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Servicio diario - 26 de marzo de 2011

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Siete claves del matrimonio y de la familia cristiana
Por monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián

 

SAN SEBASTIÁN, sábado, 26 de marzo de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos la transcripción de la charla impartida por monseñor  José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con  las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.

 

* * *



 

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes. 

Más allá de este encuentro de pastoral familiar, por lo que a mí respecta, también es importante presentarme como obispo. Soy consciente de que en la Iglesia cargamos sobre nuestros hombros muchas imágenes distorsionadas y antipáticas; y la única forma que se me ocurre de poder sanarlas, es tener encuentros como éste en el que estamos ahora mismo; escucharnos mutuamente, hablar con sencillez y libertad, comprobar que no tenemos "cuernos", e ir avanzado en la vida de la Iglesia. Yo quisiera que tuviéramos esa santa confianza de comunicación y que nadie piense que el plantear ciertas cuestiones pueda ser inoportuno. Estamos en familia y, precisamente, vamos a hablar de la familia.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar "natural" para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: "En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre".

Es verdad que, afortunadamente, la familia es una institución muy valorada. Cuando se hacen por ahí encuestas, la gran mayoría afirma valorar mucho la familia; pero al mismo tiempo se va derivando hacia un concepto de familia "difuso". La familia ha pasado a ser para muchos el lugar en que recibimos una acogida confortable, cómoda, el "txoko" en el que sentirse afectivamente a gusto... Sin embargo, queda en el olvido, o muy en segundo lugar, el hecho de que la familia es también el lugar de transmisión de los valores y de la educación moral.  Se produce esta paradoja: la familia es muy valorada, pero al mismo tiempo está inmersa en una gran crisis moral. Este riesgo existe.

No creo que os descubro el Mediterráneo,  si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: "a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer"; con una concepción de "liberación" en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de "autonomía" y de "libertad" que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su "comunión". El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Por lo demás, recordemos que nosotros, los creyentes, creemos en un Dios que es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios no es un ser individual, sino que Dios es familia. Y esto no es algo baladí. El hecho de que Dios sea Padre, Hijo y Espíritu Santo quiere decir que a los hombres nos ha creado con el sello de la familia; nos ha creado con una vocación a la comunión. Dicho de otra manera: no es que Dios nos crease como individuos y luego se nos ocurrió juntarnos en familias. Eso de unirse en familias no es una construcción cultural, como dicen algunos, o una invención de las religiones, sino que, muy al contrario, está inserto en nuestro ser, en nuestra personalidad; es inherente a nosotros, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de un Dios que es familia. Éste es el punto de partida, y desde aquí  quiero comenzar: nosotros, por creación, no somos "individuos" sino "personas" en comunión. 

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la "salud" de nuestra vivencia familiar.  

 

1. Primera clave: el sacramento del Matrimonio es un camino para la unión con Dios.

Se trata de recordar y revivir este principio básico: El matrimonio es una vocación para la unión con Dios. Obviamente, también lo es para la unión del hombre y la mujer... Pero es que resulta que en nuestro subconsciente, está presente el concepto de que el sacerdocio o la vida religiosa, son el camino para la unión con Dios (el sacramento "religioso"); mientras que el sacramento del matrimonio sería algo así como el sacramento "no religioso", el sacramento -digamos- "mundano". Los religiosos y los sacerdotes serían aquellos que apuestan por la unión con Dios, mientras que en el sacramento del matrimonio la apuesta sería distinta, no explícitamente para la unión con Dios. Partimos así de una imagen equivocada que hemos de purificar. Porque, en realidad, subamos a un monte por una ladera o por otra -hay muchas laderas para subir al monte-, al final llegamos al mismo pico, a la misma cumbre. Y de esto tenemos que convencernos: el sacerdocio, la vida religiosa y el matrimonio suben a la misma meta, y son caminos de una vocación a la unión plena con Dios. 

Ocurre quizás que en el matrimonio, en la vida de familia, existe un innegable riesgo de quedar absorbido por muchos problemas a lo largo del "camino": los agobios, la hipoteca, los niños, enfermedades, colegios, trabajo, etc. El riesgo del matrimonio y de la familia es quedarse inmerso en estas preocupaciones, olvidándose de la "meta" a la que nos dirigimos. Por el contrario, el riesgo más inmediato del sacerdocio o de la vida religiosa, no es tanto el de olvidar la meta a la que nos dirigimos... (¡Tendría delito!, como se dice popularmente, que los sacerdotes y religiosos nos olvidásemos de que Dios es nuestra meta). El peligro principal, en nuestro caso, suele ser el de configurar nuestra vida como si fuésemos unos "solterones". (Que me perdonen los solteros, porque utilizo la expresión en un sentido negativo). Me refiero al riesgo de buscar un estatus de vida acomodada, a no entregar plenamente la vida, a no vivir enamorados de la vocación que Dios nos ha dado; a ser una especie de "funcionarios acomodados" (¡y que me perdonen también los funcionarios!).

Pongo un ejemplo para iluminar lo anterior: Cuando los sacerdotes visitamos a las familias, -a mí siempre me ha gustado mucho en mi vida sacerdotal visitar a las familias- te invitan un día a cenar, y ves lo que es una familia con todos sus niños. Y ves que en una familia hay una entrega plena, y no hay "tregua", los niños lo piden todo, y los padres no tienen nada para sí, ni un metro cuadrado ni un minuto para sí mismos, no se poseen en propiedad, son totalmente para darse entre ellos y para darse a los niños. Y, ¡cómo no!, te llama profundamente la atención esa experiencia que comparten contigo. Uno sale de esa visita admirado de cómo ellos han entregado su vida totalmente, y cuestionándose si nosotros, los sacerdotes, actuamos con la misma generosidad: ¿Voy a poner límites a mi servicio sacerdotal, reduciéndolo a unas horas de despacho, o a unas circunstancias o momentos limitados? Obviamente, los sacerdotes y religiosos tenemos el riesgo de plantearnos la vida como un solterón; y, por ello, la vida de plena entrega en el seno de la familia, es un estímulo muy grande para recordar que Dios también nos ha pedido y nos ha  ofrecido, a través del celibato, un corazón esponsal de plena entrega.

Y al revés, un sacerdote, un religioso, le recuerdan a la familia que su camino es camino de unión con Dios, que no están únicamente para solucionar los problemas de esta vida, que son muchos; sino, que en medio de todo eso, están caminando, están peregrinando hacia la misma meta que el sacerdote y el religioso: Dios. Quiero decir con esto que nuestras vocaciones, todas ellas, se complementan y se iluminan unas a otras. Mi primera consideración es ésta: recordad que el matrimonio, la familia, es una vocación para llegar a Dios, para llegar al Cielo.

 

2. Segunda clave: el amor de Jesucristo.

No olvidéis que en el momento de vuestra unión matrimonial, la Iglesia os recordó que el amor de Cristo ha de ser vuestro modelo de amor. El matrimonio cristiano es amarse en Cristo. Se dijo en la celebración del sacramento: "Juan, ¿te entregas a Carmen como Cristo se entregó a su Iglesia?", Y lo mismo a la esposa: "¿Te entregas a tu esposo como Cristo se entregó a su Iglesia; como la Iglesia se dejó amar por Cristo?" Por lo tanto, nuestro modelo de amor es Jesucristo, y esto no es ninguna consideración poética: uno ama dependiendo de qué modelos, de qué referencias tenga. Nuestra "referencia" y nuestra "fuente" es Jesucristo, su estilo de amor, de entrega, de donación, de "amor crucificado". Y esto nos debe ayudar para sanar el concepto de amor meramente "romántico" que existe en nuestra cultura. 

Ya sé que algunos podríais replicarme que nuestra cultura no es precisamente muy romántica. ¡Es verdad! Muy al contrario, existe una falta de finura y delicadeza muy patente. Pero sí creo que nuestra cultura es "romántica" en cuanto a su concepción del amor, reducido a mera emotividad, confundido con los impulsos y sentimientos más superficiales. ¡El amor es reducido fácilmente a lo emocional! Y para justificar la infidelidad en el amor, se aduce con frecuencia que tenemos que ser sinceros con nuestros sentimientos, con nuestras emociones; y que el amor es "cambiante". Con el paso de los años, se afirma que se ha perdido la "chispa" del amor, y que, en consecuencia, hay que buscar "la química" en otro lado... 

Por desgracia, este concepto "romántico" de amor está muy extendido; y si no, basta fijarse con un poco de detalle en las letras de las canciones de moda, o en los modelos que se presentan en las series de televisión, en el cine... El amor se reduce fácilmente a lo emotivo. Pero claro ¿qué ocurre? ¡Que eso no se corresponde con la verdad antropológica del hombre y de la mujer! Es verdad que el amor afecta a lo emocional, pero lo supera... 

Por cierto, esto es aplicable a todas las vocaciones, también a los sacerdotes y a los religiosos. No penséis que un sacerdote cuando celebra la Misa lo hace siempre con la máxima emoción y sentimiento. Hay mañanas en que te tienes que pellizcar un poco para no dormirte; en las que no estás, precisamente, lleno de devoción... Las personas consagradas a Dios también tenemos muchos momentos en los que vivimos nuestra relación con Dios en "sequedad". Algunos días no sentimos nada en la oración; pero en otros momentos Dios nos puede conceder una gran intimidad y un gran gozo en la relación con él... Es decir, no es lo mismo la fe, que el sentimiento de la fe: uno puede tener una fe muy firme, llena de afectos y emociones; pero también puede ser muy firme su fe, a pesar de que no sienta nada y carezca de afectos.

En lo que respecta al amor de pareja "romántico" (en el sentido al que me refería antes) me atrevería a afirmar que detrás de él se esconde la inmadurez: En vez de ser la razón y la voluntad las que gobiernan nuestra vida, son más bien los sentimientos y las emociones los que se acaban imponiendo y nos acaban arrastrando... La madurez se da cuando es la razón la que ilumina la voluntad, y ésta ilumina los afectos. Por el contrario, la inmadurez es patente cuando dejamos que las emociones se impongan a la voluntad, y la voluntad a la razón. 

Por ejemplo, puede ocurrir con facilidad que a lo largo de nuestra vida matrimonial o de nuestra vida consagrada, nos sobrevengan sentimientos y emociones hacia otras personas, contradictorios con nuestro compromiso de vida. ¿Y cómo deberemos actuar en ese caso? Pues obviamente, tendremos que saber decir: "Oye, para el carro, que esto que se me ha pasado por el corazón es totalmente contradictorio con la fidelidad a mi matrimonio, o con la fidelidad al sacerdocio". Ya sé que lo que he dicho entra en contradicción con la cultura "romántica" que da vía libre a las emociones, pero es que sólo el hombre y la mujer maduros, son capaces de ordenar sus afectos. Y esto no es "reprimir" nuestro mundo afectivo, como muchos dirían; sino más bien "gobernarlo".

Dicho de otra manera, amar no es sólo sentir; amar es "querer querer". Ya sé que esto que digo es un tanto "políticamente incorrecto", pero es así: ¡amar no es sólo sentir, amar es querer querer! No es sólo el amor el que hace durar el matrimonio, sino que también es el matrimonio el que hace durar el amor. El hecho de estar casado, de haber tomado una "determinada determinación" de entregar la vida en el matrimonio, obviamente, preserva el amor, en medio de muchas fluctuaciones o crisis que podamos tener a lo largo de nuestra vida. Y es que, a pesar de que la vida es corta, a su vez, es lo suficientemente larga como para que en ella tengamos que acometer numerosas crisis y pruebas. No conozco a ningún matrimonio que nunca haya tenido momentos de crisis... La vida es corta pero, ¡da para mucho! 

Supongo que os sonará la expresión que dice: "Hay que quemar las naves". Pues bien, tiene su origen en un episodio histórico. Allá por el año 335 a.C., Alejandro Magno se disponía a conquistar Fenicia. En cuanto él y sus hombres  llegaron a las playas, desembarcaron y se encontraron con que Fenicia estaba perfectamente defendida, con unas murallas que parecían inexpugnables, con muchos más defensores que atacantes. Y, claro, los capitanes de Alejandro Magno le dijeron: "Vámonos de aquí, que no hay nada que hacer. Ya volveremos en otro momento". Entonces fue cuando Alejandro Magno pronunció la famosa orden: "Quemad las naves"... Y, ante el estupor de los soldados, las quemaron. De esta forma, se encontraron entre la playa y las murallas de Fenicia, sin posibilidad de volver atrás: "Ahora, o conquistamos Fenicia, o aquí terminan nuestros días". Y, claro, ¡conquistaron Fenicia! No cabe duda de que la conquista fue posible porque las naves habían sido quemadas; de lo contrario, en el fragor de la lucha, fácilmente hubiesen caído en la tentación de retroceder y de huir... Algo de esto pasa también en la vida matrimonial cuando uno es consciente de que amar no solo es sentir emociones; sino que también es "querer querer". De esta forma, los problemas se cogen por los cuernos, sin huir ni escapar de ellos. 

Soy plenamente consciente de que el amor matrimonial maduro no está desligado de los afectos y sentimientos. Por el contrario, la afectividad y la sexualidad han de estar educadas e integradas en la vocación al amor. Pero claro, las crisis sobrevienen, y especialmente, en esos momentos es fundamental nuestro modelo y referencia de amor: Jesucristo. Ésta es la clave de los cristianos: el amor crucificado.

 

3. Tercera clave: la comunicación.

Nos referimos a la comunicación fluida y profunda dentro del matrimonio. Con frecuencia ocurre que, a pesar de que nos queremos mucho, sin embargo, no sabemos expresarlo; más aún, a veces ocurre que nos queremos mal, de una forma equivocada. ¡No es lo mismo quererse mucho que quererse bien! 

Los sacerdotes solemos escuchar frecuentemente las lamentaciones de quienes sienten un sufrimiento grande tras la muerte de un ser querido, por el remordimiento de no haber sabido expresarle suficientemente cuánto le querían: "Yo quería profundamente a mi madre, a mi abuelo, etc, pero nunca se lo he dicho explícitamente, sino que siempre hemos vivido como el perro y el gato, haciéndonos sufrir. No sé muy bien por qué, pero siempre he tenido una dificultad de comunicación en el hogar. Es como si hubiese reservado lo más amargo de mi carácter para los de casa". Es una paradoja bien conocida: reservamos nuestro lado más insufrible para los seres queridos, y en la calle vamos conquistando a la gente, haciéndonos los simpáticos. Como suponemos que los de casa ya están conquistados, ahí no nos esforzamos nada. ¡Es una de esas contradicciones que más nos pueden hacer sufrir!

Hace poco estaba visitando a un enfermo en el hospital, que estaba muy mal, y su mujer me decía que su esposo enfermo no solía querer que nadie se quedase a su lado, excepto su propia mujer. Me decía lo siguiente: "El caso es que a mí me trata a patadas, pero quiere que esté yo junto a él, porque no se va a atrever a tratar así a otro"...  ¡Somos un misterio difícil de expresar! Pero el mismo refranero refleja esta paradoja: "Donde hay confianza da asco". A pesar de que nos queramos mucho, tenemos dificultades para querernos bien, además de para saber expresarnos lo que sentimos. ¡Saber expresarse bien es todo un arte!

Recuerdo que en el Seminario, entre la filosofía y la teología, se nos invitó a los seminaristas a hacer libremente un curso de espiritualidad. Y dentro de ese curso se abordó algo tan delicado como el aprender a expresar lo que pensábamos unos de los otros, intentando decirlo sin ofendernos, con plena objetividad y con el deseo de ayudarnos. El experimento era muy arriesgado, porque si no se abordaba de forma adecuada, podía hacer más mal que bien. Sin embargo, lo recuerdo como uno de los pasos más importantes en mi vida: fue una verdadera educación en la comunicación y en el aprendizaje de la expresión de nuestros sentimientos y convicciones. Pues bien, en este terreno también existe una gran dificultad en la vida familiar, hasta el punto de ser una de las principales causas de las crisis y de las rupturas: la dificultad en la comunicación.

Esta dificultad, combinada con el orgullo, resulta ser una especie de "bomba", porque el orgullo dificulta mucho más las cosas. ¡El orgullo es la tumba de muchos matrimonios! En nuestra Diócesis tenemos el Centro de Orientación Familiar que trata a muchas parejas. Tiene una gran demanda, -gracias a Dios, hay parejas que quieren afrontar los problemas, sin limitarse a padecerlos- y la mayor parte de los casos que se atienden son por dificultades en la comunicación. 

Por lo tanto, no sólo tenemos que querernos mucho, sino querernos bien. Que no se diga de nosotros lo que afirma el refrán vasco: "Kalean uso eta etxean otso" ("En la calle soy paloma y en casa soy un lobo"). Tengamos en cuenta que la familia no sólo es la "escuela de todas las virtudes", sino también, "el escaparate de todos los defectos".  

Por ello, el mayor regalo que podemos hacer a la familia es la propia conversión. Es el mayor regalo que le puede hacer un padre a un hijo, un esposo a una esposa, unos hijos a una madre, etc. ¡He aquí el mayor regalo!: Ofrecer por la familia la firme decisión y el empeño de la conversión personal.

 

4. Cuarta clave: la donación dentro de la familia.

La familia está pensada como un instrumento privilegiado para llevar a cabo esa llamada que Dios nos ha dirigido a todos los seres humanos, de emplear "a tope" los talentos que cada uno hemos recibido, sin enterrarlos ni esconderlos. Jesús dice en el Evangelio: "El que busque su vida para sí la perderá, y el que la pierda por mí la encontrará". Pues bien, el matrimonio y la familia son un camino privilegiado para vivir esta palabra de Cristo.

Ahora bien, está claro que el nivel de donación, dentro de la familia, puede ser más grande o más pequeño. El motor puede estar a más o a menos revoluciones. Y por ello conviene hacer una revisión de la "salud" y de la "calidad" de este "motor de la vida". 

Por ejemplo -y lo digo para todos los casados, que estáis aquí- suponeos que no os hubieseis casado... ¿Qué sería de vosotros si no hubieseis formado una familia, si vuestro

proyecto de vida fuese solitario? Soy consciente de que la pregunta tiene algo de ciencia ficción, pero me atrevería a deciros que habría muchas posibilidades de que fueseis más egoístas y menos santos de lo que sois actualmente. Existiría un notable riesgo de que todo girase en torno al bienestar personal, a la llamada "calidad de vida", a sentirse cómodos... 

Pues bien, la vocación familiar es muy sanadora del egocentrismo. Tiene una capacidad muy grande de hacer de nuestra vida una donación generosa para los demás. Y, además, de una forma en la que uno ni tan siquiera se percata de su propia generosidad. En la familia, uno es capaz de hacer cosas heroicas, que si tuviera que hacerlas para los de fuera de casa, sería considerado como un "santo de canonizar"... Por ejemplo, sería incuantificable si hubiese que "facturar" las horas extras, nocturnidad, riesgos, etc, que se dedican a lo largo de un año, en el seno de la familia. ¡Nos enfrentaríamos ante una factura imposible de abonar! Y, sin embargo, esto tiene lugar dentro de la familia de una forma cuasi espontánea -aunque a veces hay que reconocer que también cuesta-. Dios nos da el don de hacerlo como si no nos estuviese costando. Aquí también se cumple de alguna forma la frase evangélica: "Que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda". La vocación matrimonial nos preserva en gran medida de los egocentrismos, de estar toda nuestra existencia mirándonos al ombligo; nos da una gran capacidad de sacrificio, y nos empuja a dar lo mejor de nosotros mismos. Se trata de la mejor terapia para la sanación del narcisismo, tanto para los mayores como para los pequeños. De hecho, los hijos que crecen con la experiencia de vivir y compartirlo todo en familia (de forma especial cuando ésta es numerosa), son fácilmente preservados del egocentrismo.

Ocurre que en la medida en que ha avanzado la crisis de la secularización, también se ha relajado en el seno de la familia el nivel de la entrega generosa. Pongamos otro ejemplo: con frecuencia se oye a quienes deciden casarse: "Nosotros ahora queremos disfrutar de la vida, más adelante ya tendremos hijos"... Les escuchas y piensas en tu interior: "Madre mía, ¿posponer los hijos para disfrutar de la vida?"... Si yo fuera su hijo, todavía en el seno de Dios, les gritaría diciendo, "Aita, ama, no me traigáis al mundo, que no quiero amargaros la vida". En fin, permitidme esta ironía... Nosotros hemos conocido unos padres en los que el concepto de felicidad casi se identificaba con el de entrega: absolutamente olvidados de sí mismos y absolutamente felices; y más felices cuanto más olvidados.

Por eso la secularización ha conllevado una menor generosidad de entrega en el matrimonio, de entrega a los hijos. La crisis de natalidad que tiene Occidente, es una crisis muy compleja, ciertamente, con muchos factores. Pero no sólo tiene factores y motivos coyunturales. También tiene razones morales y espirituales. La crisis de natalidad, el hecho de que Guipuzcoa tenga un índice de natalidad de 1,1 -lejísimos del 2,3-2,4 necesario para el relevo generacional-, obviamente, tiene también raíces morales y espirituales. Claro que puede haber factores externos en la disminución de la natalidad como las crisis económicas, pero paradójicamente, cuando la economía ha sido pujante, el índice de natalidad ha subido poquísimo, incluso a veces hasta ha bajado. Se trata pues, de una crisis espiritual en nuestra cultura. Es obvio que la paternidad y la maternidad lo piden todo de nosotros y eso choca frontalmente con la menor capacidad de entrega, así como la menor capacidad del olvido de nosotros mismos.

 

5. Quinta clave: la familia extensa. 

Me quiero referir ahora a los bienes espirituales y morales que se derivan de la familia extensa, contrapuesta a la familia nuclear (que es la reducida al matrimonio y los hijos -si los tienen-). Según ha avanzado la secularización, todos somos conscientes de que, salvo honrosas excepciones, las familias se han ido aislando en su núcleo. Si antes la familia se relacionaba de una forma mucho más amplia (tíos, primos, abuelos, etc), y eran muy frecuentes entre nosotros los grandes encuentros familiares, actualmente, nos hemos ido reduciendo a un concepto de familia mucho más nuclear, lo cual conlleva una gran pobreza y está muy en la línea de esa cultura individualista de la que hablaba al principio. Más todavía, la reducción a la familia nuclear, está muy ligada a un concepto de amor "carnal" (en el sentido de nuestra propia "carne y sangre"): por los propios hijos hacemos lo que sea necesario, pero nos sentimos ajenos a los que no han nacido de nuestra carne y sangre.

Y, fijaos bien, no hay una prueba más auténtica de amor en el matrimonio y en la familia que -por ejemplo- la capacidad de amar a la madre de su cónyuge (la suegra), como si fuese la propia madre. Es decir, el amor espiritual hace que mi suegra sea querida y tratada como mi propia madre. ¡¡Es difícil que el esposo/a perciba una prueba de amor superior a ésta por parte de su cónyuge!! (Lo mismo podríamos decir de las demás relaciones familiares extensas: que la cuñada sea como una hermana para mí, etc., etc.). Dicho de otro modo, cuando el matrimonio goza de una buena salud, los vínculos del amor superan la carne y la sangre, y espiritualizan las relaciones de la familia extensa.

Por desgracia, nos encontramos con muchos matrimonios que viven las relaciones familiares en un nivel muy "carnal": "El mes pasado fuimos a casa de tu madre, ahora ya nos toca con mi familia", etc...  Cuando se producen este tipo de discusiones y forcejeos en el seno del matrimonio, es señal de que el amor matrimonial se está viviendo de una forma muy egoísta (desde la propia carne y sangre). Es una señal de que algo está fallando; de forma que, en el mejor de los casos, suele optarse por un "pacto de egoísmos", en el que se reducen las relaciones con la familia extensa, o se reparten entre "los míos" y "los tuyos".

El reto de espiritualizar el amor matrimonial, abriéndose y enriqueciéndose con la familia extensa, no deja de ser un cumplimiento de aquellas palabras del Génesis: "Ya no serán dos, sino una sola carne". Solamente en esa unión de corazones se puede vivir la familia extensa como un gran regalo: "Tu padre es también el mío, mi madre es la tuya, y tu hermano es el mío". 

Con respecto a los abuelos, quisiera hacer una mención aparte, por el gran apoyo que están suponiendo en este momento a las familias. En mi opinión existen dos riesgos opuestos: Por una parte, el riesgo de que el apoyo que se pide a los abuelos sea excesivo; un "escaquearse" de lo que nosotros debiéramos aportar a los hijos. Por ejemplo, cuando la formación religiosa se apoya exclusivamente en los abuelos, aunque al principio parezca algo sin consecuencias, al cabo de un tiempo suscitará la crisis en los niños, quienes terminarán por decir: "Esto de la fe debe ser cosa de viejos, porque el aita y la ama se dedican a las cosas verdaderas de la vida: ganar dinero, etc". Los ojos de los niños son una auténtica cámara grabadora que todo lo capta. Por el contrario, también se da el peligro de signo contrario: cuando existen malas relaciones con la familia extensa, los niños suelen estar condenados a perder la riqueza educacional de los abuelos. No hace mucho, me decía una abuela que había ido a visitar a su nieto mientras la nuera estaba trabajando; y que la nuera le había dicho a su hijo: "Dile a tu madre que aquí no entra si nosotros no estamos, y además nos tiene que avisar de que va a venir".  Me lo decía llorando.

 

6. Sexta clave: el liderazgo de la maternidad espiritual y de la paternidad espiritual. 

No me estoy refiriendo aquí, a la polémica absurda de si en el matrimonio manda el hombre o la mujer. Me refiero a que exista un liderazgo espiritual coherente y coordinado entre el padre y la madre. 

¿Qué quiero expresar con el término "liderazgo espiritual de la madre"? Es obvio que el amor carnal nos suele llevar a entregarnos de una forma muy instintiva: "Yo por mis hijos hago lo que sea, si hace falta doy la vida, voy donde sea...". Sí, pero puede ocurrir que esto se compagine con la indiferencia o la omisión hacia los hijos del prójimo, "porque esos ya no son míos". A veces diferenciamos tanto el amor a nuestros hijos del resto de los mortales, que hasta parece que los estamos contraponiendo. De este grave error se suelen desprender muchas consecuencias negativas: El amor a los hijos es posesivo. Se les consiente en exceso. Se les saca la cara siempre y de forma incondicional. Se intenta evitar a cualquier precio el sufrimiento y la experiencia de la cruz...  Se trata de un "amor maternal muy carnal" que hace mucho daño, porque no ama bien. ¡Qué gran lección puede dar una madre a su hijo cuando le enseña a compartir su amor con el prójimo! ¡Es la mejor lección de justicia que podemos recibir desde pequeños!

Recuerdo haber tenido que llamar la atención a algún niño en la catequesis, en Zumárraga, y encontrarme con la paradoja de que los padres me mirasen con mala cara. Vino la madre a hablar conmigo, y durante la conversación, no terminaba de aceptar que su hijo mereciese ninguna corrección. Hubo un momento en que le dije a la madre: "Oiga, usted y yo estamos en el mismo bando, los dos queremos educar al niño". Pero, por desgracia, el concepto carnal del amor hace que cualquier corrección se perciba como un ataque. 

También existe una crisis de "paternidad espiritual". Creo que nuestra cultura, en su reacción contra el machismo, ha pasado de éste a la actitud "acomplejada". La figura del padre está todavía más en crisis que la de la madre. A la madre se le cuestiona mucho menos, pues se caracteriza por sacarnos siempre las "castañas del fuego". Pero claro, el padre se pregunta: "¿Y yo, qué posición tengo en la educación de los hijos?" Existe una crisis de liderazgo espiritual paterna, de transmisión de valores, con el riesgo de que el padre se ausente y delegue totalmente en la mujer la educación de los hijos. De hecho, uno de los modelos que más se repiten es el de una madre súper protectora, con un amor muy posesivo hacia sus hijos, combinado con un padre más bien ausente, lo cual suele derivar en grandes crisis de identidad en los hijos. 

 

7. Séptima clave: Educación Cristocéntrica.

En el modelo educativo que transmitimos a los hijos en la familia cristiana, en la parroquia, y en la escuela, existe el riesgo de no poner al mismo Jesucristo como clave central de la educación cristiana. O también puede ocurrir que, en vez de dar la máxima importancia al conocimiento y al amor a Dios, reduzcamos la educación cristiana a una serie de valores morales: buenos modales, solidaridad, sinceridad, etc.

Por ejemplo, llama la atención que a pesar del abandono de la práctica religiosa de muchas familias, sin embargo, no ha disminuido el número de los alumnos matriculados en la escuela católica. Incluso muchos padres no creyentes, matriculan a sus hijos en la escuela católica. ¿Por qué? Obviamente, porque existe una comprensión de la educación muy reducida a una dimensión moral o técnica de la misma, y no tanto religiosa.  Se busca en la educación cristiana una especie de "campana de cristal" que proteja a nuestros hijos de los males. Son aquellos padres que dicen: "Vamos a llevar a nuestros hijos a los frailes para que les eduquen. Mientras estén con ellos no aprenderán cosas malas...  Tú, hijo, vete al colegio de frailes, y coge lo bueno. Luego, el día de mañana, si no tienes fe, no pasa nada, pues lo importante es que hayas aprendido algo y seas buena persona". Más o menos, esto es lo que está en el ambiente; se utiliza la Iglesia como un simple medio de protección frente a los males morales, sin acoger su mensaje de fe.

Se trata de una manipulación que pretende reducir la religión católica a su dimensión ética, olvidando que se trata del camino para el encuentro con Jesucristo.  Y eso, con todos mis respetos, además de ser una manipulación, no funciona, ni puede funcionar. Los hijos difícilmente se identificarán con unos valores morales cristianos, si no han conocido y se han enamorado de la persona de Jesucristo. 

Recuerdo haber escuchado un relato, para explicar esto, referida a la caza del zorro, que practican en Inglaterra y que allí es un deporte nacional. Preparan una jauría numerosa de perros (unos veinte o treinta), los cazadores van a caballo, y se suelta el zorro. En ese momento, todos empiezan a perseguirlo. La cacería se prolonga, los perros se van cansando, pasan las horas y se van descolgando. Al final, sólo unos pocos perros (tres o cuatro) son los que alcanzan al zorro. Uno se pregunta: ¿por qué estos perros han resistido más que los que han abandonado? ¿Eran más jóvenes? ¿Estaban mejor alimentados? ¿Habían sido mejor entrenados? La respuesta es otra: Esos perros han alcanzado al zorro porque lo habían visto al principio; los demás no habían llegado a verlo. La jauría corría porque veía correr, ladraba porque veía ladrar, saltaba porque saltaban los demás. Pero conforme se alarga la carrera, uno se va cansando y se dice: "Oye, que yo no he visto nada. ¿Tú has visto algo? Pues yo tampoco... Pues dejemos ya de correr". Está claro que pegarse una carrera larga sin haber visto nada, es muy costoso. Y algo así pasa  en la vida cristiana.

No puede ser que a nuestros hijos pretendamos darles una educación moral cristiana, diciéndoles lo que deben y lo que no deben hacer, sin que al mismo tiempo les conduzcamos a la relación personal e íntima con Jesucristo, o sin conocer y amar a María, su Madre. Llegará un momento en que dirán: "Oye tú, que es más fácil dejarse llevar en la vida, es más fácil entrar por la puerta ancha que por la puesta estrecha". La educación no puede ser de corte moralista, es decir, no meramente centrada en la moral, sino centrada en Jesucristo, haciendo de Él el centro y el modelo de vida.

Aunque en teoría es obvio que el centro del cristianismo es Jesucristo, muchas veces comprobamos lo contrario. Por ejemplo, tú les preguntas a muchos jóvenes, supuestamente cristianos, qué es el cristianismo y te responden: "¿El cristianismo? Pues eso: compartir, ser una buena persona, etc". Es decir, han recibido un concepto de cristianismo reducido a un barniz ético; pero, en realidad, no tienen una experiencia de lo que es la relación con Cristo, ni de su amor. 

Concluyo con la última de las siete claves: la centralidad de Jesucristo: su persona, su vida, su Redención y su entrega por nosotros. ¡Cristo bendijo el matrimonio y la familia con su presencia en las bodas de Caná, y esto nos permite fortalecer y santificar nuestra vocación matrimonial!

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El Papa y su oso
Por Giovanni Maria Vian
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 26 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del director de L'Osservatore Romano, diario de la Santa Sede, Giovanni Maria Vian, a la visita que realizó Benedicto XVI el 20 de marzo a una parroquia de Roma dedicada a San Corbinano, monje francés y obispo de Baviera, al que hace alusión con la imagen del oso el escudo episcopal y papal y de Joseph Ratzinger.

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En la dedicación de la parroquia romana de San Corbiniano -una liturgia ejemplar por el esmero y la participación de los fieles, entre ellos muchísimos niños- estaban presentes tres sucesores del fundador de la diócesis de Freising: además de Joseph Ratzinger, actual Papa con el nombre de Benedicto XVI, los cardenales Friedrich Wetter y Reinhard Marx. Un hecho excepcional, que el párroco puso de relieve en su emotivo saludo inicial.

El Obispo de Roma, sucesor del primero de los Apóstoles, en la homilía improvisó una breve reflexión sobre este monje francés, atraído por la vida contemplativa, que bajó a Roma para fundar en ella un monasterio. Pero aquí su vida cambió de un modo inesperado: el Papa lo ordenó obispo para Baviera, donde la población "quería hacerse cristiana, pero faltaba gente culta, faltaban sacerdotes para anunciar el Evangelio".

Esa elección de Gregorio II manifestó universalidad -el santo, de hecho, "une Francia, Alemania y Roma", destacó el Papa- y al mismo tiempo unidad: Corbiniano nos dice que "la Iglesia está fundada sobre Pedro" y que era la misma "de hoy".

Por una razón muy sencilla: Cristo es el mismo, "la Verdad, siempre antigua y siempre nueva, actualísima, presente, y es la clave para el futuro".

Dirigiéndose a los fieles, Benedicto XVI aludió al oso que eligió para poner en su escudo, episcopal y luego papal. Joseph Ratzinger había escrito por primera vez sobre esto en su libro autobiográfico, tan pequeño como valioso, que publicó al cumplir setenta años y donde recogió sus recuerdos hasta la consagración episcopal.

En él cuenta cómo a este animal, que había devorado el caballo de Corbiniano en su viaje hacia Roma, el monje lo obligó a cargar su bulto.

Ratzinger, siguiendo las huellas de su predilecto Agustín, explicaba que aquel peso -la carga episcopal de quien "tira del carro de Dios en este mundo"- había sido impuesto a Corbiniano y al obispo africano [san Agustín], ambos atraídos por la contemplación y el estudio.

"Pero precisamente de este modo yo estoy cerca de ti, te sirvo, tú me tienes de la mano", concluía el cardenal ya en Roma. Encomendándose al único Señor, como hace cada día Benedicto XVI, que sigue siempre muy apegado a su oso.

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El cardenal primado de Argentina en el Día del Niño por Nacer
Homilía en la catedral metropolitana
BUENOS AIRES, sábado, 26 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la transcripción de la homilía que pronunció este viernes el cardenal Jorge Mario Bergoglio s.j., arzobispo de Buenos Aires, en la misa que precedió el Rosario por la Vida en la catedral metropolitana.

En el día de la Anunciación, en Argentina se celebra desde 1998 como Día del Niño por Nacer.

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Alguien me decía una vez que el día de hoy es el día mas luminoso del año porque conmemoramos el día en que Dios comenzó a caminar con nosotros. Dios es recibido por María; el seno de María se transforma en un santuario cubierto por el Espíritu Santo, cubierto por la sombra de Dios y de ahí en más María comienza un camino, un camino de acompañamiento a la vida que acaba de concebir, a la vida de Jesús. Lo  espera, como toda madre espera a un hijo, con mucha ilusión pero antes de nacer empiezan las dificultades; y ella sigue acompañando esa vida de dificultades. En el momento prácticamente de dar a luz tiene que emprender un viaje para cumplir con la ley, la ley civil de los romanos, y cumple. Va a cumplir con la ley. Y allí nace el chico sin ninguna comodidad y ella acompaña eso porque Jesús prácticamente nació en situación de calle... en un pesebre... en u  corral... no había lugar para Él y ella acompaña.

 

Después del inmenso gozo que siente al recibir a los pastores, a los magos y ese reconocimiento universal a Jesús, viene la amenaza de muerte y el exilio... Y María acompaña el exilio. Después acompaña el regreso, la educación del niño y su crecimiento... va acompañando esa vida que crece, con las dificultades que tiene, las persecuciones, acompaña la cruz, acompaña su soledad esa noche que lo torturaron toda la noche... al pie de la cruz está ella... acompaña la vida de su hijo y acompaña su muerte. Y en su profunda soledad no pierde la esperanza y acompaña su resurrección plena de gozo! Pero ahí no termina su trabajo porque Jesús le encomienda la Iglesia naciente y desde entonces acompaña a la Iglesia naciente, acompaña la vida.

 

María, la mujer que recibe y acompaña la vida... hasta el final; con todos los problemas que se puedan presentar y todas las alegrías que la vida también nos da. María la mujer que en un día como hoy recibe la vida y la acompaña hasta su plenitud y todavía no terminó porque nos sigue acompañando a nosotros en la vida de la Iglesia para que vaya adelante. La mujer del silencio, de la paciencia, que soporta el dolor, que enfrenta las dificultades y que sabe alegrarse profundamente con las alegrías de su hijo.

 

El Papa Benedicto XVI ha querido que este año fuera el año de la vida. Y un día como hoy en que la vida de Dios  se inaugura en la tierra, este año de la vida tiene como su inicio, su peso más fuerte, el año de la vida, esa vida traída por María y acompañada por María. Y en este año de la vida creo que nos hará bien preguntarnos a nosotros como recibimos la vida... como la acompañamos... porque a veces no nos damos cuenta de lo que es la fragilidad de una vida. Quizá no caigamos en la cuenta de los peligros que la vida de una persona desde niño, desde su concepción hasta su muerte, tiene que atravesar entonces la pregunta que yo quisiera hacerles hoy, mirando a María que acompaña la vida, es: Sabemos acompañar la vida? La vida de nuestros chicos, de nuestros hijos y de los que no los son...Sabemos ponerle a los chicos alicientes en su crecimiento? Sabemos ponerles límites a su educación? Y los chicos que no son nuestros, aquellos que -y perdonen la expresión- parecen los "chicos de nadie"... me preocupan a mi también? Son vida! Es hálito de Dios! O me preocupa mas cuidar a mi mascota, la que como no tiene libertad con su instinto me va a devolver lo que yo creo es cariño. Alguna vez pensé que lo que gasto en cuidar una mascota que podría ser alimento y educación de otro chico que no lo tiene? Cuido la vida de los chicos cuando crecen? Me preocupo por sus compañías? ¿Me preocupo para que crezcan maduros y libres? Sé educar en la libertad a mis hijos? Me preocupo de sus diversiones?... A veces cuando vemos los programas de ciertos viajes de egresados uno se pregunta si esto es cuidar la vida o es preparar el camino para que quemen todos los cartuchos que puedan? Yo cuido eso? Y la vida sigue creciendo... y María la sigue acompañando... y yo como María la acompaño? Que tal tus padres? Que tal tus abuelos? Que tal tus suegros? Los acompañás? Te preocupás por ellos? Los visitás? A veces es muy doloroso pero no queda mas remedio que estén en un geriátrico porque las situaciones de salud o de la misma familia... pero cuando están ahí desgasto un sábado o domingo para estar con ellos? Cuidás esa vida que se está apagando y te dio la vida a vos??

 

En este año de la vida el Papa quiere que veamos todo el curso de la vida, en cada paso esta María aquí. La que cuidó la vida desde el principio y la sigue cuidando en nosotros como Iglesia que está caminando. Lo peor que nos puede pasar es que carezcamos de amor para cuidar la vida y María es la mujer del amor. Si no hay amor no hay lugar para la vida. Sin amor hay egoísmo y uno se enrosca para acariciarse a sí mismo. Amor le pedimos hoy a María para cuidar la vida. Amor y coraje! Alguno me podrá decir: "Pero Padre, en esta civilización mundial que parece apocalíptica como podremos llevar el amor en medio de tantas contradicciones y cuidar la vida hasta sus últimas consecuencias...?" El gran Papa Pío XI dijo una frase muy dura: "Lo peor que nos pasa no son los factores negativos de la civilización sino lo peor que nos pasa es la somnolencia de los buenos".

 

Tenés coraje para asumir este camino que asumió María de cuidar la vida desde el principio hasta el final? O estas somnoliento? Y si lo estás... que es lo que te anestesia? Porque María no conocía anestesias al amor! Y hoy le pedimos a ella: "Madre, que amemos en serio, que no seamos somnolientos, y que no nos refugiemos en las mil y una anestesia que nos presenta esta civilización decadente". Que así sea.

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¿Por qué cambian o dejan su religión?
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 26 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, ante los datos del último censo realizado en México sobre la afiliación religiosa.


 

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VER

No dejo de pensar en el hecho de que, según el censo oficial de 2010, muchas personas dejaron de ser católicas: unas optaron por el protestantismo; otras decidieron alejarse de toda práctica religiosa. Algo semejante ha pasado en denominaciones protestantes: varios de sus miembros dejaron una confesión y se pasaron a otra, o se separaron y fundaron otra, o quedaron indiferentes y sin religión explícita. Unos se cambian porque no reciben el trato que desearían tanto, en el catolicismo como en el protestantismo; otros se decepcionan por nuestras deficiencias; la mayoría porque les ha engullido el medio ambiente secularista y materialista.

Desde abril de 1988, el episcopado mexicano, en su asamblea realizada en el Seminario de Toluca, donde en ese tiempo yo era rector, analizó el tema e hizo una declaración titulada: "La Iglesia ante los nuevos grupos religiosos". Hace 23 años ya preocupaba el asunto y tanto su análisis como sus propuestas pastorales siguen siendo válidas. De igual modo, lo que dijimos en Aparecida, es digno de tener en cuenta (Nos. 225-226).

Unos exvecinos, a quienes con frecuencia oíamos pelear y excederse en bebidas, dicen que su vida ha cambiado, porque se hicieron protestantes. Ciertamente no eran católicos practicantes, ni instruidos en su fe, sino todo lo contrario. Pero ¡qué bueno que todo cambió! Esto nos alegra mucho. ¿Por qué algunos católicos no cambian?

JUZGAR

Dice el documento del episcopado mexicano: "La presencia de nuevos grupos religiosos que proliferan y se desarrollan en nuestra patria, no es exclusivo de México, ni algo que tan sólo afecte a la Iglesia Católica. Es un fenómeno mundial".

Señalan como causas externas: "El patrocinio de grupos e instituciones, tanto extranjeras como del país, movidas a veces por fines económicos, políticos e ideológicos... Múltiples carencias de todo tipo, que propician angustias e inseguridad en nuestro pueblo, ocasión que aprovechan los nuevos grupos religiosos ofreciendo satisfactores y ayudas. Los medios de comunicación social, con patrones de conducta ajenos muchas veces a la cultura de nuestro pueblo en sus raíces católicas".

Lo más preocupante son los "elementos causales desde el interior mismo de la Iglesia: Una insuficiente instrucción religiosa de gran parte de nuestro pueblo, la cual conduce a la ignorancia de la fe; por lo que una porción del Pueblo de Dios queda indefensa ante la acción proselitista. El abandono en que se encuentran algunas comunidades, sobre todo en regiones rurales y suburbanas. Un ecumenismo llevado a la práctica en forma equivocada o ingenua. Un ansia de contacto con la Palabra de Dios, que impulsa a muchos a satisfacerla en el fundamentalismo. La insuficiencia de agentes de pastoral. Un laicado que no ha sido suficientemente incorporado a la tarea evangelizadora. Deficiencias de los agentes de pastoral en su testimonio cristiano y en su trato con la gente. Atención personal que parece inadecuada. Algunos métodos pastorales que no logran una relación personal desmasificante. La necesidad que tiene el pueblo de una auténtica experiencia de Dios y de una liturgia viva y participativa, que a veces no se encuentra en el culto, tal como lo celebramos".

ACTUAR

¿Qué se propone? "Partir siempre de la realidad, asumiendo las angustias y esperanzas de nuestro pueblo y promoviendo una auténtica piedad popular, que satisfaga su hambre de Dios y su ansia de espiritualidad. Insistir en los contenidos esenciales de nuestra fe católica. Promover la participación de todos en la tarea evangelizadora, con especial atención a los laicos, destacando la importancia de la familia y el papel de la mujer en esta tarea. Renovar la parroquia como comunidad. Cultivar pequeñas comunidades eclesiales, donde todos y cada uno experimenten cercanía y fraternidad. No dejarse desalentar, frente al grave problema de las divisiones; se trata de un problema que siempre ha acompañado a la Iglesia (cf 1 Cor 1,11-13). Seguir adelante con ánimo. Si en el pasado la Iglesia logró superar tantas dificultades, lo mismo sucederá ahora".

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Espiritualidad


Aclaraciones sobre la relación con los ángeles
La asociación "Opus Sanctorum Angelorum"

CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 26 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Presentamos el artículo con el que el diario de la Santa Sede, "L'Osservatore Romano", aclara la espiritualidad de la asociación "Opus Sanctorum Angelorum", la Obra de los Santos Ángeles, surgida en 1949 por iniciativa de un grupo de sacerdotes y seminaristas de Innsbruk, Austrla.


 



 

La Congregación para la doctrina de la fe envió alos presidentes de las Conferencias episcopales el2 de octubre de 2010 una carta circular acerca de la asociación «Opus Angelorum», carta que pos­teriormente fue publicada en L'Osservatore Roma­no el 21 de noviembre de 2010, p. 10. En dichacarta la Congregación informa en concreto sobrela aprobación del «Estatuto del Opus Sanctorum Angelorum» por parte de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vidaapostólica y la aprobación de la «fórmula de unaconsagración a los santos ángeles para el Opus Angelorum» por parte de la Congregación para ladoctrina de la fe. Por ello parece oportuno expli­car brevemente la espiritualidad de esta Obra de los santos Ángeles, que tal como hoy se presenta es«una asociación pública de la Iglesia en armoníacon la doctrina tradicional y las normas de la au­toridad suprema. Difunde entre los fieles la devo­ción a los santos ángeles, exhorta a rezar por lossacerdotes y promueve el amor a la Pasión de Cristo y su unión con ella» (carta de la CDF).

¿Cuál es, por tanto, la espiritualidad de estaasociación? ¿Y cuál ha sido su camino hasta elmomento presente al que se refiere la carta de laCongregación para la doctrina de la fe? El OpusSanctorum Angelorum nació en Innsbruck, Austria, en el año 1949. La señora Gabriele Bitterlich, es­posa y madre de tres hijos, estuvo en el origen deeste movimiento. Desde ese año, 1949, fue cre­ciendo en ella una conciencia personal cada vez más clara de que el Señor Jesucristo quería quelas personas venerasen e invocasen más a los san­tos ángeles y se abriesen a su poderosa ayuda. Sinembargo, como auténtica cristiana, se puso siem­pre bajo la autoridad de la Iglesia. En aquellosaños, esta autoridad fue el obispo de Innsbruck,monseñor Paulus Rusch, con el cual estuvo siem­pre en contacto. A partir de 1961, el Opus Angelo­rum se fue extendiendo en diversos países delmundo. Por lo que desde el año de 1977 ha sidola autoridad suprema de la Iglesia la que ha idoexaminando las doctrinas y las prácticas particula­res del Opus Angelorum.

Que el movimiento haya sido aprobado signifi­ca que la Iglesia ha reconocido la validez funda­mental de la intuición fundadora de la señora Bit­terlich, aunque por otra parte también ha consta­tado, entre sus numerosos escritos, varias doctri­nas y concretamente «teorías... acerca del mundode los ángeles, sus nombres personales, sus gru­pos y funciones», «que son ajenas a la SagradaEscritura y a la Tradición», las cuales «no puedenservir como base para la espiritualidad y actividadde asociaciones aprobadas por la Iglesia» (1). De­bido a que el Opus Angelorum ha obedecido a la Iglesia y ha abandonado aquellas doctrinas y susconsecuencias prácticas, actualmente se presenta atodos los efectos como un movimiento eclesial que está llamado a colaborar con el propio caris­ma en la misión evangelizadora y salvadora de la Iglesia.

El fundamento de su espiritualidad es, por lotanto, la Palabra de Dios, que se encuentra en laSagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, que son auténticamente interpretadas porel Magisterio de la Iglesia. En el Catecismo de la Iglesia católica se encuentra una síntesis de la doc­trina del Magisterio sobre el mundo angélico (cf. CIC 328-336, 350-352).

Se lee allí en primer lugar que «la existencia deseres espirituales, no corporales, que la SagradaEscritura llama habitualmente ángeles, es una ver­dad de fe» (CIC 328). «Con todo su ser, los ánge­les son servidores y mensajeros de Dios. Porquecontemplan "constantemente el rostro de mi Pa­dre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agen­tes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra"(Sal 103, 20)» (CIC 329); «son criaturas personales e inmortales» (CIC 330).

Jesucristo no es solamente el centro de los hombres sino también de los ángeles: «Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles lepertenecen... Le pertenecen porque fueron crea­dos por y para él... Le pertenecen más aún por­que los ha hecho mensajeros de su designio desalvación» (CIC 331). «Desde la creación y a lolargo de toda la historia de la salvación, los en­contramos, anunciando de lejos o de cerca esa sal­vación y sirviendo al designio divino de su reali­zación» (CIC 332). Es decir, este servicio angélicoabarca la misma vida del Verbo encarnado y a laIglesia, que es el cuerpo de Cristo sobre la tierra.«De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración ydel servicio de los ángeles... Protegen la infanciade Jesús, le sirven en el desierto, lo reconfortan en la agonía cuando él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos como en otro tiempo Israel. Son también los ángeles quie­nes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la buenanueva de la Encarnación y de la Resurrección deCristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles, estos estarán presentes al servicio del juicio del Señor» (CIC 333).

«De aquí que toda la vida de la Iglesia se be­neficie de la ayuda misteriosa y poderosa de losángeles» (CIC 334). «En su liturgia, la Iglesia seune a los ángeles para adorar al Dios tres vecessanto; invoca su asistencia..., y celebra más parti­cularmente la memoria de ciertos ángeles (sanMiguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles cus­todios)» (CIC 335).

Así, «desde su comienzo hasta la muerte, la vi­da humana está rodeada de su custodia y de suintercesión. "Cada fiel tiene a su lado un ángelcomo protector y pastor para conducirlo a la vi­da" (san Basilio, Eun. 3, 1). Desde esta tierra, la vida cristiana partici­pa, por la fe, en la sociedad biena­venturada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios» (CIC 336). Con razón, por lo tanto, «la Iglesia venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar terrestre» (CIC 352).

Lo específico de la asociación Opus Sanctorum consiste en el hecho de que sus miembros llevan la devo­ción a los santos ángeles hasta aquel desarrollo pleno que se expresa y se concreta en una «consagración a los santos ángeles», tal como se ha constatado a lo largo de la historia de la Iglesia con las devocio­nes al Sacratísimo Corazón de Jesús y al Inmacu­lado Corazón de María (consagración al Corazón de Jesús y de su Madre).

Se entra en la Obra de los santos Ángeles me­diante la consagración al ángel de la guarda. La consagración a los santos ángeles la hacen aquellos miembros que quieren comprometerse más activa­mente con los fines espirituales del movimiento. Esta consagración se entiende como una alianza del fiel con los santos ángeles, es decir, como un acto consciente y explícito que reconoce y tomaen serio su misión y función en la economía de la salvación. Así como otras muchas espiritualidades tienen sus propias expresiones típicas, por ejem­plo el «Totus tuus» del Papa Juan Pablo II, así también la espiritualidad de la consagración a los santos ángeles en el Opus Angelorum se podría ca­racterizar con las palabras «cum sanctis angelis», o sea, «con los santos ángeles»o «en comunión con los santos ángeles».

Precisamente, una «convivencia» de los fieles con los santos ángeles como verdaderos amigos (2) es posible en la fe y en la caridad teologal, y así también una íntima c o l a b o ra c i ó n espiritual con ellos para los fines del plan salvador de Dios enrelación con todas las criaturas (3), ya que su coo­peración está garantizada en todas nuestras bue­nas obras (4).

Esta convivencia y colaboración espiritual de los fieles con los santos ángeles, que como se in­dica en el mencionado Estatuto, es lo propio dela «esencia» del Opus Angelorum, exige natural­mente no sólo la fe y el amor a los santos ángeles-y en primer lugar al propio ángel de la guarda-, sino también una prudente aplicación de los crite­rios del «discernimiento de los espíritus». A este propósito, encontramos la siguiente explicaciónen el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica(5): «Como en la visión de la escala de Jacob, "los ángeles de Dios subían y bajaban por aquellaescalera" (Gn 28, 12), los ángeles son dinámicos e incansables mensajeros que unen el cielo con la tierra. Entre Dios y la humanidad no hay silencioe incomunicabilidad, sino diálogo continuo y co­municación incesante. Y los hombres, destinata­rios de esta comunicación, deben afinar su sensi­bilidad espiritual para escuchar y comprender estelenguaje de los ángeles, que sugieren palabrasbuenas, sentimientos santos, acciones misericor­diosas, comportamientos caritativos y relacionesedificantes».

El Opus Angelorum se fundamenta en la pronti­tud incondicional para servir a Dios con la ayudade los santos ángeles y tiene como finalidad la re­novación de la vida espiritual en la Iglesia, ayuda­dos por ellos en las así llamadas «direcciones (odimensiones) fundamentales» de adoración, con­templación, expiación y misión (apostolado).

La ayuda de los ángeles y la unión de los hom­bres con ellos permiten que los hombres vivanmejor su fe y la puedan testimoniar con más fuer­za y convicción. Efectivamente, los santos ángelescontemplan continuamente el rostro de Dios (cf.Mt 18, 10) y viven en constante adoración. De unmodo particularmente eficaz los ángeles puedeniluminar, por tanto, a aquellos que se abren cons­cientemente a su acción, los cuales son ayudadospor ellos a contemplar en la fe los divinos miste­rios: el mismo Dios y sus obras -theologia y oiko­nomia (6)-, a crecer así en el conocimiento y enel amor de Dios, a permanecer en su presencia y realizar una adoración particularmente reve­rente y amorosa, dedi­cándose a la mayor glorificación de Dios. La a d o ra c i ó n, especialmente, la adoración eucarística ocupa, por lo tanto, el primer lu­gar en el Opus Angelo­rum.

Del mismo modo que Nuestro Señor Je­sucristo fue fortificado por el Padre celestial a través de un ángel para poder soportar la pasiónredentora (cf. Lc 22, 43), así también los miem­bros del Opus Angelorum confían en la ayuda de los santos ángeles para seguir a Cristo con caridadexpiatoria para la santificación y salvación de lasalmas, especialmente por los sacerdotes. Por ello,en el Opus Angelorum también se tiene el ejercicio piadoso de la «Passio Domini», es decir, un tiem­po de oración semanal (el jueves por la noche yel viernes por la tarde), en el que los miembros seunen espiritualmente al Redentor en el misteriode su pasión salvadora. Cristo crucificado y resu­citado es, de hecho, el centro de los hombres y delos santos ángeles.

Con la aprobación del Opus Ss. Angelorum, la Iglesia ha bendecido un movimiento que se carac­teriza, es cierto, por una devoción peculiar a lossantos ángeles, pero también y esencialmente -se­gún las propias características de los santos ánge­les- por una orientación absoluta hacia Dios y suservicio, hacia Cristo redentor, la cruz, la Eucaris­tía, para la gloria de Dios y la salvación de las al­mas. En realidad, la conciencia viva de la presen­cia y de la misteriosa y potente ayuda de los san­tos ángeles, siervos y mensajeros divinos, es capazde dar impulso a los fieles para que se dediquencon confianza a la primera y esencial misión de laIglesia: la salvación de las almas para gloria deD ios.

 

(1) Cf. decreto Litteris diei de la Congregaciónpara la doctrina de la fe, del 6 de junio de 1992. 

(2) Cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theolo­giae II-II, q. 25., a. 10; q. 23, a. 1, ad 1.

(3) Cf. Ef 1, 9-10; Col 1, 15-20; Jn 12, 32; 17, 21­23; Ap 10, 7; 19, 6-9. 

(4) Cf. CIC 350: «"Ad omnia bona nostra coo­perantur angeli": Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos (santo Tomás de Aqui­no, Summa Theologiae I, 114, 3, ad 3)».

(5) P. 210: comentario a un cuadro de Jan vanEyck, reproducido en la página precedente.

(6) Cf. CIC 236.

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