31.03.11

Entre la luz y la tiniebla - Setenta veces siete

A las 12:13 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Entre la luz y la tiniebla
 

Entre la luz y la tiniebla

El espacio espiritual que existe entre lo que se ve y lo que no se ve, entre la luz que ilumina nuestro paso y aquello que es oscuro y no nos deja ver el fin del camino, existe un espacio que ora nos conduce a la luz ora a la tiniebla. Según, entonces, manifestemos nuestra querencia a la fe o al mundo, tal espacio se ensanchará hacia uno u otro lado de nuestro ordinario devenir. Por eso en tal espacio, entre la luz y la tiniebla, podemos ser de Dios o del mundo.

Setenta veces siete

Pedro se acercó entonces y le dijo: ‘Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?’ - Dícele Jesús: ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Seguramente Pedro, en este texto de san Mateo (18, 21-22) no se refería a su hermano Andrés cuando le preguntó a Jesús acerca del perdón y sobre la reiteración del mismo sino, seguramente, en general, a todo hermano en la fe.

La respuesta que le da el Maestro es clara y se resume en perdonar siempre. Así, el perdón se convertirá en verdadera confesión de fe de quien se sabe hijo de Dios que es quien tiene, ciertamente, entrañas de misericordia como, entre otros, reconoce el evangelista san Lucas que escribe sobre “las entrañas de misericordia de nuestro Dios” en su evangelio (Lc 1, 78) y responderemos al “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia…” que recomienda san Pablo en Col 3,12, cumple Jesucristo de forma extrema cuando, en la cruz, pide “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34) y sabemos que sucedió en el caso de la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32).

Como bien sabe el hijo de Dios, el Creador, por lo dicho arriba, siempre perdona. Así lo reconoce el Salmo 129 cuando dice, refiriéndose al Señor que “Si llevas cuenta de los delitos, Señor,/¿quién podrá resistir?/Pero de ti procede el perdón,/y así infundes respeto” porque el salmista había suplicado a Dios sabiendo que todo lo conocía y tenía en cuenta.

Luego, a nosotros, que no podemos ser menos que el Maestro (no pretendiendo ser más en lo bueno) en determinados comportamientos, nos corresponde llevar a nuestro ordinario vivir el, a veces, difícil acto de perdonar. Y el maestro dijo “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13, 34) y, sin duda alguna, el perdón ha de constituir, constituye, una parte fundamental del amor.

Perdonando, entonces, entramos en el inmenso mundo del Amor de Dios porque somos, en tal sentido, hijos que demuestran que lo son y, aunque, es bien cierto que en muchas ocasiones resulta difícil perdonar el mal que se nos ha hecho, tampoco podemos olvidar que existe una necesidad básica de perdón que consiste en reconocerse, frente a Dios, poca cosa y actuar, así, como Él quiere que actuemos.

Y perdonar de corazón porque así lo pedimos al decir “Perdona nuestra ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Lc 11, 4) y que es expresión de un verdadero perdón pero que, además, no nos hace olvidar que con la medida midáis se os medirá” (Lc 6, 38) y que debería servirnos para actuar de forma adecuada cuando se nos ofende. Tal manera no es otra que perdonar… hasta 70 veces 7 que es la perfección más perfecta según la simbología bíblica.

Y a perdonar se aprende, sobre todo, con el ejercicio del perdón. Por eso nos dice San Josemaría (Camino, 452) “Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha perdonado Dios a ti”.

Y porque se trata precisamente de amor está, justamente, en el apartado de “Caridad” de su libro espiritual, para que todo se comprenda mejor.

Eleuterio Fernández Guzmán