27.03.11

Reflexiones sobre el origen del universo

A las 1:53 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Existencia de Dios
 

Si Dios no existe, entonces Él no es el creador del universo. Por lo tanto, el universo no ha sido creado. Ergo, o bien el universo ha surgido espontáneamente de la nada, o bien es eterno.

La primera de ambas alternativas es evidentemente absurda, porque de la nada (por sí misma) no puede surgir nada. La nada no es, por lo que no puede ser la causa de ningún ser.

Mostraré con un ejemplo cómo, en su afán de rechazar a toda costa la existencia de Dios, algunos partidarios del ateísmo son capaces de sostener las afirmaciones más inverosímiles.

En uno de sus muchos libros de divulgación científica, el famoso escritor ateo Isaac Asimov propuso una teoría acerca del origen espontáneo del universo a partir de la nada, basada en una analogía con la fórmula: 0 = 1 + (-1). Así como el 0 “produce” el 1 y el -1, la nada –dice Asimov– pudo producir, en el origen del tiempo, un universo material y un “anti-universo” (o universo de antimateria).

Este razonamiento contiene al menos dos gruesos errores: 1) El ente ideal “cero” no es la causa del ser de los entes ideales “uno” y “menos uno". Una identidad matemática no es una relación causal entre números. 2) Además, no hay una verdadera correspondencia entre los tres números y los tres “entes” considerados: un ente real (el universo), un ente hipotético (el anti-universo) y un no-ente (la nada). De esa identidad matemática no se puede deducir lógicamente esa relación causal entre “entes”.

Veamos otro ejemplo. Algunos científicos ateos piensan que el universo ha surgido a partir de una “fluctuación del vacío cuántico” y que esta posible explicación volvería innecesaria la existencia de un Dios Creador. Esos científicos confunden el “vacío cuántico” con la nada metafísica. Si ese “vacío cuántico” es capaz de “fluctuar”, entonces es evidente que es algo, no nada.

Aquí se llega a palpar la diferencia entre el pensamiento científico y el pensamiento filosófico. Llega un momento (por ejemplo, tal vez al explicar el universo material a partir de una fluctuación primigenia del vacío cuántico, si esta teoría científica es verdadera, asunto sobre el que no me pronunciaré aquí) en que el método de la ciencia experimental no permite seguir avanzando en la búsqueda de respuestas a las cuestiones fundamentales. A partir de allí, para la razón natural, sólo queda abierto el camino de la filosofía. La ciencia experimental sólo puede encontrar las “causas segundas”. La filosofía, en cambio, plantea y aspira a resolver las cuestiones más radicales; por ejemplo: ¿Cuál es la causa primera de todo lo que existe? ¿Y cuál es su fin último? Una hipotética “fluctuación del vacío cuántico” será siempre una “causa segunda”, no una explicación última del universo material. También esa “fluctuación”, por ser un ente contingente, necesita una causa para existir. El filósofo, a partir de ese ente contingente (al igual que si parte de otro cualquiera), puede demostrar la existencia de una Causa Primera incausada, el Ser absoluto e incondicionado que llamamos “Dios”.

La nada, de por sí, nada explica y nada origina. Por lo tanto, el ateísmo debería desembocar lógicamente en esta conclusión: el universo es eterno. Examinemos esta idea.

La corriente de pensamiento ateo más difundida en la actualidad es el cientificismo o positivismo. La premisa básica del cientificismo es que el único conocimiento verdadero que el hombre puede alcanzar es el que proviene de las ciencias particulares. Éstas incluyen por lo menos a la matemática y a las ciencias naturales: física, química, astronomía, geología, biología, etc. Algunos cientificistas también consideran como fuente de verdadero conocimiento a las ciencias humanas: psicología, sociología, economía, política, historia, etc.

Ahora bien, ninguna ciencia particular prueba ni puede probar que el universo es eterno, sino que sólo puede suponerlo. Por consiguiente esta falsa suposición contradice el principio fundamental del positivismo.

Esta contradicción procede de otra contradicción mayor. Ninguna ciencia particular prueba ni puede probar que sólo el conocimiento de las ciencias particulares es verdadero. El positivismo es pues un sistema esencialmente auto-contradictorio, y por ende falso.

De por sí el positivismo implica el agnosticismo, porque las ciencias particulares no pueden probar ni la existencia ni la existencia de Dios. No obstante, muchos positivistas son ateos (y muchos ateos son positivistas), incurriendo así en otra gruesa contradicción.

En realidad, el positivismo está basado en falsos postulados de orden filosófico, no científico, cuya verdad se presupone sin ninguna justificación racional. El positivismo, que se presenta a sí mismo como la verdad científica, resulta ser solamente una filosofía falsa, y a menudo inconsciente.

La ciencia contemporánea no sólo no prueba que el universo es eterno, sino que incluso sugiere con mucha fuerza la idea de que el universo tuvo un comienzo absoluto en el tiempo. Una gran mayoría de los científicos actuales apoya la teoría de la Gran Explosión (Big Bang), que parece implicar dicho comienzo absoluto. Es verdad que, en rigor, aun suponiendo demostrada la hipótesis del Big Bang, la física no puede demostrar la creación del universo. Si, como parece, es verdad que la Gran Explosión fue el “tiempo cero” de nuestro universo, entonces lo que pasó “antes” de ese instante está más allá de los límites del conocimiento científico y sólo puede ser escudriñado por medio de la teología y la filosofía, que son ciencias universales, no particulares. Esto significa que su indagación, basada en sus propios métodos, diferentes de los métodos de las ciencias particulares, no se limita a las realidades intra-mundanas, sino que pretende alcanzar explicaciones últimas, por lo tanto trascendentes.

Además, como ha sido demostrado por Santo Tomás de Aquino, aunque el universo no hubiera tenido un comienzo en el tiempo, de todos modos tendría que haber sido creado por Dios. La creación no es sólo una acción pasada de Dios, ocurrida en el principio, sino una acción permanente de Dios que sostiene al universo en el ser. La relación entre Dios y el mundo es una relación ontológica de dependencia absoluta, unilateral y actual. El ser del mundo depende absolutamente de la acción creadora de Dios. El ser de Dios no depende del mundo en absoluto.

Santo Tomás de Aquino sostuvo que la no-eternidad del mundo no puede ser conocida por la razón natural, sino sólo por la fe en la Divina Revelación. No obstante, hoy en día resulta difícil concebir un universo eterno. La noción de evolución ha penetrado tanto en el pensamiento contemporáneo que fácilmente uno se ve impulsado a pensar que el universo, así como tiene un desarrollo comprobable, también tuvo un comienzo y tendrá un final.

Por otra parte, se puede sostener que la “eternidad” del mundo supone la existencia de un infinito actual, a saber: un tiempo infinito “ya transcurrido", por así decir. El infinito actual, o sea la presencia actual de una magnitud infinita, resulta no sólo inimaginable, sino incluso casi inconcebible. Si aceptáramos que el tiempo pasado es infinito, podríamos postular, por ejemplo, la posibilidad de la existencia de libros que se transmiten de generación en generación sin que nadie los haya escrito. Evidentemente, este concepto y otros similares resultan chocantes e inaceptables para la inteligencia humana. No en vano, al ver cualquier libro, inmediata y espontáneamente nuestras mentes aceptan sin duda alguna la existencia de su autor. Por razones como ésta, la gran mayoría de los pensadores sostiene que en el universo material sólo puede darse el infinito potencial (es decir, un crecimiento indefinido, que “tiende al infinito”), pero no el infinito actual. Y es que, simplemente, el “infinito” no es un número, sino una forma abreviada de referirse a una magnitud capaz de crecer indefinidamente, superando cualquier cota arbitraria.

Para seguir sosteniendo la eternidad del mundo, contra las cuasi-evidencias de la ciencia actual, los ateos cientificistas recurren a otra suposición gratuita: el universo es cíclico. Cada uno de sus infinitos ciclos comienza con una Gran Explosión, seguida de una fase de expansión del universo. Después de alcanzar un tamaño máximo, el universo entra en una fase de contracción, que termina con una Gran Implosión (Big Crunch). Cada Big Crunch es seguido inmediatamente por un nuevo Big Bang.

Además de las dificultades intrínsecas al concepto de “tiempo pasado infinito”, la teoría del universo cíclico tiene otras graves falencias: 1) Los cálculos de la masa total del universo llevan hoy a pensar que el universo se expandirá indefinidamente, por lo cual no habrá ninguna Gran Implosión en el futuro. Esto conduce naturalmente a pensar que tampoco ha habido “Grandes Implosiones” en el pasado, porque no tiene mucho asidero creer que la “gran oscilación cósmica” es infinita en el tiempo sólo hacia atrás, pero que estamos ubicados justo en el último punto de esa “semirrecta”. 2) Por último, lo que podría haber ocurrido antes de la Gran Explosión y lo que podría ocurrir después de una hipotética Gran Implosión escapan a nuestra ciencia experimental y se presta sólo a especulaciones sin mayores fundamentos. Por ende, no se puede demostrar científicamente que la Gran Explosión ha sido precedida por una Gran Implosión, ni que la hipotética Gran Implosión futura sería seguida por otra Gran Explosión.

En resumen, la tesis atea sobre la eternidad del mundo se presenta hoy como algo extremadamente frágil desde el punto de vista racional.

Daniel Iglesias Grèzes