9.04.11

Serie José María Iraburu 2- Hábito y clerman

A las 12:28 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie José María Iraburu
 

“¿Será posible que lo que acerca del hábito
saben los enemigos
de la Iglesia no lo sepan, incluso lo nieguen,
algunos que están dentro de la misma?

Hábito y clerman (HyC)
José María Iraburu

Aviso previo: el contenido del texto de José María Iraburu referido al Hábito y al clerman resulta de una importancia vital para comprender lo que ha sucedido, en la Iglesia católica, tras la celebración del Concilio Vaticano II. Y no sólo en lo referido al vestir de sacerdotes y religiosos.

Con mucha lógica

Hábito y clerman

Como sacerdote, a José María Iraburu le gusta que sepa que lo es porque, en realidad, “En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero –hombre de Dios, dispensador de Sus misterios– sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público” (1).

Es más, también refiriéndose al hábito de los religiosos y religiosas “Aun reconociendo que ciertas situaciones pueden justificar el quitar un tipo de hábito, no podemos silenciar la conveniencia de que el hábito de los religiosos y religiosas siga siendo, como quiere el Concilio, signo de su consagración (Perfectæ caritatis 17), y se distinga, de alguna manera, de las formas abiertamente seglares” (2).

No tendría que extrañar, por lo tanto, que la posición que manifiesta un sacerdote como José María Iraburu sea la que es y que no es otra que entender que el traje eclesiástico (en su caso) y el hábito religioso están para ser llevados por quien desempeñan tal función en la Iglesia católica.

Lo que importa

Resulta curioso, como poco, que haya personas que, no perteneciendo a la Iglesia católica o estando abiertamente en contra de ella o manteniendo una relación distante con la misma, sepan la importancia que tienen el hábito y el clerman.

Así, Ortega y Gasset, en Historia del amor, dejó escrito que “las modas en los asuntos de menor calibre aparente –trajes, usos sociales, etc.– tiene siempre un sentido mucho más hondo y serio del que ligeramente se les atribuye, y, en consecuencia, tacharlas de superficialidad, como es sólito, equivale a confesar la propia y nada más” (3) que es una forma de decir, bastante acertada, que las personas que tienen en poca importancia la forma de vestir del sacerdote o del religioso lo que, en realidad, esconden, es su propia falta de profundidad espiritual.

Pero, incluso Miguel de Unamuno, en La sección de los Fulanez dice que “jamás se ha dicho un disparate mayor que aquel […] de que el hábito no hace al monje. Sí, el hábito hace al monje” (4).

Pero el caso paradigmático de lo que sostiene el P. Iraburu (y que no es otra cosa que tanto hábito como clerman no pueden ser preteridos por quienes se los han de poner) es el que representa Ferdinan Buisso, diputado francés que, en la Cámara de Diputados de aquella nación dijo (el 4 de marzo de 1904) “Conozco el proverbio que dice: ‘el hábito no hace el monje’. Pues bien, yo sostengo que es el hábito el que hace al monje. El hábito es, en efecto, para el monje y para los demás, el signo, el símbolo perpetuo de su separación, el símbolo de que no es un hombre como todos los demás… ‘Este hábito es una fuerza… es la fuerza del dominio de un amo que no suelta nunca a su esclavo. Y nuestra finalidad es arrancarle su presa. ‘Cuando el hombre haya abandonado este uniforme de la milicia en la que está alistado, encontrará la libertad de ser su propio amo; no tendrá ya una Regla que le oprima todo el tiempo, toda su vida; no sentirá ya la presencia de un superior al que tiene que pedir órdenes… ya no será el hombre de una Congregación, se convertirá tarde o temprano en el hombre de la familia, el hombre de la ciudad, el hombre de la humanidad. ‘Será necesario que el religioso secularizado se dedique a ganar su vida como todo el mundo. No pidamos más, así será libre. «Quizás durante algún tiempo permanecerá fiel a sus ideas religiosas. No nos preocupemos, dejémosle laicizarse él mismo solo; la vida le ayudará’” (5)

Entonces, resulta, de todo punto lógico, que se pregunte José María Iraburu lo que se pregunta y que hemos traído como cita que encabeza este artículo porque, en efecto, es posible que muchos católicos no entiendan lo que es tan fácil de entender y que de hacerlo de otra forma tergiversaría, tergiversa, incluso, la concepción más correcta que se ha de tener del religioso y del sacerdote.

Podría pensarse, sin embargo, que cuando alguien, dentro del seno de la Iglesia católica, entiende que poco importa el tema del hábito y del clerman, se dice esto con buena fe y que, en realidad, tampoco es para tener en cuenta tal pensamiento. Pero resulta que no sucede de tal forma sino que “es un grueso error voluntario, ideológico y de graves consecuencias” (6) porque La Iglesia, al mandar con tan determinada determinación el uso del hábito y del clerman, se fundamenta no sólo en una tradición que tiene ya muchos siglos, sino en sólidas razones teológicas y prácticas” (7) que no son cosa baladí ni de poca importancia sino que, al contrario, determinan una forma de ser claramente eclesial.

Pero hay razones para esto porque no es capricho que se defienda el uso del hábito y del clerman y, entonces, menos se entiende aún que no se siga, en muchos casos, tal práctica.

Por ejemplo el de dar “testimonio de pobreza” (8) porque, además concurren otras circunstancias que aconsejan, también, el uso de tales prendas: más gasto de dinero en caso de vestir ropa seglar, más gasto de tiempo al tener que, bien confeccionar la ropa seglar o tener que acudir a adquirirla y, sobre todo, lo que para mí es de más importancia porque introduce un innecesario elemento perturbador en la vida del religioso o del sacerdote y que es el llamado “gasto de atención” (9) pues es bien sabido que el hecho mismo de escoger la ropa de seglar ha de someterse, por ejemplo, al tan cambiante capricho de la moda.

Y todo esto desaparece cuando religiosos, religiosas y sacerdotes usamos el hábito o el clerman” (10).

Pero, sin duda, lo que viene en auxilio inmediato de la obligación de vestir según a cada cual le corresponde es el hecho mismo de que se pueda identificar, perfectamente, a la persona que es religioso, religiosa o sacerdote. Y esto no es poca cosa porque “El vestir religioso o sacerdotal identifica de modo claro y permanente a la persona especialmente consagrada el servicio de Dios y de los hombres” (11).

Además, por si esto no fuera, ya, suficiente, no podemos olvidar un dato que el P. Iraburu aporta y que no es otro que saber que A comienzos del siglo XXI, sabemos con certeza que los Institutos religiosos y los Seminarios que mantienen el hábito y el clerman tienen muchísimas más vocaciones que aquellos otros que los han eliminado, secularizando deliberadamente su imagen en el vestir” (12) porque no es poco cierto que la juventud que está acudiendo a los mismos busca, precisamente, una “identificación social en el vestir” (13) y que, además, los “Obispos, sobre todo los más jóvenes, van nombrando cada vez más para las funciones principales de la diócesis –Curia, Seminario, Delegaciones, etc.- a sacerdotes que no solamente en lo fundamental, doctrina y vida, sino también en su vestimenta, se ajustan a la enseñanza y a la disciplina de la Iglesia” (14).

Pero aún hay más y, en cuanto de quién procede, de mucha importancia porque “Siendo el Espíritu Santo el único que puede suscitar vocaciones, y mantenerlas en la fidelidad perseverante, puede conocerse por datos ciertos que Él prefiere suscitar vocaciones religiosas y sacerdotales allí donde se guarda la disciplina de la Iglesia en lo relativo al vestir de sacerdotes y religiosos” (15)

Lo sagrado

En cierto sentido, las razones expuestas arriba son muy importantes siendo, unas, relacionadas con la visión terrenal de religiosos y sacerdotes y otra, la propia de la voluntad del Espíritu Santo, manifestación de Dios.

Pero, yendo un poco más lejos en la comprensión del tema es de vital importancia reconocer lo que de sagrado hay en el mismo hecho de llevar hábito o de llevar clerman pues no es algo propio, en exclusiva, de la voluntad del ser humano.

Por eso, esto dicho por José María Iraburu vale mucho la pena: “En la Biblia y en la tradición teológica de la Iglesia, ‘Dios’ es el Santo. Y son sagradas aquellas ‘criaturas’ que en modo manifiesto han sido especialmente elegidas por el Santo para santificar a los hombres. Ese modo, según digo, es manifiesto para los creyentes, ciertamente, pero en alguna medida, también para los paganos” (16).

Si, poco a poco, vamos “estirando” el planteamiento que hace el P. Iraburu comprenderemos la importancia que, en realidad, tiene este tema.

Por ejemplo, “lo sagrado existe en la Iglesia porque quiso Dios, el Santo, comunicarse a los hombres en modos manifiestos y sensibles, es decir, empleando la mediación de criaturas (sagradas Escrituras, sacramentos, sagrada liturgia, Obispos, pastores sagrados, sagrados Concilios, etc.). Podría Dios haber organizado la economía de la gracia y de la salvación de otro modo. Pero quiso santificar a los hombres empleando ese conjunto de mediaciones visibles que forman «el sacramento admirable de la Iglesia entera» (Sacr. Conc. 5b).” (17) Por lo tanto, como eso fue lo que decidió Dios, resulta un tanto fuera de lugar que sus hijos vayan por otros caminos que no son, precisamente, los del Creador.

A este respecto no es nada raro que Cuando los Padres del Concilio empleaban con tanta frecuencia y naturalidad el vocabulario de lo sagrado, usaban simplemente el lenguaje católico de la Iglesia, y no imaginaban probablemente que el huracán secularizante de los años postconciliares iba incluso a arrasar y proscribir toda la terminología de lo sagrado, como si esta categoría teológica, bíblica y tradicional, fuera completamente ajena al cristianismo, y como si toda sacralidad cristiana implicara una judaización, o más aún, una paganización del cristianismo” (18)

Y aquí está, precisamente, el quid de la cuestión que venimos tratando: tras la celebración del Concilio Vaticano II se ha venido produciendo, en amplios grupos pertenecientes a la Iglesia católica, un alejamiento del lenguaje sagrado y, así, de lo que significaba el mismo y de todo a lo que se refería. Por eso, “Los teólogos secularizantes y desacralizantes conceden a lo más –y no todos– una existencia cristiana de lo sagrado, pero siempre que sea exclusivamente interior, puramente invisible. Falsifican, pues, totalmente la teología natural y cristiana de lo sagrado.” (19).

Sin embargo, el orden de los factores, en este caso, sí altera el resultado porque es Dios quien ha queridode un modo especial la condición sagrada –es decir, la especial potencia y dedicación para la santificación– tanto de los sacerdotes, como de los religiosos, aunque en modos diversos” (20) y, por eso mismo, el modo de vestir en su vida pública del religioso o sacerdote debería ser tenido más en cuenta por aquellos que han procurado “con especial interés y eficacia secularizar completamente la imagen del sacerdote y del religioso” (21).

¿Qué es lo que, en definitiva, quiere la Iglesia católica?

Esto: “quiere que el signo sagrado en sacerdotes y religiosos signifique visiblemente y cause lo que significa. Y esto lo quiere y ordena con tanto mayor empeño cuanto que advierte con todo realismo que estamos ‘en una sociedad secularizada, donde tienden a desaparecer los signos externos de la realidades sagradas y sobrenaturales’ (Direct. 66). Comprobemos esta voluntad de la Iglesia en los dos documentos ya aludidos” (22). Y así lo hace en el caso de religiosos, religiosas y sacerdotes.

Al respecto de los primeros, “La Iglesia afirma ‘la conveniencia de que el hábito de los religiosos y religiosas siga siendo, como quiere el Concilio, signo de su consagración (Perfectæ caritatis 17), y se distinga de alguna manera de las formas abiertamente seglares’ (Evang. Test. 22)” (23) pero, sin olvidar que lo que se pretende es que tenga el resultado que se busca porque si tal signo “es invisible, si apenas se distingue, se hace in-significante, y no causa los efectos que debería producir” (24).

Al respecto de los segundos, es conveniente que el sacerdote “sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público. El presbítero debe ser reconocible sobre todo por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel –más aún, por todo hombre– su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia». Para ello, su modo de vestir ‘debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio’ (Direct. 66)” (25)

Y, sin embargo, existe una clara aversión al hábito y al clerman” (26) porque, al contrario de lo que se tiene que tener por bueno y benéfico, “aborrecen lógicamente la identificación visible de sacerdotes y religiosos todos aquellos que rechazan la enseñanza de la Iglesia católica sobre la teología y la disciplina de lo sagrado; quienes estiman que el sagrado cristiano no debe tener –debe no tener– visibilidad sensible; quienes no aceptan que entre el ‘sacerdocio ministerial’ y el ‘sacerdocio común de los fieles’ haya una diferencia esencial, y no solo de grado (Lumen gentium 10); quienes niegan que, sobre la consagración bautismal de todo cristiano, haya en sacerdotes y religiosos una nueva consagración” (27).

Pero si grave es que todas estas formas de actuar no suelen recibir ataque alguno, ni dentro ni fuera de la Iglesia, a causa de la secularización completa o casi total de su apariencia” (28) aún lo es más que sea, precisamente, dentro de la Iglesia católica un ámbito donde nada se diga al respecto de la violación de tantas normas y tantos preceptos que se refieren al hecho de vestir hábito y clerman.

Se suele aportar, al debate sobre el uso del hábito religioso o el traje eclesiástico, la idea según la cual lo que se trata es de tener unafán inculturador” (29) o, lo que es lo mismo, por el hecho de atenerse a lo que en cada lugar existe y no hacer lo que se debería hacer. Sin embargo cuando esto lo hacen simplemente, al menos en muchos casos, por una exigencia ‘ideológica’, disconforme con la realidad, ajena a los ‘signos de los tiempos’” (30)

Lo que debe ser

Lo dicho hasta aquí demuestra, bastante bien, que existe una evidente determinación en boicotear que los religiosos, religiosas y sacerdotes, vistan, en su vida pública, como deben vestir.

Hay, sin embargo, otras muchas razones, aparte de las hasta ahora expuestas, para que sea lo que tiene que ser.

Para empezar, “las normas disciplinares de la Iglesia expresan ciertamente la benéfica autoridad del Señor y de la autoridad apostólica sobre el pueblo cristiano. En consecuencia, deben ser obedecidas en conciencia” (31) que es lo mismo que decir que se han de obedecer porque así lo ha de hacer quien se dice discípulo de Cristo y, más aún, quien tiene como misión lo sagrado de su ser.

Pero, además, no podemos olvidar que a nivel apostólico, ascético, estético y testimonial” (32) el hábito y el clerman son “con mucha frecuencia una ayuda que una dificultad para establecer una relación religiosa con los hombres” (33), “ayudan al sacerdote y al religioso a mantener actualizada la conciencia de la propia identidad personal y ministerial” (34), “evitan tentaciones, eliminan vanidades seculares, dificultan asistir a lugares o espectáculos inconvenientes” (35) o, también, “están confesando a Cristo” (36). Además no miremos para otro lado al respecto del hecho de que “la tolerancia de un abuso no significa su aprobación” (37).

Y, por resumir lo que bien podría entenderse como razones válidas para defender el uso del hábito religioso y el clerman, José María Iraburu escribe que “el vestir propio de religiosos y sacerdotes se fundamenta sobre todo en la gran conveniencia de significar la consagración de las personas y en la obligación de obedecer a la Iglesia” (38).

Y termina con un lacónico y clarificador Quien pueda oír, que oiga” que es la mejor manera de poner negro sobre blanco lo que, en tal aspecto del vestir de religiosos, religiosas y sacerdotes, pasa.

NOTAS

(1) Documento síntesis de la congregación del Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (1994).
(2) Hábito y clerman, I. Se refiere el P. Iraburu a lo que Pablo VI dejó escrito en la exhortación apostólica Evangelica testificatio (1971) donde se refiere, precisamente, al tema que trata en esta publicación.
(3) HyC. II, p.4.
(4) Ídem nota anterior.
(5) Ídem nota 3, p. 5.
(6) Ídem nota 3. p.6.
(7) Ídem nota anterior.
(8) Ídem nota anterior, según indica el canon 669 que dice que “Los religiosos deben llevar el hábito de su instituto, hecho de acuerdo con la norma del derecho propio, como signo de su consagración y testimonio de pobreza”.
(9) Ídem nota anterior.
(10) Ídem nota anterior.
(11) Ídem nota 3, p. 7.
(12) Ídem nota 3, p. 8.
(13) Ídem nota anterior.
(14) Ídem nota anterior.
(15) Ídem nota anterior.
(16) HyC. III, p. 9.
(17) Ídem nota anterior, p. 10.
(18) Ídem nota 17.
(19) Ídem nota 17.
(20) Ídem nota 17.
(21) Ídem nota 17.
(22) Ídem nota 16, p. 11.
(23) Ídem nota 22.
(24) Ídem nota 22.
(25) Ídem nota 22.
(26) Ídem nota 16, p. 12.
(27) Ídem nota 26.
(28) Ídem nota 26.
(29) Ídem nota 26.
(30) Ídem nota 16, p.13.
(31) Ídem nota 16, p.14.
(32) Ídem nota 31.
(33) Ídem nota 31.
(34) Ídem nota 31.
(35) Ídem nota 31.
(36) Ídem nota 31.
(37) Ídem nota 16. p. 16.
(38) ídem nota 31, p.15.

Eleuterio Fernández Guzmán