29.11.10

Raíces cristianas de Europa

A las 12:38 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe
 

Una raíz procura alimento para la planta que sostiene y, por lo tanto, sin la misma se produce, lógicamente, la muerte.

Analógicamente, Europa también tiene unas raíces que alimentan su existencia, que la vieron nacer como tal y que, en un mundo cambiante como el que nos ha tocado vivir, la mantienen, mal que bien, en pié.

Hace, más o menos, 1200 años, el Papa León III coronó a Carlomagno como emperador. Se entiende que tal momento supone el nacimiento de Europa como tal y aunque se pretenda olvidar, sin razón, tal acontecimiento, las cosas son como son.

Benedicto XVI ha tenido que implorar que El Viejo Continente nunca olvide las raíces cristianas que son la base de su camino y siga afianzando en el Evangelio los valores fundamentales que aseguran la justicia y la concordia”. Porque el Evangelio es la savia que provee de vida al árbol de la existencia común.

Poco a poco, legislación tras legislación y norma tras norma Europa está dejando atrás su mismo origen. Pierde su ser y rompe el cordón umbilical que la une con Dios. Acumula vacío donde debiera haber riqueza de espíritu.

Conocedor del origen de Europa, en su Exhortación Apostólica Postsinodal “Ecclesia in Europa”, Juan Pablo II Magno dejó escrito que “Si dirigimos la mirada a los siglos pasados, no podemos por menos de dar gracias al Señor porque el Cristianismo ha sido en nuestro Continente un factor primario de unidad entre los pueblos y las culturas, y de promoción integral del hombre y de sus derechos” (EE 108), porque nada se construye de la nada ni se puede hacer como si eso fuera posible. Olvidar es, aquí, dejar de ser, expirar poco a poco, morir.

¿Qué quedará de Europa si se deja caer en manos del relativismo? ¿Qué si se dedica, en exclusiva, a pisar la tierra sin mirar al cielo? ¿En qué fosa de la que hablara el salmista nos harán caer?

Desde que se elaboró la denominada Constitución Europea se ha intentado, desde su mismo Preámbulo (llámese así, por ejemplo) que el cristianismo y lo que supone su realidad no apareciera reflejado, en el texto de la misma. Todo es genérico, amorfo, ciego. Todo es para que nada sea, en interés disgregador y olvidadizo.

¿Qué tiene de verdad una Europa que pretiere, con facilidad, el mismo contenido de su bandera? ¿Doce estrellas que quedan huecas? ¿Las mismas que las que recoge el Apocalipsis, 12,1 refiriéndose a María: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”?

Una memoria así es nada; una raíz, así, se pudre.

Eleuterio Fernández Guzmán