24.06.11

 

José Bono es uno de esos políticos que tiende a usar la religión como una especie de comodín para conseguir sus objetivos personales. Tan pronto se le ve de la mano de obispos y cardenales, incluso llegando a presentarles libros, como se chotea públicamente de la moral católica. Un día parece un franciscano piadoso riéndole las gracias a un primado de España y al otro se va con los perroflautas eclesiales de Entrevías a comulgar con rosquillas.

Aunque Bono pertenece al PSOE, en realidad podría pertenecer a cualquier otro partido no cristiano. Es decir, no tendría nada de particular que en el PP hubiera otro como él. Es el típico caso de político pagado de sí mismo que encajaría en cualquier estructura partidista, pues lo que más destaca de él es su peculiar personalidad y su discurso demagógico, tan propio de las izquierdas como de las derechas.

El problema es que de vez en cuando, Bono tiende a regodearse en su burla hacia la fe que profesan millones de españoles. Y le da igual hacerlo en uno de esos días de los que la tradición dice: “Hay tres días en el año que brillan más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi, y el día de la Ascensión“. Pues bien, hete aquí que el día del Corpus Christi este señor va y asegura que el divorcio es una cuestión sin relevancia moral. O sea, que da lo mismo haber sido fiel a la promesa de amor eterno que no. Que lo mismo da estar casado que divorciado. Que lo mismo da ocho que ochenta.

Afirma Bono que “quien no está divorciado no es mejor persona que quien se ha divorciado“. Pues claro. Se puede estar casado y ser un crápula y estar divorciado y ser un alma bendita. Pero el divorcio como tal es un mal moral que afecta a la institución más fundamental de la sociedad: la familia. Y desde el punto de vista de la moral católica, que debería de respetarse en una festividad religiosa como la de ayer, el divorcio es un cáncer, una puerta al adulterio (Jesucristo dixit), un mal a combatir desde la gracia y la fidelidad a Dios y a su plan para la humanidad.

Un católico puede ser víctima de un divorcio. Como la ley dictamina que basta con que lo solicite uno de los cónyuges, da igual que el otro se oponga. Ahora bien, mientras el católico no vuelva a casarse, su situación delante de Dios y de la Iglesia no se altera lo más mínimo. Es decir, se puede estar divorciado y vivir en gracia de Dios. Pero si el divorciado se vuelve a casar, es Jesucristo quien le llama adúltero. Y los adúlteros, si no se arrepienten, no entrarán en el Reino de los cielos.

Quizás a don José Bono las palabras de Cristo le parezcan algo de lo cual mofarse el día en que la Iglesia celebra el Corpus Christi. El problema es que ese señor tiene un cargo institucional de primer orden. Protocolariamente es el tercero, tras el Rey y el Presidente de Gobierno. Preside las Cortes. Si le quedara un poco de vergüenza, tendría al menos el detalle de callarse. Pero no es el caso. Bono, agasajado y ensalzado por algunos príncipes de la Iglesia a los que habrá que preguntar a qué viene tanta simpatía hacia semejante personaje, es lo suficientemente prepotente y soberbio como para abstenerse de dar la nota en un día tan señalado para los católicos.

Cómo no echar de menos a aquel gran siervo de Dios y príncipe de la Iglesia que tuvo a bien impedir que el ministro de Justicia participara en la procesión del Corpus tras aprobarse la primera ley del divorcio. Don Marcelo, como se conocía al cardenal y primado de España, habría puesto hoy en su sitio a este politicucho de tres al cuarto. Estoy convencido de que le habría pedido públicamente que se abstuviera de volver a asomar por la procesión del Corpus en Toledo. Necesitamos que algún obispo -mejor algunos- tome el testigo que dejó don Marcelo. Necesitamos que algún pastor -mejor varios- ponga en su sitio a este profanador del día del Corpus.

Luis Fernando Pérez Bustamante