16.10.10

Yo no metería en el mismo saco el aborto y la identidad de Cataluña

A las 10:29 AM, por Luis Fernando
Categorías : Cristianos en la vida pública, Actualidad, Obispos españoles, Sociedad siglo XXI
 

Los obispos catalanes acaban de publicar una nota en la que animan tanto a sus fieles como al resto de los ciudadanos de Cataluña a votar en las próximas elecciones para el parlamento autonómico -nacional según ellos-. Los prelados aseguran que “votar es ejercer nuestros derechos y a la vez es una manera de intervenir responsablemente en los asuntos públicos. Por ello, las elecciones democráticas son un momento privilegiado de la participación ciudadana“. Y tienen razón. Dado que estamos en un régimen democrático -aunque en España habría que matizar mucho esa afirmación-, el voto es quizás la única herramienta realmente efectiva que tienen los ciudadanos para dejar las cosas como están o para cambiarlas. Dicho lo cual, es también perfectamente legítimo que un ciudadano opte por no votar si no encuentra un solo partido que recoja aquello en lo que cree. La abstención o el voto nulo es una forma de crítica al sistema.

En todo caso, lo que más me interesa de la nota de los obispos es el hecho de que apunten a una serie de principios irrenunciables a tener en cuenta a la hora de votar. Al leer la lista de esos principios, lo primero que uno se pregunta es si todos tienen el mismo valor para los obispos o si, por el contrario, unos son “más irrenunciables” que otros. Como quiera que el texto no indica nada al respecto, esa duda debemos solucionarla en base a elementos externos al propio texto, lo cual ya indica que hay un problema de comunicación bastante evidente.

La lista de los principios está en el siguiente orden:
- Las medidas para afrontar la crisis económica y crear solidaridad efectiva hacia los que más sufren.
- la tutela del derecho a la vida, desde la concepción hasta su fin natural.
- el reconocimiento, promoción y protección de la familia.
- el respeto de la libertad de los padres en la educación de sus hijos.
- la respuesta justa y digna al colectivo de los inmigrantes y a todo lo que signifique mayor justicia social.
- la promoción de la libertad religiosa.
- la valoración de aquello que conforma la identidad propia de Cataluña.

No cabe aplicar aquí aquello de los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Todos esos puntos entran dentro de lo que para los obispos son principios irrenunciables. Sin matiz alguno. Y claro, resulta cuando menos peculiar que la tutela del derecho a la vida entre dentro del mismo saco que las medidas para afrontar la crisis económica y la valoración de aquello que conforma la identidad propia de Cataluña. Y es que, ¿cómo va a ser igual de irrenunciable la defensa de la vid con la defensa de la identidad, nacional o no, de Cataluña? ¿cómo va a ser igual de irrenunciable la libertad de los padres a elegir la educación de sus hijos que los diferentes modelos de política económica?

Señores obispos, con todo el respeto del mundo les digo que no se pueden mezclar churras con merinas. En mi opinión no es lo mismo el derecho a la vida que la opinión sobre si Cataluña es una nación, tal y como ustedes creen, o una región española más. Si hoy se encontraran con el titular “Los obispos de Cataluña equiparan el derecho a la vida a la identidad de Cataluña", no podrían decir que es una grave manipulación de sus palabras. Si al menos hubieran puesto el derecho a la vida en el primer lugar de la lista, se podría pensar que estaríamos ante el “príncipe” (protos) de los hechos irrenunciables. Sin embargo, en línea con lo que parece que preocupa más a la sociedad, hablan primero de la crisis económica. Sin embargo, lo más esencial para la Iglesia no puede ser el cómo se aborde una crisis económica cuando lo que está en juego el derecho a la vida. Y conste que no digo que la crisis sea un tema baladí. Por supuesto que es importante.

Por ejemplo, en la nota que la Conferencia Episcopal Española emitió con motivo de las últimas elecciones en España, los obispos españoles apuntaban a las palabras del Papa Benedicto XVI: “Es preciso afrontar - señala el Papa - con determinación y claridad de propósitos, el peligro de opciones políticas y legislativas que contradicen valores fundamentales y principios antropológicos y éticos arraigados en la naturaleza del ser humano, en particular con respecto a la defensa de la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural, y a la promoción de la familia fundada en el matrimonio, evitando introducir en el ordenamiento público otras formas de unión que contribuirían a desestabilizarla, oscureciendo su carácter peculiar y su insustituible función social“.

No me imagino a Benedicto XVI situando la cuestión identitaria de Cataluña o las maneras de abordar la crisis, al lado de la defensa de la vida y la familia. Y conste que sé muy bien que ustedes, obispos de Cataluña, han dedicado una parte importante de su última reunión a la cuestión de la última ley del aborto. A diferencia de lo que acaba de decir el Abad de Montserrat -al que digo yo que no estaría de más que ustedes replicaran-, quien cree que la nueva ley tiene aspectos positivos respecto a la anterior, ustedes dicen que “con motivo de la reciente entrada en vigor de la nueva ley del aborto, los obispos nuevamente queremos manifestar el daño gravísimo e irreparable que significa la eliminación de una vida indefensa y que ello sea considerado un derecho de la mujer durante las primeras catorce semanas del embarazo“. Pues bien, si así piensan, y es obvio que así piensan, hagan el favor de situar el derecho a la vida en un grado diferente y superior al resto de cuestiones que se han de tener en cuenta a la hora de votar. Lo más probable es que la mayoría de los catalanes no les hagan ni caso, pero ustedes habrán cumplido con su deber como pastores cristianos.

Por último, diré que esto que digo de los obispos catalanes y su última nota, vale para cualquier nota anterior o posterior de cualquier conferencia episcopal en todo el mundo. El aborto es el mayor holocausto vivido por la humanidad. No hay nada comparable al mismo. Es deber de la Iglesia combatirlo con todas sus fuerzas, con toda la contundencia, con todo el vigor necesario. No puede ser una cuestión más dentro de un grupo de temas más o menos importantes. Allá donde la vida en el seno materno sea un campo de minas, la luz de Cristo ha de hacerse presente. Es deber de los obispos, es deber de los sacerdotes, es deber de los fieles.

Luis Fernando Pérez Bustamante