27.11.10

N.S. de Kevelaer

Corría el siglo XVII, en concreto el año 1642, cuando Heinrich Busman, que ejercía de viajante vendedor, en su viaje entre Weeze y Geldern pensó que le vendría bien un descanso. Ya podemos suponer que la forma de ir de un lado para otro en aquellos tiempos de guerra (la denominada de los 30 años) no era, digamos, de lo más cómodo o descansado.

Era cerca de Navidad y el buen señor Busman se sentó al pie de una de las cruces que abundaban en aquellas tierras, por ejemplo, en los cruces de caminos. Y estaba en las cercanías de Kevelaer.

Entonces escuchó una voz que le pidió que en aquel lugar se tenía que construir una capilla. En concreto le dijo: “Constrúyeme una capilla en este lugar”.

Pero el viajante, en un principio, no hizo mucho caso a lo que se le dijo creyendo que, a lo mejor, había sido producto de su imaginación aquello que había oído.

Sin embargo, como la Virgen María no suele darse por vencida a las primeras de cambio, volvió a insistir en el corazón de Heindrich en dos ocasiones más. Aquello ya no podía ser producto de algún tipo de fiebre espiritual sino que, en efecto, María le había pedido aquella capilla.

Constrúyeme una capilla en este lugar”, “Constrúyeme una capilla en este lugar”, “Constrúyeme una capilla en este lugar” era una insistencia a la que había que prestar atención.

Pero no acabó ahí la cosa porque, para confirmar vía marital lo dicho a Busman, su esposa, después de la Pascua del mismo año, percibió una luz blanca pura y vio una capilla con un cuadro de Nuestra Señora de Luxemburgo que era, precisamente, el que había sido expuesto cuando, en 1623, se produjo una epidemia de peste. El título de la misma era “Consoladora de los afligidos” porque ya podemos suponer que era, dadas las circunstancias, el que más se acercaba al corazón de aquellas personas afectadas por la peste.

Busman envío a su esposa a que comprase aquel cuadro que había visto en aquella visión y, cuando el domingo 1 de junio de aquel año de gracia de 1642, se acabó de construir la capilla que le había sido pedida, se colocó el cuadro en la misma para que fuera visitado por los creyentes que así lo tuvieran por oportuno.

Pronto la Madre de Dios que, con el título de “Consoladora de los afligidos”, empezó a hacer de las suyas que, como podemos imaginarnos, suele consistir, tal hacer, en consolar a aquellos que sufren.

El mismo año, un 8 de septiembre que es, no por casualidad, en el que celebramos el nacimiento de la Madre de Dios, un niño de nombre Peter viajaba con Reinier y Margaretha van Volbroek en peregrinación a Kevelaer. Padecía una enfermedad, desde hacía cinco años, que le paralizada de tal manera que no podía caminar y que no parecía remitir en el dolor y en el padecimiento.

Era, por decirlo así, el último recurso y, por tanto, la esperanza en estado puro. Y todo salió, como era de esperar, bien.

Al cabo de dos días de haber visitado a la Nuestra Señora de Kevelaer Peter volvió a caminar.

Es de imaginar que tan milagrosa solución al problema de parálisis del niño tuviera una influencia grande en los creyentes de la zona y que la fama de santidad del lugar se extendiera por toda Alemania.

Así, el año siguiente, en 1643, un grupo grande de peregrinos se acercó a Kevelaer y lo hizo orando y cantando todo el camino que separaba aquella capilla de Rees, el lugar, cercano a Emmerich, desde donde salieron aquellos primeros peregrinos.

Y la labor de María siguió adelante.

En 1643 Eerutgen Dircks, señora que padecía heridas abiertas en sus piernas, no había visto curadas las mismas de ninguna de las maneras. Pero su fe pudo más de lo que la medicina podía hacer y acudió a Kevelaer.

El resultado, atestiguado por varias personas, ya podemos imaginar cuál fue: en apenas dos visitas a la capilla curó de las heridas que tanto la hacían padecer y, por eso mismo, convertirla en una de las personas afligidas a las que María presta atención.

Posteriormente, en 1654, aquella capilla que inicialmente fuese construida por el “llamado” Heinrich Busman, fue sustituida por una otra hexagonal (que es la que hoy día allí mismo permanece) y que se le dio el justo nombre de Capilla de la Misericordia, construyéndose posteriormente la basílica y las instalaciones para los peregrinos que acuden en un número superior a 800.000 al año.

Y todo eso porque María quiso tener una casa en aquel lugar donde un viajante escuchó a su corazón de hijo de Dios e hizo lo que se le pedía.

Nuestra Señora de Kevelaer, ruega por nosotros.
 

Eleuterio Fernández Guzmán