16.04.11

Serie José María Iraburu.- 3- Las misiones católicas

A las 12:31 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie José María Iraburu
 

“!Es urgente la misión¡
Las misiones católicas (LMC)
José María Iraburu

Previamente

Es bien cierto que la cita que encabeza el artículo de hoy dedicado al libro “Las misiones católicas” de José María Iraburu es corta pero la misma indica, a la perfección, el sentido del texto relacionado, precisamente con un aspecto fundamental de la evangelización como es la de misionar transmitiendo la Buena Noticia.

Lo que es necesario

Las misiones católicas

Los contemplativos en la oración y en la vida penitente de sus monasterios, y los misioneros al extremo de las fronteras visibles de la Iglesia, unidos a toda la comunión eclesial, cumplen bajo la acción del Espíritu Santo una misión grandiosa. Acrecientan de día en día el Cuerpo místico de Jesús”. (1)

La forma de dar comienzo al estudio que el P. Iraburu hace de la situación actual por la que pasa la misión católica que es, exactamente, el quid de la cuestión acerca de la salud de la Esposa de Cristo, indica claramente el sentido que, de la misma y de sus sujetos activos hemos de tener los católicos: es importante tanto la misma como quien la lleva a cabo.

Pero no sólo eso es importante, con serlo, sino que a lo largo del texto vuelve a aparecer, como suele suceder en las obras del consiliario de la Adoración Nocturna en la archidiócesis de Pamplona, y como veremos, el tema preocupante del freno que, a la misión, se está imprimiendo con las nuevas formas de llevar a cabo la misma o, simplemente, con la intervención de determinados “pensamientos” que dentro de la Iglesia católica se dan.

Hay que partir, para comprender la importancia de la misión, de algo que es muy importante y sin lo cual nada de lo demás se entiende: “La iglesia, para poder evangelizar el mundo, necesita estar fuerte en el Espíritu Santo” (2)

Por eso, bien se puede ser fiel a Espíritu Santo o bien no serlo. Si se está en el primer caso, la misión católica se desarrolla sin los problemas que supone que, además, desde el mismo seno de la Iglesia católica se actúa, por lo tanto, sin la fidelidad necesaria. Por eso, “Aquellas Iglesias locales que fallan en su fidelidad al Señor y en su docilidad al Espíritu Santo, aquellas en las que abundan los errores teológicos, así como los abusos morales, litúrgicos y disciplinares, quedan débiles y enfermas, sin vocaciones, sin fuerza para el apostolado y para las misiones.” (3)

Así, el beato Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris missio (2) dice que “la misión específica ad gentes parece que se va parando, no ciertamente en sintonía con las indicaciones del concilio y del magisterio posterior… En la historia de la Iglesia, el impulso misionero ha sido siempre signo de vitalidad, así como su disminución es signo de una crisis de fe” (4). De aquí que “Esta crisis de fe, que trae consigo la debilitación de las misiones, es hoy real en no pocas Iglesias, y como siempre, está causada principalmente por la difusión de errores contrarios a la fe.” (5).

Aparece, como tantas otras veces en la obra de José María Iraburu, el tema de la crisis que, a distintos niveles, que se está produciendo en la Iglesia católica y que, como no puede ser menos, también afecta al campo propio de la misión católica.

Ejemplo a seguir

Si hay una persona que, a nivel evangelizador, se ha de tener en cuenta esta es san Francisco Javier que “No obstante la breve duración de su acción evangelizadora, once años y medio, ha sido, sin duda, uno de los más grandes misioneros de la historia de la Iglesia” (6) pues “la parresía apostólica, la audaz fortaleza que mostró siempre, arriesgando en ello gravemente su vida, para afirmar la verdad y negar el error. Conviene que consideremos atentamente este” (7) y que, en consecuencia, veamos si, ciertamente, su espíritu sigue siendo el espíritu de la misión.

Y eso es lo que, precisamente, se pregunta el P. Iraburu.

En principio, apuesta por considerar que “el modo de misionero de Javier es hoy perfectamente válido y ejemplar” (8). Y esto, en principio es buena cosa porque supone que, en efecto, sirva para evangelizar y, además, debería ser tenido como ejemplo lo que apunta hacia una forma verdaderamente evangélica de llevar la Palabra de Dios al mundo entero.

Pero pronto nos desengaña José María Iraburu: “Actualmente, sin embargo, son muchos quienes estiman justamente lo contrario” (9).

¿Es posible que se pueda entender que lo que llevó a cabo san Francisco Javier no valga para hoy día a sabiendas de que sí vale?

Pues, al parecer, sí porque “no pocos de los que estiman como un gran misionero a San Francisco Javier admiran su santidad y su gran coraje para predicar el Evangelio, pero consideran que sus planteamientos misioneros están hoy completamente superados.” (10) Es decir que una cosa es la figura del santo misionero y otra, al parecer, muy distinta, que se pueda tener en cuenta lo que hizo para hoy día. Según quien así piensa, en realidad, está algo pasado de moda como si el Evangelio también lo estuviera.

Lo nuevo y lo malo de lo nuevo

Es que lo que pasa es que parecen que existen nuevos modos de misión”. Sin embargo, cuando rompen con lo que supone una “fidelidad perfecta a una misma verdad” (11) que es la que el Espíritu Santo, guiando hacia la verdad completa” (Jn 16, 13)” (12) ha ido mostrando a la Iglesia católica, entonces lo que podemos decir es que “cuando los innovadores enseñan en la teología una «novedad» que rompe la continuidad perfectiva de la tradición de la Iglesia, difunden un error o una herejía. Los novatori, en efecto, difunden doctrinas que son inconciliables con ciertas verdades siempre y en todo lugar profesadas por la Iglesia católica. León XIII.” (13).

¿Por qué dice José María Iraburu lo que dice? ¿Acaso tiene una visión negativa de la misión o es que, en verdad, dice lo que pasa?

Como suele habitual en el presidente de la Fundación Gratis Date no escribe, tras haber pensado sobre el tema, sin ton ni son sino que, muy al contrario, argumenta con pruebas sólidas en apoyo de lo que defiende.

Hay que partir de un principio fundamental para considerar lo que, en realidad, los nuevos modos de misión hacen. Lo dejó dicho el Mesías y lo recoge el evangelista Mateo (7, 16): “por sus frutos los conoceréis”.

Entonces, en efecto, “El árbol de la verdadera doctrina da buenos frutos, y el falso, malos.” (14)

Por lo tanto no debería resultar nada difícil “evaluar” lo que se hace desde la misión según se entiende, en muchos casos, hoy día. Así Hemos de considerar negativamente los modos nuevos de misionar cuando comprobamos que, en abierto contraste con la pujanza misionera del comienzo de la Iglesia, o de la Edad Media, o del XVI en América y Oriente, o del siglo XIX y comienzos del XX, allí donde esos modos nuevos se han aplicado en los últimos decenios, se han mostrado absolutamente ineficaces.” (15)

¿Pero por qué pasa esto?

Pues porque “En realidad, estos modos nuevos de la misión –conviene decirlo abiertamente– son una inmensa falsificación de las misiones, y traen consigo, por supuesto, un fracaso desolador. Juan Pablo II, como veíamos, señala en la Redemptoris missio que la fuerza activa de las misiones ‘parece que se va parando’, y ve en esta disminución de las misiones el ‘signo de una crisis de fe (2)” (16).

Entonces, lo que, en realidad, se está produciendo es, simplemente, que la Misión se ha detenido y se ha ofuscado por los nuevos modos de entender la misión que han falsificado lo que, propiamente hablando, ha de ser la Misión católica.

Veamos, pues cuáles son, porque de la gravedad de las mismas se deducen muchas consecuencias negativas para la Misión:

1.-No luchar contra el pecado, sino contra sus consecuencias (17)

Dice José María Iraburu, como explicación exacta de la verdad de las cosas que “La misión de los misioneros es la misma que recibe del Padre cuando viene al mundo: ‘como mi Padre me envió, así también yo os envío’ (Jn 20,21). Ahora bien, sabemos que el Hijo divino se hace hombre para ser ‘el Cordero que quita el pecado del mundo’ (Jn 1,29). Sabemos ciertamente –Él mismo lo ha dicho– que ha venido para ‘para llamar a los pecadores a conversión’ (Lc 5,32); que entrega su sangre para obtenerles «el perdón de los pecados» (Mt 26,28), y que, por tanto, ‘en Él tenemos la redención, el perdón de los pecados’ (Col 1,14). En efecto, ‘Él se ha manifestado al final de la historia para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo’ (Hb 9,26).” (18)

Por lo tanto, el fundamento de la Misión es, sobre todo, tratar de “vencer, con la gracia del Salvador, el pecado del mundo” (19).

¿Qué pasa, sin embargo, si lo que ahora se pretende no es llevar a cabo tal misión en tal sentido?

Resulta, la respuesta a tal pregunta sintomática de una forma de hacer las cosas que determina un cambio bastante grande en el hacer de la Misión.

Y esto porque “Los nuevos modos de misión combaten no tanto el pecado, sino las consecuencias del pecado, desfigurando y frenando así la misión de Cristo” (20). Así, “La misión secularizada yerra gravemente cuando se limita sobe todo a remediar las consecuencias del pecado. Trivializa de este modo la naturaleza de los males del mundo, ignora el pecado original, la esclavitud del Maligno y la necesidad de la gracia de Cristo” (21).

2.-Hacer el bien, pero no dar testimonio de la verdad (22).

Es bien cierto que no se puede negar que los nuevos modos de la misión hagan el bien. Sin embargo, esto no basta porque lo que se hace, actuando como arriba se ha dicho, es provocar la falsificación de la vocación misionera, según la cual la misión no estaría centrada por el mismo Cristo en la evangelización, es decir, en el testimonio de la verdad, sino en las actividades benéficas que en favor de los hombres puedan realizarse” (23) y esto porque, a sabiendas de que “el bien mayor y más urgente es sin duda ‘el testimonio de la verdad’” (24) actuar de otra forma es no hacerlo como, en verdad, corresponde a un misionero.

Algo, sin embargo, no deja de hacer notar José María Iraburu ni deberíamos olvidar ninguno de los que estemos en la seguridad de la importancia que tiene la evangelización y es lo siguiente: “Hemos de ser muy conscientes de que actualmente las misiones católicas han de dirigirse igualmente a los países pobres y a los países ricos, muchos de éstos de antigua filiación cristiana, y hoy en su mayoría apóstatas” (25) tema que, por cierto, trata en profundidad en su libro “De Cristo o del mundo”.

Entonces, en atención a las necesidades espirituales “La mayor caridad que se puede tener con los ricos y con los pobres es decirles la verdad: que en esta vida, según sea buena o mala, se están jugando la vida eterna” (26) y ocultar tal verdad es, ciertamente, una forma profundamente nigérrima de actuar.

3.- Dialogar sí, pero predicar no. Y dialogar… tampoco (27).

Nadie puede negar que el diálogo resulte fundamental para que la misión evangelizadora se lleve a cabo de forma adecuada. Sin embargo, según recoge la declaración Dominus Iesus (que aparece como documento anexo en el libro del P. Iraburu que aquí tratamos) “Para el pensamiento relativista, diálogo significa poner en el mismo plano la propia posición o la propia fe y las convicciones de los demás, de tal manera que todo se reduce a un intercambio de posiciones de tesis fundamentalmente iguales y, en consecuencia, relativas entre sí, con la finalidad superior de lograr el máximo de colaboración y de integración entre las diversas concepciones religiosas”. (28)

Sin embargo, para que la misión se lleve a cabo de forma conveniente, “Diálogo y predicación han de ir juntos en la acción misionera” (29) y el “Diálogo misional debe pretender la conversión de los hombres, y no debe prolongarse indefinidamente” (30)

4.- Enseñar “valores” en vez de predicar a Cristo Salvador (31)

Dice, al respecto del peligro que encierra pretender no predicar al Mesías como Salvador sino limitarse a dar a conocer unos valores” que, aunque sean importantes no pueden ser el objeto de la misión, que “Ésta es otra variante de la secularización del apostolado y de la misión: predicar valores, sin predicar a Jesús, el Salvador. Es puro pelagianismo proponer valores morales enseñados por Cristo –verdad, libertad, justicia, amor al prójimo, unidad, paz–, y hacerlo, de un lado, en el mismo sentido en que el mundo los entiende, y de otro, sin afirmar a Cristo como único Salvador que hace posible vivir por su Espíritu ésos y todos los demás valores.” (32). Por eso tuvo que decir Pablo VI que, “Un humanismo, sin Cristo, no existe. Y nosotros suplicamos a Dios y os rogamos a todos vosotros, hombres de nuestro tiempo, que os ahorréis la experiencia fatal de un humanismo sin Cristo.” (33).

Y, al respecto de esto, algo que es muy grave y que debería hacernos pensar aunque fuera un poco: “Si solamente luchamos contra las consecuencias del pecado, pero no contra el pecado, los cristianos tendremos la aprobación del mundo –entre otras cosas porque ya no seremos cristianos–.” (34).

5.- No pretender la conversión de los hombres (35).

Esto, dicho así, es muy grave porque la Iglesia católica tiene la misión, fundamental, de convertir a los hombres a Cristo. Sin esto la misma no tiene sentido alguno.

Pues bien, “Los ‘nuevos’ misioneros no pretenden la conversión de los hombres. Buscan principalmente solidarizarse con su condición concreta de vida presente y mejorarla en lo posible. Y así lo declaran algunos abiertamente, orgullosos de su actitud: ‘no pretendemos convertir a nadie’. Resulta muy penoso oírles, y comprobar que ‘alardeando de sabios, se hicieron necios’ (Rm 1,22) “(36).

A este respecto, es Penoso que pueda haber párrocos y misioneros que, sin haber quizá convertido a nadie en toda su vida, estiman ‘superados’ los modos pastorales del Cura de Ars y los modos misioneros de Francisco de Javier. Resulta patético: estos ministros del Salvador, que no intentan convertir a nadie, permanecen tranquilos en su convicción, y ciertamente consiguen su objetivo con pleno éxito” (37) pero, eso sí, a cambio de haber traicionado su original función y especial misión.

6.- Testimoniar con la vida, pero no con la palabra (38)

El clima de desorientación que los nuevos modos misioneros están sembrando en el mundo abunda, digamos en el hecho de pretenderser misioneros sin predicar el Evangelio” (39). Esto es, sobre todo, absurdo (pues no entra en cabeza católica que tal cosa pueda producirse) porque basándose en lo que se reconoce en Ad gentes (6e) al respecto de que “Se presentan a veces tales circunstancias que imposibilitan durante algún tiempo el proponer directa e inmediatamente el mensaje evangélico. En estos casos pueden y deben los misioneros, con paciencia y prudencia y, a la vez, con gran confianza, dar, al menos, testimonio de la caridad bienhechora de Cristo y preparar así los caminos al Señor y hacerle de alguna manera presente” (40) no debe utilizarse tales situaciones para hacerlas extensivas a todas las que puedan presentarse a los misioneros.

Y, sin embargo, “La Iglesia no-evangelizadora es una Iglesia no-martirial, pues no da en el mundo testimonio de la verdad de Cristo” (41) lo que va, exactamente, en contra de lo que debe ser.

Desde la teología… falsa

Según lo visto arriba son muchos por extremos a los que se pueden agarrar los nuevos modos de misión para no ser, por eso mismo, misión sino otra cosa más mundana. Parten, los mismos, de lo que José María Iraburu llama “teologías falsas” que son, por serlo, las que tergiversan el sentido preciso de la Misión.

¿Cuáles son sus puntos de apoyo?

Estos:

-“Profesan algún modo de agnosticismo filosófico y religioso: no hay una verdad, hay muchas” (42).

-“Niegan la Revelación cristiana, en cuanto verdad divina plena y definitiva, pues creen imposible una revelación del Absoluto infinito en la realidad finita del ser humano, histórica y continuamente evolutiva” (43).

-“Consideran a Cristo como un Maestro espiritual más entre otros Maestros suscitados por Dios en la historia” (44).

-“Confunden el orden natural y el sobrenatural” (45).

-“Afirman que, en cierta manera, todos los hombres, aunque ellos mismos no lo sepan o incluso no lo quieran, estando elevados al orden de la gracia, son de hecho cristianos anónimos, tengan una u otra vía religiosa, o aunque no sigan ninguna” (46).

-“Negando el pecado original, niegan a los hombres una salvación por gracia, por don gratuito que libremente han de recibir de Dios por Cristo” (47).

-“Reconocen, en coherencia s sus principios, ‘otras Revelaciones’ divinas, y estiman las religiones paganas como ‘vías ordinarias de salvación’, complementarias al cristianismo, y no necesariamente inferiores a él” (48).

Y así, con tal comportamiento, no es de extrañar que tengan, de la Misión, una visión y un ejercicio tan distinto y distante al que, por su naturaleza, deberían tener.

Posteriormente, el P. Iraburu pone ejemplos de teólogos que, son sus posiciones acerca de la misma doctrina católica y, así, de la que ha de corresponder a la misión evangelizadora, se muestran favorecedores de los “nuevos modos misioneros” que, según hemos visto, tanto daño están haciendo a la Misión. Así, escribe sobre el P. Karl Rahner, SJ y su teoría de los “cristianos anónimos” (nota 46) o de Urs Von Balthasar y su “esperanza de que ningún hombre se condene” (49), cuando decir tal cosa va, directamente contra lo escrito en las Sagradas Escrituras (50).

También recoge José María Iraburu otras teologías que son, como él dice, “específicamente anti-misionales” (51) como las del P. Teilhard de Chardin, SJ. al que, digamos, se incapacita como teólogo católico en muchos aspectos de su teología o, también, las del P. Leonardo Boff. O.F.M. que no sólo antes de secularizarse sino, sobre todo, después, se ha censurado mucho de lo que su teología plantea. También se refiere el P. Iraburu a. P. Anthony De Mello, S.J., o al P. Jacques Dupuis, S.J. porque ambos autores manifestaron “ambigüedades y dificultades notables sobre puntos doctrinales de relevante importancia que pueden conducir al lector a opiniones erróneas y peligrosas” (52) y cita, por más abundancia en el asunto, al P. Roger Haight, S.J. porque, por ejemplo, reconoce “las otras religiones como mediaciones de la salvación de Dios al mismo nivel del cristianismo” (53).

Lo que interesa y conviene

Después de haber tratado de comprender lo que José María Iraburu reconoce como un gran descalabro en la Misión y en el ejercicio de la misma, no ceja en su empeño de manifestar qué es lo que conviene a la evangelización.

Dice que “Lo primero en las misiones católicas ha de ser la evangelización” (54) y esto por ser básico para el entendimiento de la misma y para el cumplimiento de aquel “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15).

Así, “Esta primacía absoluta del ministerio de la evangelización es reiterada en el Vaticano II cuando trata de los Obispos (CD 12), de los presbíteros (PO 4), de los misioneros (AG 5)” (55).

Por otra parte, y en relación directa a lo dicho sobre lo que interesa y conviene a la puesta en práctica de la Misión, resulta de una vital importanciaSuscitar entre los hombres, como enviados por Dios y por la Iglesia, la fe en Cristo, la conversión de los pecados, la filiación divina, la bienaventuranza inmensa de la vida en la Iglesia” (56).

Así, además de indicar qué es lo que, en verdad, debe ser el objeto de la Misión, no podía de dejar de mencionar qué es conveniente para que las misiones católicas se renueven. Y es lo que sigue. “La nueva evangelización exige, evidentemente, recuperar la fe en la verdad de los Evangelios y en las grandes certezas de la doctrina católica” (57). Y todo ello en una consideración fundamental que no deberían olvidar los sujetos activos de las misiones católicas: “Hoy el Evangelio es y será predicado, como siempre, en el Espíritu Santo, el único que puede renovar la faz de la tierra, en la Palabra divina tal como viene expresada en el Nuevo Testamento, en la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica, es decir, en el espíritu y en las palabras del Bautista y de nuestro Señor Jesucristo, de Esteban y de Santiago, de Pedro y Pablo, en el espíritu y en las palabras de San Francisco Javier, Patrono de las misiones católicas.” (58).

Anexos de importancia

Por otra parte, acompañan al texto Las misiones católicas” dos documentos que resultan imprescindibles ser tenidos en cuenta para el tema en cuestión: uno de ellos es la intervención del entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger (ahora Benedicto XVI) titulada “Contexto y significado de la Declaración Dominius Iesus” y, claro está, la misma Declaración citada en el título de la intervención del Prefecto pues mucho tiene que ver la misma con la misión. Así se dice desde la misma Introducción (1) que “El Señor Jesús, antes de ascender al cielo, confió a sus discípulos el mandato de anunciar el Evangelio al mundo entero y de bautizar a todas las naciones”. De aquí la importancia intrínseca de las misiones católicas (59).

NOTAS

(1)Las misiones católicas (LMC), p. 3.
(2) Ídem nota anterior.
(3) LMC, p. 3 y 4.
(4) LMC, p. 4
(5) Ídem nota anterior.
(6) Ídem nota 4.
(7) Ídem nota anterior.
(8) LMC, p. 9.
(9) LMC, p.10.
(10) Ídem nota anterior.
(11) Ídem nota 9.
(12) Ídem nota anterior.
(13) Ídem nota 9.
(14) Ídem nota 9.
(15) Ídem nota 9.
(16) Ídem nota 9.
(17) Ídem nota 9.
(18) LMC, p. 11.
(19) Ídem nota anterior.
(20) Ídem nota 18.
(21) Ídem nota 18.
(22) LMC, p. 12.
(23) Ídem nota anterior.
(24) Ídem nota anterior.
(25) Ídem 22.
(26) Ídem nota 22.
(27) Ídem nota 22.
(28) LMC, p. 14.
(29) Ídem nota anterior.
(30) LMC, p. 16.
(31) LMC, p. 17.
(32) Ídem nota anterior.
(33) LMC, p. 18.
(34) Ídem nota anterior.
(35) Ídem nota 33.
(36) Ídem nota 33.
(37) LMC, p. 19.
(38) Ídem nota anterior.
(39) Ídem nota 37.
(40) LMC, p. 19-20.
(41) LMC, p. 20.
(42) LMC, p. 21.
(43) Ídem nota anterior.
(44) Ídem nota 42.
(45) Ídem nota 42.
(46) Ídem nota 42.
(47) Ídem nota 42.
(48) LMC, p. 22.
(49) LMC, p. 24.
(50) A este respecto, “Saldrán los ángeles y separarán los malos de en medio de los justos’ (Mt 13,49), y ‘serán arrojados a las tinieblas’ (25,30); ‘dirá también a los de la izquierda’… (25,41); ‘muchos intentarán entrar, pero no podrán’ (Lc 13,22)” (LMC p, 24), que son algunas de las citas bíblicas que recoge el P. Iraburu en las que se indica, expresamente que no todos, porque sí, se salvarán. Así, también “Del mismo modo San Pablo predica el Evangelio de la salvación a los hombres, anunciándoles una posible perdición (‘no heredarán el reino de Dios’: 1Cor 6,9-10), prediciendo una doble retribución (2Tes 1,5- 10), ya que cada uno recibirá según el bien o el mal que haya hecho (2Cor 5,10)” (LMC, p, 24) que es una forma bastante contundente de demostrar que la teoría de Balthasar no deja de ser algo peregrino.
(51) LMC, p. 25.
(52) LMC, p. 26. Aunque esto último lo refiere José María Iraburu, específicamente al P. Jacques Dupuis, S.J. perfectamente se lo podemos aplicar al P. Anthony De Mello, S.J.
(53) LMC, p. 27.
(54) Ídem nota anterior.
(55) LMC, p. 28. Se refiere, al decir CD a Christus Dominus o Decreto sobre el oficio pastoral de los obispos, al decir PO a Presbyterorum ordinis o Decreto sobre el misterio y vida de los presbíteros y al decir AG a Ad Gentes divinitus o Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia.
(56) LMC, p. 29.
(57) Ídem nota anterior.
(58) Ídem nota 56.
(59) Se recomienda su lectura:


Acudir aquí para la lectura del documento del Cardenal Ratzinger.

Acudir aquí para la lectura de la Declaración Dominus Iesus.

Eleuterio Fernández Guzmán