22.04.11

Un vaticanista de los buenos

A las 1:10 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : El Vaticano
 

Se llamaba Arcángelo Paglialunga y era un vaticanista de los buenos. En realidad era un Vaticanista, así con la V mayúscula. Un periodista que siguió de cerca cinco pontificados, de Juan XXIII a Benedicto XVI. Tenía 91 años cuando falleció repentinamente el pasado miércoles 20 de abril luego de haber sufrido un ictus mientras caminaba por las calles de Roma. Recordarlo es deber pero también nostalgia de otro periodismo, donde el oficio valía y la contribución de la persona también.

Fue uno de los primeros en obtener la acreditación de la Sala de Prensa del Vaticano. Todos los días llegaba muy temprano a su cubículo en esa oficina, a unos pasos de la Plaza de San Pedro. Escribía para el Gazzettino de Venecia y aún lo hacía a máquina. Por ahí del mediodía los pocos frecuentadores asiduos de la Sala Stampa, inmersos en nuestras computadoras, escuchábamos el inconfundible sonido de las teclas de la Olivetti de don Arcángelo, con su “clin” que avisaba el fin de la hoja.

Así redactaba sus artículos, los corregía a pluma tachando los errores y agregando anotaciones. Después pedía a alguno de los empleados de la sala de prensa mandar el escrito por fax a la redacción veneciana donde, estimo, alguien pasaba a las nuevas tecnologías las notas.

Un maestro de la vida y del periodismo, testigo de los grandes episodios de la historia de la Iglesia. Entre otras cosas el 21 de marzo de 1991, como todos los días, se dirigía al trabajo cuando cruzó en la Plaza de San Pedro al cardenal Joseph Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Tras un breve saludo le preguntó si ya sabía las novedades, el purpurado lo miró con extrañeza: “acaba de fallecer Marcel Lefebvre”, disparó. Ratzinger, sorprendido, agradeció la información y se apresuró a llegar a su oficina. La noticia se la había dado Paglialunga.

Todos conocían su afición por las anécdotas vaticanas. De los relatos que oía aquí y allá escribió numerosos libretos, todavía conservo uno firmado por él mismo sobre las curiosidades de las residencias estivas pontificias de Castelgandolfo. Hasta el último momento trabajó, se le veía cansado y envejecido, luego de un periodo de lejanía de la sala de prensa. Caminaba lento y sus reflejos ya no eran los mismos, en alguna ocasión lo vimos derramar alguna lágrima, al estilo Wojtyla, por no poder seguir haciendo lo que más amaba: relatar al Papa.

Por mi parte recuerdo que cuando me veía y su memoria no fallaba, exclamaba con su improvisado español: “¡Qué viva México!”. Así era Arcángelo, un hombre excepcional. Lo recordamos con una sonrisa.

Serafines susurran.- Que dos aspectos concretos han motivado las reflexiones del Papa Benedicto XVI durante el Jueves Santo, tanto en la Misa Crismal como en la misa “In Coena Domini” (en la cena del Señor): por un lado el exhorto a la congruencia de los cristianos y, por el otro, el reconocimiento del poder de Satanás sobre el mundo.

Son tiempos de reflexión e interioridad, el pontífice lo sabe bien. Por eso ha decidido utilizar palabras claras en sus homilías. A continuación comparto con los seguidores de Sacro&Profano un extracto de su sermón en la misa crismal, un potente llamado a repensar nuestro cristianismo, desde lo más profundo:

El Bautismo y la Confirmación constituyen el ingreso en el Pueblo de Dios, que abraza todo el mundo; la unción en el Bautismo y en la Confirmación es una unción que introduce en ese ministerio sacerdotal para la humanidad. Los cristianos son un pueblo sacerdotal para el mundo. Deberían hacer visible en el mundo al Dios vivo, testimoniarlo y llevarle a Él.

Cuando hablamos de nuestra tarea común, como bautizados, no hay razón para alardear. Eso es más bien una cuestión que nos alegra y, al mismo tiempo, nos inquieta: ¿Somos verdaderamente el santuario de Dios en el mundo y para el mundo? ¿Abrimos a los hombres el acceso a Dios o, por el contrario, se lo escondemos? Nosotros –el Pueblo de Dios– ¿acaso no nos hemos convertido en un pueblo de incredulidad y de lejanía de Dios? ¿No es verdad que el Occidente, que los países centrales del cristianismo están cansados de su fe y, aburridos de su propia historia y cultura, ya no quieren conocer la fe en Jesucristo? Tenemos motivos para gritar en esta hora a Dios: “No permitas que nos convirtamos en no-pueblo. Haz que te reconozcamos de nuevo. Sí, nos has ungido con tu amor, has infundido tu Espíritu Santo sobre nosotros. Haz que la fuerza de tu Espíritu se haga nuevamente eficaz en nosotros, para que demos testimonio de tu mensaje con alegría.

No obstante toda la vergüenza por nuestros errores, no debemos olvidar que también hoy existen ejemplos luminosos de fe; que también hoy hay personas que, mediante su fe y su amor, dan esperanza al mundo. Cuando sea beatificado, el próximo uno de mayo, el Papa Juan Pablo II, pensaremos en él llenos de gratitud como un gran testigo de Dios y de Jesucristo en nuestro tiempo, como un hombre lleno del Espíritu Santo. Junto a él pensemos al gran número de aquellos que él ha beatificado y canonizado, y que nos dan la certeza de que también hoy la promesa de Dios y su encomienda no caen en saco roto.