra visita y nuestra ayuda. Esta es la razón principal por la que me siento feliz de estar aquí, para rezar, dialogar y escuchar. La Iglesia siempre ha contado entre las obras de misericordia corporal, la visita a los presos (cfr Catecismo de la Iglesia católica, 2447). Y esta, para ser completa, exige una plena capacidad de acogida del detenido, «dándole espacio en el propio tiempo, en la propia casa, en las propias amistades, en las propias leyes, en las propias ciudades» (cfr CEI, Evangelización y testimonio de la caridad, 39). Querría de hecho poder ponerme a la escucha de la peripecia personal de cada uno, pero, lamentablemente, no es posible; sin embargo, he venido a deciros sencillamente que Dios os ama con un amor infinito, y sois siempre hijos de Dios. Y el mismo Unigénito Hijo de Dios, el Señor Jesús, experimentó la cárcel, fue sometido a un juicio ante un tribunal y sufrió la más feroz condena a la pena capital.

Con motivo de mi reciente viaje apostólico a Benín, en noviembre pasado, firmé una exhortación apostólica postsinodal en la que reiteré la atención de la Iglesia a la justicia en los estados, escribiendo: «Es por tanto urgente que se adopten sistemas judiciales y penitenciarios independientes, para restablecer la justicia y reeducar a los culpables. Además, hay que erradicar los casos de errores judiciales y los malos tratos de los prisioneros, las numerosas ocasiones de no aplicación de la ley que corresponden a una violación de los derechos humanos y las encarcelaciones que no desembocan sino tarde o nunca en un proceso. La Iglesia reconoce la propia misión profética ante aquellos que sufren por la criminalidad y su necesidad de reconciliación, de justicia y de paz. Los encarcelados son personas humanas que merecen, a pesar de su delito, ser tratados con respeto y dignidad. Necesitan nuestra atención» (n. 83).

Queridos hermanos y hermanas, la justicia humana y la divina son muy diferentes. Cierto, los hombres no pueden aplicar la justicia divina, pero deben al menos apuntar a ella, tratar de captar el espíritu profundo que la anima, para que ilumine también la justicia humana, para evitar –como lamentablemente no pocas veces sucede– que el detenido se convierta en un excluido. Dios, en efecto, es Aquél que proclama la justicia con fuerza, pero que, al mismo tiempo, cura las heridas con el bálsamo de la misericordia.

La parábola del Evangelio de Mateo (20,1-16) sobre los trabajadores llamados a jornada en la viña nos hace comprender en qué consiste esta diferencia entre la justicia humana y la divina, porque hace explícita la delicada relación entre justicia y misericordia. La parábola describe a un agricultor que asume trabajadores en su viña. Lo hace sin embargo en diversas horas del día, de man era que alguno trabaja todo el día y algún otro sólo una hora. En el momento de la entrega del salario, el amo suscita estupor y provoca una discusión entre los jornaleros. La cuestión tiene que ver con la generosidad --considerada por los presentes como injusticia- del amo de la viña, el cual decide dar la misma paga tanto a los trabajadores de la mañana como a los últimos en la tarde. En la óptica humana, esta decisión es una auténtica injusticia, en la óptima de Dios un acto de bondad, porque la justicia divina da cada uno lo suyo y, además, incluye la misericordia y el perdón.

Justicia y misericordia, justicia y caridad, bisagras de la doctrina social de la Iglesia, son dos realidades diferentes sólo para nosotros los hombres, que distinguimos atentamente un acto justo de un acto de amor. Justo, para nosotros, es “lo que se debe al otro”, mientras que misericordioso es lo que se dona por bondad. Y una cosa parece excluir a la otra. Pero para Dios no es así: en Él, justicia y caridad coinciden; no hay acción justa que no sea también acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay una acción misericordiosa que no sea perfectamente justa.

¡Qué lejana está la lógica de Dios de la nuestra! ¡Y que diferente es de nuestro modo de actuar! El Señor nos invita a acoger y observar el verdadero espíritu de la ley, para darle pleno cumplimiento en el amor hacia quien lo necesita. «Pleno cumplimiento de la ley es el amor, escribe san Pablo (Rm 13,10): nuestra justicia será tanto más perfecta cuanto más esté animada por el amor por Dios y por los hermanos.

Queridos amigos, el sistema de detención gira en torno a dos puntos de referencia, ambos importantes: por un lado, tutelar a la sociedad de eventuales amenazas, por otro, reintegrar a quien ha cometido un error sin pisotear su dignidad y sin excluirlo de la vida social. Ambos aspectos tienen su relevancia y pretenden no crear aquél “abismo” entre la realidad carcelaria real y la pensada por la ley, que prevé como elemento fundamental la función reeducadora de la pena y el respeto de los derechos y de la dignidad de las personas. La vida humana pertenece sólo a Dios, que nos la regalado, y no está abandonada a la merced de nadie, ¡ni siquiera a nuestro libre albedrío! Estamos llamado a custodiar la perla preciosa de nuestra vida y la de los demás.

Sé que la superpoblación y la degradación de las cárceles pueden hacer todavía más amarga la detención: me llegaron varias cartas de detenidos que lo subrayan. Es importante que las instituciones promuevan un un atento análisis de la situación penitenciaria hoy, verifiquen las estructuras, los medios, el personal, de modo que los detenidos no descuenten nunca una “doble pena”; y es importante promover un desarrollo del sistema penitenciario, que, aún en el respeto de la justicia, sea cada vez más adecuado a las exigencias de la persona humana, con el recurso también a las penas sin internamiento o a modalidades diversas de detención.

Queridos amigos, hoy es el cuarto domingo de Adviento. Que la Natividad del Señor, ya cercana, reencienda de esperanza y de amor vuestro corazón. El nacimiento del Señor Jesús, del que haremos memoria dentro de pocos días, nos recuerda su misión de llevar la salvación a todos los hombres, sin excluir a nadie. Su salvación no se impone, sino que nos reúne a través de actos de amor, de misericordia y de perdón que nosotros mismos sabemos realizar. El Niño de Belén será feliz cuando todos los hombres vuelvan a Dios con corazón renovado. Pidámosle en el silencio y en la oración ser todos liberados de la cárcel del pecado, de la soberbia y del orgullo: cada uno de hecho necesita salir de esta cárcel interior para ser verdaderamente libre del mal, de las angustias de la muerte. ¡Sólo aquél Niño en el pesebre es capaz de dar a todos esta liberación plena!

Querría terminar diciéndoos que la Iglesia sostiene y anima todo esfuerzo dirigido a garantizar a todos una vida digna. Tened la seguridad de que yo estoy cercano a cada uno de vosotros, a vuestras familias, a vuestros hijos, a vuestros jóvenes, a vuestros ancianos y os llevo a todos en el corazón delante de Dios. ¡El Señor os bendiga a vosotros y a vuestro futuro!

Traducción del original italiano por Nieves San Martín

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