17.04.11

Biblia

Mt 27, 11-54 Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

 

11 Jesús compareció ante el procurador, y el procurador le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Respondió Jesús: «Sí, tú lo dices.» 12 Y, mientras los sumos sacerdotes y los ancianos le acusaban, no respondió nada. 13 Entonces le dice Pilato: «¿No oyes de cuántas cosas te acusan?»14 Pero él a nada respondió, de suerte que el procurador estaba muy sorprendido. 15 Cada Fiesta, el procurador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que quisieran. 16 Tenían a la sazón un preso famoso, llamado Barrabás.
17 Y cuando ellos estaban reunidos, les dijo Pilato: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, el llamado Cristo?»,18 pues sabía que le habían entregado por envidia. 19 Mientras él estaba sentado en el tribunal, le mandó a decir su mujer: «No te metas con ese justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa.» 20 Pero los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. 21 Y cuando el procurador les dijo: «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?», respondieron: «¡A Barrabás!»
22 Díceles Pilato: «Y ¿qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?» Y todos a una: «¡Sea crucificado!» -
23 «Pero ¿qué mal ha hecho?», preguntó Pilato. Mas ellos seguían gritando con más fuerza: «¡Sea crucificado!»
24 Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente diciendo: «Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis.»
25 Y todo el pueblo respondió: «¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
26 Entonces, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarle, se lo entregó para que fuera crucificado.
27 Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte.
28 Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; 29 y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!»; 30 y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza. 31 Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle. 32 Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz.
33 Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, «Calvario»,
34 le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo.
35 Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes.
36 Y se quedaron sentados allí para custodiarle.
37 Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: «Este es Jesús, el Rey de los judíos.»
38 Y al mismo tiempo que a él crucifican a dos salteadores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
39 Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: 40 «Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
41 Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: 42 «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. 43 Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: “Soy Hijo de Dios."»
44 De la misma manera le injuriaban también los salteadores crucificados con él. 45 Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.
46 Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: = «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», = esto es: = «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» = 47 Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: «A Elías llama éste.» 48 Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. 49 Pero los otros dijeron: «Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle.» 50 Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. 51 En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. 52 Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. 53 Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
54 Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «Verdaderamente éste era Hijo de Dios.»


COMENTARIO

Semana de Pasión de Nuestro Señor

Por ser este día muy especial pues se celebra el Domingo de Ramos y, posteriormente, la Semana de Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, el comentario de hoy domingo no va a ser uno que lo sea al uso sino que voy a reproducir, de mi poemario “Rosarium Vitae”, los denominados “Misterios Dolorosos”. Fácilmente puede apreciarse que, ciertamente, la “Oración del huerto” corresponde, en tiempo, a una situación anterior a la que recoge el texto del evangelista Mateo. Sin embargo, por ser un antecedente necesario, he considerado oportuno reproducirlo.

Entonces, los cinco Misterios Dolorosos son los que siguen:

Primer Misterio: La oración del huerto

Pater, si vis, transfer calicem istum a me
(Padre, si quieres, haz que pase este cáliz de mi…)

Ahogada en oración la pena por saber la partida,
fijado el mensaje primordial que lleva la paz al alma de quien ama,
entreabierta la puerta del Reino de Dios con el cumplimiento de lo dicho,
vuelve a anunciar, camino hacia el orar,
la desdicha de cuanto ha de suceder, el misterio de un fin tan amado.

Conocido el bienestar del camino que lleva a la Palabra,
dado a cada cual lo que en verdad le corresponde
y visitado el corazón de los comensales: cena última, partir hacia la eternidad,
renueva, ahora, el pacto que Dios hizo con el Hijo,
adorador de ese tiempo de memoria y de virtuosidad del devenir,
pensamiento recaído en el recuerdo hacia lo permitido y en lo que las Tablas dijeron…
valioso es cada paso que se da hacia la oración,
hacia donde el afán por pedir paz es mayor que el sufrir,
hacia donde la meditación sustituye a la presencia de la angustia
y la esperanza en el perdón es implorada con ansia.

Resurge, de entre el adiós, la dicha de tenerse por Hijo, esa obligación.

Ha llegado la hora predicha, el momento predilecto por el Padre;
ha llegado, a la luz, la mente preclara que tiene, en su seno, la libertad misma,
los labios de quien, bendecido por el Espíritu Santo, acompañando a Juan,
ha de manifestar la voluntad del santo hacer en lo entregado,
ha de ser, ya para siempre, ejemplo de causa de todo,
pervivir de una obediencia, brisa que surge de donde el Padre alienta al mundo.

Allí, postrado ante su futuro, corazón abierto por el porvenir conocido,
implora la presencia de quien le comunicó la vida,
de quien, con un canto de bendición, supo entregarle el mejor salmo,
de quien, con amor no medido, le nombró Hijo.

Y ante ese llegar inconfundible que hace temblar al alma,
corresponde con lágrimas de llanto ante lo que es inevitable,
privilegian el corazón que persigue la persistencia humana…
pide auxilio al Padre: que sepa amar, una vez más, el destino
de Cristo; pide que no caiga en desazón su vida,
que no devenga en oscura noche su porvenir inmediato,
que aún llegue otra primavera, que sus ojos no cierren al alba la luz…

Obligación resurge llegada desde el Espíritu; el hijo corresponde.

Pero todo, a pesar de esa voluntad de hombre dominada por el ansia de surgir de la noche,
a pesar de unas manos anhelantes de volver a repartir el ácimo,
a pesar de sí mismo, y considerando la gracia que le viene del Padre,
puede más el amor y la entrega, el cumplimiento de la promesa llega a lugar
sagrado,
al corazón donde Cristo es Hijo y es Hermano, Espíritu y don;
allí donde la virtud tomó asiento en María e hizo nido el aliento de Dios,
allí procura saciar el hambre de Reino del Padre
y se apodera de sus sílabas la pasión enamorada que trasciende al mundo.

Ya ha cesado el celo por la vida terrena,
ya ha llegado la calma, a través de las entrañas, al mismo seno de la razón,
ya ha limpiado de avaricia, humano proceder, por el vivir,
la intención primera del Hijo.
Y somete, agradecido, sus manos y su alma, a la voluntad de quien tiene todo el poder,
al querer de quien ostenta la gracia en el rostro,
la luz en la mirada, la continuación del quehacer nuestro en este mundo.

Ha vencido la paternidad divina para que se cumpliera la profecía,
antiguo designio de primer pacto con el hombre,
para que deviniera cierto el presagio eterno escrito en el corazón del hombre,
para que la palabra de Dios se hiciera franca en el cuerpo del hombre,
segunda demostración de amor supremo, segundo afán de salvación.

Duermen, acurrucados en su estancia, los discípulos amados,
los que transmitirán el mensaje, los que a la transfiguración asistieron.

Y a lo lejos, donde la distancia ya no separa más que el espacio,
se ve avanzar a Judas, otro ejemplo más de que lo dicho se cumple,
otro discurrir del corazón de Dios por el camino torcido del hombre,
otro llegar, ciertamente, a hacer cumplir la esperanza divina de dar otra ocasión
para amarlo.

Dolor nuestro, primera acechanza del martirio, pasión por llegar. Amor.

Segundo Misterio: La flagelación del Señor

Crucifixus etiam pro nobis sub Pontio Pilato
(Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato)

Sumido en la pena por la indiferencia del hermano,
lágrimas de luz iluminan su rostro, camino del martirio;
monedas que pagan la desdicha, surgir de la humana ambición,
merecedora acción de la noche más oscura y abismal, rememorando
la mano de Caín, entregada la voluntad por la miseria,
Judas cumple con la función señalada de antemano: sólo instrumento, solo disposición de desdicha, presagio del porvenir en el averno.

Ya conducen, maniatado, al Hijo del Hombre amado;
ya escupen, sobre su cuerpo, apenas, aún, lacerado,
ya caminan vociferando, maltratando, insultando.
Tras breve interrogatorio, en el que es golpeado,
empujan a Cristo Hermano hasta el tribunal legalizado.
Caifás y su compañía tienen todo preparado: testigos y testimonios,
las preguntas han bien pensado, pues hace tiempo que quieren,
ante todos, desacreditarlo y ante todos, mancillarlo.

Tinieblas que en el corazón buscan su destino

Sabiendo que no podían, por la Ley, a muerte condenarlo,
que no podrían administrar el castigo deseado…
creen que la solución la encontrarán en Pilatos, romano procurador,
temeroso ante el poblado, dispuesto a transigir si es que logran presionarlo.

Conociendo la nación de la que Cristo venía, al acusado remitió
a que Herodes lo viera; a que, luego, si quería, la sentencia emitiera,
pues era gobernador de la tierra galilea.
Como este se mofara y escarnio de Jesús hiciera
mandó que se retornara al procurato, que volviera con Pilato.

Supo este que, con eso, condenarlo no podía, pues al devolverlo Herodes
culpabilidad no había. Difícil la solución ante tamaña respuesta,
debía de liberarlo tras castigo administrarle,
para fingir que la justicia sí que podía aplicarle.

Recorren por sus entrañas el miedo y la transigencia;
Pascua judía mediando, duda si liberarlo.

Acometido por las masas que demandan crucificarlo,
lavase las manos el juez, inculpando al no culpado,
dejando libre a Barrabás y entregando a Cristo al soldado.

Comienza la gran tortura del que sería el resucitado.

Con saña sin proporción, ni con medida tampoco,
comienza el castigo al Santo, al Hijo de dios amado.
Con el flagelo hiriente, odio por ignorarlo,
caen sobre su cuerpo, malherido maltratado,
golpes de sangre ardiente, decenas de latigazos.

Ya se cumple, de esa forma, el castigo, que quiso darle Pilato.

Sujetando en la columna su digno físico el Enviado
soporta con su silencio, de amor bien entregado,
que las manos que lo insultan descarguen, con fuerza, el arrebato:
azotes que le causan grandes dolores del alma
por haber visto que el Padre iba a cumplir su palabra,
que lo que dijera el profeta, años ha en lontananza,
iba pasando ese día, golpe a golpe, rabia a rabia.

Sin cansarse de pegarle, pues la condena fue dictada,
dejan el cuerpo de Cristo lleno todo de llagas,
corre su sangre hacia abajo, como buscando ser enterrada,
queriendo desaparecer de esa grande amenaza.

Ya es mostrado su rostro a la multitud que vocifera,
contenta ante el final de aquella nueva Palabra,
abandonada ante el mundo: dicha y, luego, olvidada.

Ya le escupen en la cara, mancilla su noble nombre;
Jesús, el que en silencio ama, sabe que ha llegado el día
de cumplir con su palabra.

Tercer Misterio: La coronación de espinas

Qui passus est pro salute nostra
(Que padeció por nuestra salvación)

Postrado por el dolor, soportando la ira de la demente venganza,
cumpliendo la tragedia palabra por palabra,
ríen los malhechores mirando su sangre santa.
Como no parecen bastarles escupitajos e insultos,
ni latigazos recibidos parecen no dominarlo,
pues no les pide perdón porque piensa perdonarlos,
continúan con el martirio del que se les había entregado.

Uno de ellos, por el maligno llevado, injuriando vanamente
y por inferirle deshonra,
recurre al infamante ejemplo de la corona.
Le trenza, con mucha maña, más digna de mejor causa,
con unos juncos marinos que encuentra su mano malvada,
un circular sanguinario para ponerle clavada: espinas unas se ajustan a la cabeza, otras hasta el hueso llegan, infiriendo gran dolor
en esta testa sagrada.

Ven como le visten con una púrpura rasgada,
vieja por mor de usarla; ven, como le ponen, en la mano, una deshonrosa caña.

Fingen, dándole bofetadas, encontrarse ante un Rey de la estirpe más nombrada.
¡Sálvate, Dios¡, dicen, injuriando al Padre que llorando, bien seguro,
los miraba,
sufriendo por el destino del Hijo que más amaba.

Inventan la crueldad para mofarse de Cristo,
vertiendo en su persona, paciencia bien demostrada,
testimonio de su maldad, hinchada de mala baba.

Como Pilato entendiera por suficiente el castigo,
creyó haber amansado, de su Pueblo, la furia inmensa,
y ordenó que lo sacaran por ver si lo perdonaban.
Mas se encendió aquella ira que en su corazón anidara
y con grandes voces, gritando, demanda lo crucificaran,
que acabaran, de una vez, con una grande amenaza.

Viendo aquel infame juez que nada solucionaba
acabó por condenarlo: muerte en cruz y con tormento,
el Gólgota lo esperaba; calavera entendida para dominar la esperanza.

Ya le cargan los maderos sobre su santa espalda,
camino de su gran fin, camino de su mañana.

Cuarto Misterio: La cruz a cuestas

Cristus factus est pro nobis oboediens usque ad mortem
(Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte)

Ya con la cruz caída, dejada sobre su santo cuerpo,
herido de muerte va Cristo, la sangre le va cayendo,
recorriendo los regueros que glorificaron su esqueleto,
llenando de clara luz todas las partes del suelo.

Golpea con saña maligna lo que puede el vil soldado,
con saña maligna paga la entrega del que será crucificado,
con saña lo empujan por ver si acaban ya de llevarlo,
llevarlo hasta donde, en la cruz, ha de ser luego clavado.

Lleva compaña el inocente, Dios hecho hombre acusado,
ladrones que como escolta el honor tienen, así, asegurado,
los verdugos que darán final el que han atribulado,
curiosos que saben y callan, cobardes a otro lado mirando.

A pesar de la agonía del camino ensangrentado
mira, porque lo siguen, a la Madre que va llorando,
mira, porque es su hijo, al discípulo tan amado;
caminan juntos, aterrados, viendo el triste final que se le está preparando.

Entre la multitud que se agolpa, en las calles a ambos lados,
surgen, para limpiar el rostro del más amado,
de Verónica, cual socorro, el paño de sus dos manos,
manos que tratarán de ver lo que quede del martirizado.

Ya sin fuerzas y perdido el sentido, exhausto y agotado,
reclaman los golgotarios, pues así cabe llamarlos,
algún voluntario que con la cruz pueda ayudarlo,
pues temen que, de otra forma, no llegue vivo al altozano.

Simón presta su fuerza, que es vigor necesitado,
mientras algunos de los presentes se duelen y lloran sin poder remediarlo.

En el colmo del amor, casi muerto en el cuerpo pero el espíritu bien sano,
demanda, Jesús, que no lloren por su vida, que lo escrito está pasando,
que guarden todas sus lágrimas para la leña que se ha secado,
que Él era la leña verde que tanto les estaba amando.

Ya se pierde, en la distancia, por no querer ya mirarlo,
la corriente de este río que lleva hasta lo más alto,
ya falta poco para que Dios, por verlo morir perdonando,
saque de su corazón la voluntad de resucitarlo.

Quinto Misterio: La crucifixión y muerte de Jesús

Crucifixus etiam pro nobis
(Por nuestra causa fue crucificado)

Atormentada el alma, el cuerpo demudado de espanto,
vuelto el rostro hacia Dios y su espíritu ansioso, ya, por hallarlo,
llega Jesús al Calvario, monte Gólgota llamado,
lugar donde se designó fuera crucificado.

Ya se tumba sobre el madero, sobre la cruz estirado;
ya coloca, a ambos lados, sus martirizados brazos.

Avanzando, sin espera, para cumplir la sentencia,
clavan con saña las manos a la sufrida madera,
clavándole los pies cerca de la ensangrentada tierra.

A su lado dos ladrones esperan la muerte cierta.

No conformes con el agravio que le estaban infiriendo
el ropaje se reparten despojándolo de su dueño,
dejando el cuerpo de Cristo de las vestiduras desprovisto,
incrementando la desvergüenza de tan grande sacrilegio.

Cuelga del central madero cartel para su escarnio,
nombrándolo de los judíos rey para reírse de tal cargo,
porque no quiso Pilatos modificar lo que había dicho
en un infausto momento, acobardado y vencido.

Queriendo Cristo llegar hasta el último momento,
entregado a su futuro y sin limitar el tormento
rechaza el bebedizo para el dolor mitigado,
no acepta aquella mirra que le ofrece aquel soldado,
mas pronuncia ese ruego a su padre destinado:
¿por qué me has abandonado?; sabido ya que antes,
en Gethsemaní orando, entregó la vida a su Dios,
que fuera lo que su voluntad hubiera pensado.

Llevado de ese amor que en vida había atesorado
perdona a los criminales que muerte le estaban dando,
creía, y lo decía, que ignoraban su trabajo,
que la misericordia del Padre también llegase a esas manos,
que no les tuviera en cuenta el cumplimiento de lo mandado.

Como ni el más malvado de los acusados el tránsito hace solitario,
ni es abandonado por todos los que quieren recordarlo,
a los pies de sus maderos sufren Juan, el más amado,
y su madre inmaculada conocida por María.
Encomienda la vida del amigo a quien más amó Cristo,
entrega, como testigo y transmisor de su vida,
a quien tanto quiso el Hermano, que se hicieran compañía,
que pasaran juntos los tiempos que de su vida les quedara.

Apenas sin fuerza o resuello, ahogados los pulmones,
dejado su cuerpo caer hacia el corazón del cielo,
siente llegado el momento de su final terreno,
de partir hasta encontrarse en el de su padre Reino,
a interceder por los hombres que dejaba en aquel suelo.
Dejando en manos de Dios el más santo espíritu hecho
se rasga el velo del Templo dando a entender el duelo
y viendo como el centurión, que vio el acontecimiento,
dijera a voz por dentro que era, de Dios, el hijo verdadero.

Ya vienen a quebrarle las piernas para dar final bien cierto,
para no prolongar la agonía de tan lacerado cuerpo,
por ser la tradición de tan bárbaro tormento.
Mira el verdugo e inquiere, mente insana, sangrante flagelo,
y le clava la lanzada en el costado derecho
para que se cumpla la Escritura de no romper ningún hueso.

Ha muerto ya el más justo, para seguir viviendo.

PRECES

Por todos aquellos que no ven en la Pasión de Nuestro Señor la causa de nuestra salvación.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que hacen mofa y escarnio de la Pasión de Nuestro Señor.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a tener como muy importante para nuestra propia vida aquello que Tu Hijo llevó cabo cuando se sometió a tu voluntad en Gethsemaní.

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán