8.04.11

La posibilidad de hablar de Dios: la analogía

A las 12:57 AM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

¿Podemos decir algo, en sentido literal, no figurativo, de Dios o sólo cabe referirse a Él de modo simbólico, metafórico o poético? Entre los extremos del apofatismo y de la univocidad se sitúa la analogía. El apofatismo niega que los nombres que se atribuyen a Dios puedan significarlo de modo propio. Los nombres divinos serían metáforas, imágenes, etc., que no proporcionan un saber propiamente dicho sobre Dios. La univocidad admite que las palabras pueden decir a Dios al mismo tiempo que dicen al hombre, su esencia y su historia.

La analogía permite emplear ciertas palabras de modo que, en determinadas condiciones, puedan decir efectivamente, aunque sea de manera lejana, la realidad de Dios: “Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios también lo es. No podemos nombrar a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar” (Catecismo de la Iglesia Católica, 40).

W. Kasper ha resaltado el carácter primario de la analogía frente a la univocidad: “la analogía es el presupuesto y el fundamento que hace posibles los enunciados unívocos”, porque los enunciados unívocos sólo son posibles mediante determinación y coordinación de otros enunciados y suponen, por consiguiente, la comparabilidad, algo que implica igualdad y diversidad.

La fundamentación de la analogía se halla en la doctrina de la creación: Dios es el creador del hombre, y el hombre puede buscar, con su inteligencia, conocer su principio. Algunas de las palabras que emplea tienen, entonces, que poder decir los nombres de Dios; aunque a Dios sólo se le pueda nombrar como Dios, y no como a un hombre o como un objeto del mundo. Es decir, se da, a la vez, una proximidad a Dios como principio y una distancia; la distancia que existe entre el Creador y la criatura. Como enseña el IV concilio de Letrán, “entre el Creador y la criatura no puede afirmarse tanta semejanza, sin que haya que afirmarse mayor desemejanza” (DS 806).

Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan la perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios partiendo de las criaturas (cf Sb 13,5). Pero, puesto que Dios trasciende toda criatura, nuestro lenguaje ha de ser purificado de todo lo que tiene de limitado e imperfecto para no confundir a Dios con nuestras representaciones humanas: “Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios”. Nuestro lenguaje se expresa de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, aunque no pueda expresarlo en su infinita simplicidad.

En la analogía se pueden señalar tres pasos relacionados entre sí: la vía de la afirmación, que arranca de la relación positiva entre lo finito y lo infinito que deriva de la creación y conoce a Dios por sus efectos en el mundo; la vía de la negación, que niega el modo finito de nuestro conocimiento y de las perfecciones en la esfera finita; y la vía de la eminencia, que supone que las perfecciones finitas competen a Dios en una medida sublime, eminente.

Guillermo Juan Morado.