30.11.10

Esos ignorantes diplomáticos USA

A las 1:19 AM, por Andrés Beltramo
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El sitio de internet Wikileaks sacó al sol los trapitos de Estados Unidos. Su publicación en la web de unos 250 mil informes diplomáticos redactados en las más de 274 embajadas de la Unión Americana en el mundo dejó en evidencia lo que todos sabían: ese país no tiene amigos, sólo intereses. En ese inmenso cúmulo de información salieron a la luz informes sobre el Cónclave de abril de 2005 y la elección de Benedicto XVI. En ellos la diplomacia USA mostró toda su ignorancia.

El 14 de abril de ese año, mientras los vaticanistas hacían sus previsiones y la figura de Ratzinger cobraba fuerza -al menos como un “papable”- al escritorio de la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, llegó un reporte de siete páginas, con la clasificación de “sensible” y titulado “La elección del nuevo Papa”.

Según las consideraciones contenidas en ese dossier, entre los factores que influirían a los cardenales para la elección del sucesor de Karol Wojtyla “el primero es la edad” ya que los purpurados “buscarán alguno no demasiado joven ni demasiado viejo, porque no quieren tener pronto otro funeral y otro Cónclave” aunque “quieren evitar también un papado largo como el de Juan Pablo II”. Además apostaron a que sería elegida “una persona razonablemente saludable”, con “habilidad lingüística” y que “sepa hablar italiano”.

Más adelante el informe otorgó gran importancia al “origen geográfico” del hipotético Papa porque “tras un polaco es previsible que no vendrá un cardenal de Europa del Este”, tampoco “será uno de los 11 estadounidenses por ser ciudadanos de la última superpotencia” ni “será un francés porque muchos recuerdan cuánto los Papas del XIV siglo fueron sospechosos de ser influenciados por la monarquía francesa”.

Hasta aquí, con sinceridad, las argumentaciones de los agentes estadounidenses resultaron superficiales, banales y poco lúcidas. En general el informe en cuestión demostró un lapidario desconocimiento respecto de los resortes de un Cónclave y las razones de los cardenales electores.

Pero lo más sorprendente se refirió a la previsión-pronóstico sobre el futuro líder máximo de la Iglesia católica. En el párrafo 12 el documento estableció que “a gozar de una considerable ventaja podrá ser un candidato de América Central o del Sur” también por “el notable número de católicos” de esa región. What? ¿Verdaderamente Condoleezza Rice se tragó ese informe “sensible”?.

El poco afortunado reporte terminó con varias conclusiones más que descontadas según las cuales el sucesor de Juan Pablo II “deberá tener una experiencia pastoral para demostrar las propias cualidades humanas”, “deberá tener experiencia internacional para afrontar las mayores cuestiones de nuestra era” y “deberá ser un buen comunicador, hábil en el uso de los nuevos medios electrónicos para transmitir el mensaje de la Iglesia en manera clara y potente”.

Obviamente poco de lo informado a la Secretaría de Estado se cumplió. La embajada estadounidense ante El Vaticano sólo pudo justificar su poca capacidad de conocimiento alegando que la elección de Ratzinger fue un “shock” para muchos. En realidad todo lo comunicado anteriormente se había basado en las consideraciones de una “fuente vaticana”, un tal “Brown” quien -de acuerdo a telegrama enviado el 19 de abril de Roma a Washington- el día antes de la fumata bianca había ironizado sobre la figura del, hasta ese momento, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

“Cuando vimos a Brown tras la aparición del nuevo Papa en el balcón, el americano estaba en shock y nos dijo que se quedó sin palabras”, argumentó el mensaje. La siguiente frase fue aún más bizarra: “No obstante las especulaciones de los medios sobre el sostén a Ratzinger de parte de muchos cardenales, su elección fue una sorpresa para muchos”. ¿Cómo? Hasta la prensa lo sabía. Todos -menos los diplomáticos USA - tenían en claro que ese cardenal, quien capturó la atención al presidir las exequias de Wojtyla ante los principales líderes del mundo, contaba con algunas chances de ser elegido.

¡Vaya gaffe! Quizás por eso los siguientes informes sobre la sucesión pontificia fueron más conservadores. El nuevo líder católico fue calificado como un “cardenal potente” con la reputación de ser “el guardián de la ortodoxia teológica”. El futuro de su ministerio se resumió en tres frases: “continuará la ruta”, “se enfocará en Europa” y “tal vez será una figura de transición”.

Esta colección de errores ¿le habrá costado el puesto al entonces embajador de Estados Unidos, Jim Nicholson? Lo cierto es que en agosto de ese mismo 2005 George W. Bush designó en su lugar a un improvisado de la diplomacia: su amigo personal, financista y empresario Francis Rooney. Y la cosas no mejoraron para la Casa Blanca.

Para muestra basta un botón: por las malas gestiones de la embajada en Roma Benedicto XVI se negó a recibir a la misma Condoleezza Rice el 18 de septiembre de 2007. Según esto la secretaria había pedido ser recibida para tratar con él dos asuntos: la elección del presidente de Líbano y una conferencia de paz sobre Medio Oriente. Pero el encuentro no pudo ser, el pontífice se encontraba en la residencia estiva del Vaticano en Castelgandolfo.

Como el tiempo de Bush se acababa y el presidente pretendía -ilusamente- dejar al menos un acuerdo inicial entre palestinos e israelíes antes de irse, terminó llamando a Rooney a Washignton y designando en su lugar, aunque tarde, a una conocedora de los resortes vaticanos: Mary Ann Glendon, jurista de Harvard y entonces presidenta de la Pontificia Academia para las Ciencias Sociales.

Poco le fue útil dicho nombramiento en su plan de quedar como el mandatario “de la paz” en Medio Oriente. Sólo sirvió para asegurar el éxito del viaje papal a Estados Unidos en abril de 2008 y para asegurarle, al propio Bush, una despedida por lo alto en la Sede Apostólica, con paseo por