31.03.11

Como colabora la gracia y la libertad humana

A las 4:40 AM, por José Miguel Arráiz
Categorías : Salvación ¿Fe, obras?
 

En la entrega anterior reflexionaba la relación entre la gracia y la libertad humana. Hoy quiero seguir profundizando en este tema y nada mejor para hacerlo que comenzar citando las palabras del Papa Pio XII en su encíclica Mediator Dei:

Así todos los hombres, felizmente rescatados del camino que los arrastraba a la ruina y a la perdición, fueron nuevamente encaminados a Dios a fin de que con su colaboración personal al logro de la propia santificación, fruto de la Sangre del Cordero inmaculado, diesen a Dios la gloria que le es debida.

“Por esto en la vida espiritual no puede haber ninguna oposición o repugnancia entre la acción divina, que infunde la gracia en las almas, para continuar nuestra Redención, y la colaboración activa del hombre, que no debe hacer infructuoso el don de Dios”
[1]

De estas palabras se deduce como ocurre esta colaboración, en donde es la gracia de Dios la que causa siempre toda fuerza en el hombre para hacer el bien, o lo que es lo mismo: Cada vez que el hombre se mueve a hacer alguna obra buena meritoria de vida eterna (acto saludable) lo hace asintiendo a Dios que le mueve a ella.

“Quien afirma que nosotros, aun sin la gracia de Dios, podemos creer, querer, desear, aspirar, trabajar, rezar, vigilar, esforzarnos, implorar, buscar, llamar a la puerta y obtener la gracia de Dios, en otras palabras, quien no admite que el creer, el querer, el hacer debidamente todas las cosas, se realiza en nosotros bajo la influencia y la inspiración del Espíritu Santo, o bien subordina el auxilio de la gracia a la humildad y a la obediencia del hombre, no admitiendo que el ser obediente y humilde es don de la gracia, contradice al apóstol que afirma: “¿Que tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4,7); Por la gracia de Dios soy lo que soy (1 Cor 15,10)” (D179).

Desde tales presupuestos es posible describir la conversión –entendida como un “si” del hombre al movimiento de conversión iniciado por Dios –como una causalidad de recíproco movimiento y llamada, en la que hay que subrayar la prioridad absoluta, en todos los aspectos de la gracia y también la libre respuesta del hombre (para realizar el acto de la conversión). “La conversión del hombre puede definirse como un “si” libre que él pronuncia al proceso de conversión iniciado por Dios. Pero este “si” representa al mismo tiempo la función de Dios, autor de la conversión del hombre”. Cuando el hombre dice libremente “si” al impulso que viene de Dios, “lo debe a Dios como don de Dios, cuando dice “no”, realiza el hombre un acto que solamente es suyo”.

Estos principios fundamentales han sido afirmados de nuevo y claramente formulados por el Concilio de Trento. De modo particular se ha refutado una especie de sinergismo que pretendiera dividir la obra de salvación atribuyendo proporcionalmente una parte a Dios y otra al hombre; así el acto único de la conversión sería el resultado de partes diferentes. El Concilio subraya decididamente la actividad universal de Dios dispensador de la gracia, y subraya con igual fuerza la colaboración del hombre vigorizada por la gracia. El inicio de la justificación se da por obra de la gracia “preveniente” de Dios en Jesucristo, o sea por la llamada que Dios dirige a los hombres sin mérito previo alguno por parte de estos…La gracia de Dios empuja y ayuda al hombre a preocuparse de su propia justificación y asegura la libre aceptación de la gracia y la libre colaboración con eso cuando dice la Escritura: “Convertíos a mí y yo me convertiré a vosotros” (Zac 1,3)
[2]

La colaboración de la gracia y la libertad en la Escritura

Pero todo esto no es otra cosa que lo que enseña rectamente la Escritura:

“Así pues, queridos míos, de la misma manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando estaba presente sino mucho más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece” [3]

Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy“; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, “he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo“ [4]

En estos textos el apóstol por un lado reconoce ser lo que es “por la gracia de Dios” pero no por eso deja de exhortar a trabajar por la salvación, sin perder de vista que es Dios quien obra el querer y el obrar.

El Catecismo de la Iglesia lo explica de la siguiente manera:

“La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad. Dios acaba en nosotros lo que él mismo comenzó, “porque él, por su operación, comienza haciendo que nosotros queramos; acaba cooperando con nuestra voluntad ya convertida” (S. Agustín, grat. 17):

Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez curados, seamos vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer nada (S. Agustín, nat. et grat. 31)”
[5]

En la parábola de la vid el Señor nos exhorta a dar “mucho fruto”, pero al mismo tiempo se nos recuerda que separados de la gracia de Dios no podemos:

“Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” [6]

De allí que por medio de la gracia podemos vencer las tentaciones y los pecados al igual que cumplir los mandamientos. A este respecto explica la Veritatis Splendor:

“Pero las tentaciones se pueden vencer y los pecados se pueden evitar porque, junto con los mandamientos, el Señor nos da la posibilidad de observarlos: «Sus ojos están sobre los que le temen, él conoce todas las obras del hombre. A nadie ha mandado ser impío, a nadie ha dado licencia de pecar» (Si 15, 19-20). La observancia de la ley de Dios, en determinadas situaciones, puede ser difícil, muy difícil: sin embargo jamás es imposible. Ésta es una enseñanza constante de la tradición de la Iglesia, expresada así por el concilio de Trento: «Nadie puede considerarse desligado de la observancia de los mandamientos, por muy justificado que esté; nadie puede apoyarse en aquel dicho temerario y condenado por los Padres: que los mandamientos de Dios son imposibles de cumplir por el hombre justificado. “Porque Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas” y te ayuda para que puedas. “Sus mandamientos no son pesados” (1 Jn 5, 3), “su yugo es suave y su carga ligera” (Mt 11, 30)» 162.

El ámbito espiritual de la esperanza siempre está abierto al hombre, con la ayuda de la gracia divina y con la colaboración de la libertad humana

La colaboración de la gracia y la libertad en los padres de la Iglesia

En los padres de la Iglesia abundan reflexiones sobre este tema. Compartiré solo unas pocas:

“¿No sabes lo que ice Pablo, que tanto se había fatigado?, conquistando infinidad de trofeos contra el diablo, recorriendo físicamente el universo, vagando por tierra, mar y aire, atravesando el universo con una suerte de alas, siendo lapidado, muerto, golpeado, padeciendo todo por el hombre de Dios?. Fue llamado de lo alto por una voz celeste…Sabemos –quiere decir-, sabemos que la gracia que Dios me ha dispensado es inmensa; pero no me ha encontrado ocioso y es manifiesta mi colaboración[7]

“Y no porque se diga que Dios obra en nosotros el querer y el obrar hemos de concluir en la negación del libre albedrío; porque si fuese así, no hubiera dicho poco antes: «Con temor y temblor trabajad por vuestra salud». Cuando se manda a trabajar, al libre albedrío se manda, y por ello con temor y temblor, no sea que atribuyéndose a sí mismo las obras de ellas se enorgullezca” [8]

“Dios aumenta el querer conforme a nuestra voluntad. Pues cuando nosotros queramos, seguidamente él aumentará nuestro querer: por lo mismo, si yo quiero que se produzca algún bien, obrará ese bien, obrará por Él el querer [9]

Sin la gracia no hay buena voluntad. Dios no sólo nos otorgó nuestro poder y le presta su ayuda, sino también obra en nosotros el querer y el obrar. No porque nosotros no queramos o no obremos, sino porque sin su auxilio ni queremos nada bueno ni lo obramos tampoco [10]

“Pablo no trabajó para recibir la gracia de Dios, sino la recibió la gracia de Dios para trabajar” [11]

NOTAS

[1] Pio XII, Mediator Dei, 3.50

[2] El ateísmo contemporáneo, Volumen IV, Ediciones cristiandad, Madrid 1973, Pág. 434-434

[3] Filipenses 2,12-13

[4] 2 Corintios 15,10

[5]CEC 2001

[6] Juan 15,5

[7] Juan Crisóstomo, Sobre las diez vírgenes, 3,22
PL 44, 894; BAC 49,299-300.

[8] Agustín de Hipona, De la gracia y el libre albedrío 9,21
PG 44, 894; BAC 50,237-238.

[9] Juan Crisóstomo, Comentario a la Carta a los Filipenses, 8,2, 12-16
PG 62,240.

[10] Agustín de Hipona, Sobre la gracia de Cristo y del pecado original, 1,25,26
CSEL 42,146: BAC 50,319

[11] Agustín de Hipona, Las actas del proceso a Pelagio, 14,36
CSEL 42,93: BAC 79,634