7.04.11

Entre la luz y la tiniebla - Orar

A las 12:56 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Entre la luz y la tiniebla
 

Entre la luz y la tiniebla

El espacio espiritual que existe entre lo que se ve y lo que no se ve, entre la luz que ilumina nuestro paso y aquello que es oscuro y no nos deja ver el fin del camino, existe un espacio que ora nos conduce a la luz ora a la tiniebla. Según, entonces, manifestemos nuestra querencia a la fe o al mundo, tal espacio se ensanchará hacia uno u otro lado de nuestro ordinario devenir. Por eso en tal espacio, entre la luz y la tiniebla, podemos ser de Dios o del mundo.

Orar

Orar

A lo largo de los siglos desde que la Nueva Alianza la formalizara Dios a través de su hijo Jesucristo la oración ha sido entendida de muchas formas. Por ejemplo, así:

La oración es una conversación o coloquio con Dios” (San Gregorio Niceno).

La oración es hablar con Dios” (San Juan Crisóstomo).

La oración es la elevación de la mente a Dios” (San Juan Damasceno).

Oración es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con Quien sabemos nos ama” (Sta. Teresa de Jesús).

Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría” (Sta. Teresita del Niño Jesús)

La oración no es otra cosa que la unión con Dios” (San Juan María Vianney).

Podemos apreciar que en todas las, digamos, definiciones de lo que es oración y, así, orar, entra en juego Alguien que es, al fin y al cabo, a Quien va dirigida la oración: Dios.

Para dirigirnos al Padre, Jesucristo nos dejó dicho que Al orar no multipliquéis las palabras… pensando que por mucho hablar seréis atendidos” (Mt 6, 7) porque suele ser frecuente que olvidemos que, en realidad, nuestro padre “ve en lo secreto” (Mt 6,6) y que, por eso mismo, todo exceso no deja de ser un exceso.

Y, sin embargo, orar, la oración es de vital importancia para un hijo de Dios que tiene, en su Padre, a Quien le da la vida y lo sostiene. Y, por eso, la oración nos abre los ojos para llegar a comprender las Sagradas Escrituras o para encontrarnos con Dios y poder, así, reconocernos como criaturas suyas que dependen de Él y que han de establecer un diálogo tal con el Creador que no sólo oren sino que, sobre todo, escuchen a Quien los creó.

Orar es, pues, también escuchar y no sólo hablar (o hacerlo en silencio) porque no prestar atención a lo que Dios nos quiere decir es hacer de la oración un diálogo que no tiene respuesta. Y escuchar en silencio para contemplar porque “Es necesario que encontremos el tiempo de permanecer en silencio y de contemplar, sobre todo si vivimos en la ciudad donde todo se mueve velozmente. Es en el silencio del corazón donde Dios habla” (Beata Teresa de Calcuta) y porque, al fin y al cabo, “sin la dimensión de la oración, el yo humano termina por encerrarse en sí mismo, y la conciencia, que tendría que ser eco de la voz de Dios, corre el riesgo de reducirse al espejo del yo” (Benedicto XVI).

Tenemos, pues, la oración, a la oración, como instrumento espiritual del que servirnos cuando queremos mantener un contacto directo con Dios. Y no es nada imaginativo creer y saber que nos escucha siendo eso lo cierto. Ahora bien, en todo existe un orden de prelación y algo, por tanto, que hay que hacer primero. También lo dijo Jesucristo y es “Buscad primero su Reino y su justicia” (Mt 6, 33) porque de actuar así demostraremos a Dios que no oramos con egoísmo sino que tenemos por primero lo que primero es importante para nosotros y para nuestro ordinario vivir.

Pero el caso es que todo esto dicho hasta aquí tiene una causa claramente espiritual que fue fijada para siempre por Jesucristo: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7, 7) y es que el corazón de Dios siempre está abierto a sus hijos y dispuesto a dar con sobreabundancia de Amor y de misericordia.
 

Eleuterio Fernández Guzmán