8.04.11

Revelación y lenguaje de la fe

A las 11:12 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

El lenguaje de la fe se fundamenta en la revelación divina; la fe “dice” a Dios porque Dios ha hablado de sí mismo en su autorrevelación. La misma manifestación de Dios en la creación, que posibilita el recurso a la analogía, se orienta a la plenitud de la revelación divina en Jesucristo. Se puede decir, incluso, en este sentido, con W. Kasper que la doctrina de la analogía, entendida a nivel teológico, “resulta ser la doctrina del lenguaje de la fe”.

En su revelación, Dios se ha expresado en lenguaje humano para que el hombre pueda acoger la comunicación que ha hecho de sí mismo. Por la Encarnación, la humanidad de Jesús de Nazaret constituye el lenguaje mismo que Dios pronuncia para la humanidad. El misterio de Dios se hace accesible al hombre en el acontecimiento histórico, concreto y sacramental de la Encarnación; en la globalidad de la “presencia y manifestación” de la Palabra hecha carne (cf DV 4).

El concilio Vaticano II, en la constitución “Dei Verbum”, presenta la fe como la respuesta del hombre a la revelación (cf DV 5). La forma cristiana de creer, el acto de fe, viene determinado por Aquel a quien se cree, por Dios que se revela. La fe no crea la revelación, sino que, por el contrario, es la manifestación de Dios la que pide y suscita, haciéndola posible, la respuesta de fe.

Esta respuesta es definida, en términos paulinos, como obediencia –obeditio fidei–, con referencia a Rm 16,26. El horizonte que se vislumbra es el de la fides ex auditu, verdadero eje de la teología paulina de la fe, que encuentra su punto culminante en Rm 10,7. La obediencia es la categoría privilegiada por la Escritura para identificar el acto de creer, a partir de la obediencia paradigmática de Abraham (cf Gn 15,6). Se trata de una obediencia que parte de la escucha.

Con la referencia al “Deus revelantis” y a la “obeditio fidei”, el Vaticano II destaca, en línea con la perspectiva bíblica, el carácter personalista de la revelación y de la fe. Como señalaba el cardenal Newman, no se puede obedecer a un texto o a un mensaje, sino a una autoridad viva, a una idea viva; en definitiva a una persona, a una Verdad personal. Es decir, la obediencia de la escucha comporta el abandono pleno y total del hombre a Dios.

La adhesión plena y obediencial de todo el hombre a Dios, por ser Él mismo quien se revela, es definida por la “Dei Verbum” como “plenun obsequium/ voluntarie assentiendo”. El motivo formal de la fe, la razón última por la que se cree, es Dios mismo que se revela. El término “asentimiento” está cargado de una connotación personalista, indicando el acto con el cual, de modo incondicional, se acepta completamente la doctrina. Con ambas expresiones, el Concilio sintetiza los dos aspectos complementarios del acto de fe: la “fides qua” y la “fides quae”; la fe con la que se cree – el acto de creer – y la fe que es creída – el contenido de la fe–. El asentimiento no se da a una verdad abstracta, sino al revelador del Padre; a una persona, que es la única que puede exigir el asentimiento.

La acción de la gracia está en el origen del movimiento de la fe. La “desproporción” entre Dios y el hombre se salva, en cierta medida, en virtud del abajamiento de la Encarnación y de la elevación de la gracia. Sin la acción de la gracia no sería posible adherirse a la revelación. La gracia iluminadora previene y ayuda y, con los auxilios internos del Espíritu Santo, convierte el corazón. El Concilio Vaticano II no menciona expresamente la necesidad del “motivum credibilitatis”, pero no lo excluye. De hecho, habla de “mentis oculos aperiat”, para hacer resaltar la plena libertad del creyente en su adhesión de fe.

La verdadera obra es la que lleva a cabo el Espíritu Santo: La fe es gracia antes que obra humana. Dios es quien actúa, aunque su actuación tenga lugar en los hombres que progresivamente alcanzan la plenitud de la fe.

Guillermo Juan Morado.